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Heroes del Minimomundo_Manuel Jose Sierra Hernandez

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HÉROES DEL MÍNIMOMUNDO<br />

por<br />

<strong>Manuel</strong> José <strong>Sierra</strong> Hernández


“Héroes <strong>del</strong> Mínimomundo”. <strong>Manuel</strong> José <strong>Sierra</strong> Hernández<br />

Registro de la propiedad intelectual, 2008.<br />

Está obra está sujeta a la licencia Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0<br />

Unported de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite<br />

http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/.<br />

2


PRIMERA PARTE: OLIVER ROUSSEAU.<br />

01. Oliver Rousseau.<br />

El nuevo mundo comenzó con un gran estruendo, como de edificios derribados e hierros que se<br />

retuercen. Era mediodía, la mayoría de los vecinos <strong>del</strong> barrio de Helgist todavía se encontraban en la<br />

mesa almorzando. Entonces, súbitamente, fue como si la casa se les cayese encima. Los cristales de las<br />

ventanas temblaron, los platos tintinearon en sus alacenas, y los cuadros se agitaron como si fuesen el<br />

péndulo de un reloj.<br />

Cuando todo pasó muchos de los vecinos salieron a la calle. Miraron a su alrededor y<br />

descubrieron que una gigantesca columna de humo negro ascendía en el noreste a los lejos más allá<br />

<strong>del</strong> mar de casas adosadas. Parecía un árbol que creciera por segundos o la estela de una explosión<br />

nuclear descontrolada.<br />

Conforme se acercaron al origen <strong>del</strong> humo comprobaron que se trataba <strong>del</strong> edificio de los<br />

laboratorios informáticos donde muchos de los vecinos de Helgist trabajaban. Los bomberos hacía rato<br />

que estaban allí y poco más tarde llegaron las ambulancias con sus sirenas a todo volumen. Los<br />

médicos bajaron deprisa y atendieron a los heridos. Afortunadamente era domingo y apenas había<br />

gente en el edificio. La situación, por tanto, poco más tarde asemejó estar prácticamente controlada.<br />

Pero en ese momento, justo cuando los primeros curiosos comenzaron a marcharse, tuvo lugar<br />

una segunda explosión aún más potente que la primera. El coche de bomberos volcó, la onda<br />

expansiva arrancó un viejo árbol de cuajo que cayó sobre una de las ambulancias. La gente en las<br />

cercanías gritó aterrorizada y la mayoría se pusieron a correr hacia sus casas. De este modo, sólo<br />

aquellos a los que el miedo paralizó hasta tal punto que les impidió realizar cualquier movimiento, le<br />

vieron. Parecía un hombre, tenía la figura de un hombre: dos brazos, dos piernas, un tronco, una<br />

cabeza. Pero medía entre tres y cuatro metros, extremadamente <strong>del</strong>gado, y la cabeza más alargada de<br />

lo normal. La piel por otra parte tenía el color <strong>del</strong> cobre pulido, rojizo anaranjado, y reflejaba lo que<br />

había alrededor, ora el negro <strong>del</strong> humo, ora el gris pálido de las paredes <strong>del</strong> edificio. Los vecinos de<br />

Helgist no podían creer lo que estaban contemplando; sencillamente aquello escapaba completamente<br />

a su comprensión. La figura comenzó a andar hacia ellos, sus piernas eran muy largas y caminaba a<br />

grandes trancos. Una mujer gritó, un policía que se había acercado para ver lo que sucedía comenzó a<br />

disparar contra la extraña criatura. Pero ésta ni se inmutó. Únicamente se limitó a observarlos con<br />

expresión seria, sin contener ira u odio, pero tampoco amor o compasión. Prácticamente era como si<br />

estuviera contemplando a un puñado de hormigas solazarse ante él. Entonces un ruido provino <strong>del</strong><br />

interior de los laboratorios, el extraño hombre se volvió, y en el instante en que algo comenzó a<br />

agitarse de entre los escombros levantó los brazos al cielo y…<br />

- … se esfumó.- Dijo la niña a su lado. Poco más allá, sentada en una mecedora mientras<br />

ojeaba un ordenador portátil en su regazo, la señora Dobb esbozó una sonrisa.<br />

- Oliver, cada vez la cuentas mejor. Pero de tantas veces que lo has hecho ya se la sabe entera<br />

de memoria. Deberías tratar de inventar otras historias.<br />

- Pues a mí ésta me gusta.- Replicó Julie, la hija de la señora Dobb, que tenía ocho años de<br />

edad.- No quiero que se invente ninguna otra.<br />

- Pero debería, un niño de once años tiene que fortalecer su imaginación, o tarde o temprano se<br />

le acabará pudriendo.- Oliver, ante aquello, no replicó. Quizás su madrastra tuviera razón y durante un<br />

rato se mantuvo en silencio intentando cavilar otro cuento, aunque fuera alguno que recordara. Poco<br />

sabía él entonces que décadas más tarde sería de él de quien se narraran sus hazañas y de quien se<br />

recordaran asombrosas historias. Pero para ello aún faltaba.<br />

- Venga, Oliver, no te hagas de rogar. Sigue con la historia.- Apremió la niña, y el chico<br />

decidió que ya se inventaría otra más tarde. Y ya se preparaba para seguir con el cuento de costumbre<br />

cuando la voz de su padre adoptivo desde la planta baja le interrumpió.<br />

- Cynthia, ¿puedes venir un momento?<br />

La señora Dobb se levantó, y dejando el portátil sobre la mecedora salió lentamente de la<br />

habitación. En ese momento, Julie y Oliver se miraron animados. Mediados de junio, las vacaciones<br />

3


de verano acababan de empezar, y por ello esperaban que de aquella reunión en la planta baja surgiera<br />

un pequeño viaje. Julie quería ir a algún parque temático, en cambio Oliver prefería montarse en<br />

alguno de aquellos ascensores orbitales de los que todo el mundo hablaba y que decían llegaban hasta<br />

el espacio.<br />

Al rato la señora Dobb regresó, Oliver y Julie fueron hacia ella haciéndole preguntas, pero ésta<br />

hizo caso omiso de la expectación de los niños. Su rostro revelaba preocupación, aunque trató de<br />

sonreír cuando le dijo al muchacho:<br />

- Oliver, tu padre te llama. Quiere que vayas enseguida.<br />

- ¿Y yo no?- Dijo Julie.<br />

- No, tú no. Tú te quedas aquí.<br />

- Jo, eso no es justo. ¿Por qué puede ir él y…- Pero la mirada de la señora Dobb no dejaba<br />

lugar a dudas. El muchacho no sabía qué hacer, no alcanzaba a adivinar por qué su padre adoptivo le<br />

reclamaba.<br />

- Venga, Oliver. No seas remolón. Frank te está esperando.- Insistió la señora Dobb.<br />

El muchacho bajó las escaleras, cruzó el salón y llegó a la puerta <strong>del</strong> despacho. Pero antes de<br />

entrar se miró en un espejo que quedaba en el cuarto de baño colindante. Sabía que su padre adoptivo<br />

le regañaría si iba con aquel aspecto. Para Frank Rousseau la importancia de un hombre descansaba en<br />

el hecho de ir siempre arreglado. Por supuesto la belleza de una persona se encuentra en su interior,<br />

pero en palabras de su padre adoptivo: “si un hombre presenta un aspecto desaliñado es señal de un<br />

interior caótico y descuidado”. Se arregló la camisa y se alisó el jersey. A continuación, con la mano<br />

se intentó alisar los rizos indómitos castaños que a su pesar salían de su cabeza. No lo consiguió, pero<br />

por lo menos logró rehacer una raya en el lado derecho de la cabeza. Por último se miró de pies a<br />

cabeza. Tenía once años, era un chaval alto aunque no demasiado, lo suficiente como para que en el<br />

colegio le eligieran capitán <strong>del</strong> equipo de baloncesto. Por lo demás, era de constitución fibrosa, su<br />

rostro era alargado y fino, con orejas pequeñas, la nariz algo perfilada, y los ojos azules acuosos. La<br />

señora Dobb siempre decía que se convertiría en un rompecorazones, aunque de momento él se<br />

ruborizaba cada vez que le comentaban ese tipo de cosas.<br />

En fin, tras observarse de cabo a rabo se dio a sí mismo el visto bueno, y ya iba a girar el<br />

pomo de la puerta cuando unas voces le alertaron que su padre adoptivo no se encontraba solo.<br />

- …Oliver es un buen muchacho, no le haría daño a nadie.- Dijo Frank- Doy fe de ello. No<br />

tienen por qué llevárselo; yo mismo, si fuera necesario, le enseñaré todo lo que le haga falta.<br />

El chico, al escuchar aquello, se detuvo en seco. No entendía: ¿a dónde tenían que llevárselo?<br />

Pegó el oído a la puerta.<br />

- Le agradecemos su ofrecimiento,- habló una mujer- pero no podemos confiarle la atención<br />

<strong>del</strong> chico. No nos entienda mal, no queremos darle a entender lo contrario, que sea mal muchacho.<br />

Pero tiene que comprender que a la larga será mejor para usted y para él. No vamos a hacerle daño ni a<br />

encerrarle en una cárcel, sólo queremos darle una educación como merece.<br />

¿Cómo educación? Cada vez entendía menos. Él era Oliver Rousseau, su padre adoptivo desde<br />

hacía cuatro años era Frank Rousseau; la mujer de éste, aunque no estuvieran casados, la señora Dobb.<br />

Vivían felices, Oliver iba a un internado de prestigio, tenía algunos amigos, jugaba al baloncesto y era<br />

bueno en los estudios. ¿Por qué tenían que llevárselo? ¿Acaso no le estaban dando una buena<br />

educación?<br />

- Aún así tengo que informarles que no estoy de acuerdo,- continuó Frank- sé a dónde se lo<br />

llevan, y me niego a verlo una vez al año para navidad o a no llegar a verlo. Es mi hijo. Si procede,<br />

llegaré a los tribunales, pero de aquí no se van con él.<br />

Oliver estaba cada vez más asustado, ¿qué era todo aquello?<br />

- Entonces iremos a los tribunales. Créame, perderá el tiempo. Es el gobierno quien dicta estas<br />

leyes.<br />

- Bla, bla, bla, el gobierno, el gobierno. Si estamos en una democracia, ¿por qué el gobierno<br />

nos obliga a hacer lo que no queremos?<br />

- Es por su bien.<br />

- ¿Por mi bien? No me haga reír.<br />

4


- Sí, aunque no lo crea. Es por su bien, por el bien de todos. No hacemos las cosas porque sí.<br />

Todo tiene una razón y si…<br />

- Shhhh…- susurró una voz de hombre haciéndoles callar. El muchacho escuchó cómo unos<br />

pasos fueron hacia la puerta. Le habían descubierto, habían escuchado su respiración agitada y ahora<br />

no había escapatoria. Entonces, Oliver sintió una oleada de pánico en sus entrañas. ¿Qué podía hacer?<br />

Hablaban de llevárselo de allí, a un lugar de donde ya no podría regresar. Ni siquiera el orfanato era<br />

tan terrible. El pomo comenzó a girar, trató de aferrarse a él para impedir que quien estuviera al otro<br />

lado le descubriese, pero el hombre era más fuerte. Estaba desesperado, y por un momento trató de<br />

imaginar qué podía hacer para que la puerta no se abriera.<br />

Y de repente sucedió. Sintió como si una llamarada saliera de su mano. El pomo de la puerta<br />

cada vez estaba más caliente.<br />

- Arghhh, me quemo. ¡Me quemo!- Gritó el hombre adentro.<br />

En ese momento, Oliver se apartó de la puerta, el metal se había derretido, en el lugar donde<br />

se había encontrado el pomo ya no quedaba nada que recordase a tal. Ante aquello, asustado por lo que<br />

acababa de hacer, salió de la casa, y aunque estaba anocheciendo se fue directo al bosque de Fontaine<br />

Roige.<br />

Aparentemente Oliver Rousseau se trataba de un muchacho normal. Once años, alto, <strong>del</strong>gado, con un<br />

aspecto que a la señora Dobb le parecía el atisbo de un futuro rompecorazones. Pero por otro lado<br />

había nacido con un don. Era capaz de llevar a cabo cosas que el resto ni se atrevía a soñar, cosas<br />

increíbles que ni los más portentosos prodigios de la técnica eran capaces de realizar. Por decirlo de<br />

otro modo tenía poderes especiales. No sabía cómo o por qué, pero los tenía. Y bien hubiera querido<br />

saberlo porque de ser así hubiera elegido no poseerlos. Pensaba que si sus padres, los verdaderos, no<br />

los adoptivos, le habían abandonado en el orfanato al poco de nacer, era debido a estos “poderes<br />

especiales”.<br />

Recordaba todavía la primera vez que descubrió que los tenía. Fue a los siete años. A uno de<br />

sus compañeros de dormitorio, de nombre Louis, se le había roto su taza favorita, una taza de las<br />

tortugas ninja que le había tocado en una rifa, y durante horas lloró ante los fragmentos esparcidos por<br />

el suelo en el dormitorio. Entonces Oliver no tuvo que hacer mucho, sólo desearlo y por arte de magia<br />

los fragmentos comenzaron a desplazarse por el suelo y a unirse hasta integrar de nuevo la taza. Ni<br />

que decir tiene que los muchachos, de cinco años ambos, se quedaron obnubilados. ¿Cómo había sido<br />

aquello? Louis tiró de nuevo la taza al suelo, y de nuevo Oliver al desearlo hizo que se recompusiera.<br />

- No sabía que podía hacer esto- Comentó Oliver con orgullo. Cogió la taza, por tercera vez la<br />

rompió, y por tercera vez la recompuso sin saber cómo.<br />

Observó a su compañero, esperaba que éste estuviera tan maravillado como él, pero en cambio<br />

