Artaud antonin - heliogabalo o el anarquista coronado
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Librodot H<strong>el</strong>iogábalo o <strong>el</strong> <strong>anarquista</strong> <strong>coronado</strong> Antonin <strong>Artaud</strong><br />
mitos verdaderos. Arroja una idea metafísica en <strong>el</strong> torb<strong>el</strong>lino de las pobres efigies terrestres y<br />
latinas en que ya nadie cree; y <strong>el</strong> mundo latino menos que cualquier otro.<br />
Castiga al mundo latino por no creer ya en sus mitos ni en ningún mito, y por otra parte no se<br />
priva de manifestar <strong>el</strong> desprecio que posee por esta raza de cultivadores natos, con <strong>el</strong> rostro<br />
vu<strong>el</strong>to hacia la tierra, y que nunca supo hacer otra cosa que espiar lo que saldrá de <strong>el</strong>la.<br />
El <strong>anarquista</strong> dice:<br />
Ni Dios ni amo, yo solo.<br />
H<strong>el</strong>iogábalo, una vez en <strong>el</strong> trono, no acepta ninguna ley; y él es <strong>el</strong> amo. Su propia ley<br />
personal será entonces la ley de todos. El impone su tiranía. Todo tirano en <strong>el</strong> fondo no es sino<br />
un <strong>anarquista</strong> que se ha puesto la corona y que impone su ley a los demás.<br />
Sin embargo hay otra idea en la anarquía de H<strong>el</strong>iogábalo. Por <strong>el</strong> hecho de creerse dios, de<br />
identificarse con su dios, nunca comete <strong>el</strong> error de inventar una ley humana, una absurda y<br />
descab<strong>el</strong>lada ley humana, por la cual él, dios, hablaría. El se adapta a la ley divina, en la que ha<br />
sido iniciado, y es preciso reconocer que fuera de algunos excesos dispersos, algunas bromas sin<br />
importancia, H<strong>el</strong>iogábalo nunca abandonó <strong>el</strong> punto de vista místico de un dios encarnado, pero<br />
que se atiene al rito milenario de dios.<br />
Al llegar a Roma, H<strong>el</strong>iogábalo echa a los hombres d<strong>el</strong> Senado y pone mujeres en su lugar. Para<br />
los romanos es la anarquía, pero la r<strong>el</strong>igión de las menstruaciones, que ha fundado la púrpura<br />
tiria, y para H<strong>el</strong>iogábalo que la aplica, esto no es más que un simple restablecimiento d<strong>el</strong><br />
equilibrio, un retorno razonado a la ley, puesto que es a la mujer –la que nació primero, la que<br />
vino primero en <strong>el</strong> orden cósmico- a quien le corresponde hacer las leyes.<br />
H<strong>el</strong>iogábalo pudo llegar a Roma en la primavera d<strong>el</strong> año 218, después de una extraña marcha d<strong>el</strong><br />
sexo, un desencadenamiento fulgurante de fiestas a través de todos los Balcanes. De vez en<br />
cuando corre a toda v<strong>el</strong>ocidad con su carro, recubierto de toldos, y detrás de él <strong>el</strong> Falo de diez<br />
ton<strong>el</strong>adas que lo sigue a duras penas, en una especie de jaula monumental, hecha aparentemente<br />
para una ballena o un mamut. De vez en cuando se detiene, muestra sus riquezas, rev<strong>el</strong>a todo<br />
cuanto puede hacer en lo que a suntuosidad y generosidad se refiere, y también a exhibiciones<br />
extrañas frente a poblaciones estúpidas y miedosas. El falo, arrastrado por trescientos toros a los<br />
que se irrita hostigándolos con jaurías de hienas aulladoras, pero encadenadas, sobre un inmenso<br />
carro rebajado, con ruedas anchas como los muslos de un <strong>el</strong>efante, atraviesa la Turquía europea,<br />
Macedonia, Grecia, los Balcanes, la Austria actual a la v<strong>el</strong>ocidad de una cebra al galope.<br />
Además, de tiempo en tiempo comienza la música. Se detienen. Quitan los toldos. El falo es<br />
montado sobre su base, alzado con cuerdas, con la punta hacia arriba. Y sale la banda de los<br />
pederastas, y también actores, bailarinas, coribantes castrados y momificados.<br />
Pues hay un rito de los muertos, un rito de la s<strong>el</strong>ección de los sexos, de los objetos hechos con<br />
miembros tensos de hombres, y curtidos, ennegrecidos en la punta como varas endurecidas en <strong>el</strong><br />
fuego. Los miembros –plantados en la punta de una vara como v<strong>el</strong>as en la punta de clavos, como<br />
las puntas de un maza de guerrero; colgados como campanitas en pequeños arcos de oro;<br />
pinchados sobre placas enormes como clavos en un escudo-, giran en <strong>el</strong> fuego entre las danzas de<br />
los coribantes, y unos hombres con zancos los hacen bailar como seres vivos.<br />
Y siempre en <strong>el</strong> paroxismo, <strong>el</strong> frenesí, en <strong>el</strong> momento en que las voces se ponen roncas, pasan a<br />
un contralto genésico y femenino, H<strong>el</strong>iogábalo –que tiene en <strong>el</strong> pubis una especie de araña de<br />
hierro, cuyas patas desgarran su pi<strong>el</strong>, le hacen saltar sangre a cada movimiento excesivo de sus<br />
muslos espolvoreados con azafrán; con su miembro bañado en <strong>el</strong> oro, recubierto de oro,<br />
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