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Heroes del Minimomundo_Manuel Jose Sierra Hernandez

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02. El Mínimomundo.<br />

Conforme el tren le fue alejando de su hogar, los sueños por la noche cambiaron. El Hombre de cobre<br />

ahora viajaba por otros mundos diferentes de los laboratorios de Helgist y <strong>del</strong> estanque. Y a cada sitio<br />

al que iba Oliver los fue reconociendo, puesto que él propiamente había pasado por ellos la jornada<br />

anterior. Era como si el Hombre de cobre le fuera siguiendo, como si le quisiera mostrar cómo era el<br />

aspecto <strong>del</strong> tren inmerso por bosques o surcando ciudades desde fuera. Sin embargo, esto no preocupó<br />

al muchacho puesto que ni siquiera podía estar seguro de que dicha criatura existiera. Lo único en lo<br />

que podía pensar era que le estaban arrastrando a un lugar <strong>del</strong> que no sabía nada, y se estaba dejando<br />

llevar como una oveja va camino <strong>del</strong> matadero. Junto a él permanecían el hombre y la mujer que<br />

fueron a ver a su padre adoptivo aquella noche, los cuales no se separaron de él ni un instante, ni<br />

siquiera para ir al servicio. El hombre llevaba un vendaje en la mano con la que agarró el pomo, y<br />

seguramente fuera por esto que durante todo el tiempo se mantuvo adusto y con cara de pocos amigos.<br />

La mujer, en cambio, intentó varias veces iniciar una conversación, pero en estas ocasiones<br />

únicamente le preguntó acerca de cómo se sentía: si alegre, si triste, etc., a lo que el chico no contestó,<br />

no porque estuviera enfadado, sino que sencillamente no sabía cómo sentirse si ni siquiera conocía el<br />

lugar a donde le llevaban.<br />

Al cabo de dos semanas por fin arribaron a su destino. Aunque en realidad no era su destino, sino otra<br />

estación emplazada en los Urales donde Oliver tenía que coger otro tren. Sin embargo, el hombre y la<br />

mujer, de los cuales ni siquiera había escuchado ni su nombre, se despidieron, y esto le ánimo. Por fin<br />

se había librado de ellos.<br />

Mas no pudo pensar mucho en esto porque una vez entró en el recinto de la estación sus ojos<br />

se abrieron como platos: calculó que en los andenes de aquel lugar habría entre dos mil quinientos y<br />

tres mil niños, la mayoría de entre once y doce años de edad, al igual que él. Procedían de todas las<br />

partes <strong>del</strong> mundo, conforme se fue adentrando con la maleta a rastras entre la multitud atendió a una<br />

infinidad de idiomas y de acentos. Hasta que próximos a una columna pudo escuchar a un grupo de<br />

niños que hablaban francés. Se acercó, sería un grupo de unas quince personas entre chicos y chicas el<br />

cual le acogió de buena gana, al igual que a otros que atraídos por el idioma fueron llegando. Pronto<br />

hizo buenas migas con uno de ellos, un tal Pierre, un chaval de su edad, de mediana estatura, rubio,<br />

ojos marrones y algo más corpulento que él. Descubrieron que tenían mucho en común. Ambos habían<br />

ido a colegios parecidos, ambos habían vivido en casas de campo junto a un bosque, y ambos<br />

compartían su afición por los deportes, aunque a Pierre le gustaba más el fútbol mientras que a Oliver<br />

le apasionaba el baloncesto. La única diferencia era que Pierre nunca había estado en un orfanato,<br />

había vivido siempre con sus padres naturales, por lo que Oliver supuso que a éste le había costado<br />

mucho despedirse de estos.<br />

Dos horas más tarde el tren hizo su entrada en la estación, se trataba de un tren enorme con un<br />

ancho que ocupaba dos vías, de color gris metálico y sin ninguna inscripción fuera. Entonces la<br />

multitud, que hasta entonces se había mantenido tranquila, se puso en movimiento. Era como si toda<br />

aquella gente quisiera entrar al mismo tiempo. El caos a su alrededor era enorme, los guardias trataban<br />

de controlar la situación pero apenas daban abasto para manejar a tanto niño suelto. Por ello, cuando<br />

las puertas <strong>del</strong> tren se abrieron, la gente se apelotonó en las entradas a pesar de que los guardias<br />

informaban que había sitio para todos. Así Oliver fue separándose paulatinamente de sus nuevos<br />

amigos. Su maleta era especialmente grande y pesada y le costó penetrar en la muchedumbre, sobre<br />

todo porque cada cual allí no se cortaba un pelo en empujar al resto. De este modo, no se percató<br />

cuando al entrar uno de los encargados le colgó una especie de bolsa de viaje al cuello. Solamente le<br />

importaba encontrar de nuevo a Pierre, o por lo menos a alguno <strong>del</strong> grupo junto a la columna. Pero<br />

todo fue inútil. Durante media hora, durante las cuales el tren se había puesto en marcha y acelerado<br />

hasta acoger su velocidad punta, se desplazó por el larguísimo corredor central; a ambos lados había<br />

compartimentos y cada uno podía albergar hasta ocho personas, pero por mucho que mirara por las<br />

puertas deslizantes de cristal, no pudo ver a ninguno de ellos. Finalmente desistió y cansado de vagar<br />

de un lado para otro entró en un compartimento donde sólo había cuatro chicos ocupándolo, todos<br />

aproximadamente de su edad, vestidos de manera similar con jersey, camisa y pantalón, a excepción<br />

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