Louis comenzó a llorar. Le observaba como si fuera un monstruo, le dijo que era un monstruo y que<br />

jamás le volviera a dirigir la palabra. Dicho esto agarró la taza y se fue corriendo <strong>del</strong> dormitorio para<br />

avisar a los profesores. Estos llegaron ipso facto, y sin decir esta boca es mía se lo llevaron a rastras al<br />

despacho <strong>del</strong> director. Allí le hicieron un sinfín de preguntas, si era cierto lo que Louis les había dicho,<br />

si alguna vez antes había cometido algo parecido,… Al principio Oliver no contestó, el terror le<br />

paralizaba. ¿Por qué se comportaban de aquel modo? ¿Acaso lo que acababa de hacer no era bueno,<br />

volver a montar la taza? Tan solo tenía siete años, no comprendía a qué venía todo aquel alboroto. Y<br />

sin embargo, algo en su cabeza le dio a entender que el hacer cosas que el resto no podía ni soñar<br />

resultaba peligroso. Le tratarían como a un bicho raro, y él no quería aquello. Cuando por fin contestó<br />

dijo que no sabía de qué le estaban hablando, que estaba tan tranquilo en el dormitorio cuando Louis y<br />

el profesor Onetti llegaron muy sulfurados.<br />

Coló, le dejaron en paz, pero a partir de aquel día los profesores <strong>del</strong> orfanato no le quitaron ojo<br />

avizor. Tampoco sus compañeros, Louis se volvió su enemigo y pronto la voz de lo que había hecho se<br />

corrió por entre todo el orfanato. A menudo le hacían bromas, no le dejaban jugar con el resto a<br />

ningún deporte en el patio, estornudaban en su comida, o le llamaban por motes estrafalarios como<br />

extraterreste, alienígena, parapsicólogo, o el peor de todos, “bicho raro”. Al final le habían terminado<br />

tratando como a un bicho raro. Y eso que desde entonces trató por todos los medios de evitar hacer<br />

cualquier cosa como aquella. Pero no lo consiguió.<br />

5


Un día de junio, cuando ya tenía ocho años, rompió un plato en el comedor. Era la hora de la<br />

cena, el cocinero habitual estaba enfermo y el sustituto les había preparado sopa. Pero una sopa<br />

asquerosa, llena de grumos, de tal manera que si uno metía la mano en el plato al sacarla se llevaba<br />

consigo la mitad <strong>del</strong> contenido. En definitivas cuentas, una sopa que sólo de verla daban ganas de<br />

vomitar. Y allí estaba Oliver, en una mesa apartada <strong>del</strong> resto <strong>del</strong> mundo, frente a frente con algo de lo<br />

que dudaba que fuera comestible. Y de repente ante sus ojos el plato se rompió derramándose el<br />

contenido por la mesa. Algunos de los niños en las mesas cercanas bufaron.<br />

- Te la has cargado, bicho raro. Tres días de castigo.- Al parecer nadie se había dado cuenta de<br />

que desde se sentara, había tenido los brazos cruzados sin moverse.<br />

Oliver, por ello, suspiró aliviado, al fin y al cabo sólo tendría que soportar tres días de castigo<br />

por haber roto un plato. Pero cuando observó los restos de éste se echó a temblar. Cuando un jarrón,<br />

una taza, un vaso o un plato se quiebra, normalmente se hace añicos, hay fragmentos de diverso<br />

tamaño, desde unos muy grandes hasta otros que apenas pueden distinguirse. Pero aquel plato se había<br />

partido en dos trozos exactamente iguales, y los bordes se encontraban completamente lisos, sin<br />

imperfección alguna. Aquello era antinatural, como si alguien lo hubiese cortado con una espada<br />

japonesa muy afilada, y todo el mundo se daría cuenta de ello. Lentamente, intentando no levantar<br />

sospechas, se levantó y se marchó hacia los dormitorios.<br />

- Ujujujuy, mirad como corre el gallina.- Dijo Louis desde una de las mesas.- Ya te<br />

cogeremos, bicho raro.<br />

No, esta vez no iban a cogerle. Oliver decidió que ya estaba bien de que se metieran con él.<br />

Una vez en su dormitorio metió todo lo que pudo en una mochila, y a continuación, por un árbol que<br />

había junto a la ventana, bajó hasta el patio. Allí se dirigió a la valla y haciendo provecho por una vez<br />

de su don dobló las barras lo suficiente como para poder salir.<br />

El viento de la noche le golpeó en la cara. En ocho años no recordaba haber salido nunca de<br />

los límites <strong>del</strong> orfanato, tan solo una vez que los llevaron de excursión al descampado junto a una<br />

capilla cercana. Y entonces Louis y otros se habían encargado de hacer de las suyas. Le habían<br />

atrapado entre varios y le habían llenado toda la ropa, incluidos los calzoncillos, de arena. Pero todo<br />

eso ya era agua pasada, ahora se encontraba fuera, había escapado, y por nada <strong>del</strong> mundo iba a<br />

regresar. A lo lejos podía ver las luces de la ciudad y decidió que aquel sería un buen sitio para él de<br />

allí en a<strong>del</strong>ante.<br />

Aquella noche durmió en un parque. Afortunadamente por aquella época no hacía demasiado<br />

frío. Sin embargo, no era al frío a lo que tenía que temer: el hambre acometía con furia, no había<br />

ingerido nada desde el mediodía y le daba asco la comida que veía en los cubos de basura. A la<br />

mañana siguiente, cuando despertó, lo mismo. No podía pedirle a nadie algo de comer por temor a que<br />

lo regresaran al orfanato. Al mediodía, un policía que sospechaba de su procedencia le preguntó que<br />

dónde estaba su casa. Oliver entonces echó a correr como alma que lleva el diablo. La calle estaba<br />

llena de gente y Oliver tropezaba con todo el mundo, pero al menos él era pequeño y ágil, el policía en<br />

cambio le doblaba el tamaño y era bastante torpe. Al final consiguió alejarse.<br />

Una vez despistó al agente regresó al parque. Allí, sentado en el mismo banco donde había<br />

dormido, contempló como la gente hacía pícnic junto a un estanque. El estómago le hacía ruidos como<br />

nunca los había escuchado. Quizás si se lo pedía a alguno de los que estaban allí le dieran algo de<br />

comer. Pero le daba vergüenza, no sabía cómo hacerlo. ¿Y si le dijeran que no? Tuvo que ser una<br />

señora mayor la que espontáneamente le ofreció un bocadillo. No era gran cosa, pero fue suficiente<br />

para quitarle el hambre. Fue en ese momento cuando decidió que debía encontrar un trabajo. Salió <strong>del</strong><br />

parque y durante horas anduvo por la ciudad hasta que vio una carpa como de circo en la plaza frente a<br />

un centro comercial. En la entrada se podía leer “Bizarre” y “Freaks”, que en francés y en inglés<br />

respectivamente quiere decir raro o extraño. Eso llamó la atención <strong>del</strong> chico puesto que se consideraba<br />

a sí mismo un ser bastante extraño y singular. Sin que nadie se diera cuenta se metió dentro de la<br />

carpa. Allí había un faquir, una mujer barbuda, un tragafuegos, un forzudo, una niña sirena con las<br />

piernas unidas, un hombre pingüino con una membrana entre los dedos de la mano, un hombre lobo<br />

con pelo por todo el cuerpo,… en definitivas cuentas, gente verdaderamente extraña y estrambótica.<br />

Tal como él se consideraba.<br />

6


- ¡Eh!- gritó alguien a sus espaldas- Eh, tú. ¿No sabes que los niños no pueden entrar aquí?- Se<br />

trataba de un guarda <strong>del</strong> centro comercial.<br />

- Por favor, lléveme al encargado.- Dijo en cambio Oliver.<br />

- ¿Al encargado?- Se extraño el guarda- Ah, entiendo. Te has perdido, no sabes donde están<br />

tus padres, ¿no es cierto?- El chico no contestó- Tranquilo, los encontraremos.<br />

El guarda le llevó al interior <strong>del</strong> centro comercial. Allí le dejó en una especie de sala de espera.<br />

Al momento por los altavoces <strong>del</strong> centro se pidió a los padres de un tal Oliver que fueran a dirección.<br />

Pero el chico no permaneció mucho tiempo allí, enseguida se escapó de nuevo y fue por los distintos<br />

pasillos hasta que encontró una puerta que consideró como la más lujosa. En un rótulo dorado ponía<br />

“Frank Rousseau”, ese debía de ser el jefe de todo aquello. Entró sin llamar. Adentro un hombre de<br />

unos cuarenta años, alto, moreno, y vestido con traje y corbata, se encontraba sentado junto a una<br />

mesa de caoba. La oficina era bastante espaciosa, en las paredes había estanterías repletas de libros,<br />

encima de la mesa se podía ver un ordenador y en una de las esquinas un cenicero repleto de colillas.<br />

- Hola- le dijo al verle- ¿Te has perdido?- Era la segunda vez que le preguntaban si se había<br />

perdido, y el chico supuso que como el guardia aquel hombre no le haría caso. Ya se iba a ir cuando<br />

éste añadió- No, no te vayas, acércate, ¿cómo te llamas?<br />

- Me llamo Oliver.<br />

- Oliver, bonito nombre. Pero acércate, por favor, y siéntate, ¿quieres un caramelo?- El chico<br />

asintió y tomó el caramelo- Y bien, Oliver, ¿a qué has venido?<br />

- He venido a pedir trabajo.<br />

- ¿Trabajo?- Se sorprendió Frank Rousseau- Mmmm… de acuerdo, ¿de qué quieres trabajar?<br />

- De fenómeno.<br />

- ¿Cómo?- Se sorprendió aún más.- Mmmm… no comprendo.<br />

- Pues vaya si es sencillo. De fenómeno de circo, como esos que están en la plaza. Soy un<br />

chico bastante extraño…<br />

Durante un momento una expresión de incomprensión inundó el rostro de Frank.<br />

- Pues,… que quieres que te diga. Yo te veo como un muchacho de lo más normal. A menos<br />

que me digas que en casa te clavas alfileres, o que seas un niño barbudo, o que debajo de esos zapatos<br />

tengas los pies como los de un pato.<br />

Oliver no contestó, tan solo se limitó a señalar con el dedo el cenicero. Al principio no sucedió<br />

nada pero tras unos segundos las colillas comenzaron a agitarse y poco a poco conformaron una<br />

especie de muñeco que fumaba y que cada vez que lo hacía tosía mostrando así lo malo que es el<br />

tabaco.<br />

- ¿Soy o no un fenómeno?- Preguntó Oliver.<br />

Pero Frank Rousseau no contestó. Se limitó a observar el muñeco durante unos minutos sin<br />

mediar palabra hasta que llegado un momento se levantó, fue hacia la puerta que se hallaba<br />

entreabierta, y la cerró. Después de eso se sentó de nuevo, apoyó los codos sobre la mesa, y mirándole<br />

fijamente comenzó a preguntarle acerca de dónde provenía, quiénes era sus padres, qué hacía allí, y si<br />

alguien más sabía que podía hacer esas cosas. De este modo se enteró que a Oliver sus padres lo<br />

abandonaron nada más nacer, que se había escapado <strong>del</strong> orfanato donde vivía el día anterior, y que<br />

sabía que tenía “poderes especiales” desde el pasado año. Ah, sí, y que en principio sus profesores y<br />

compañeros tan solo sospechaban de sus habilidades pero no podían probarlas.<br />

Cuando terminó de preguntarle Frank tomó el teléfono y comenzó a marcar un número. Pero<br />

después lo pensó mejor.<br />

- Espera aquí.<br />

Y nada más decirlo salió por la puerta. Oliver obedeció, no sabía por qué pero confiaba en<br />

aquel hombre. Aunque la espera empezaba a resultar demasiado larga. Fue hacia la puerta y descubrió<br />

que Frank la había cerrado por fuera. No podía hacer nada. O sí, buscó en los cajones de la mesa y<br />

encontró una bolsa con caramelos como los que antes éste le dio. Cuando se terminó los caramelos se<br />

entretuvo tratando de poner los lápices en pie sin utilizar sus poderes. Al final se hartó de no<br />

conseguirlo y usó sus poderes. Finalmente, después de tres horas esperando, se fijó en el muñeco de<br />

colillas de cigarros que aún se movía sobre la mesa tosiendo y asfixiándose. Pensó en qué podría hacer<br />

con él. Podría ser que lo convirtiese en un malabarista, o en un domador de leones. Habría salido tan<br />

7


solo una vez en su vida <strong>del</strong> orfanato, pero había visto a menudo por la tele <strong>del</strong> salón común <strong>del</strong><br />

orfanato programas de circo. Le encantaba el circo y admiraba profundamente a los domadores de<br />

leones. Pero antes de que pudiera reconvertir al muñeco, Frank entró en la oficina.<br />

- Escucha, Oliver.- Comenzó a decir Rousseau- Tengo que hablar contigo. He llamado al<br />

orfanato, pero tranquilo, les he informado que de momento estás conmigo y que estás bien, y que hasta<br />

que ellos no digan lo contrario te quedarás aquí, porque por lo que supongo no quieres regresar allí.<br />

¿No es cierto?- Hizo una pausa y prosiguió- Escucha, Oliver, y escucha atentamente, quizás esto te<br />

suene un poco precipitado pero les he dicho que quiero adoptarte.<br />

Aquellas palabras sorprendieron al muchacho que nunca se hubiera esperado aquello. A veces<br />

iban parejas al orfanato y adoptaban a alguno de sus compañeros. Pero jamás se habrían fijado en él.<br />

Era un bicho raro y nadie adoptaba a los bichos raros.<br />

- Pero no lo haré si tú no estás de acuerdo.- Añadió Frank.<br />

- ¿Por… por qué yo?- Acertó a balbucear Oliver.<br />

- Eso no te lo puedo decir.- Y añadió- Si quieres ve unos días a mi casa de campo y dime si te<br />

gusta. Allí te estará esperando Cynthia, mi mujer, y su hija que se llama Julie. Mi secretario se<br />

encuentra fuera, él te llevará allí. Yo no puedo porque ahora mismo tengo mucho trabajo, pero cuando<br />

llegue el fin de semana iré allí, y conmigo verás a un asistente social. ¿Qué dices? ¿Estás de acuerdo<br />

con esto?- Oliver durante un momento dudó pero finalmente aceptó. Aquello era demasiado bueno<br />

como para rechazarlo.- Sin embargo, antes de irte me tienes que prometer una cosa,- Rousseau agarró<br />

de la mesa al muñeco de colillas y lo metió en una bolsa opaca- que por nada <strong>del</strong> mundo, ni ante<br />

Cynthia, ni ante mi secretario, ni ante cualquier persona que no sea yo, mostrarás tus poderes.<br />

Desde aquel instante Frank Rousseau había sido su padre adoptivo, y hasta aquel día, él, Oliver<br />

Rousseau, había cumplido su promesa. Hasta el suceso <strong>del</strong> pomo. Pero no pensó mucho en aquello,<br />

corría por el bosque de Fontaine Roige, y aunque se lo conocía de cabo a rabo de las veces que había<br />

paseado por él, la oscuridad hizo que tuviera miedo de tropezar. Finalmente llegó a un lago en el<br />

centro <strong>del</strong> bosque, en un lateral había un embarcadero y junto a él unos bancos. Se sentó en uno e<br />

intentó descansar.<br />

Fue en ese momento cuando pudo pensar en lo que había sucedido durante la tarde. Caviló en<br />

las palabras de aquellas personas dentro <strong>del</strong> despacho de su padre adoptivo. Querían llevárselo,<br />

querían darle una educación. Ahora bien, ¿qué clase de educación? Quizás tuviera que ver con su don,<br />

con sus habilidades. A fin de cuentas, seguramente no fuera él el único. La historia que a menudo le<br />

contaba a Julie no se la había inventado, sino que soñaba con ella desde que tenía uso de razón. Con<br />

mayor o menor detalle, siempre eran los mismos hechos. Algunas veces el sueño se mostraba diferente<br />

respecto de otras ocasiones. Por ejemplo, una vez pudo leer el letrero <strong>del</strong> laboratorio: “Minimal<br />

Technology Corporation”. Estando en el internado buscó ese nombre por Internet y eureka: se trataba<br />

<strong>del</strong> nombre de una empresa de ingeniería informática cuya sede central se encontraba en la ciudad de<br />

Helgist en Suecia. También encontró que unos cincuenta años atrás el edificio había sufrido una<br />

tremenda explosión y la sede tuvo que ser trasladada a otra ciudad hasta que se construyó uno nuevo.<br />

Hasta ahí todo concordaba, sin embargo no se decía ni una sola palabra <strong>del</strong> “Hombre de cobre”.<br />

Poco a poco el sueño invadió a Oliver hasta que se durmió en el banco. Y como otras tantas<br />

veces soñó con los sucesos <strong>del</strong> laboratorio. La primera explosión, la columna de humo negro en el<br />

horizonte, los vecinos agolpándose en la entrada, los bomberos con sus mangueras tratando de apagar<br />

el fuego, las ambulancias,… de repente la segunda explosión, el coche de bomberos que se vuelca, y el<br />

