Artaud antonin - heliogabalo o el anarquista coronado
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Librodot H<strong>el</strong>iogábalo o <strong>el</strong> <strong>anarquista</strong> <strong>coronado</strong> Antonin <strong>Artaud</strong><br />
o nudos de la vibración magnética por los cuales todo lo que es debe pasar; y 3 es ese triángulo<br />
que aspira tres veces <strong>el</strong> círculo, <strong>el</strong> círculo que contiene 4, y lo gobierna por la Tríada, que es <strong>el</strong><br />
primer módulo, la primera efigie o la primera imagen de la separación de la unidad.<br />
Todos estos estados o nudos, todos estos puntos, estos grados de la gran vibración<br />
cósmica están vinculados entre sí y <strong>el</strong>los se gobiernan.<br />
Pero si <strong>el</strong> 3, puro o abstracto, permanece fijo en <strong>el</strong> principio, 4 –solo-, cae en lo sensible<br />
donde gira <strong>el</strong> alma, y 13 en la realidad pisoteada, donde es preciso luchar para comer, pero sin<br />
comer.<br />
Ya que si 12 posibilita la guerra, todavía no la engendra, 12 es la posibilidad de la guerra,<br />
la tantalización de la guerra sin guerra, y hay 12 en <strong>el</strong> caso de Tántalo, en esa pintura de fuerzas<br />
estables, pero hostiles, porque son oponibles, y que todavía no pueden comerse.<br />
La guerra de las efigies, de las representaciones o de los principios, con mitos en su cara<br />
externa y magia efectiva por debajo, es la única explicación válida d<strong>el</strong> mundo antiguo. Ella<br />
muestra claramente la naturaleza de sus preocupaciones.<br />
Y esta guerra de arriba está representada por la carne. Al menos una vez se encarnó en la<br />
carne; al menos una vez, una prolongada e inmensa vez, perturbó <strong>el</strong> gobierno de las cosas<br />
humanas, con luchas inexpiables, y donde los hombres que luchan sabían por qué lo hacían.<br />
Ella arrojó una contra otra no a dos naciones, no a dos pueblos, no a dos civilizaciones,<br />
sino a dos razas esenciales, a dos imágenes d<strong>el</strong> espíritu hecho carne y que lucha con la carne.<br />
Y esta guerra d<strong>el</strong> espíritu en hostilidad consigo mismo, que duró tanto como varias<br />
civilizaciones juntas, como puede verse en los “Puranas”, no es legendaria, sino real. Ocurrió. Y<br />
todos los principios, cada uno con su energía y sus fuerzas, estuvieron presentes. Y sobre todo<br />
los dos principios de los que pende la vida cósmica: lo masculino y lo femenino.<br />
No contaré <strong>el</strong> cisma de Irshú, pero fue <strong>el</strong> que desencadenó esa guerra, <strong>el</strong> que puso al<br />
hombre de un lado, a la mujer d<strong>el</strong> otro; <strong>el</strong> que otorgó a seres de carne la noción de su herencia<br />
superior, <strong>el</strong> que separó <strong>el</strong> sol de la luna, <strong>el</strong> fuego d<strong>el</strong> agua, <strong>el</strong> aire de la tierra, la plata d<strong>el</strong> cobre y<br />
<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o de los infiernos. Ya que la idea de la constitución metafísica d<strong>el</strong> hombre, de una jerarquía<br />
ideal y sublime de estados, donde la muerte nos arroja para conducirnos a la ausencia de estados,<br />
a una especie de inconcebible No-Ser que nada tiene que ver con la nada, está basada en la<br />
separación d<strong>el</strong> espíritu en dos modos, macho y hembra, de los que es preciso saber cuál es <strong>el</strong><br />
principio d<strong>el</strong> otro, cuál produjo <strong>el</strong> nacimiento d<strong>el</strong> otro, cuál es macho, cuál hembra, cuál activo y<br />
cuál pasivo.<br />
Al parecer estos dos principios primero quisieron saldar cuentas solos y por encima de las<br />
masas de hombres inconscientes que luchaban.<br />
Pero la guerra sólo se hizo furiosa, sólo se torno realmente inexpiable y despiadada <strong>el</strong> día<br />
en que se convirtió en r<strong>el</strong>igiosa, y en que los hombres tomaron conciencia d<strong>el</strong> desorden de los<br />
principios que regían su anarquía.<br />
Para terminar con esa separación de los principios, para reducir su antagonismo esencial,<br />
fue que tomaron las armas y se arrojaron unos contra otros, persuadidos de que sólo una<br />
reducción de materia carnal era capaz de equilibrar en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o, y de provocar esa fusión, esa<br />
ubicación de esencias, que sólo se logra con sangre.<br />
Y esa guerra se encuentra por entero en la r<strong>el</strong>igión d<strong>el</strong> sol, y se la encuentra a un grado<br />
sangriento pero mágico en la r<strong>el</strong>igión d<strong>el</strong> sol, tal como se practicaba en Emesa; y si desde hace<br />
siglos terminó de arrojar unos guerreros contra otros, H<strong>el</strong>iogábalo sigue su hu<strong>el</strong>la en la línea de<br />
aspersión de los Taurobolios, línea mágica que él va a señalar, al volver a roma, con cru<strong>el</strong>dades<br />
físicas, con teatro, con poesía y con auténtica sangre a la vez.<br />
Si en lugar de detenerse en sus infamias porque su descripción anecdótica satisface su<br />
gusto por <strong>el</strong> libertinaje y su pasión por la facilidad, los historiadores hubiesen tratado realmente<br />
de comprender a H<strong>el</strong>iogábalo por encima de su psicología personal, es en la r<strong>el</strong>igión d<strong>el</strong> sol<br />
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