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arturo Cadenas: ¿Comprender películas desde la incomunicación?
ción interior, resulta inseparable de una determinada puesta en escena, unos movimientos
de cámara, un montaje, etc. Hablamos de un conjunto de operaciones de construcción
anudadas al concepto de texto Hermenéutico (2), ineludiblemente vinculadas al trazado
de expectativas con las que el espectador intenta dotar de orden y coherencia el conjunto
de elementos complejos que se le presentan. así, convenciones culturales de las que es
heredero, referidas a modelos de historia o tipologías de personajes, junto con su propia
experiencia, interactúan con una gama más o menos compleja de recursos audiovisuales
en la que se manifiesta el lenguaje cinematográfico.
resulta pertinente, por ello, recordar la importancia de la tradición en este proceso (3). una
tradición materializada en muchos libros que, incluso desde escuelas contrapuestas, supone
una infinidad de esfuerzos que pretende descubrir nuevas posibilidades en los significados
cinematográficos, despertar la sensibilidad y ofrecer instrumentos para profundizar
en el placer de ver cine.
Pero la clave sobre la que pretendo incidir en este escrito es otra: el cuestionamiento crítico
de las preferencias como parte del proceso de comunicación. lamentablemente, hablamos
de un empeño exigente y requerido de una especialísima virtud, la humildad intelectual,
que se ve entorpecido por el hecho de que, desde foros de relevancia, se promueve el escepticismo
con relación a los criterios de evaluación que traten de guiar las opiniones de
los sujetos. existe una incesante promoción de una especie de personalismo estético, de
libertad desligada de principios de autoridad, que empuja a los espectadores hacia una
tosca mentalidad anómica desde la que boicotear la idea misma de calidad. Y si todo es
igual nada es mejor, ni peor, claro. (4)
esta barbaridad contemporánea es alarmante porque favorece, desde el relativismo individualista
más estrecho, la pobreza intelectual, e incita hacia una inmadurez colectiva especialmente
tentadora para los jóvenes universitarios, pues nada más útil que una legitimación
cultural para impostar una rebeldía encubridora de ignorancia, tan difícil a veces de aceptar.
un fenómeno que, en realidad, suena al egoísmo de siempre, aunque hoy se presente
con unos aires postmodernos que contribuyen a prestigiar injustificadamente la actitud de
los amantes de la irracionalidad relativista, que tan fuertes se sienten en mitad del caos.
ir al cine para divertirse es una aspiración inobjetable y sana, pero ir al cine exclusivamente
“para no pensar” se ha convertido en toda una obsesión moderna que recorta seriamente
su múltiple dimensión cultural, y que constituye un indicio que, junto con otros, nos
informa del tipo de sociedad en el que estamos instalados. Para muchas personas, dicha
obsesión constituye un muro de contención contra las condiciones que hacen posible una
conversación inteligente, además de un chantaje contra quienes, en su entorno, la pudieran
plantear. Ya se conoce la eficacia disuasoria que tiene la acusación de “cabeza cuadrada”,
“cerrado”, e incluso “intolerante”.
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