Hombre de cobre que apareció de entre las ruinas majestuoso y gallardo como un dios griego. Hasta<br />

ahí lo de siempre. Sin embargo, algo había cambiado. Cuando el Hombre de cobre levantó los brazos<br />

el sueño no se interrumpió como de costumbre sino que continuó. Ahora se hallaba sobre un lago,<br />

caminaba sobre las aguas, sin hundirse, y como solía ser habitual en él, andaba a grandes trancos. Pero<br />

lo extraño de aquel sueño no era que el Hombre de cobre anduviese sobre la aguas sin hundirse. Oliver<br />

se fijó en el paraje alrededor, le resultaba demasiado conocido. Hasta que reconoció el embarcadero y<br />

más allá a sí mismo dormido sobre el banco.<br />

Se despertó y miró al lago, el Hombre de cobre no estaba allí. Suspiró aliviado. En aquel<br />

instante escuchó el sonido de una voz que desde el bosque le llamaba. Reconoció la voz, se trataba de<br />

8


Frank. Durante unos segundos pensó que tenía que seguir huyendo, aunque una parte de él decidió que<br />

nada haría con ello, y que tenía que dar la cara ante las circunstancias.<br />

- ¡Aquí, aquí!- Gritó el muchacho. Su padre adoptivo enseguida dio con él. En un principio no<br />

dijo nada, únicamente se sentó en el banco a su lado.<br />

- Así que… esto es un adiós. Me llevarán con ellos.- Dijo Oliver de nuevo.<br />

- Eso parece.<br />

Padre e hijo contemplaban la luna reflejarse en el lago. Se trataba de una visión hermosa, pero<br />

en realidad si se encontraban contemplando el lago no era porque les resultara bonito, sino porque se<br />

mostraban incapaces de mirarse a los ojos.<br />

- ¿Y cómo es ese sitio al que me van a llevar? Tú no pareces estar muy de acuerdo.<br />

- No es que esté en desacuerdo, pero sé cómo funciona. No es como el internado que puedes<br />

regresar en verano, en semana santa o en navidades, si te vas te quedarás siempre allí y únicamente<br />

podremos verte cuando sea navidad y solo durante unas pocas horas.<br />

- ¿Cómo lo sabes?<br />

Su padre adoptivo no respondió inmediatamente. De su bolsillo sacó un pequeño estuche<br />

como de un reloj. Lo abrió y dentro se encontraba el muñeco de colillas de cigarros que una vez hizo,<br />

el cual, cuando se vio libre, se levantó y se desperezó.<br />

- Hace tiempo le quité el cigarro de la boca. Ya no tose ni se asfixia, ahora corre y hace<br />

ejercicio. Gracias a éste muñeco dejé de fumar.- Y añadió- Mi sobrino, el hijo de mi hermana, también<br />

era como tú. Tenía… habilidades. Pero él en cambio no era capaz de hacer estas cosas, tan solo<br />

cuando se columpiaba podía quedarse más tiempo arriba, como si la gravedad no fuese con él. Se lo<br />

llevaron cuando tenía doce años. Por eso, cuando creaste este muñeco, decidí que tenía que adoptarte,<br />

quería evitar a toda costa que te ocurriera lo de mi sobrino. Que se te llevaran como lo hicieron con él.<br />

Aunque ahora pienso que he sido un poco egoísta. Tienen razón, aquel sitio seguramente será lo mejor<br />

para ti.<br />

- ¿Y tu sobrino? ¿Qué fue de él? ¿Lo volviste a ver?<br />

- Sí, durante dos años nos reunimos para la cena de navidad. Decía que aquel lugar le gustaba<br />

mucho y que se lo pasaba muy bien. Supongo que demasiado, por eso al tercer año no acudió.- Oliver<br />

puso cara como diciendo: “no entiendo”.- Sí, en ese sitio eres tú, el alumno, quien decide si quieres ver<br />

a tus padres en navidad o no.<br />

- Yo siempre querré veros en navidad.<br />

- Eso espero. Pero no puedo obligarte a nada.<br />

Una lechuza ululaba desde uno de los árboles, durante unos instantes se limitaron a escuchar<br />

aquel sonido.<br />

- No quiero ir, me niego a ir.- Dijo Oliver finalmente.<br />

- Pero tienes que hacerlo. Ya los has oído, la ley está de su parte.<br />

- Pero, ¿por qué?<br />

- No intentes saberlo. Aunque, por otra parte, si te quedas aquí sería una pena que una persona<br />

con tu talento se desaprovechase.<br />

- Yo nunca quise tener este talento.<br />

- Pero lo tienes y no puedes hacer nada para remediarlo. No pienses en las cosas malas,<br />

imagina todo el bien que podrías hacer con él.<br />

En ese momento Oliver comenzó a llorar. Él y su padre adoptivo se abrazaron y el chico pudo<br />

derramar sus lágrimas amargas sobre la chaqueta de éste. Cuando quedó consolado, ambos se<br />

levantaron y regresaron a la casa. Aunque Oliver, antes de penetrar en el bosque, miró al lago, intuía<br />

que esa seguramente sería la última vez que estuviese allí.<br />

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02. El Mínimomundo.<br />

Conforme el tren le fue alejando de su hogar, los sueños por la noche cambiaron. El Hombre de cobre<br />

ahora viajaba por otros mundos diferentes de los laboratorios de Helgist y <strong>del</strong> estanque. Y a cada sitio<br />

al que iba Oliver los fue reconociendo, puesto que él propiamente había pasado por ellos la jornada<br />

anterior. Era como si el Hombre de cobre le fuera siguiendo, como si le quisiera mostrar cómo era el<br />

aspecto <strong>del</strong> tren inmerso por bosques o surcando ciudades desde fuera. Sin embargo, esto no preocupó<br />

al muchacho puesto que ni siquiera podía estar seguro de que dicha criatura existiera. Lo único en lo<br />

que podía pensar era que le estaban arrastrando a un lugar <strong>del</strong> que no sabía nada, y se estaba dejando<br />

llevar como una oveja va camino <strong>del</strong> matadero. Junto a él permanecían el hombre y la mujer que<br />

fueron a ver a su padre adoptivo aquella noche, los cuales no se separaron de él ni un instante, ni<br />

siquiera para ir al servicio. El hombre llevaba un vendaje en la mano con la que agarró el pomo, y<br />

seguramente fuera por esto que durante todo el tiempo se mantuvo adusto y con cara de pocos amigos.<br />

La mujer, en cambio, intentó varias veces iniciar una conversación, pero en estas ocasiones<br />

únicamente le preguntó acerca de cómo se sentía: si alegre, si triste, etc., a lo que el chico no contestó,<br />

no porque estuviera enfadado, sino que sencillamente no sabía cómo sentirse si ni siquiera conocía el<br />

lugar a donde le llevaban.<br />

Al cabo de dos semanas por fin arribaron a su destino. Aunque en realidad no era su destino, sino otra<br />

estación emplazada en los Urales donde Oliver tenía que coger otro tren. Sin embargo, el hombre y la<br />

mujer, de los cuales ni siquiera había escuchado ni su nombre, se despidieron, y esto le ánimo. Por fin<br />

se había librado de ellos.<br />

Mas no pudo pensar mucho en esto porque una vez entró en el recinto de la estación sus ojos<br />

se abrieron como platos: calculó que en los andenes de aquel lugar habría entre dos mil quinientos y<br />

tres mil niños, la mayoría de entre once y doce años de edad, al igual que él. Procedían de todas las<br />

partes <strong>del</strong> mundo, conforme se fue adentrando con la maleta a rastras entre la multitud atendió a una<br />

infinidad de idiomas y de acentos. Hasta que próximos a una columna pudo escuchar a un grupo de<br />

niños que hablaban francés. Se acercó, sería un grupo de unas quince personas entre chicos y chicas el<br />

cual le acogió de buena gana, al igual que a otros que atraídos por el idioma fueron llegando. Pronto<br />

hizo buenas migas con uno de ellos, un tal Pierre, un chaval de su edad, de mediana estatura, rubio,<br />

ojos marrones y algo más corpulento que él. Descubrieron que tenían mucho en común. Ambos habían<br />

ido a colegios parecidos, ambos habían vivido en casas de campo junto a un bosque, y ambos<br />

compartían su afición por los deportes, aunque a Pierre le gustaba más el fútbol mientras que a Oliver<br />

le apasionaba el baloncesto. La única diferencia era que Pierre nunca había estado en un orfanato,<br />

había vivido siempre con sus padres naturales, por lo que Oliver supuso que a éste le había costado<br />

mucho despedirse de estos.<br />

Dos horas más tarde el tren hizo su entrada en la estación, se trataba de un tren enorme con un<br />

ancho que ocupaba dos vías, de color gris metálico y sin ninguna inscripción fuera. Entonces la<br />

multitud, que hasta entonces se había mantenido tranquila, se puso en movimiento. Era como si toda<br />

aquella gente quisiera entrar al mismo tiempo. El caos a su alrededor era enorme, los guardias trataban<br />

de controlar la situación pero apenas daban abasto para manejar a tanto niño suelto. Por ello, cuando<br />

las puertas <strong>del</strong> tren se abrieron, la gente se apelotonó en las entradas a pesar de que los guardias<br />

informaban que había sitio para todos. Así Oliver fue separándose paulatinamente de sus nuevos<br />

amigos. Su maleta era especialmente grande y pesada y le costó penetrar en la muchedumbre, sobre<br />

todo porque cada cual allí no se cortaba un pelo en empujar al resto. De este modo, no se percató<br />

cuando al entrar uno de los encargados le colgó una especie de bolsa de viaje al cuello. Solamente le<br />

importaba encontrar de nuevo a Pierre, o por lo menos a alguno <strong>del</strong> grupo junto a la columna. Pero<br />

todo fue inútil. Durante media hora, durante las cuales el tren se había puesto en marcha y acelerado<br />

hasta acoger su velocidad punta, se desplazó por el larguísimo corredor central; a ambos lados había<br />

compartimentos y cada uno podía albergar hasta ocho personas, pero por mucho que mirara por las<br />

puertas deslizantes de cristal, no pudo ver a ninguno de ellos. Finalmente desistió y cansado de vagar<br />

de un lado para otro entró en un compartimento donde sólo había cuatro chicos ocupándolo, todos<br />

aproximadamente de su edad, vestidos de manera similar con jersey, camisa y pantalón, a excepción<br />

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de uno que aparentaba ser un tanto mayor ataviado con una camiseta de un grupo de heavy metal y<br />

pantalones de camuflaje. Éste se hallaba junto a la ventana observando reflexivamente el exterior, y a<br />

Oliver esto le extrañó puesto que debido a la velocidad tan solo se podía ver una mancha marrón<br />

anaranjada contra el cielo celeste. En cualquier caso, los otros tres chicos charlaban animadamente.<br />

Uno de ellos era rubio y de ojos azules, tan <strong>del</strong>gado como él pero un poco más bajo, tenía la cara<br />

pecosa y tartamudeaba al hablar. El segundo era moreno y de ojos negros, pequeño y escurridizo así<br />

como no paraba de moverse. Y finalmente el tercero era un chaval también moreno, algo rellenito,<br />

mofletudo y con una sonrisa permanente en los labios. Nada más pasar la puerta corredera les saludó,<br />

les dijo: “Bonjour”, pero estos no le entendieron, ninguno de ellos hablaba francés. No obstante, el<br />

chico mofletudo no se amilanó, y por señas le comunicó que buscara en la bolsa de viaje que llevaba al<br />

cuello. Oliver hasta ahora no había reparado en ella, pero al correr la cremallera se sorprendió de<br />

encontrar un folleto de la Academia Blixen (así que era allí a donde iban), un libro gordo que pesaba<br />

un montón pero que curiosamente las pastas estaban en blanco y todas las páginas en blanco, y una<br />

especie de auricular. El chico mofletudo, a continuación, le señaló el auricular y se tocó la oreja.<br />

Oliver obedeció, se llevó el auricular al oído y justo hacerlo dio un respingo puesto que el aparato,<br />

nada más tocar su piel, se desvaneció.<br />

- Se trata de un traductor universal, ahora nunca tendrás problemas con los idiomas.- Informó<br />

el chico mofletudo.<br />

- ¿Y por qué… Es como si se hubiera volatilizado.<br />

- Eso es porque está hecho de nanomateria.- Aquella era la primera vez que Oliver escuchaba<br />

aquella palabra.<br />

- ¿Qué es la nanomateria?<br />

Al momento recibió un zumbido proveniente <strong>del</strong> libro gordo. Lo abrió, en la primera página<br />

encontró que algo acababa de ser escrito con letras pequeñas y negras. Arriba rezaba un título:<br />

“Veinticinco preguntas y respuestas sobre la tecnología mínima”, justo debajo vio un “1” acompañado<br />

de la cuestión que acababa de hacer: “¿Qué es la nanomateria?” Y a continuación la respuesta: “La<br />

nanomateria es un conjunto de partículas minúsculas, no visibles al ojo humano, que conforman la<br />

base de la nanotecnología. La composición de las partículas de nanomateria es variable, desde<br />

metales pesados hasta gases nobles. Dichas partículas son capaces de interactuar unas con otras<br />

conformando objetos, cuerpos e incluso organismos, y a menudo se les ha asociado con fenómenos de<br />

tipo ambiental y atmosférico. En la actualidad aún no se ha descubierto todas las propiedades y<br />

posibilidades que puede llevar a cabo este tipo de tecnología”.<br />

- ¡Ostras!- Exclamó el chico rubio- ¿Cócocomo has coconseguido que fufuncione?<br />

- No lo sé, simplemente he preguntado y ha aparecido.<br />

- A ver, voy a proprobar. ¿Nonos llevan al área 51?<br />

- ¿Cómo? ¿Qué clase de pregunta es esa?- Se indignó un tanto Oliver. En el libro vio cómo se<br />

marcaba un “2” y la pregunta seguida de la respuesta: un “No” rotundo. Oliver supuso que 25 era el<br />

número máximo de preguntas que uno podía hacer y por eso <strong>del</strong>ante de cada duda aparecía un número.<br />

Pero no pudo pensar mucho en aquello. Escuchó que algo se movía y golpeaba en el interior<br />

de su maleta.<br />

- ¡Eh! ¡Dejadme salir!<br />

Oliver no podía creerlo, cuando la abrió se encontró al chico moreno y pequeño metido entre<br />

sus ropas, con su pijama en la cabeza y un pequeño objeto prismático envuelto en papel de regalo en la<br />

mano. Oliver le arrebató el objeto, era un obsequio que su padre adoptivo le había dado por si<br />

encontraba a su sobrino, David Rousseau.<br />

- ¡Sal de mi maleta!- Gritó Oliver enfadado. El chico enseguida obedeció, dio un salto y se<br />

encaramó en una especie de hueco en la parte superior <strong>del</strong> compartimento para meter el equipaje.<br />

Oliver, a pesar <strong>del</strong> enojo, no pudo mostrar otra cosa que asombro.<br />

- Perdónale,- dijo el chico mofletudo- no puede remediarlo. Su nombre es Rafael, es argentino,<br />

pero le llamamos “el niño hiperactivo”. Yo por mi parte provengo de Italia, soy Giancarlo.- Se dieron<br />

la mano. Giancarlo no le dijo cual era su cualidad pero no hacía falta mucho adivinarlo. Desde que se<br />

habían conocido no había abierto la boca para nada, y sin embargo era él el que más había hablado.<br />

