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Heroes del Minimomundo_Manuel Jose Sierra Hernandez

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Un día de junio, cuando ya tenía ocho años, rompió un plato en el comedor. Era la hora de la<br />

cena, el cocinero habitual estaba enfermo y el sustituto les había preparado sopa. Pero una sopa<br />

asquerosa, llena de grumos, de tal manera que si uno metía la mano en el plato al sacarla se llevaba<br />

consigo la mitad <strong>del</strong> contenido. En definitivas cuentas, una sopa que sólo de verla daban ganas de<br />

vomitar. Y allí estaba Oliver, en una mesa apartada <strong>del</strong> resto <strong>del</strong> mundo, frente a frente con algo de lo<br />

que dudaba que fuera comestible. Y de repente ante sus ojos el plato se rompió derramándose el<br />

contenido por la mesa. Algunos de los niños en las mesas cercanas bufaron.<br />

- Te la has cargado, bicho raro. Tres días de castigo.- Al parecer nadie se había dado cuenta de<br />

que desde se sentara, había tenido los brazos cruzados sin moverse.<br />

Oliver, por ello, suspiró aliviado, al fin y al cabo sólo tendría que soportar tres días de castigo<br />

por haber roto un plato. Pero cuando observó los restos de éste se echó a temblar. Cuando un jarrón,<br />

una taza, un vaso o un plato se quiebra, normalmente se hace añicos, hay fragmentos de diverso<br />

tamaño, desde unos muy grandes hasta otros que apenas pueden distinguirse. Pero aquel plato se había<br />

partido en dos trozos exactamente iguales, y los bordes se encontraban completamente lisos, sin<br />

imperfección alguna. Aquello era antinatural, como si alguien lo hubiese cortado con una espada<br />

japonesa muy afilada, y todo el mundo se daría cuenta de ello. Lentamente, intentando no levantar<br />

sospechas, se levantó y se marchó hacia los dormitorios.<br />

- Ujujujuy, mirad como corre el gallina.- Dijo Louis desde una de las mesas.- Ya te<br />

cogeremos, bicho raro.<br />

No, esta vez no iban a cogerle. Oliver decidió que ya estaba bien de que se metieran con él.<br />

Una vez en su dormitorio metió todo lo que pudo en una mochila, y a continuación, por un árbol que<br />

había junto a la ventana, bajó hasta el patio. Allí se dirigió a la valla y haciendo provecho por una vez<br />

de su don dobló las barras lo suficiente como para poder salir.<br />

El viento de la noche le golpeó en la cara. En ocho años no recordaba haber salido nunca de<br />

los límites <strong>del</strong> orfanato, tan solo una vez que los llevaron de excursión al descampado junto a una<br />

capilla cercana. Y entonces Louis y otros se habían encargado de hacer de las suyas. Le habían<br />

atrapado entre varios y le habían llenado toda la ropa, incluidos los calzoncillos, de arena. Pero todo<br />

eso ya era agua pasada, ahora se encontraba fuera, había escapado, y por nada <strong>del</strong> mundo iba a<br />

regresar. A lo lejos podía ver las luces de la ciudad y decidió que aquel sería un buen sitio para él de<br />

allí en a<strong>del</strong>ante.<br />

Aquella noche durmió en un parque. Afortunadamente por aquella época no hacía demasiado<br />

frío. Sin embargo, no era al frío a lo que tenía que temer: el hambre acometía con furia, no había<br />

ingerido nada desde el mediodía y le daba asco la comida que veía en los cubos de basura. A la<br />

mañana siguiente, cuando despertó, lo mismo. No podía pedirle a nadie algo de comer por temor a que<br />

lo regresaran al orfanato. Al mediodía, un policía que sospechaba de su procedencia le preguntó que<br />

dónde estaba su casa. Oliver entonces echó a correr como alma que lleva el diablo. La calle estaba<br />

llena de gente y Oliver tropezaba con todo el mundo, pero al menos él era pequeño y ágil, el policía en<br />

cambio le doblaba el tamaño y era bastante torpe. Al final consiguió alejarse.<br />

Una vez despistó al agente regresó al parque. Allí, sentado en el mismo banco donde había<br />

dormido, contempló como la gente hacía pícnic junto a un estanque. El estómago le hacía ruidos como<br />

nunca los había escuchado. Quizás si se lo pedía a alguno de los que estaban allí le dieran algo de<br />

comer. Pero le daba vergüenza, no sabía cómo hacerlo. ¿Y si le dijeran que no? Tuvo que ser una<br />

señora mayor la que espontáneamente le ofreció un bocadillo. No era gran cosa, pero fue suficiente<br />

para quitarle el hambre. Fue en ese momento cuando decidió que debía encontrar un trabajo. Salió <strong>del</strong><br />

parque y durante horas anduvo por la ciudad hasta que vio una carpa como de circo en la plaza frente a<br />

un centro comercial. En la entrada se podía leer “Bizarre” y “Freaks”, que en francés y en inglés<br />

respectivamente quiere decir raro o extraño. Eso llamó la atención <strong>del</strong> chico puesto que se consideraba<br />

a sí mismo un ser bastante extraño y singular. Sin que nadie se diera cuenta se metió dentro de la<br />

carpa. Allí había un faquir, una mujer barbuda, un tragafuegos, un forzudo, una niña sirena con las<br />

piernas unidas, un hombre pingüino con una membrana entre los dedos de la mano, un hombre lobo<br />

con pelo por todo el cuerpo,… en definitivas cuentas, gente verdaderamente extraña y estrambótica.<br />

Tal como él se consideraba.<br />

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