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www.elortiba.org LAS COSMICOMICAS (1965) Italo Calvino La ...

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Era algo nunca visto: una inmensa burbuja fluida se iba inflando en torno a la Tierra y<br />

la envolvía toda; pronto nos cubriría de la cabeza a los pies vaya a saber con qué<br />

consecuencias.<br />

<strong>La</strong>ncé la bola a Ayl del otro lado de una grieta que se abría en el suelo, pero el tiro<br />

resultó inexplicablemente más corto de lo que yo había pretendido, la bola cayó en la<br />

rajadura, y zas: de pronto resultaba pesadísima; no: era que el abismo se había abierto<br />

enormemente y ahora Ayl estaba lejos, lejos, del otro lado de una extensión líquida y untosa<br />

que se había abierto entre nosotros y espumeaba contra la orilla de rocas, y yo me asomaba<br />

sobre esa orilla gritando: –¡Ayl! ¡Ayl! –y mi voz, el sonido, exactamente el sonido de mi voz<br />

se propagaba con una fuerza que jamás hubiera imaginado y las ondas hacían más ruido<br />

que mi voz. En una palabra: no se entendía nada de nada.<br />

Me llevé las manos a las orejas ensordecidas y en aquel momento sentí también la<br />

necesidad de taparme la nariz y la boca para no aspirar la fuerte mezcla de oxígeno y ázoe<br />

que me rodeaba, pero más fuerte que todo fue el impulso de cubrirme los ojos que me<br />

parecía que iban a reventar.<br />

<strong>La</strong> masa líquida que se extendía a mis pies se había vuelto repentinamente de un<br />

color nuevo que me cegaba, y estallé en un grito inarticulado que de allí en adelante<br />

asumiría un significado bien preciso: –¡Ayl! ¡El mar es azul!<br />

El gran cambio tanto tiempo esperado había ocurrido. En la Tierra había ahora el aire<br />

y el agua. Y sobre aquel mar azul recién nacido, el Sol se ponía también coloreado, y de un<br />

color absolutamente distinto y todavía más violento. Tanto que sentí la necesidad de<br />

continuar mis gritos insensatos: –¡Qué rojo es el Sol, Ayl! ¡Ayl, qué rojo!<br />

Cayó la noche. También la oscuridad era distinta. Yo corría buscando a Ayl, emitiendo<br />

sonidos sin pies ni cabeza para expresar lo que veía: –¡<strong>La</strong>s estrellas son amarillas! ¡Ayl!<br />

¡Ayl!<br />

No la encontré ni aquella noche ni los días y las noches que siguieron. Alrededor el<br />

mundo desplegaba colores siempre nuevos, nubes rosas se adensaban en cúmulos violetas<br />

que descargaban rayos dorados; después de las tormentas, largos arco iris anunciaban<br />

tintes que todavía no se habían visto, en todas las combinaciones posibles. Y ya la clorofila<br />

comenzaba su avanzada: musgos y helechos verdecían en los valles recorridos por<br />

torrentes. ¡Era éste finalmente el escenario digno de la belleza de Ayl, pero ella no estaba! Y<br />

sin ella toda esta pompa multicolor me parecía inútil, desperdiciada.<br />

Volví a recorrer la Tierra, volví a ver las cosas que había conocido en gris, pasmado<br />

cada vez al descubrir que el fuego era rojo, el hielo blanco, el cielo celeste, la tierra marrón,<br />

y que los rubíes eran color rubí, y los topacios color topacio, y color esmeralda las<br />

esmeraldas. ¿Y Ayl? No conseguía con todo mi fantasear imaginarme cómo se presentaría<br />

a mi mirada.<br />

Encontré el jardín de los menhires, ahora verdecido de árboles y hierba. En pilones<br />

borbolleantes nadaban peces rojos y amarillos y azules. <strong>La</strong>s amigas de Ayl seguían saltando<br />

en los prados, arrojándose la bola irisada, ¡pero cómo habían cambiado! Una era rubia de<br />

piel blanca, otra morena de piel olivácea, otra castaña de piel rosada, otra pelirroja toda<br />

manchada de innumerables, encantadoras pecas.<br />

–¿Y Ayl? –grité–. ¿Y Ayl? ¿Dónde está? ¿Cómo es? ¿Por qué no está con vosotras?<br />

Los labios de las amigas eran rojos, y blancos los dientes y rosadas la lengua y las<br />

encías. Rosada era también la punta de los pechos. Los ojos eran celeste aguamarina,<br />

negro guinda, avellana y amaranto.<br />

–Ayl... –contestaban–. No está... No sabemos... –y seguían jugando.<br />

Yo trataba de imaginar la cabellera y la piel de Ayl de todos los colores posibles y no<br />

lo conseguía, y así, buscándola, exploraba la superficie del globo.<br />

"Si aquí arriba no está –pensé–, ¡quiere decir que está abajo!", y en cuanto encontré<br />

un terremoto me arrojé a un precipicio, bien abajo, en las entrañas de la Tierra.<br />

–¡Ayl! ¡Ayl! –llamaba en la oscuridad–. ¡Ayl! ¡Ven a ver qué lindo es afuera!<br />

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