- Encantado, yo soy Oliver, vengo de Francia.<br />

11


- Encantado igualmente. Y él es Alan, es estadounidense.- Señaló Giancarlo al chico rubio, el<br />

cual, subrepticiamente, había cogido el libro de Oliver y no paraba de hacer preguntas: “¿Sosomos<br />

mutantes? No ¿Alguna vez nos ha ababducido un ovni y por eso estamos aquí? No ¿Esestamos en un<br />

lulugar llamado Matrix? No ¿Sosomos superhéroes? No ¿Sosomos magos y vavamos a la escuela de<br />

Hogwarts? No ¿Viajamos hacia Narnia? No ¿Exisxisten los elfos, los orcos, los duduendes y demás?<br />

No ¿Vavamos para que nos chuchupen la sangre y nos coconviertan en vampiros? No ¿Veremos a<br />

Mulder y a Scully? No…” - Le llamamos “el alienígena”.<br />

- No me extraña.- Y a continuación le quitó el libro a Alan de las manos.<br />

- Eh, ¿por qué hahaces eso?<br />

- Porque es mío. Pregunta en tu libro. Vamos, ¿no te fastidia?- Y añadió- Además, te voy a<br />

demostrar que todo eso que preguntas no son más que tonterías: ¿Vamos a la Academia Blixen?- En el<br />

libro por primera vez apareció una respuesta afirmativa: “Sí”.<br />

- ¿Nos dirigimos al Mínimomundo?- Dijo el chico que aparentaba ser mayor. Era la primera<br />

vez que Oliver le escuchaba hablar. No obstante, pudo pensar en otras cosas cuando en el libro<br />

apareció un segundo “Sí”. Aunque no pudo reflexionar mucho sobre aquello ya que Alan comenzó de<br />

nuevo a parlotear.<br />

- Pues yoyo no me creo nininguna palabra. A mí de pepequeño me abdujeron los<br />

exexextraterrestres, y ahora nos llevan al área 51. Si no, fifijaros- El estadounidense se arremangó el<br />

brazo derecho, la piel bajo la camisa estaba verde, como la de un lagarto.<br />

- ¡Increíble!- Exclamó el niño hiperactivo que había abandonado su escondrijo en el sitio <strong>del</strong><br />

equipaje y ahora se encontraba de pié sobre los hombros de Giancarlo.<br />

- Pues esto nonono es nada- siguió hablando Alan- Ahora mi brabrazo es como el de un<br />

rorobot, ahora como el de un forzudo de Kakansas, ahora…- Y sucesivamente el brazo fue cambiando<br />

de aspecto hasta que se llenó de un pelo negro, grueso y espeso- Éste es el que más meme gusta, me<br />

parezco a un hohombre lobo, ahuuuuuuuuuu.<br />

- ¡Idiota!, ¿no sabes que se te puede quedar el brazo así para siempre?- Increpó el chico<br />

mayor, el cual seguía mirando afuera hacia la llanura. A Oliver no le gustó su actitud.<br />

- Él es Esteban,- aclaró Giancarlo a su lado- es español. Tiene quince años, por eso se<br />

comporta de esa manera.- Aunque Oliver no entendió por qué por tener quince años tendría que actuar<br />

de ese modo.<br />

En cualquier caso, la advertencia de Esteban hizo que Alan devolviera a su brazo su original<br />

tono blanco rosado lleno de pecas, así como el niño hiperactivo se tranquilizó y se sentó en su sitio de<br />

una vez. De esta manera, Oliver pudo por fin recoger su ropa desperdigada por el suelo, rehacer la<br />

maleta y colocarla en la parte superior <strong>del</strong> compartimento. A continuación se sentó en el asiento junto<br />

a Giancarlo, y todos a excepción de Esteban comenzaron a hablar y a contarse sus respectivas vidas.<br />

Así pudo comprobar que más o menos todos habían vivido unas experiencias similares. A<br />

todos les sobrevinieron los poderes a una edad temprana (aunque ninguno tan temprano como a Oliver<br />

a los siete años) y a cada cual esto le supuso una sorpresa. Por ejemplo, el niño hiperactivo estaba<br />

corriendo tranquilamente por su casa cuando de pronto se encontró metido en la lavadora dando<br />

vueltas. Casi se ahogó, menos mal que su madre se percató de ello a tiempo y pudo abrir la compuerta.<br />

Por otro lado, cada cual echaba a sus padres de menos, y estos a su vez les había apenado mucho que<br />

se marcharan. Bueno, el caso de Alan era singular, su familia vivía en una de las zonas más recónditas<br />

y apartadas de los Estados Unidos, y de tanto casarse y tener hijos entre primos sus padres creyeron al<br />

verle con la piel verde como un lagarto, que se trataba de un monstruo producto de la degeneración de<br />

la sangre e intentaron venderle a un circo ambulante. Al escuchar aquello Oliver sintió vergüenza<br />

cuando recordó que una vez quiso trabajar de fenómeno.<br />

El tiempo transcurrió y los muchachos se preguntaron qué pasaría con los tres puestos que aún<br />

faltaban por ocupar, si se quedarían vacíos o si alguien acabaría llegando. De vez en cuando a las<br />

puertas deslizantes <strong>del</strong> compartimento se asomaban niños con pinta de perdidos, algunos incluso<br />

abrían las puertas deslizantes, echaban un vistazo al interior, tras lo cual acababan yéndose. Pero<br />

nunca se hubieren esperado Oliver y sus compañeros que los ocupantes de los tres puestos vacíos<br />

fueran finalmente tres chicas ataviadas con vestidos de llamativos colores. Lo primero que pensaron<br />

12


cuando las vieron asomarse fue que se habían equivocado, pero cuando una de ellas comentó “Aquí<br />

estaremos bien”, no pudieron hacer otra cosa que quedarse atónitos. Desde pequeños a cada cual les<br />

habían inculcado (aunque quizás a Alan en su pueblo perdido de Alabama no) la separación por sexos.<br />

Tanto niños como niñas tenían un cuarto de baño propio, unos lugares propios y unos dormitorios<br />

propios. Incluso una de ellas protestó ante la decisión de las otras dos:<br />

- Pero, ¿estáis locas?- Se trataba de una chica de unos once años, alta, pelirroja, de piel blanca<br />

y sonrosada y algo gordita- ¿Por qué no seguimos buscando? Seguro que más allá hay habitaciones<br />

donde solo hay niñas.<br />

Pero las otras dos no le hicieron caso.<br />

- Pues yo creo que aquí estaremos bien- insistió una muchacha <strong>del</strong>gada, rubia y de ojos azules,<br />

y la otra compañera, una chica oriental con el pelo largo, liso y negro, asintió.<br />

Al final la pelirroja tuvo que ceder, pero cuando el niño hiperactivo hizo de las suyas saliendo<br />

por sorpresa de debajo de los asientos, ésta gritó.<br />

- ¡Yo me voy! Aquí no hay más que perturbados.- Y como una exhalación salió por la puerta.<br />

Las recién llegadas colocaron su equipaje en la parte superior <strong>del</strong> compartimento, y la<br />

japonesa enseguida mostró por qué se hallaba en aquel tren cuando cambió el color de su asiento <strong>del</strong><br />

gris monótono y corriente a un tono melocotón. Tras aquello durante varios minutos nadie abrió la<br />

boca, fue Alan quien finalmente se atrevió a romper el hielo:<br />

- Bubueno, ¿y cócomo os llamáis? Yo soy Alan y soy de Alabama, Estados Unidos.<br />

- Yo me llamo Sandra, y mi país es Suiza.- Correspondió la chica rubia.<br />

- Y yo Midori, y soy japonesa.<br />

Entonces poco a poco los chicos perdieron la cortedad y fueron uno a uno presentándose.<br />

Cuando todos lo hubieron hecho, Alan añadió:<br />

- Y ese de ahí es Esesteban. Se cree susuperior porque tiene cucuatro años más que<br />

nononosotros.<br />

- No es que me crea superior- replicó éste un tanto molesto abandonando su habitual<br />

contemplación <strong>del</strong> exterior- pero, ¿cómo os comportaríais si fuerais el único de vuestra edad en un tren<br />

lleno de críos entre once y doce años? Razonad un poquito, cuando descubrieron que podía manejar la<br />

nanomateria yo ya era muy mayor. Así que aquí me veis, me encuentro desplazado, fuera de lugar.- El<br />

resto puso cara de no comprender- Ya veo que hablo con la pared.<br />

Pero la incomprensión de Oliver no se debía a la cuestión de la diferencia de edad, sino a que<br />

por primera vez alguien había dejado translucir que sus “habilidades” se debían al manejo de esa cosa<br />

llamada nanomateria.<br />

- ¿Y qué es lo que hiciste para que te descubrieran?- Le preguntó Sandra a Esteban. El español<br />

dudó un momento si responder o no pero finalmente lo hizo.<br />

- Estaba navegando por Internet cuando desee que la conexión fuera más rápida. Sin darme<br />

cuenta colapsé la línea telefónica <strong>del</strong> barrio entero. ¿Y tú?<br />

Sandra sacó de la bolsa de viaje que a todos les dieron al entrar una flauta. Se puso a tocar y<br />

ante la sorpresa de los que estaban allí en el rostro de Esteban empezó a crecer un bigote. Todos rieron<br />

aunque el efecto no duró mucho y el español, sintiéndose indignado, volvió a mirar a la llanura fuera.<br />

- ¿Y qué vais a hacer con vuestra amiga?- Preguntó Giancarlo a las niñas refiriéndose a la que<br />

se había ido.<br />

- No es nuestra amiga,- habló Sandra- la hemos conocido hoy en el tren, y ya os habréis dado<br />

cuenta de que es un poco estúpida. Por mí que se vaya a otra parte.<br />

Justo en ese momento por los altavoces una voz metálica dijo que en breve pasarían los<br />

revisores por los distintos compartimentos y que según se distribuyera la gente en los mismos así se<br />

dividirían los dormitorios cuando llegasen a la Academia. Igualmente apremió a aquellos que todavía<br />

no habían elegido compañeros de cuarto que se dieran prisa. Esto sorprendió a todos, y por la mente de<br />

cada uno pasó durante un instante el salir al pasillo y buscar otro compartimento, pero finalmente<br />

todos se quedaron en sus sitios. Los chicos y chicas entre los que estaba Oliver habían estado<br />

charlando y riéndose durante el último rato, y en aquel momento pensaban que no podría haber<br />

mejores compañeros de habitación que aquellos con los que estaban. Por otra parte, apenas diez<br />

13


segundos más tarde, una niña de piel morena y rasgos hindúes, y vestida con un sari, entró en el<br />

compartimento a toda prisa.<br />

- ¿Se puede?- Preguntó con timidez. Todos, excepto Esteban que miraba para otro lado,<br />

afirmaron con la cabeza.<br />

La recién llegada subió sus maletas a la parte de arriba, y se sentó en el único sitio que<br />

quedaba. En ese instante, la puerta se abrió de nuevo, era el revisor que únicamente mirando una<br />

pantalla que tenía en la mano dijo:<br />

- Esteban García, Giancarlo Ruffini, Alan Sillitoe, Rafael Aguirre, Oliver Rousseau, Sandra<br />

Guinand, Midori Kusanagi y Kareena Kapoor. Compartimento ciento veintiocho. Les corresponde el<br />

dormitorio 31-A en el edificio Bach.<br />

Dicho esto, de una ranura en la parte baja de la pantalla sacó ocho tarjetas que pasó a Kareena,<br />

la última en llegar. Cuando el revisor se marchó, Kareena les fue dando a cada uno la que les<br />

correspondía. Lo hizo sin levantarse de su puesto, arrojándoselas a cada cual con una precisión digna<br />

de elogio. Incluso pareciera que las tarjetas se deslizaran en el aire. De este modo, el grupo <strong>del</strong><br />

dormitorio 31-A en el edificio Bach quedó <strong>del</strong>imitado. Todos sonrieron, ya que llegaban a un nuevo<br />

mundo, al menos en éste no se encontrarían solos. Pronto la sala se sumió en un mar de<br />

conversaciones y risas en el que participaban todos a excepción de Esteban que seguía mirando fuera,<br />

la recién llegada Kareena que se trataba de una muchacha un poco tímida, y por una vez de Oliver que<br />

había decidido aprovechar el tiempo preguntando al libro:<br />

14. ¿Cuál es la historia de la nanomateria?<br />

La nanotecnología surgió como idea a mediados <strong>del</strong> siglo XX. Dicha tecnología se basaba en<br />

partículas muy pequeñas, <strong>del</strong> tamaño <strong>del</strong> orden de los átomos y moléculas, a partir de las cuales,<br />

mediante el uso de millones de las mismas, se podrían producir efectos en el mundo macroscópico<br />

donde los seres humanos habitaban.<br />

No obstante, hasta el 2016 la nanotecnología sólo evolucionó como teoría, no<br />

desarrollándose apenas nada en el campo práctico. En ese año, en los laboratorios de la empresa<br />

sueca “Minimal Technology Corporation”, por casualidad, intentando desarrollar un nuevo tipo de<br />

ordenador más rápido y potente, se dio lugar al mayor descubrimiento de todos los tiempos. En una<br />

de las pruebas, se descubrió una clase de partículas de composición no definida las cuales podían<br />

relacionarse entre ellas dando lugar a los efectos que la nanotecnología siempre había soñado. A este<br />

tipo de partículas se le llamó nanomateria. Los científicos de todo el mundo se hicieron eco de este<br />

hecho, y enseguida acordaron que se hallaban ante la “tecnología definitiva”, capaz de solucionar<br />

todos los problemas <strong>del</strong> mundo: el cambio climático, los desastres naturales, la guerras, el hambre,…<br />

Roger Blixen, director de los laboratorios de la empresa “Minimal Technology Corporation”, recibió<br />

por ello el premio Nobel en el 2017.<br />

Sin embargo, durante los quince años siguientes nada se avanzó en el tema de la<br />

nanomateria. Ésta, a pesar de las cualidades que se le conferían, resultó ser muy inestable, y ningún<br />

ingeniero y científico en el mundo pudo ser capaz de controlarla.<br />

Hasta el año 2031, cuando la sede central de la empresa de Roger Blixen explotó en extrañas<br />

circunstancias en su localización en el pequeño barrio de Helgist. Con este hecho la nanomateria se<br />

expandió por todo el planeta, los científicos previeron consecuencias desastrosas debido a esta<br />

circunstancia, pero en cambio sucedió lo inesperado: si ellos no habían logrado controlar la<br />

nanomateria, a lo largo y ancho de la Tierra surgieron personas que con su solo pensamiento eran<br />

capaces de hacerlo. A estas personas se les llamó “sintonizadoras”.<br />

Por todo ello, los gobiernos de todo el planeta concordaron en el año 2033 la fundación de la<br />

Academia Blixen, en recuerdo de Roger Blixen fallecido en la citada explosión. Dicha Academia<br />

entró en funcionamiento cinco años más tarde, en el 2038, y su función consiste desde entonces en<br />

educar y en formar a todas aquellas personas cuyas capacidades les hacen entrar en sintonía con la<br />

nanomateria.<br />

Oliver cerró el libro y observó a las personas que se encontraban a su alrededor. Por eso ellos estaban<br />

allí, porque eran capaces de entrar en sintonía con la nanomateria. Dicho de otro modo, estaban allí<br />

