Artaud antonin - heliogabalo o el anarquista coronado
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Librodot H<strong>el</strong>iogábalo o <strong>el</strong> <strong>anarquista</strong> <strong>coronado</strong> Antonin <strong>Artaud</strong><br />
“Entre esas dos estatuas se ve una tercera también de oro, pero que no tiene nada en<br />
común con las otras dos. Es <strong>el</strong> Semeión: sobre la cabeza soporta una paloma de oro.<br />
“Cuando se entra en <strong>el</strong> templo, a la izquierda se encuentra un trono reservado al Sol, pero<br />
la figura de ese dios no existe, <strong>el</strong> Sol y la Luna son las dos únicas divinidades cuyas imágenes no<br />
se muestran; <strong>el</strong>los dicen que es inútil hacer estatuas de divinidades que todos los días se<br />
muestran en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o.”<br />
El culto de Baal en Emesa, representado por la vigorosa verga de Elagábalo, dios negro,<br />
es comparable, por sus ritos complejos y sobrecargados, al culto de Tanit-Astarté, la Luna, que, a<br />
algunos kilómetros de allí, imponía su rigor en las frescas profundidades d<strong>el</strong> templo de<br />
Hierápolis. Era allí, en ese templo consagrado a la vagina de la mujer, a su sexo divinizado,<br />
donde un Apolo sudoroso y barbudo salía en las principales fiestas y consagraba sus oráculos a<br />
través de la voz d<strong>el</strong> gran sacerdote, avanzando o retrocediendo sobre los hombros de sus<br />
portadores. Este Apolo, totalmente de oro, con un agregado de gruesas cerdas negras bajo <strong>el</strong><br />
mentón, llega sostenido sobre las espaldas de una buena docena de portadores vacilantes y que<br />
apenas logran soportar su masa. La muchedumbre se inclina. El incienso se <strong>el</strong>eva, parece surgir<br />
de todos los orificios. En <strong>el</strong> fondo d<strong>el</strong> templo, <strong>el</strong> gran sacerdote espera al dios, él mismo cubierto<br />
de insignias, sobrecargado de pedrerías, de orop<strong>el</strong>es, de plumajes, derecho, endeble, aéreo como<br />
<strong>el</strong> badajo de una campana, sudoroso de oro. En medio d<strong>el</strong> súbito silencio se escuchan pasos,<br />
voces, idas y venidas de todo tipo en las cámaras subterráneas d<strong>el</strong> edificio; todo eso forma como<br />
tajadas, como estratos superpuestos de murmullos y ruidos. Bajo <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, <strong>el</strong> templo desciende en<br />
espirales hacia las profundidades; las cámaras rituales se amontonan, se suceden verticalmente;<br />
ocurre que <strong>el</strong> templo es como un gran teatro, un teatro en que todo sería verdadero.<br />
En <strong>el</strong> momento en que <strong>el</strong> dios aparece, <strong>el</strong> dios ebrio que hace vacilar a sus guardianes, <strong>el</strong><br />
templo vibra, en correspondencia con los torb<strong>el</strong>linos estratificados de los subsu<strong>el</strong>os, conocidos y<br />
señalados desde la más remota antigüedad. En las cámaras rituales, y hasta a varios centenares de<br />
metros bajo <strong>el</strong> niv<strong>el</strong> d<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, los guardianes se van pasando la noticia, dan voces, golpean<br />
gongs, hacen gemir unas trompas cuyos ecos son reproducidos por las bóvedas.<br />
En <strong>el</strong> ala de los gritos, sobre las nubes giratorias d<strong>el</strong> incienso y de los ruidos, semejantes a<br />
masas movibles de humo, <strong>el</strong> gran sacerdote interroga al oráculo, lo sondea, lo invoca a voz en<br />
cu<strong>el</strong>lo y rítmicamente. Entonces se ve al dios–loco, cuya barba produce un gran agujero negro en<br />
medio d<strong>el</strong> oro en que está completamente ahogado, se lo ve agitarse, echar espuma, como<br />
rabioso o trastornado por la inspiración.<br />
Si <strong>el</strong> oráculo es favorable, si la respuesta d<strong>el</strong> oráculo es<br />
“sí”<br />
<strong>el</strong> dios empuja a sus portadores hacia d<strong>el</strong>ante.<br />
Si <strong>el</strong> oráculo es desfavorable, si la respuesta d<strong>el</strong> oráculo es “no” <strong>el</strong> dios lleva a sus<br />
portadores hacia atrás.<br />
Luciano mismo pretende haber visto un día como ese dios, cansado de las preguntas que<br />
le hacían, se liberaba d<strong>el</strong> abrazo de sus guardianes y se lanzaba de un vu<strong>el</strong>o hacia <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o. Desde<br />
aquí vemos a la muchedumbre, sobrecogida por una especie de terror r<strong>el</strong>igioso, que se precipita<br />
fuera d<strong>el</strong> templo, pisotea <strong>el</strong> atrio, tropieza y se arremolina alrededor de los dos grandes falos<br />
altos como pilares, y momentáneamente inutilizados, con sus casi cien codos de altura.<br />
Todo esto apenas pone de manifiesto cierto aspecto exterior de la r<strong>el</strong>igión de Astarté, la<br />
Luna, extrañamente mezclada a los ritos de Apolo, <strong>el</strong> Sol barbudo. Pero es preciso insistir en la<br />
presencia de esos dos pilares, que se alzaban uno tras otro en la alineación interior d<strong>el</strong> templo.<br />
Esos dos pilares, que representan falos, se alzan en <strong>el</strong> mismo eje d<strong>el</strong> sol, de tal manera que<br />
forman, con <strong>el</strong> punto en que <strong>el</strong> Sol se <strong>el</strong>eva en cierta época d<strong>el</strong> año, una especie de línea ideal en<br />
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