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www.elortiba.org LAS COSMICOMICAS (1965) Italo Calvino La ...

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complicado. El universo era pues considerado no como una hinchazón grosera plantada allí<br />

como un nabo, sino como una figura espigada y puntiaguda en la que a cada entrada o<br />

saliencia o faceta correspondían cavidades y protuberancias y denticulados del espacio y de<br />

las líneas recorridas por nosotros. Pero ésta era también una imagen esquemática, como si<br />

tuviéramos que habérnoslas con un sólido de paredes lisas, una compenetración de<br />

poliedros, un agregado de cristales; en realidad el espacio en el que nos movíamos estaba<br />

todo almenado y perforado, con agujas y pináculos que irradiaban de todas partes, con<br />

cúpulas y balaustres y peristilos, con ajimeces y triforios y rosetones, y mientras creíamos<br />

desplomarnos en línea recta en realidad nos deslizábamos por el borde de molduras y frisos<br />

invisibles, como hormigas que para atravesar una ciudad siguen recorridos trazados no<br />

sobre el pavimento de las calles sino a lo largo de las paredes y los cielos rasos y las<br />

cornisas y las lámparas. Pero decir ciudad equivale a tener en la mente figuras de algún<br />

modo regulares, con ángulos rectos y proporciones simétricas, cuando por el contrario<br />

debemos tener siempre presente cómo se recorta el espacio en torno a cada cerezo y cada<br />

hoja de cada rama que se mueve al viento, y a cada dentelladura del borde de cada hoja, y<br />

también cómo se modela sobre cada nervadura de hoja, y sobre la red de vetas en el interior<br />

de la hoja cuyos entrecruzamientos traspasan a cada momento las flechas de la luz, todo<br />

estampado en negativo en la pasta del vacío, de modo que no hay nada que no deje su<br />

huella, toda huella posible de toda cosa posible, y al mismo tiempo toda transformación de<br />

las huellas instante por instante, de modo que el forúnculo que crece en la nariz de un califa<br />

o la pompa de jabón que se posa en el pecho de una lavandera cambian la forma general<br />

del espacio en todas sus dimensiones.<br />

Me bastó comprender que el espacio estaba conformado de esta manera para darme<br />

cuenta de que en él se embolsaban unas cavidades suaves y acogedoras como hamacas<br />

en las que yo podía encontrarme unido a Ursula H'x y mecerme con ella mordisqueándonos<br />

mutuamente todo el cuerpo. <strong>La</strong>s propiedades del espacio eran en realidad tales que una<br />

paralela tomaba por un lado y otra por el otro, yo por ejemplo me precipitaba en una caverna<br />

tortuosa mientras Ursula H'x era sorbida por una galería que comunicaba con dicha caverna<br />

de modo que nos encontrábamos rodando juntos sobre una alfombra de algas en una<br />

especie de isla subespacial trenzándonos en todas las posturas y vuelcos, hasta que de<br />

pronto nuestras dos rectas recuperaban su distancia siempre igual y proseguían cada una<br />

por su cuenta como si nada hubiera sucedido.<br />

<strong>La</strong> textura del espacio era porosa y quebrada, con grietas y dunas. Prestando mucha<br />

atención, podía saber cuándo el recorrido del Teniente Fenimore pasaba por el fondo de un<br />

cañón estrecho y tortuoso; entonces me apostaba en lo alto de un acantilado y en el<br />

momento justo me le echaba encima, tratando de golpearlo con todo mi peso en las<br />

vértebras cervicales. El fondo de estos precipicios del vacío era pedregoso como el fondo de<br />

un torrente seco, y entre dos punzones de roca que afloraban el Teniente Fenimore<br />

derribado quedaba con la cabeza encajada y yo le metía una rodilla en el estómago, pero él<br />

entre tanto me aplastaba las falanges contra las espinas de un cacto –¿o el dorso de un<br />

puerco espín?– (espinas de todos modos de las que corresponden a ciertas agudas<br />

contracciones del espacio) para que no consiguiera apoderarme de la pistola que le había<br />

hecho caer de un puntapié. No sé cómo me encontré un instante después con la cabeza<br />

metida en la granulosidad sofocante de los estratos en los que el espacio cede<br />

desmoronándose como arena; escupí, aturdido y ciego; Fenimore había conseguido<br />

recobrar su pistola; una bala me silbó al oído, desviada por una proliferación del vacío que<br />

se elevaba en forma de termitera. Y ya me le había ido encima echándole las manos a la<br />

garganta para destrozarlo, pero mis manos golpearon una contra otra en un "¡paf!": nuestros<br />

caminos habían vuelto a ser paralelos, y el Teniente Fenimore y yo bajábamos manteniendo<br />

nuestras consabidas distancias y dándonos ostensiblemente la espalda como dos que<br />

fingen no haberse visto ni conocido jamás.<br />

<strong>La</strong>s que podían considerarse, pues, líneas rectas unidimensionales eran similares en<br />

sus efectos a renglones de escritura cursiva trazados en una página blanca por una pluma<br />

que desplaza palabras y fragmentos de frases de un renglón a otro con inserciones y<br />

remisiones en su prisa por terminar una exposición que avanza a través de aproximaciones<br />

sucesivas y siempre insatisfactorias, y así nos seguíamos, el Teniente Fenimore y yo,<br />

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