14


porque confiaban en ellos para paliar los males de la Tierra. En ese momento se le ocurrió otra<br />

pregunta:<br />

15. ¿Qué es lo que diferencia a las personas sintonizadoras de las no sintonizadoras?<br />

Uno de los grandes misterios que envuelven a la nanomateria es el hecho de que nadie ha descubierto<br />

aún qué es lo que diferencia a las personas que entran en sintonía con la nanomateria <strong>del</strong> resto. Una<br />

de las teorías más fundamentadas es que las partículas de nanomateria se alimentan de cierta clase<br />

de ondas cerebrales emitidas por el ser humano. Sin embargo, tras analizar cientos de casos, no se ha<br />

llegado a una conclusión plausible respecto al tema. Las personas sintonizadoras a priori no<br />

muestran diferencias genéticas <strong>del</strong> resto de los seres humanos, tampoco piensan de modo diferente, o<br />

presentan ondas cerebrales distintas. Se ha computado que de cada diez mil niños que nacen en el<br />

mundo, aproximadamente entre dos y tres son personas sintonizadoras. Respecto de proporción por<br />

sexos, no se han encontrado diferencias entre hombres y mujeres. Aunque sí se ha señalado que<br />

preferentemente esta clase de individuos surge sobre todo en grandes ciudades y en sociedades con<br />

un alto nivel de desarrollo tecnológico.<br />

Oliver cerró el libro de nuevo. La respuesta era demasiado vaga como para haberle satisfecho, pero<br />

aquello explicaba muchas cosas. Ahora sabía por qué de entre todos los niños de aquel pequeño<br />

orfanato él era el único capaz de hacer tales cosas. A continuación preguntó por la Academia Blixen, y<br />

el libro le contestó con una breve descripción así como con una foto aérea de la Academia. El aspecto<br />

de la arquitectura no distaba mucho <strong>del</strong> internado donde había estudiado: edificios con tejado de<br />

pizarra y paramentos exteriores de ladrillo. Los contó, eran treinta, según la descripción siete eran<br />

edificios dedicados a la enseñanza, tres se destinaban a comedores, uno situado en el centro y los otros<br />

dos en los bordes exteriores de la Academia a cada lado. Finalmente, los veinte restantes eran<br />

residencias destinadas a alojar a los estudiantes. Leyó que cada una recibía un nombre atendiendo a un<br />

músico clásico famoso. Por eso el nombre de la suya era Bach. Sobre otras cosas, vio que por el centro<br />

de la Academia serpenteando por entre los edificios había un arroyo. Así como curiosamente la foto<br />

aérea había sido tomada por la noche.<br />

Después se le ocurrió que podría consultar acerca <strong>del</strong> Hombre de cobre: “Pregunta número<br />

diecisiete, ¿existe el Hombre de cobre?” Pero por primera vez el libro no obedeció, no apareció nada<br />

escrito. Y sin embargo cuando formuló la siguiente se dio cuenta que el libro sí había tenido en cuenta<br />

aquella pregunta dentro de las veinticinco que él podía hacer.<br />

18. ¿Qué es el Mínimomundo?<br />

El Mínimomundo, también conocido como Nanomundo o Mundo Mínimo no se haya en el planeta<br />

Tierra, ni en ningún otro lugar <strong>del</strong> universo donde se haya el planeta Tierra. Entre el año 2033 y el<br />

2038, gracias a la ayuda de dos poderosos sintonizadores, Alonso Quesada y William Frampton, la<br />

Comunidad Mundial de Gobiernos creó un universo paralelo cuya cantidad de materia es comparable<br />

a la de éste, pero todavía virgen y sin mo<strong>del</strong>ar. Lo único que actualmente contiene en la actualidad el<br />

Mínimomundo es la Academia Blixen.<br />

Por otra parte, la única entrada o comunicación que existe entre el universo <strong>del</strong><br />

Mínimomundo y el nuestro es un túnel situado en una montaña en plena Siberia rusa.<br />

Aquella respuesta sorprendió a Oliver. Entonces, ¿iban hacia un universo paralelo?<br />

19. ¿Por qué la Academia Blixen se encuentra en un universo paralelo?<br />

La función de la Academia Blixen es educar y formar a los niños sintonizadores que cada día son<br />

reconocidos en el mundo. Pero esta educación no tiene únicamente como fin el enseñarles cómo<br />

utilizar sus habilidades, sino también el seleccionar cuáles de ellos son aptos para la sociedad en la<br />

que vivimos. La nanomateria, en las manos inadecuadas puede llegar a producir consecuencias<br />

devastadoras. El poder destructivo de uno solo de estos niños que se considere un rebelde puede<br />

incluso superar al de todos los ejércitos de la Tierra.<br />

15


Por ello se creó el Mínimomundo, sólo aquellos que superen las pruebas de adecuación<br />

podrán atravesar de nuevo el túnel de vuelta a nuestro universo, el resto nunca regresarán.<br />

Las últimas palabras llenaron de pánico a Oliver. ¿Cabía la posibilidad de nunca regresar de ese sitio?<br />

Afuera era todavía de día. Se levantó de su asiento y durante un instante pensó en abrir un boquete en<br />

la pared <strong>del</strong> compartimento y escapar. Pero en ese momento el tren comenzó a decelerar y tuvo que<br />

agarrarse a algo para no caer. Una sirena comenzó a aullar y una voz por el megáfono ordenó a todos<br />

los niños que se abrochasen los cinturones de seguridad de los asientos. Aún así, Oliver dudó durante<br />

unos segundos si escapar, pero cuando vio que Alan y Giancarlo hacían esfuerzos sobrehumanos para<br />

intentar amarrar al niño hiperactivo a su asiento, no se lo pensó dos veces: su deber estaba allí con sus<br />

nuevos amigos. Entre los tres consiguieron que Rafael se pegara como una lapa a su silla, y una vez se<br />

abrocharon los cinturones de seguridad, el tren penetró en el túnel.<br />

De pronto fue como si todo se desvaneciera, Oliver contempló cómo el tren a su alrededor se<br />

esfumaba, y con él sus compañeros, y con ellos su propio cuerpo. Contempló cómo sus manos poco a<br />

poco se hacían aire, y de repente fue como si cayera. Cerró los ojos, pero no tenía párpados, el terror le<br />

invadía, quiso gritar, pero no tenía lengua. Hasta que súbitamente fue como si aterrizase sobre un<br />

mullido colchón y todo volvió a la normalidad.<br />

- ¿Qué ha sido eso?- Preguntaron Sandra y Midori a la vez.<br />

- ¡Mirad!- Exclamó el niño hiperactivo señalando la ventana.<br />

Afuera era de noche, pero no una noche corriente, en el cielo no había estrellas, ni Luna, y la<br />

oscuridad era completa, prácticamente no se podía ver a dos palmos.<br />

- Acabamos de entrar en el Mínimomundo.- Dijo Esteban. En su rostro se marcó una sonrisa<br />

de suficiencia.<br />

Oliver, entonces, abrió el libro y preguntó:<br />

20. ¿Por qué no hay luz en el Mínimomundo?<br />

Porque no hay soles ni estrellas.<br />

21. ¿Por qué no hay soles ni estrellas en el Mínimomundo?<br />

Porque nadie las ha creado aún.<br />

Oliver Rousseau cerró el libro. El resto a su alrededor comentaba acerca de lo que habían sentido<br />

cuando todo se desvaneció, incluso Kareena hablaba ahora. Mientras tanto, el tren aceleraba su paso<br />

adentrándose cada vez más en el nuevo universo, y Oliver supo que ya no había marcha atrás.<br />

16


03. Don Quijote y Willyman.<br />

La primera impresión que tuvieron <strong>del</strong> Mínimomundo fue que todos querían irse de allí. No había día,<br />

el sol no salía por las mañanas; no había invierno, ni verano, ni las hojas caían en otoño. Era más, por<br />

no haber no había ni árboles, ni pájaros cantando entre las ramas en todo aquel nuevo universo. Tan<br />

solo un arroyo, un triste curso de agua estancada que no iba para ningún lado pues la llanura en la que<br />

se insertaba era completamente plana. Los niños, bajo la única luz de las farolas, tan solo eran capaces<br />

de contemplar un páramo inerme <strong>del</strong> cual sobresalían como setas los edificios.<br />

Desamparados por estas circunstancias, nada más salir <strong>del</strong> tren los recién llegados se dejaron<br />

llevar por los altavoces que los dividían según las residencias a donde estuvieran destinados: “Bach en<br />

el cuarto tramo <strong>del</strong> tercer andén”. Allí fue a recogerles una mujer que dijo ser la prefecta titular de la<br />

Residencia Bach. Se llamaba Mary Krüss, tendría unos dieciséis años, alta, corpulenta, muy<br />

corpulenta, tanto que le costaba esfuerzo andar; rubia, ojos azules, y la piel blanca y sonrosada con las<br />

mejillas eternamente coloradas. Ni su voz, chillona como salida <strong>del</strong> silbato de un árbitro de fútbol, ni<br />

su temperamento, demasiado agresivo como si estuviera siempre enfadada, resultaban agradables. Se<br />

dedicaba a gritarles y a señalarles el camino a golpe de manotazos. Con esto no era de extrañar que<br />

cuando llegaran a su dormitorio se encontrasen desmoralizados: “¿A dónde hemos ido a parar?”, “Yo<br />

quiero regresar con mis padres” o “¡Que alguien nos devuelva el sol!”, eran algunos de los<br />

comentarios que los muchachos proferían. Aunque ninguno aparentaba ser más desafortunado que<br />

Alan, “el alienígena” al que la prefecta le había cogido ojeriza por preguntar que a qué hora se comía<br />

allí.<br />

La Residencia Bach se hallaba próxima a los límites de la Academia junto a uno de los<br />

comedores. Como todas las residencias contaba con siete plantas, los tejados arriba eran de pizarra con<br />

buhardillas que asomaban de él, y las paredes exteriores eran de ladrillo rojo. La habitación 31-A se<br />

encontraba en la planta baja, próxima a la sala común. Pronto, Oliver y sus compañeros descubrieron<br />

que no eran los únicos en los que niños y niñas compartían el mismo cuarto. De hecho, cada<br />

dormitorio tenía ocho camas en hilera y un aseo a cada lado. Por otra parte, en uno de los armarios<br />

encontraron una especie de cortina. Giancarlo preguntó en su libro para qué servía, y éste contestó que<br />

se trataba de una cortina de nanomateria que se fijaba al techo y dividía completamente la habitación,<br />

por un lado el sector de las chicas, por el otro el de los chicos, y sólo se podía bajar o retirar si todos<br />

estaban de acuerdo. Pronto la cortina ondeó en el centro de la sala, y Midori se encargó de decorarla.<br />

Por el lado de las chicas hizo un diseño de árboles y ninfas <strong>del</strong> bosque, y por el de los chicos pintó un<br />

dragón chino que emergía de un mar revuelto. Sobre otros asuntos, en frente de cada cama había un<br />

armario para cada uno, y al lado una mesita de noche. Y justo en medio <strong>del</strong> dormitorio sobre sus<br />

cabezas un reloj digital. En aquel universo no habría día pero las jornadas seguían rigiéndose con el<br />

periodo habitual de veinticuatro horas.<br />

En general, no se podían quejar <strong>del</strong> cuarto, después de que la japonesa lo hubiese terminado de<br />

decorar, resultaba bastante acogedor. Pero no podían olvidar que afuera seguía reinando la oscuridad<br />

absoluta, así como la terrible presencia de la prefecta varias plantas más arriba. A las seis de la tarde,<br />

hora de cenar para la mayoría de los niños <strong>del</strong> mundo, excepto quizás para los españoles y los<br />

argentinos, Mary Krüss, o “la vikinga Krüss” como algunos habían empezado a llamarla, fue<br />

dormitorio por dormitorio avisando para que se reunieran en la entrada. Ésta no tuvo que hacer mucho,<br />

desde la entrada de la residencia dio veinte pasos, les mostró cómo a lo lejos se erigía un edificio<br />

grande y cilíndrico, y como si todo aquello le hubiera quedado sin resuello, resoplando como un<br />

rinoceronte volvió adentro no sin antes volver a echarle la bronca a Alan Sillitoe por enseñarle a una<br />

niña de otro dormitorio la piel verde de lagarto en su brazo.<br />

Y ya iban pensando en la bazofia que en el comedor les servirían cuando descubrieron en el<br />

cocinero, un hombre negro bastante grande, calvo y con bigote, a su primer aliado. Se llamaba<br />

Francisco pero todos le conocían cariñosamente como Sanjuanero por ser de Puerto Rico. Éste les<br />

explicó que allí en el Mínimomundo se solía cenar a partir de las ocho y media, pero por ser la primera<br />

vez haría una excepción y les prepararía la “cena <strong>del</strong> novato” que consistía en lo que cada uno<br />

quisiese. Oliver pidió un estofado de cordero y Sanjuanero se lo sirvió enseguida como si lo tuviese ya<br />

preparado. Al momento una explosión de sabores inundó su boca, y de recuerdos. Ese estofado era el<br />

17


plato que la señora Dobb preparaba en las noches frías de invierno. No era su comida preferida, pero al<br />

engullirla se sentía como si hubiera regresado a la casa junto al bosque de Fontaine Roige.<br />

Cuando terminó de comer, se fijó en las personas que había a su alrededor. Junto a la Bach en<br />

aquel comedor se habían reunido otras cinco residencias, y ante él había una muchacha que no conocía<br />

ni había visto antes. Se fijó en el plato que ésta había elegido, recordaba haber comido algo parecido<br />

de una vez que viajó por España.<br />

- Tortilla de patatas, ¿verdad?- La muchacha le miró.<br />

- Sí, ¿quieres un poco? Está muy rica.- Invitó ésta.<br />

- Muchas gracias, pero no podría devolverte el favor, ya he terminado mi comida.<br />

- No te preocupes, Sanjuanero me ha puesto demasiado, por mucho que me guste no voy a ser<br />

capaz de tragármelo todo.<br />

Oliver con el tenedor pinchó un trozo que ésta había cortado. Estaba muy bueno.<br />

- Mi nombre es Oliver.- Le tendió la mano.<br />

- El mío Saskia.- Y se estrecharon la mano.<br />

- ¿Saskia? No es un nombre muy español.<br />

- No, no lo es. Yo nací en Madrid pero mi madre es argelina y mi padre ruso.- Eso podría<br />

explicar el aspecto de aquella muchacha. Sus facciones eran como las de una princesa de los cuentos<br />

de las mil y una noches, pero su cabello era rubio oscuro y sus ojos de color almendrado verdoso.- ¿De<br />

qué residencia eres?<br />

- De la Residencia Bach.<br />

- Yo soy de la Residencia Debussy. Creo que está al lado de la tuya.<br />

No pudieron seguir hablando más, en ese momento se les unieron otros chicos que acababan<br />

de ser servidos por el cocinero. Había allí un compendio de todas las residencias presentes. Junto a la<br />

