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www.elortiba.org LAS COSMICOMICAS (1965) Italo Calvino La ...

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gris había apagado cualquier deseo, por remoto que fuera, de ser algo distinto del gris, sólo<br />

allí empezaba la belleza.<br />

¿Cómo podíamos entendernos? Ninguna cosa del mundo tal como se presentaba a<br />

nuestra mirada bastaba para expresar lo que sentíamos el uno por el otro, pero mientras yo<br />

me afanaba por arrancar a las cosas vibraciones desconocidas, ella quería reducir toda cosa<br />

al más allá incoloro de su última sustancia.<br />

Un meteorito atravesó el cielo, en una trayectoria que pasó delante del Sol; su<br />

envoltura fluida e incendiada hizo por un instante de filtro a los rayos solares, y de improviso<br />

el mundo quedó inmerso en una luz jamás vista. Abismos morados se abrían al pie de<br />

peñascos anaranjados y mis manos violetas señalaban el bólido verde flameante mientras<br />

un pensamiento para el que no existían todavía palabras trataba de prorrumpir de mi<br />

garganta:<br />

–¡Esto para ti! ¡De mí esto para ti ahora, sí sí, es lindo!<br />

Y al mismo tiempo giraba de repente sobre mí mismo ansioso por ver de qué modo<br />

nuevo resplandecía Ayl en la transfiguración general; y no la vi, como si en aquel repentino<br />

desmenuzarse del barniz incoloro hubiera encontrado la manera de esconderse y escurrirse<br />

entre las junturas del mosaico.<br />

–¡Ayl! ¡No te asustes, Ayl! ¡Sal y mira!<br />

Pero el arco del meteorito ya se había alejado del Sol, y la Tierra había sido<br />

reconquistada por el gris de siempre, aun más gris para mis ojos deslumbrados, e indistinto,<br />

y opaco, y Ayl no estaba.<br />

Había desaparecido de veras. <strong>La</strong> busqué durante un largo pulsar de días y de<br />

noches. Era la época en que el mundo estaba probando la forma que adoptaría después: la<br />

probaba con el material que tenía a su disposición, aunque no fuera el más adecuado,<br />

quedando entendido que no había nada definitivo. Arboles de lava color humo extendían<br />

retorcidas ramificaciones de las cuales colgaban finas hojas de pizarra. Mariposas de ceniza<br />

sobrevolando prados de arcilla se cernían sobre opacas margaritas de cristal. Ayl podía ser<br />

la sombra incolora que se mecía en una rama de la incolora floresta, o que se inclinaba a<br />

recoger bajo grises matas grises hongos. Cien veces creí haberla percibido y cien veces<br />

perderla de nuevo. De las landas desiertas pasé a las comarcas habitadas. En aquel tiempo,<br />

en el presagio de las mutaciones que advendrían, oscuros constructores modelaban<br />

imágenes prematuras de un remoto posible futuro. Atravesé una metrópoli nurágica toda<br />

torres de piedra; franqueé una montaña perforada de galerías subterráneas como una<br />

tebaida; llegué a un puerto que se abría sobre un mar de fango; entré en un jardín en cuyos<br />

canteros de arena se elevaban al cielo altos menhires.<br />

<strong>La</strong> piedra gris de los menhires era recorrida por un dibujo de apenas insinuadas vetas<br />

grises. Me detuve. En medio de aquel parque Ayl jugaba con sus amigas. <strong>La</strong>nzaban en alto<br />

una bola de cuarzo y la cogían al vuelo.<br />

En un tiro demasiado fuerte la bola se puso al alcance de mis manos y la atrapé. <strong>La</strong>s<br />

amigas se dispersaron en su busca; cuando vi a Ayl sola, lancé la bola al aire y la cogí al<br />

vuelo. Ayl se acercó; yo, escondiéndome, lanzaba la bola de cuarzo atrayendo a Ayl a<br />

lugares cada vez más alejados. Después aparecí; me gritó; después se echó a reír; y así<br />

seguimos jugando por regiones desconocidas.<br />

En aquel tiempo los estratos del planeta fatigosamente buscaban un equilibrio a<br />

fuerza de terremotos. Cada tanto una sacudida levantaba el suelo, entre Ayl y yo se abrían<br />

grietas a través de las cuales seguíamos lanzando la bola de cuarzo. En esos abismos los<br />

elementos comprimidos en el corazón de la Tierra encontraban la vía para liberarse y<br />

veíamos emerger espolones de roca, exhalando fluidas nubes, brotar chorros hirvientes.<br />

Siempre jugando con Ayl, me di cuenta de que una capa gaseosa se había ido<br />

extendiendo por la corteza terrestre, como una niebla baja que subía poco a poco. Un<br />

instante antes llegaba a los tobillos y ya estábamos metidos hasta las rodillas, luego hasta<br />

las caderas... Al ver aquello creáa en los ojos de Ayl una sombra de inseguridad y de temor;<br />

y yo no quería alarmarla, y por eso, como si nada, seguía nuestro juego, pero también<br />

estaba inquieto.<br />

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