2,70Mb - Lo Rat Penat

o Cristóbal de Virués; en lo popular, los autores de misteris, coloquis, mirades y
demás composiciones que mantuvieron la lengua valenciana en tiempos aciagos
para ella. Renació después de un largo período castellanizado, ya en pleno s. XIX,
cuando se observa en Valencia una clara manifestación de la tendencia a promover
lo propio y diferencial: la Renaixença, que es la forma que el romanticismo adoptó
en Valencia, mediante la que ciertos sectores quisieron recuperar desde un punto
de vista cultural, los valores propios y, también, la lengua autóctona.
Con el impulso que supuso la difusión de los versos de Tomás de Villarroya,
con el entusiasmo del influyente Teodor Llorente, y con la obra de Vicente Boix,
de Pascual y Genís, de Liern, de Querol o de Llombart, la cultura valenciana se expandió
con nombres sobresalientes que lucharon por el reflorecimiento de nuestra
poesía y por la recuperación de nuestra lengua.
Más adelante, en período republicano, artistas y pensadores valencianos de
tendencias diversas se unieron para hacer realidad la conservación y recuperación
de la lengua autóctona y surgió una nueva poesía valenciana: el Padre Fullana,
Nicolau Primitiu Gómez, Enrique Durán y Tortajada o Francisco Almela y Vives,
son nombres que todos conservamos en nuestra memoria.
En la década de los cuarenta se prodigaron las tertulias literarias entre las
que destacaron las que se celebraban en casa de Miquel Adlert, –els dimarts de casa
Adlert–, que reunía, entre otros, a Xavier Casp, Rafael Ferreres, Carola Reig.
Y fue en estos años cuando Lo Rat Penat, en una sociedad que languidecía
cultural y cívicamente y que andaba a la busqueda de su propia identidad, jugó
un importante papel en el mantenimiento del uso del valenciano, organizando el
anual certamen de los Juegos Florales, acogiendo a cuantos quieren expresar poéticamente
sus sentimientos, –se ha dicho que la poesía no es una forma sino un
sentimiento–, a quienes han querido comprometerse con su pueblo.
Decía Cervantes que hacerse poeta es enfermedad incurable y pegadiza,
aunque, digo yo, no todos podemos ser poetas. Es cierto que el hombre necesita
maestro para cualquier actividad material pero no lo precisa para tener
dotes artísticas. El poeta, el buen poeta, –hubo quien dijo que poetas no hay
más que buenos; los malos no son poetas–, se hace a sí mismo sin necesidad
de escuelas.
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