Bach y a la Debussy había allí gente de la Verdi, la Tchaikovsky, la Chopin y la Falla. Al principio<br />

cada cual habló de cómo eran sus respectivos dormitorios, pero todos asemejaban ser iguales: ocho<br />

camas, dos cuartos de baño, armarios, mesitas de noche y un reloj digital, por lo que terminaron<br />

discutiendo de cómo eran sus respectivos prefectos. Cada uno tenía una tara, una imperfección. El de<br />

la Residencia Debussy estaba cojo, la prefecta de la Residencia Verdi tenía el cabello que le llegaba<br />

hasta los pies y tropezaba continuamente, el de la Chaikovsky escupía mientras hablaba y el que<br />

estuviera a su lado tenía que ponerse un chubasquero, al prefecto de la Residencia Falla le gustaba<br />

mucho cantar y desentonaba, y la de la Residencia Chopin estaba siempre en las nubes, incluso de<br />

camino de la estación a los dormitorios erró varias veces de rumbo y llegaron media hora tarde. Pero<br />

todos tuvieron que reconocer que ninguno era tan terrible como la vikinga Krüss.<br />

- Jo, menudo bicho.- Exclamó un niño de la Verdi. Oliver, y Sandra que se había unido<br />

también a la conversación, asintieron.<br />

Cuando todos hubieron terminado de comer, Sanjuanero fue mesa por mesa diciéndoles que<br />

cerca había un descampado junto al arroyo en el que podrían reunirse y seguir la celebración. Todos<br />

los niños estuvieron de acuerdo y los recién llegados de las seis residencias se congregaron en el sitio<br />

que señaló el cocinero. Al principio sólo hubo tímidas conversaciones, pero después la cosa se fue<br />

animando y algunos hasta sacaron instrumentos musicales, y otros se pusieron a cantar y a bailar.<br />

Hasta que a las once y media los diferentes prefectos acudieron para llevarlos a sus dormitorios. Todos<br />

menos la vikinga Krüss que directamente se puso a gritarles desde su ventana en la planta penúltima.<br />

La fiesta concluyó sin que nadie lo deseara, aunque a decir verdad todos se encontraban ya a<br />

esa hora muy cansados. Cada uno regresó a su dormitorio y sin mediar más palabras se acostaron para<br />

dar por finalizado su primer día en el Mínimomundo. No había sido exactamente como se lo hubieran<br />

imaginado, pero dentro de lo malo descubrieron que el estar todos juntos allí resultaba un alivio.<br />

A la mañana siguiente una sirena les despertó muy temprano, a eso de las seis y media. Dos minutos<br />

más tarde la voz de la vikinga Krüss resonó en el dormitorio:<br />

- Arriba, pandilla de energúmenos. Levantaos y vestiros. A las ocho y media será la<br />

presentación de los novatos en el Salón central y tenéis que estar antes en el comedor para desayunar.<br />

Los somnolientos muchachos de la 31-A a duras penas se revolvieron entre las sábanas.<br />

Después, por turnos, se metieron en el cuarto de baño. Aunque cual no fue su sorpresa cuando al abrir<br />

18


sus respectivos armarios descubrieron que toda la ropa que habían traído había desaparecido, y que en<br />

su lugar quedaba lo que parecía ser el atuendo de un piloto de un caza a reacción, un mono de color<br />

verde apagado con una cremallera que se abría por <strong>del</strong>ante y con dos bolsillos amplios en los laterales.<br />

- ¿Qué demonios es esto?- Gritó Midori tras la cortina. Los chicos supusieron que acababa de<br />

descubrir lo que el armario contenía.<br />

Efectivamente, cuando la cortina se descorrió todos y todas iban equipados con el citado<br />

mono, a excepción de Midori que se había encerrado en el cuarto de baño.<br />

- No pienso salir de aquí. Esto es horrible.<br />

- ¿Y por qué no cacambia de roropa con sus habilidades? O por lo menos que momomodifique<br />

el color.- Preguntó Alan.<br />

- Ya lo ha intentado- aclaró Kareena-, pero no es capaz.<br />

Las dos chicas intentaron convencer a Midori de que saliera pero no lo lograron. Así que se<br />

fueron a desayunar, y solo cuando todos los recién llegados de la Residencia Bach se encontraban en<br />

la entrada esperando a su prefecta, ésta se dignó a salir. Seguía con el mono verde apagado, pero se<br />

había pintado los labios de rojo y se había maquillado la cara completamente de blanco. Parecía una<br />

geisha, y muchos de los chicos la miraban asombrados.<br />

Mientras tanto, arriba, en la sexta planta, la vikinga Krüss se asomó a la ventana.<br />

- ¿Veis aquel edificio grande que se ve en esa dirección?- Nadie pudo verlo pero asintieron<br />

puesto que no querían contrariarla. Lo que hicieron fue seguir a los componentes de la Residencia<br />

Verdi que acababan de partir. Estos iban con el mismo estilo de mono que ellos pero con un tono<br />

diferente granate. En realidad, todos los alumnos de las veinte residencias llevaban el mismo tipo de<br />

atuendo pero con tonos diferenciados por residencia. Así, el salón central, cuando acogió a los dos mil<br />

quinientos alumnos llegados el día anterior, tomó el aspecto de un cuadro dibujado por un pintor<br />

puntillista.<br />

- Mira, me gustaría ir como ellos.- Dijo Midori refiriéndose al tono plateado de la Residencia<br />

Liszt.<br />

- Pues yo prefiero aquel.- Sandra, en cambio, señaló el gris oscuro de la Residencia<br />

Stravinsky.<br />

- Yo me conformo con el que tengo.- Dijo Saskia que se sentó a la derecha de Oliver. Su mono<br />

era de color amarillo limón.- Hola, ¿qué tal?- Saludó al francés. Éste se quedó un poco cortado puesto<br />

que desde que la había conocido durante la cena no había vuelto a hablar con ella.<br />

El Salón Central se componía de un patio de butacas en la zona baja y varias plateas superiores. Oliver<br />

y sus compañeros se situaron en la superior <strong>del</strong> todo donde se podía ver los sucesos a vista de pájaro,<br />

tanto que a Giancarlo le dio un mareo y tuvieron que acompañarlo fuera.<br />

Una vez regresaron dentro, contemplaron que al fondo en el escenario había aparecido una<br />

mesa en la que por lo menos habría doscientas personas. Delante de ella quedaban tres atriles. El de la<br />

izquierda estaba ocupado por un hombre, éste iba vestido con bata blanca de médico y pantalones<br />

vaqueros. En el centro había una mujer china de unos cincuenta, tan baja que apenas asomaba la<br />

cabeza por encima <strong>del</strong> atril. Por último el de la derecha se encontraba vacío.<br />

- Hola, buenos días- Comenzó a hablar la mujer en el atril <strong>del</strong> centro- Mi nombre es Gong Ziyi<br />

y soy la Jefa de Estudios de la Academia Blixen. Bienvenidos. Estamos aquí para inaugurar el curso<br />

de la generación número 127. Habéis acudido de todas las partes <strong>del</strong> mundo con un único propósito:<br />

aprender.- Esteban, unas butacas a la izquierda de Oliver, profirió un sonoro pedo con la boca, muchos<br />

rieron.- Sí, porque la sabiduría es un tesoro y el cultivarla un placer que todos debemos saber valorar-<br />

Esteban, entonces, profirió otro pedo.<br />

- Ya está bien ¡Tienes un cero!- El hombre <strong>del</strong> atril de la izquierda, con un ágil movimiento de<br />

su mano, apuntó con su bolígrafo a Esteban; fue todo muy rápido, nadie supo lo que sucedió en<br />

realidad, incluso algunos dijeron que <strong>del</strong> bolígrafo <strong>del</strong> hombre emergió un rayo. En todo caso, el<br />

resultado fue que Esteban salió despedido de su butaca hacia atrás. Todos miraron, Esteban se levantó<br />

enseguida <strong>del</strong> suelo, al parecer no le había ocurrido nada pero en su mejilla quedó grabado en negro un<br />

cero que ocupaba toda la parte izquierda de su rostro.<br />

19


- Bien,- continuó la Jefa de Estudios- gracias, Will. Pero creo que no era necesario. A<br />

continuación presentaré a cada uno de los profesores que os asistirán en esta aventura lectiva.- La<br />

mujer fue pronunciando nombres. Conforme lo hacía, una persona de la mesa de detrás se levantaba y<br />

hacia una reverencia al alumnado. Cuando se acabaron los nombres todos en la sala aplaudieron.- Una<br />

vez presentado al profesorado le cedo la palabra al Sudirector de la Academia Blixen, William<br />

Frampton.<br />

A Oliver le sonaba aquel nombre, ¿de qué? Ah, claro, uno de los sintonizadores que crearon el<br />

Mínimomundo.<br />

- Muchas gracias- bebió un vaso de agua y prosiguió-. Escuchadme y hacedlo bien por que lo<br />

que voy a decir no lo voy a repetir. Gong Ziyi puede hablar de la sabiduría, puede hablar de la<br />

aventura lectiva y de todos esos asuntos y zarandajas, pero si estáis aquí es sólo por una razón: el<br />

mundo allá fuera necesita de vosotros, necesita de personas que sintonicen con la nanomateria, y que<br />

sean respetuosos con los valores de la sociedad que queremos conformar. Sed buenos y lograréis<br />

volver, con vuestras familias, a ver de nuevo la luz <strong>del</strong> sol. Cometed una falta y nunca regresaréis.<br />

>> Estos son los siete preceptos que habréis de cumplir si queréis volver:<br />

>> Primer precepto: habréis de pasar con éxito los veintiocho cursos en los que se divide la<br />

enseñanza en la Academia Blixen. Como sabéis, cada curso presenta una duración de tres meses.<br />

>> Segundo precepto: no pasará ningún día en el que durante el horario nocturno os encontréis<br />

fuera de los dormitorios que os han sido asignados. Para vuestra información, el horario nocturno es<br />

aquel comprendido entre las cero horas de la madrugada y las seis y media de la mañana. Una<br />

excepción a este precepto son las “cenas de reunión”.<br />

>> Tercer precepto: tendréis que elegir un día <strong>del</strong> año y no pasará una ocasión en la que no<br />

celebréis con alguien <strong>del</strong> exterior la denominada “cena de reunión” dicho día, ya sean parientes o<br />

simplemente amigos.<br />

>> Cuarto precepto: no detentaréis ninguna de las diez profesiones.<br />

>> Quinto precepto: vuestro cuerpo no debe sufrir una nanotransformación completa.<br />

>> Sexto precepto: no cultivaréis plantas ni tendréis animales de compañía.<br />

>> Y séptimo precepto: no mataréis a ningún ser, ni persona ni criatura, que habite en este<br />

universo.<br />

Oliver había escuchado atentamente todos los preceptos, pero no comprendió en lo referente al<br />

cuarto y al quinto. Había traído el libro de preguntas y respuestas, y ya iba a introducir aquellas dudas<br />

cuando el subdirector dijo algo que le interesaba:<br />

- Por último, para terminar con mi intervención, os presentaré a los estudiantes que habiendo<br />

cumplido todos los preceptos ahora regresarán a sus hogares.- Fue nombrándolos uno a uno, y<br />

conforme lo hacía estos fueron apareciendo por la parte izquierda <strong>del</strong> escenario, caminaron hasta el<br />

estrado <strong>del</strong> Sudirector que les otorgó un diploma, y se marcharon por la parte derecha.<br />

- Setenta y cuatro,- señaló Sandra que se encontraba a la izquierda de Oliver.<br />

- ¿Cómo?<br />

- Sólo volverán setenta y cuatro, y aquí estamos dos mil quinientos. ¿Qué ha sucedido con el<br />

resto?<br />

Oliver no lo sabía, tampoco Saskia que se limitó a asentir a su derecha. William Frampton<br />

continuó hablando en el escenario:<br />

- Si así lo deseáis, podéis ir a despedirles, saldrán esta tarde a las cinco de la estación. Ya<br />

sabéis donde se encuentra. Le devuelvo la palabra a la Jefa de Estudios.<br />

- Gracias, Will. A continuación, nuestro querido Director, Alonso Quesada, pronunciará unas<br />

palabras como bienvenida.- La Jefa de Estudios miró a la parte derecha <strong>del</strong> escenario como esperando<br />

que apareciera alguien.- En fin, parece que se retrasa.- Todos miraron a la parte derecha <strong>del</strong> escenario,<br />

pasaron cinco minutos y nada.<br />

Entonces, la Jefa de Estudios bajó de su estrado, alzó los brazos hacia arriba y ante la vista de<br />

todo el mundo en el escenario apareció la figura de un gigante de diez metros de alto. Todos gritaron,<br />

en el patio de butacas algunos corrieron hacia las salidas. Pero el gigante fue más rápido, dio un salto y<br />

agarró a una chica. La alzó y la miró como si fuera un pequeño ratón que acabara de capturar. La<br />

pobre cerró los ojos aterrorizada. En ese momento, por la parte derecha <strong>del</strong> escenario apareció un<br />

20


hombre. Era alto, extremadamente <strong>del</strong>gado, tenía el cabello y el bigote cano, y una barba blanca que<br />

terminaba en punta. Por otra parte, vestía como un hombre <strong>del</strong> siglo XVI, con jubón y calzas, así como<br />

en la diestra empuñaba una afilada espada.<br />

- Atrás, bellaco, o probarás la fuerza de mi acero en tus carnes- y diciéndole a la alumna-. No<br />

temas, bella dama, que como caballero que soy y con la fuerza de mi brazo te liberaré de ese truhán.-<br />

Y presto se dirigió espada en mano hacia el gigante.<br />

A Oliver la figura de aquel hombre le sonaba horriblemente, pero no acababa de caer. Hasta<br />

que Esteban, que había regresado a su puesto varias butacas a la izquierda, dijo:<br />

- Jajaja, se cree Don Quijote.<br />

Exactamente, aquel hombre era o se creía Don Quijote de la Mancha. Y justo antes de que<br />

alcanzara al gigante, la Jefa de Estudios volvió a alzar sus brazos y el gigante desapareció. La chica<br />

cayó al suelo estrepitosamente, pero no se hizo nada y enseguida volvió a su sitio sin más percance.<br />

- ¡Maldición! ¿Qué clase de hechicería es ésta? Vieja dama, otra vez me habéis engañado, pero<br />

esta será la última vez como que mi nombre es Alonso Quesada.<br />

- No lo he hecho con mala intención, Alonso. Todos estos niños que ves están esperando a que<br />

les dediques unas palabras, y como no venías por eso he preparado esta pequeña triquiñuela.<br />

- ¿Otra vez? ¡Pero si ya lo hice hace tres meses!<br />

- Sí, pero ya sabes que los niños llegan cada trimestre. Recuerda, eres el Director, es tu deber.<br />

- No me creo una sola palabra de lo que dices, vieja dama, así que si no os importa regresaré a<br />

mis aposentos. Seguramente por el camino encontraré diez o doce gigantes con otras tantas doncellas<br />

que liberar. No obstante, antes de marchar me quisiera disculpar con ustedes, nobles jóvenes, por no<br />

poder hablaros como es debido. Pero, ¿qué sería de mí sin una buena aventura? ¿Qué sería de mí sin la<br />

emoción de la batalla, sin ese aroma a hazaña todas las mañanas? ¿Qué sería de mí sin ese grito, sin<br />

ese deseo que corre libre por mi garganta? La vida es como una aventura, hay que saborear hasta el<br />

