Artaud antonin - heliogabalo o el anarquista coronado
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Librodot H<strong>el</strong>iogábalo o <strong>el</strong> <strong>anarquista</strong> <strong>coronado</strong> Antonin <strong>Artaud</strong><br />
la que se inserta <strong>el</strong> templo, y que hace que la sombra de la primera columna, la columna más<br />
cerca al templo, se confunda exactamente con la sombra de la otra.<br />
Esta es la señal de un intenso desbordamiento de sexos, al que todo lo que es<br />
especialmente r<strong>el</strong>igioso en <strong>el</strong> reino, y hasta lo que no lo es, no vacila en mezclarse. Pero aqu<strong>el</strong>lo<br />
que para los coribantes es un llamado a la mutilación, para la mayoría d<strong>el</strong> pueblo es un estímulo<br />
a la fornicación. Mientras las nuevas vírgenes sacrifican sobre <strong>el</strong> altar de la Luna su virginidad<br />
recién adquirida, sus santas madres, que por un día salen d<strong>el</strong> gineceo familiar, se entregan a los<br />
barrenderos d<strong>el</strong> templo, a los guardianes de las esclusas sagradas, que también emergen de sus<br />
tinieblas por un día, y vienen a ofrecer su sexo macho a los rayos d<strong>el</strong> sol exterior.<br />
Algunas mujeres se enamoran repentinamente de esos coribantes que arrojan sus<br />
miembros mientras corren, que pierden abundantemente su sangre sobre los altares d<strong>el</strong> dios<br />
pítico. Y los maridos, los amantes de esas mujeres respetan esos amores sagrados.<br />
Esas explosiones amorosas duran poco tiempo. Pronto las mujeres abandonan los<br />
cadáveres de esos hombres cubiertos de vestidos femeninos, que han recibido en su carrera<br />
mortal.<br />
Dicho lo cual, debe reconocerse que Siria, que mezcla los templos, que ha olvidado la<br />
guerra que en otros tiempos la hembra y <strong>el</strong> macho sostuvieron en <strong>el</strong> caos, y las guerras que los<br />
feacios o fenicios, que no son semitas, sostuvieron en otros tiempos con los semitas, no por una<br />
idea de macho y hembra, sino de masculino y femenino, Siria que reconcilió en sus templos<br />
estos dos principios y sus múltiples encarnaciones, de todos modos tiene la disposición a cierta<br />
magia natural: cree en los prodigios, y los busca; pero, por sobre todas las cosas, conserva una<br />
idea de la magia que no es natural: cree en zonas de espíritus, en líneas místicas de influencia, en<br />
una especie de magnetismo errante, y que adopta una forma, y que expresa por medio de figuras<br />
sobre sus mapas d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o Bárbaro, que no tienen nada que ver con mapas de astronomía.<br />
Una mujer, única en su especie en la Historia, fue la encarnación de esa magia y de esas<br />
guerras: Julia Domna.<br />
En la confluencia de lo real y lo irreal, <strong>el</strong>la erige sus grandiosos designios alimentados<br />
por debajo de la respiración de las piedras parlantes, sirviéndole lo maravilloso a la vez de<br />
decorado y espejo.<br />
Julia Domna, que ha hecho la guerra, que ha encendido y suscitado guerras para servir a<br />
sus ambiciones de mujer y a sus ideas de dominación, también es responsable de esa<br />
acumulación de maravillas que llenan la “Vida de Apolonio de Tiana”, escrita por Filóstrato;<br />
Apolonio de Tiana <strong>el</strong> blanco, que recarga la espiritualidad de la tierra con signos hechos en las<br />
tumbas.<br />
Le perdono a Julia Domna su casamiento con esa especie de loco romano llamado<br />
Septimio Severo; y le perdono sus hijos, más locos aún y más criminales que su padre, por la<br />
“Vida de Apolonio de Tiana”, escrita por orden suya, y en la cual tomo yo todo en su sentido<br />
literal.<br />
Por otra parte, sin Julia Domna no habría existido H<strong>el</strong>iogábalo, pero creo que sin esa<br />
aleación pederástica de la realeza y <strong>el</strong> sacerdocio, en que la mujer aspira a ser macho, y <strong>el</strong> macho<br />
a adoptar maneras femeninas, la feminidad real de Julia Domna, que impregnaban lo maravilloso<br />
y la int<strong>el</strong>igencia, nunca habría pensado en brillar sobre <strong>el</strong> trono d<strong>el</strong> imperio romano. Para <strong>el</strong>lo se<br />
necesitaron circunstancias exteriores, y que <strong>el</strong>la fuera una verdadera mujer. Todo esto reunido<br />
configura un monstruo que conduce a un emperador a la guerra, pero que, una vez pasada la<br />
guerra, engendra poetas a su alrededor, como engendraría curanderos o brujos. Todos sus<br />
amantes son gente que sirve, que sirve para algo, y que le sirve. Ella mezcla <strong>el</strong> sexo y <strong>el</strong> espíritu,<br />
y nunca <strong>el</strong> espíritu sin <strong>el</strong> sexo, pero tampoco <strong>el</strong> sexo carente de espíritu. En Siria, y cuando<br />
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