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deplorable cuanto que no existe siguiera la posibilidad de engañarse sobre le fruto de esta ímproba<br />
labor. Ni la cadencia aparece más que por excepción en poemas enteros, ni se descubre nunca el<br />
ritmo de la serie, que es la mayor belleza de la estrofa.<br />
Examinemos una vez más, por vía de comprobación, algunos de estos versos y sean los<br />
más conocidos.<br />
El exámetro se componía de cuatro dáctilos o espondeos, a voluntad; de un quinto pie<br />
dáctilo y de un sexto espondeo. Siendo el dáctilo un pie de tres sílabas, larga la primera y breves<br />
las dos últimas, exigirá en su pronunciación cuatro tiempos, lo mismo que el espondeo, compuesto<br />
de dos sílabas largas. El exámetro, pues, tenía trece sílabas o más hasta diecisiete y siempre<br />
veinticuatro tiempos. El equivalente en castellano del verso latino<br />
Diffugere nives redeunt jam gramina campis<br />
sería un verso de quince sílabas, en el cual fueran largas primera, segunda, tercera, sexta, novena,<br />
décima, undécima, décima cuarta y décima quinta. Como la espontaneidad no es posible en la<br />
composición de un verso de este género, pues el oído solo no establece la cantidad, o sea<br />
diferencia en la duración de las sílabas, se hace necesaria un trabajo meticuloso de selección de<br />
palabras, en las que figuren en sitios determinados sílabas mixtos, inversas simples, directas<br />
compuestas o inversas compuestas. Hay que destacar las acentuadas, pues hoy está comprobado<br />
experimentalmente que el acento aumenta la intensidad, pero no la duración. Una vez realizada<br />
esta distribución cuidadosa de sílabas, el poeta que no hubiera tenido en cuenta los acentos, se<br />
encontraría con una pesada e inarmónica serie de palabras, en nada diferentes de la prosa. La<br />
caída casual de los acentos podrá salvarlo alguna vez o lo salvará siempre si cuida de ellos, pero<br />
en ese caso podrá comprobar que todo su trabajo de combinación de sílabas largas y breves era<br />
absolutamente inútil, puesto que su verso resultaba harmonioso debido a las leyes de la<br />
acentuación y no a la adopción de los metros antiguos.<br />
Esa coincidencia de acentos suele producir en los versos latinos, leídos con nuestra<br />
prosodia, la harmonía de los versos castellanos; así el trímetro cataléctico<br />
nos da el ritmo de un endecasílabo común.<br />
Trahuntque siccas machinoe carinas<br />
El sáfico estaba formado por un troqueo, un espondeo, un dáctilo y dos troqueos; tenía,<br />
pues, once sílabas y diecisiete tiempos.<br />
Jam satis terris nivis atque diroe<br />
Su equivalente en castellano sería un endecasílabo cuyas sílabas primera, tercera, cuarta,<br />
quinta, octava y décima fueron largas. Para adaptarlo se ha reemplazado con sílabas acentuadas<br />
la primera, cuarta, octava, y décima; se ha prescindido de la tercera y quinta, y no se ha tomado en<br />
cuenta, en realidad, las exigencias de la duración silábica; en una palabra, se ha destruido la<br />
prosodia antigua. El resultado ha sido un verso encantador, sometido únicamente a la ley del<br />
acento<br />
Oye, no temas y a mi ninfa dile…<br />
Con todo lo cual se proporcionó n argumento más a los adversarios de la teoría clásica.<br />
Podría resumirse en una frase la diferencia fundamental entre la métrica greco-latina y la<br />
castellana: la base de la primera es la desigualdad de las sílabas; la base de la última es la<br />
igualdad de éstas. Con semejante divergencia no hay acuerdo posible.<br />
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