último momento, atreverse a acometer lo que uno ansía a cada instante. ¿Me escucháis? Nunca<br />

desfallezcáis, siempre sed valientes y arrojados, y respetuosos con aquellos que sean más débiles que<br />

vosotros como buenos caballeros. Que la vida os colme de dones, y que la soberbia nunca invada<br />

vuestros corazones. Ahora me iré, me quedan muchos entuertos que deshacer. Pero antes de hacerlo os<br />

pido que recordéis siempre esto: “la imaginación es la medida <strong>del</strong> poder”. Saludos.- Y se marchó.<br />

Nadie supo qué decir. Tan solo la Jefa de Estudios aplaudió a las palabras de Don Quijote.<br />

- Magnífico, maravilloso. ¿No creéis, muchachos? La imaginación es la medida <strong>del</strong> poder. Y<br />

con esto doy por inaugurado el curso 127 de la Academia. ¡Bienvenidos a la Academia Blixen!<br />

Todos aplaudieron, aunque algunos ya comenzaban a abandonar la sala.<br />

- Un momento, un momento.- Interrumpió William Frampton- Que los siguientes alumnos<br />

pasen por mi despacho antes de volver a sus residencias: Oliver Rousseau. Nadie más.<br />

Oliver se sorprendió: ¿Qué? ¿Cómo? Sus compañeros le miraron como diciendo: ¿qué has<br />

hecho?<br />

- No me miréis así, yo no he hecho nada, lo juro.<br />

- Quizás haya cogido un nombre al azar.- Argumentó Saskia.<br />

- Quizás.- continuó Sandra. Aunque nadie confiaba demasiado en aquella hipótesis.<br />

Por el momento le acompañaron por los pasillos <strong>del</strong> edificio hasta que llegaron junto a una de<br />

las salidas.<br />

- Suerte.- Dijo Giancarlo, y todos los demás le secundaron.<br />

- Si quieres te acompaño.- Se ofreció Saskia, lo cual vino acompañado de una mirada suspicaz<br />

a la vez que desdeñosa por parte de Sandra. Oliver, que no se había esperado algo así, no se negó.<br />

Saskia y Oliver surcaron los pasillos en busca <strong>del</strong> despacho <strong>del</strong> subdirector. Se perdieron dos veces,<br />

tuvieron que preguntar a un profesor que corriendo llegaba tarde a una clase, pero finalmente lo<br />

encontraron. Antes de llamar a la puerta, Saskia le estrechó la mano: “¡Suerte!” Aquello le infundió<br />

ánimos.<br />

- ¿Se puede?<br />

- A<strong>del</strong>ante.<br />

21


El despacho <strong>del</strong> subdirector no era precisamente halagador. Las paredes estaban repletas de<br />

estanterías con botes de formol donde se podían ver toda clase de insectos, roedores y otros pequeños<br />

animales. Oliver incluso llegó a ver una cabeza de zorro y lo que creyó que era una cabeza de jirafa.<br />

William Frampton descansaba en el centro sentado junto a una mesa. Parecía no haberle visto puesto<br />

que no dejaba de revisar unos papeles.<br />

- Señor, soy Oliver Rou…<br />

- Sí, lo sé. Siéntate, ahora te atiendo.<br />

Oliver obedeció. De cerca, el subdirector aparentaba mucha menos seriedad que cuando lo vio<br />

en el atril. Se trataba de un hombre de mediana estatura, corpulento, de cabello corto castaño claro y<br />

rizado, y el rostro cuadrado y ancho. Por otra parte, en la bata blanca a la altura <strong>del</strong> pecho había un<br />

bolsillo con varios bolígrafos. Aparte el subdirector tenía unas gafas de culo de vaso que hacían que<br />

sus ojos se vieran el doble de grandes. Este hecho hizo que el muchacho se riera por dentro mientras<br />

realizaba esfuerzos inmensos para no hacerlo para fuera.<br />

- Verás,...- comenzó a hablar Frampton- Ah, veo que has traído tu libro de preguntas y<br />

respuestas. Dámelo.- El chico se lo tendió- Verás, no solemos espiar lo que cada cual pregunta, pero<br />

hay una serie de cuestiones clave que no podemos dejar pasar por alto. Por ejemplo, en la frase<br />

diecinueve al preguntar por qué las personas sintonizadoras son enviadas al Mínimomundo, el libro te<br />

contesta algo como que es debido a la seguridad de los ciudadanos de la Tierra. Por otra parte, te<br />

informa que si los niños no responden o no dan la talla nunca regresarán. ¿Qué pensaste cuando leíste<br />

esto?<br />

- No entiendo.<br />

- Pues es muy sencillo. Este libro no puede mentir. Fue diseñado así. Por lo tanto, cuando tú<br />

hiciste esa pregunta, el libro te contestó la verdad. Es un riesgo que corremos. Antes de entrar en el<br />

tren bala os damos el libro, y cualquiera podría preguntar lo que tú y llegar a la misma conclusión.<br />

Pero créeme, la mayoría de vosotros cuando entra en el tren lo único en lo que piensa es en hacer<br />

amigos y en probar las maravillas <strong>del</strong> traductor universal. Sólo tú, en los últimos diez años, has sido<br />

capaz de saber eso antes de entrar en el túnel de comunicación entre los dos universos. Por eso te<br />

pregunto, ¿qué sentiste cuando supiste que existía la posibilidad de que nunca regresaras? ¿Quisiste<br />

escapar?<br />

Oliver, en ese momento, no sabía por qué, sintió que debía decir la verdad.<br />

- Sí.<br />

- ¿Y por qué no lo hiciste?<br />

- Porque el tren comenzó a frenar y… porque vi que mis compañeros estaban en apuros.<br />

- Comprendo- apuntó algo en un cuaderno y prosiguió-. No te preocupes, esto no es negativo,<br />

al contrario. Tus ganas de escapar te darán la voluntad necesaria para cumplir todos los preceptos. Lo<br />

preocupante es lo otro.- Le miró fijamente a los ojos.- ¿Qué sabes <strong>del</strong> Hombre de cobre?<br />

Oliver, ante aquella pregunta, se quedó petrificado. No sabía qué contestar.<br />

- No,… no sé…- balbuceó.<br />

- ¿Cómo que no sabes? Está aquí escrito, en la pregunta diecisie…- El subdirector miró<br />

fijamente el libro, por pasiva y por activa, y no consiguió caer en ninguna conclusión.- ¿Qué le has<br />

hecho al libro?<br />

- ¿Co…cómo?<br />

- Sí, ¿qué le has hecho al libro? ¿Por qué la pregunta diecisiete no está impresa? Tú<br />

preguntaste: ¿Existe el Hombre de cobre? Y el libro contestó. ¿Por qué no ha quedado reflejado aquí?<br />

- No sé… no entiendo nada.<br />

- Ya sé que no lo sabes. Supongo que este ejemplar estará estropeado. Así que te lo requiso<br />

hasta que sepamos qué le ocurre.- Volvió a anotar algo en el cuaderno.- Puedes marcharte. Ah, y no<br />

olvides pasar por la papelería para recoger tu calendario de estudios.<br />

Cuando se levantó, Oliver se sintió flotar. Hasta allí llegaba el miedo que había tenido. No<br />

obstante, se reconfortó en parte cuando al salir <strong>del</strong> despacho vio que junto a Saskia estaban Alan,<br />

Giancarlo, el niño hiperactivo, Midori y Sandra.<br />

- Habéis venido.- Dijo el francés alegre.<br />

- Sí, éste se empeñó.- Comentó Midori señalando al “alienígena”.<br />

22


- William Frampton es Dididios.- Sus ojos informaban de la enorme admiración que sentía por<br />

la figura <strong>del</strong> subdirector.<br />

- No es para tanto.- Señaló Midori.<br />

- Tú didirás lo que quiquieras. Pero entre dos mil niniños, su rarayo dio jujusto en la mejilla de<br />

Esteteban. William Frampton es un susuperhéroe.<br />

- Si es un superhéroe entonces le podríamos llamar Willyman.- Resolvió la japonesa. Todos<br />

rieron, y a partir de ese instante para ellos el subdirector pasó a ser conocido bajo el mote de<br />

Willyman.<br />

23


04. El juego <strong>del</strong> Poids.<br />

Nada más regresar al dormitorio los compañeros de Oliver le asaetaron a preguntas acerca de su<br />

reunión en el despacho <strong>del</strong> subdirector. Por su parte, Esteban, al que por mucho que se lavase la cara la<br />

marca no desaparecía, se burló de él inquiriéndole que dónde le había pintado a él el cero el<br />

subdirector.<br />

Aunque tampoco es que Oliver pudiera contarles mucho. Respecto de la pregunta 19<br />

Willyman ya había dejado bien claro en la presentación que quien cometiese una falta no regresaría.<br />

Sobre la diecisiete… primero tendría él que aclarar qué era lo que sentía o sabía al respecto. Hasta ese<br />

momento había creído u opinado que el Hombre de cobre era ante todo un producto de su<br />

imaginación. Pero después de la entrevista con el subdirector no sabía qué pensar.<br />

Pero pronto todos tuvieron otras cosas en las que pensar cuando contemplaron ante sí el criminal<br />

calendario de estudios. Éste se componía de varias asignaturas obligatorias: matemáticas, biología,<br />

química, física, literatura, ciencias sociales, educación física y ética, así como obligaba al alumno a<br />

tomar por lo menos dos asignaturas optativas: música, diseño, tecnología, informática, artes marciales,<br />

… Oliver eligió en primer lugar informática, y después, a instancias de Alan, artes marciales. Sin<br />

embargo, y todos lo corroboraron, en ninguna de ellas se explicaba al alumno cómo usar sus<br />

respectivas habilidades. Esto trastocaba la idea que se habían hecho de la Academia Blixen. ¿Acaso no<br />

habían ido allí para aprender a controlar la nanomateria?<br />

Al parecer no, y las conversaciones con alumnos de cursos superiores tampoco les dieron<br />

mucha esperanza. El único contacto que durante los primeros tres meses mantuvieron con la<br />

nanorrealidad fue en el comedor, donde observaron que tras una mampara de cristal que dividía en dos<br />

el edificio, se sentaban a las mesas chicos y chicas que aparentemente nada tenían que ver con las seis<br />

Residencias. Normalmente eran mayores que ellos, y vestían como les daba la gana sin tener que<br />

llevar aquellos atuendos de piloto de caza. Le preguntaron a Sanjuanero y efectivamente éste les<br />

respondió que aquel sector estaba reservado a aquellas personas que ya habían dejado la Academia.<br />

- ¿Y dónde viven?- Preguntó Giancarlo.<br />

- ¿Quién sabe? Supongo que si salís de los límites de la Academia y camináis unos cuantos<br />

cientos de metros en la oscuridad, encontraréis sus casas.- Explicó el puertorriqueño, aunque ninguno<br />

de ellos quiso probar.<br />

Otro acontecimiento que les informó que a pesar de las clases seguían en el Mínimomundo, sucedió a<br />

la hora de matemáticas mientras la profesora de turno les explicaba un complicado ejercicio de sumas<br />

y multiplicaciones. Habían transcurrido dos meses y todos empezaban a estar bastante agotados <strong>del</strong><br />

asunto. Entonces, un miembro de la Debussy gritó:<br />

- Mirad. ¡Es Spiderman!<br />

- ¿Cómo? ¿Dónde?- Contestaron varios.<br />

- ¡Fuera!<br />

Todos se dirigieron al ventanal, y mientras la profesora les gritaba para que volvieran a sus<br />

asientos, contemplaron cómo Spiderman, aunque se le veía algo más entrado en carnes de como se le<br />

dibujaba en los comics, extendía su telaraña y saltaba de pared en pared.<br />

- ¡Spiderman, Spiderman, Spiderman!<br />

Hasta que de repente un rayo lo tiró al suelo. Incluso allí, a pesar que la escena se desarrollaba<br />

al menos a doscientos metros, se escuchó la famosa prebenda: “¡Tienes un cero!” Tras lo cual apareció<br />

Willyman, y con él dos alumnos de los últimos cursos que se llevaron a Spiderman a rastras. La<br />

mayoría gritaron e insultaron al subdirector por haber hecho aquello, algunos incluso se pusieron a<br />

llorar porque Spiderman siempre había sido su superhéroe favorito. En general, todos estaban bastante<br />

apenados, excepto uno que entre el tumulto se atrevió a decir: “Willyman es Dididios”.<br />

Aparte de las clases, en la Academia Blixen destacaban las competiciones deportivas. De fútbol, de<br />

baloncesto, rugby, hockey sobre patines y balonmano. Competían residencia contra residencia, pero<br />

como no se diferenciaba entre edades, los alumnos de los cursos superiores copaban todos los puestos.<br />

24


A pesar de ello, Oliver siempre asistía como espectador a los partidos de la Residencia Bach. Así se<br />

fue aprendiendo el nombre de todas. La Academia se dividía en tres sectores: este, oeste y central. En<br />

el oeste estaban ellos: Bach, Debussy, Falla, Tchaikovsky, Verdi y Chopin. En el sector este estaban<br />

las residencias Mozart, Haydn, Bizet, Sibelius, Rossini y Brahms. Y en el central el resto: Beethoven,<br />

Vivaldi, Strauss, Schubert, Liszt, Stravinsky, Mahler y Palestrina. En fútbol destacaba la Residencia<br />

Palestrina, en baloncesto la Vivaldi, en rugby la Sibelius, en hockey sobre patines la Falla, y en<br />

balonmano la Haydn. Por su parte, de la Residencia Bach se podía decir que era una nulidad en todos<br />

los deportes.<br />

Oliver solía asistir a los partidos con Saskia. Hubiera preferido ir solo puesto que ésta a<br />

menudo se aburría y se ponía a hablar de sus cosas, pero la muchacha una y otra vez se empeñaba en<br />

acompañarle. Y cierto día, cuando la Bach recibió una paliza al fútbol por parte de la Residencia<br />

Mozart, pudo ver entre el público a Pierre, su amigo de la estación. Le saludó y éste correspondió con<br />

un fuerte apretón de manos. Hablaron de todo, de dónde se hallaba cada uno, de la gente con la que<br />

compartían el dormitorio y finalmente se disculparon mutuamente: “¿Cómo fue que te perdí de vista<br />

en la estación?” “Te estuve buscando”. A partir de aquel encuentro quedaron muchas veces más, no<br />

sólo para ver los partidos, sino también para jugar alguna vez al fútbol o al baloncesto. De este modo<br />

fue Pierre quien le introdujo en el mundo <strong>del</strong> Poids.<br />

El Poids era un juego no reconocido dentro de la Academia Blixen, sin embargo con mayor<br />

número de aficionados que los deportes oficiales como el fútbol o el rugby, y a pesar de que no se<br />

encontraba prohibido se jugaba en los sótanos de las residencias. Consistía en que cada equipo contaba<br />

con una pesa de unos cuarenta kilos, el Poids, la cual se situaba en el centro de una circunferencia de<br />

seis metros de diámetro, y entre pesa y pesa había veinte metros. El juego consistía en que cada<br />

equipo, compuesto por siete personas, tenía que conseguir desplazar la pesa <strong>del</strong> rival fuera <strong>del</strong> círculo.<br />

En resumen, las reglas eran sencillas, lo que complicaba el juego era que ambos equipos para<br />

conseguir su propósito, a excepción de matar o de cercenar los miembros a un contrincante, podía<br />

disponer todos los medios a su alcance, incluso, y sobre todo, aquellos que supongan el utilizar sus<br />

habilidades sobre la nanomateria. A Oliver le entusiasmó aquel descubrimiento, incluso a partir de ese<br />

instante fue lo único que quiso hacer en sus ratos libres, observar embelesado los encuentros de Poids<br />

a través de ventanucos en las paredes. Ni siquiera Pierre o sus amigos habían mostrado tanto interés.<br />

