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www.elortiba.org LAS COSMICOMICAS (1965) Italo Calvino La ...

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trabajar largamente la imaginación. Podía pensarla con una precisión minuciosa, y no tanto<br />

pensar cómo era, que hubiera sido un modo trivial y grosero de pensarla, sino pensar en ella<br />

como si del ser sin forma que era se hubiese transformado, de haber adoptado una de las<br />

infinitas formas posibles, pero siendo siempre ella. O sea, no es que me imaginara las<br />

formas que ella podría adoptar, sino que me imaginaba la particular cualidad que ella, al<br />

adoptarla, daría a aquella forma.<br />

<strong>La</strong> conocía bien, en una palabra. Y no estaba seguro de ella. Me asaltaban cada tanto<br />

sospechas, ansiedades, inquietudes. No dejaba traslucir nada, ustedes conocen mi carácter,<br />

pero bajo aquella máscara de impasibilidad pasaban suposiciones que ni siquiera hoy me<br />

atrevo a confesar. Más de una vez sospeché que me traicionaba, que dirigía mensajes no<br />

sólo a mí sino también a otros, más de una vez creí haber interceptado uno, o haber<br />

descubierto en uno dirigido a mí acentos insinceros. Era celoso, ahora puedo decirlo, celoso<br />

no tanto por desconfianza de ella, sino por inseguridad de mí mismo: ¿quién me garantizaba<br />

que ella hubiera entendido bien quién era yo? Esta relación que se cumplía entre nosotros<br />

dos por intermedio del agua marina –una relación plena, completa, ¿qué más podía<br />

pretender?– era para mí absolutamente personal, entre dos individualidades únicas y<br />

distintas, ¿pero para ella? ¿Quién me garantizaba que lo que ella podía encontrar en mí no<br />

lo encontrara también en otro, o en otros dos o tres o diez o cien como yo? ¿Quién me<br />

aseguraba que el abandono con que ella participaba de la relación conmigo no fuese un<br />

abandono indiscriminado, a la bartola, una juerga –cada uno a su turno– colectiva?<br />

Que estas sospechas no correspondían a la realidad, me lo confirmaba la vibración<br />

sumisa, privada, por momentos todavía temblorosa de pudor que tenían nuestras relaciones;<br />

¿pero si justamente por timidez e inexperiencia ella no prestara suficiente atención a mis<br />

características y aprovecharan otros para entremeterse? ¿Y si ella, novata, creyese que<br />

siempre yo, no distinguiera a uno de otro, y así nuestros juegos más íntimos se extendieran<br />

a un círculo de desconocidos...?<br />

Fue entonces cuando me puse a segregar material calcáreo. Quería hacer algo que<br />

señalara mi presencia de manera inequívoca, que defendiera esa presencia mía individual<br />

de la labilidad indiferenciada de todo el resto. Ahora es inútil que trate de explicar<br />

acumulando palabras la novedad de esta intención mía, la primera palabra que he dicho<br />

basta y sobra: hacer, quería hacer, y considerando que nunca había hecho nada ni pensado<br />

que se pudiera hacer nada, éste era ya un gran acontecimiento. Así empecé a hacer la<br />

primera cosa que se me ocurrió, y era una conchilla. Del margen de aquel manto carnoso<br />

que tenía sobre mi cuerpo, mediante ciertas glándulas empecé a sacar secreciones que<br />

adoptaban una curvatura todo alrededor, hasta cubrirme de un escudo duro y abigarrado,<br />

áspero por fuera y liso y brillante por dentro. Naturalmente, yo no tenía manera de controlar<br />

qué forma adquiría lo que iba haciendo: estaba allí siempre acurrucado sobre mí mismo,<br />

callado y lento, y segregaba. Continué aún después de que la concha me hubiera recubierto<br />

todo el cuerpo, y así empecé otra vuelta; en una palabra, me salía una concha de esas<br />

todas atornilladas en espiral, que ustedes cuando las ven creen que son tan difíciles de<br />

hacer y en cambio basta insistir y sacar poquito a poco el mismo material sin interrupción, y<br />

crecen así una vuelta tras otra.<br />

Desde el momento en que la hubo, esta concha fue también un lugar necesario e<br />

indispensable para estar adentro, una defensa para mi supervivencia que ay de mí si no la<br />

hubiera hecho, pero mientras la hacía no se me ocurría hacerla porque me sirviera, sino al<br />

contrario, como a uno se le ocurre lanzar una exclamación que muy bien podría no lanzar y<br />

sin embargo la lanza, como quien dice "¡bah!" o "¡eh!", así hacía yo la concha, es decir, sólo<br />

para expresarme. Y en este expresarme ponía todos los pensamientos que me inspiraba<br />

aquélla, el desahogo de la rabia que me daba, el modo amoroso de pensarla, la voluntad de<br />

ser para ella, de ser yo el que era yo, y para ella que era ella, y el amor por mí mismo que<br />

ponía en el amor por ella, todas las cosas que se podían decir solamente en aquel<br />

caparazón de concha enroscada en espiral.<br />

A intervalos regulares la materia calcárea que segregaba me salía coloreada, así se<br />

formaban muchas hermosas rayas que seguían derechas a través de las espirales, y esta<br />

concha era algo distinto de mí pero también la parte más verdadera de mí, la explicación de<br />

quién era yo, mi retrato traducido a un sistema rítmico de volúmenes y rayas y colores y<br />

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