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Desperdicio

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-27-<br />

Luis Gabriel Laya<br />

estar de acuerdo, que demoraran los compromisos, y en especial un<br />

miembro de poco octanaje como yo.<br />

Literalmente corrí hasta la esquina. Decidí la opción del taxi.<br />

El metro hubiera sido más rápido, pero no estaba de humor para<br />

olores, en todo caso me sentía con suerte esa tarde. A las dos menos<br />

cinco cruzaba por la puerta de El Barquero de Sevilla, una tasca tradicional,<br />

pero destinada a un segmento sin problemas con la cuenta.<br />

Pablo y Adalberto lucían la tez de un fin de semana de navegación.<br />

Luis olfateaba un vermouth y fumaba un cigarrillo que, al momento<br />

de mi entrada, yacía perfectamente equilibrado en un cenicero de<br />

bronce. Conrado escuchaba atentamente la conversación que mantenían<br />

los viejos pero, como de costumbre, esperaba mi presencia<br />

para participar en ella. Por momentos llegué a pensar que Conrado<br />

sentía cierta atracción sexual por mí. Yo era la inspiración para su<br />

insidia. Permanecía callado o poco incisivo durante mi ausencia,<br />

pero a mi llegada, era un agente del FBI formulando preguntas e<br />

infiriendo conjeturas negativas de mi desempeño. Carmelo, por su<br />

parte, había llamado para disculpar su ausencia. Al parecer, debía<br />

asistir con su esposa a una especie de curso “pre-parto psicoprofiláctico”,<br />

ideado para desgastar tu bolsillo desde las primeras semanas<br />

del embarazo. Éramos los que estábamos y no me iba a guardar<br />

nada bajo la manga.<br />

Esa noche Rita decidió otra vez por mí. Cuando estaba cerca,<br />

el placer se respiraba, tenía una densidad sofocante que adormitaba<br />

tus sentidos. Su piel hechizaba el tacto y robaba el entusiasmo por<br />

cualquier otra cosa que no fuera poseerla. Paseaba su desnudez con<br />

magnífica parsimonia, segura del aumento de tu ritmo cardíaco.<br />

Sus contorsiones traían la fruición atada a la angustia de la temporalidad.<br />

Adoraba verse al espejo mientras esperaba sus explosivos<br />

orgasmos que me enviarían irremediablemente a la paranoia del<br />

desamor futuro. Eran tiempos de fluidos lascivos y ternura fingida.<br />

Aún atontado por un maratónico encuentro —es así, Rita es de<br />

esas mujeres que te obsequian con una virilidad adolescente, pero<br />

que a la vez te arrebatan la posibilidad de disfrutar el sexo plenamente,<br />

pasado su momento— reuní todas las fuerzas que me quedaban<br />

—que apenas y me alcanzaron para abrochar la camisa con

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