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Por Stephany Alamilla Miranda
En el cuarto capítulo, “Un corazón abierto al mundo entero”, nos exhorta a
tener un corazón especialmente abierto al conflicto migratorio, a las crisis
humanitarias de quienes tienen que salir de sus lugares de origen y se
enfrentan al difícil proceso de aceptación y acogida en otros países. Este corazón
debe favorecer procesos de acogida, promoción, protección e integración de los
migrantes refugiados en el valiente acto de la gratuidad.
Como ya se ha vendido hablando en capítulos anteriores, la ausencia de fraternidad
en la Sociedad ha propiciado la formación de una cultura de desapego hacia
las dificultades por las que pueda estar pasando el prójimo.
En el cuarto capítulo se recalca de forma específica los problemas de la migración
y su repercusión en la sociedad. Un migrante es una persona que ha tenido
que abandonar su país de origen para ir rumbo a otro las causas son diversas pero,
por lo general, se genera a causa de la búsqueda de una mejor calidad de vida, un
lugar que sea seguro donde el individuo pueda desarrollarse laboralmente.
La migración por desgracia, trae consigo la xenofobia y el racismo por parte de
los habitantes. Se menosprecia e incluso denigra la identidad de una persona por
el simple hecho de no pertenecer a la misma comunidad. Se crean barreras sociales
que catalogan a las personas según quién sea y de dónde venga y por supuesto
todo aquel que salga de nuestro entorno es tomado como ajeno.
Anteriormente el Papa menciona que somos prójimos y por tal debemos apoyarnos
entre nosotros, ser fraternos y altruistas, aspectos que no se cumplen a
causa de la xenofobia. Se nos hace un llamado a ser conscientes de las necesidades
ajenas y crisis humanitarias del extranjero para así brindar apoyo y acabar con el
desapego.
“ S o m o s e l c o r a z ó n d e l u n i v e r s o ” 4 7