Pronto tuvo incluso un jugador favorito, se llamaba Emre Iman, alias “el Medianoche”, porque cuando<br />

jugaba siempre iba de negro. Pertenecía a la Residencia Liszt, aunque en el Poids no se competía por<br />

residencias sino que eran los alumnos los que conformaban los equipos. El de Emre Iman se hacía<br />

llamar “Los dragones plateados”. Era tal el interés de Oliver por el Poids que Pierre, para congraciarse<br />

con él, le propuso que algún día fundarían un equipo.<br />

Sin embargo, esto no se cumplió. Pronto la relación entre ambos se deterioró. Faltaban tres<br />

semanas para los exámenes finales <strong>del</strong> primer trimestre y aquel día Oliver había invitado a Alan a<br />

contemplar un partido entre “Los dragones plateados” y “Los súbditos <strong>del</strong> lobo Fenryr”. Pierre y sus<br />

amigos hacía rato que estaban allí, y cuando ellos llegaron fue pronunciar Alan Sillitoe la primera<br />

frase y algo extraño sucedió, algo que hizo saber a Oliver que a pesar de las cosas que tenían en<br />

común, Pierre Gounod no era ni mucho menos la persona que él se había imaginado. Susurró algo a<br />

sus amigos y estos rieron. Pronto el secreto salió a la luz, Pierre había llamado a Alan “tartaja”.<br />

- Oye, por favor, dejad de meteros con el chaval, que él no os ha hecho nada.- Dijo Oliver.<br />

Pero estos siguieron erre que erre: “¡Tartaja, tartaja!”- ¿Por qué no paráis de una vez?<br />

- Tratranquilo, Oliver. A mí no me impoporta.<br />

- ¿Habéis escuchado?- Señaló Pierre al resto.- Te doy cinco cromos si lo repites. Venga, ¿a<br />

qué estás esperando, tartaja? Habla.<br />

- ¡Ya está bien! ¿No?- Explotó Oliver.<br />

- ¿Qué pasa? ¿Me vas a decir ahora cómo tengo que portarme?- Replicó Pierre envalentonado.<br />

Oliver sintió deseos de asestarle un puñetazo, pero ellos eran seis, Alan y él sólo dos.<br />

- Nunca pensé que fueras así.- Y se marchó. Pierre y sus amigos siguieron carcajeándose a sus<br />

espaldas.<br />

25


No pudo decir que aquello no le afectara, que una persona que había sido amiga durante… poco<br />

tiempo quizás, pero el suficiente como para crear algo intenso en aquel nuevo universo, le<br />

decepcionara. Aunque más le afectó el hecho de que se sucediesen las primeras deserciones de la<br />

Academia entre los recién llegados. Sucedió dos semanas más tarde, a mediados de septiembre. Esa<br />

noche se fue a acostar temprano debido a que había tenido un día muy ajetreado, y al despertarse con<br />

la sirena a las seis y media descubrió que ni Esteban ni Giancarlo habían dormido allí. De Esteban se<br />

lo hubiera esperado, al fin y al cabo éste siempre había expresado que se hallaba fuera de lugar. Pero<br />

de Giancarlo,… de un chaval que aparentaba no haber roto un plato en su vida…, resulta que de<br />

repente se había marchado hacia los territorios que se encontraban tras aquella frontera de oscuridad<br />

fuera de los límites de la Academia donde según el subdirector sólo se encontraban los indeseables.<br />

Eso le demostró nuevamente lo poco que sabía acerca de las personas. Por otro lado, faltaba una<br />

semana para los exámenes y entre unas cosas y otras le costaba concentrarse. Los números le bailaban<br />

en la cabeza, y la letra ni con sangre entraba. Menos mal que contó con la ayuda de Saskia, la<br />

madrileña resultaba para algunos asuntos ser un poco pesada, pero en aquellos momentos se portó<br />

mostrando comprensión ante cualquier circunstancia. Igual debía decir de Sandra, aunque la suiza,<br />

había comprobado, tenía un modo de hacer las cosas más comedido y menos aparente.<br />

Finalmente, llegaron los exámenes. La primera sesión de nervios, de dolores de barriga, de<br />

noches en vela. Y si no fuera suficiente, tras el último examen los resultados saldrían en los pasillos de<br />

las correspondientes residencias tres horas más tarde, justo después de comer. Ese día nadie fue al<br />

comedor y con las telarañas en el estómago esperaron amargamente sentados en sus respectivas<br />

camas. La cortina estaba replegada y chicos y chicas elucubraban acerca de los resultados. Midori era<br />

la que más mostraba su nerviosismo no dejando de dibujar motivos sobre las paredes.<br />

- ¿Quiquieres dejarlo ya?- Pidió Alan, pero la japonesa siguió como si tal cosa. Entonces el<br />

americano señaló su dedo hacia Midori y ésta gritó cuando vio que de su mano comenzó a salir pelo.<br />

- No hagas eso.- Le recriminó Kareena.- Esto es serio, nos jugamos el poder volver a nuestras<br />

casas.<br />

- ¿A qué cacasa?- Oliver en ese momento recordó lo que el estadounidense le había confiado<br />

acerca de que sus padres habían querido venderle a un circo.<br />

Finalmente, las notas salieron; aparecieron como por arte de magia en el pasillo. Oliver por fin<br />

pudo respirar, había aprobado todo, no con tan buena nota como esperaba pero lo había conseguido.<br />

Sandra también, y Midori, aunque ésta puso mala cara cuando vio que en dibujo sólo le habían puesto<br />

un ocho. Curiosamente, de todos, el que mejores notas había sacado había sido el niño hiperactivo <strong>del</strong><br />

cual nadie podía recordar cuándo se había puesto a estudiar. Y después quedaban las caras tristes: a<br />

Kareena le habían quedado tres. Pero lo peor era lo de Alan que no había aprobado ni las artes<br />

marciales a las que era tan aficionado.<br />

- Tendré que repepetir cucurso.- Dijo resignado. En cambio Kareena se puso enseguida a<br />

estudiar. Debajo de cada lista de notas había una fecha para recuperar cada asignatura: “¡Y es dentro<br />

de tres días!” Dicho esto se encerró en el dormitorio.<br />

Por su parte, el resto se marchó al descampado junto al arroyo. Les quedaba una semana de<br />

vacaciones por <strong>del</strong>ante y tenían que celebrarlo. Esta vez, en el descampado no sólo se reunieron los de<br />

primer curso sino también los mayores. El lugar estaba a rebosar, en un lateral Sanjuanero preparaba<br />

carne y verduras en una barbacoa, unos cantaban, otros bailaban, otros se reunían en corros para<br />

charlar, y algunos incluso se dieron un baño en el arroyo de agua estancada.<br />

Por un lateral apareció Saskia con una expresión radiante.<br />

- Has aprobado todas.- Dedujo Oliver.<br />

- No, me han quedado dos. Pero son menos de las que me esperaba. Me presento en cuatro<br />

días. ¿Y vosotros?<br />

Cada uno le comentó su situación. La madrileña se quedó igualmente sorprendida cuando le<br />

dijeron que el niño hiperactivo había sido el que más nota había sacado.<br />

- Pero si no ha empollado nada.<br />

- ¿Cómo que no? Lo que pasa es que vosotros no me habéis visto.- Protestó el argentino.<br />

- Anda ya, cada vez que te veía siempre hacías lo mismo. Esconderte en los armarios y darnos<br />

sustos a las chicas.- Prosiguió Saskia.<br />

26


- Bueno, si él lo dice por algo será.- Le defendió Sandra. Las dos se miraron, nunca se habían<br />

llevado bien la una con la otra y la tensión se mascaba.<br />

- He estatado pensando.- Interrumpió el Alienígena la situación.- Ese juego, el Pud.<br />

- El Poids.- Aclaró Oliver.<br />

- Sí, eso. ¿Por qué no fufundadamos un equipo?<br />

- ¿Cómo?- Dijeron todos a la vez, menos Midori que en cambio preguntó: “¿Qué es eso <strong>del</strong><br />

Pud?” Se lo explicaron, “Ah, pues no tenía ni idea de que eso existiese”.<br />

- Como iba diciciendo.- Continuó el estadounidense.- Por ser más pequeños no nos<br />

pepermimiten jugar en los equipos de las resisisidencias. Pero a esto nadie nos pupuede impedir jugar.<br />

Podríamos reunir gente y fofoformar un equipo.<br />

- Pero acabamos de llegar. No sabemos controlar nuestras habilidades y… nos ganarían<br />

siempre.- Expuso Oliver.<br />

- Pues a mí me parece una buena idea- interpuso Saskia-, a mí lo de ganar no me importa.<br />

Puede ser divertido. Además, aquí por lo que parece nadie nos va a enseñar y creo que el Poids es una<br />

buena oportunidad para aprender.- En eso tenía razón, tuvo que reconocer el francés.<br />

- Yo por mi parte- intervino Midori- no acabo de comprender en qué consiste el Pud ese, pero<br />

estoy de acuerdo. Con esto de tanta clase y tanto estudio apenas se puede conocer a gente de otras<br />

residencias.<br />

Todos asintieron. Era un proyecto quizás demasiado ambicioso para unos recién llegados que<br />

apenas habían estado tres meses en el Mínimomundo, pero por ello mismo contaban con el ánimo<br />

suficiente como para confrontar cualquier reto.<br />

Pronto se pusieron manos a la obra, y ese mismo día todos los <strong>del</strong> primer curso de las residencias <strong>del</strong><br />

sector oeste quedaron emplazados para una reunión cuando los exámenes de recuperación acabaran en<br />

aquel mismo sitio. Y así tuvo lugar seis jornadas más tarde.<br />

El número de los recién llegados había disminuido considerablemente. Tal como habían hecho<br />

Esteban y Giancarlo aproximadamente una sexta parte de los alumnos que entraron aquel trimestre<br />

habían abandonado la Academia a las primeras de cambio. Por otra parte, estaban los que como<br />

Kareena no querían oír hablar de otra cosa que no fueran los estudios. Incluso, aunque el segundo<br />

curso todavía no había comenzado, ya se encontraban revisando el temario que acababa de aparecer en<br />

la papelería de la Academia.<br />

Aún así en el descampado junto al arroyo se habían reunido unos cuatrocientos alumnos.<br />

Oliver fue el primero que participó. Les habló acerca <strong>del</strong> Poids, de sus reglas, de cómo se jugaba y de<br />

que existía una liga no oficial en la Academia situada en los sótanos de las residencias.<br />

- Pero entonces está prohibido.- Comentó una chica de Chopin.<br />

- No, no lo está. No incumple ninguno de los siete preceptos.<br />

- ¿Y por qué no se juega al aire libre? ¿Por qué se tienen que ocultar?<br />

- No lo sé, pero si no me creéis os diré que son los chicos de los cursos superiores, los que aún<br />

no han abandonado la Academia, los que lo practican. Y eso significa que no está prohibido, o al<br />

menos que no tendremos que temer que nos impidan regresar a la Tierra.- Y les habló de Emre Iman<br />

“el Medianoche”, de Ruth Steward “la Pulga”, de Martin “el acorazado” Steinbeck,… de todos los<br />

grandes jugadores que practicaban el Poids, y que no dejaban de permanecer desde las cero horas de la<br />

madrugada hasta las seis y media de la mañana encerrados en sus respectivas habitaciones.<br />

No obstante, a pesar de los esfuerzos <strong>del</strong> francés, todos los presentes se mostraron incrédulos.<br />

Medía hora más tarde, cada cual regresaba a su residencia sin haberse acordado nada, y los<br />

miembros <strong>del</strong> dormitorio 31-A de la Residencia Bach más Saskia, iban cabizbajos, pensando en qué<br />

habían fallado. A lo lejos se escuchaba a la vikinga Krüss gritando. Ese día acababa de llegar una<br />

nueva remesa de dos mil quinientos niños procedentes de la Tierra, y la Krüss, como prefecta de la<br />

Bach, tenía que guiar a una parte hasta la residencia.<br />

- Por lo memenos ahora ya no me gritará a mí.- Dijo Alan Sillitoe. La vikinga Krüss durante<br />

aquel primer trimestre se había ensañado especialmente con él. Le llamaba “energúmeno mayor <strong>del</strong><br />

reino” y lindeces por el estilo.<br />

- No sé qué decirte, a esa le sobra fuerza para echar espuma por la boca.- Respondió Midori.<br />

27


- Alguien me han comentado- explicó Sandra- que éste que entra ya es su penúltimo trimestre<br />

en la Academia. Así que no temáis, chicos. En marzo nos libraremos de ella.<br />

- Pero mientras tanto nos pondrá las cosas difíciles.- Dijo Oliver, y todos asintieron.<br />

En cualquier caso, aquel instante era aquel instante y sabían que si habían hecho a la vikinga<br />

Krüss que se desplazara, ésta podía estar más que cabreada, por ello decidieron no ir a la Residencia<br />

Bach de momento. Saskia propuso ir a la sala común de la suya hasta que el temporal pasase y todos<br />

aceptaron. Normalmente, los dormitorios de los alumnos de los tres primeros cursos se encontraban en<br />

la planta baja, y conforme pasaba el tiempo iban ascendiendo hacia las plantas superiores. Así mismo,<br />

aquellos que vivían en los pisos superiores no permitían que el resto subiera hasta allí, colocaban<br />

trampas, o incluso los echaban a puntapiés. Los de la primera planta, por ejemplo, harto de que el niño<br />

hiperactivo se les colase, en una ocasión lo colgaron de una de las ventanas con un cartel que ponía.<br />

“Enemigo público número uno”. Todos se rieron, y durante un tiempo pareció que el argentino fuera a<br />

cambiar de mote. Sin embargo, no por ello éste dejó de hacer de las suyas.<br />

En cualquier caso, por eso mismo, las salas comunes siempre se hallaban en la planta baja.<br />

Cuando llegaron a la de Debussy se encontraba vacía. Ocho mesas redondas con cuatro sillas cada<br />

una, una pizarra, una mesa de ping pong y una estantería repleta de juegos.<br />

- Echo de memenos la televisión.- Dijo Alan, que de tanto aburrirse se había convertido en un<br />

experto en el parchís y en el tres en raya.<br />

- Ay, por favor. Si estudiaras más no dirías eso.- Replicó Midori. Alan extendió el dedo para<br />

que el brazo de la chica pareciera la piel de un lagarto, pero la japonesa fue más rápida y en un plis<br />

plas le pintó unas gafas.- Ahora parece que incluso pienses.<br />

Alan fue a por ella y la persiguió por entre las mesas mientras Midori no dejaba de correr y de<br />

reírse como una loca.<br />

- Oye, parad de una vez.- Dijo Saskia.- Pareciera que tuvierais once años.<br />

- Tienen once años.- Contestó Sandra.<br />

- ¿Y tú por qué no paras de meterte conmigo?<br />

- ¿Y tú por qué no dejas de perseguirnos todo el día?<br />

Alan y Midori por un lado, Saskia y Sandra por el otro. Sólo quedaba que Oliver se enfadara<br />

con Rafael, pero el niño hiperactivo había desaparecido. Pronto el francés supo dónde estaba, éste<br />

había intentado colarse en las plantas superiores, y vio por la ventana que un grupo de alumnos de<br />

cuarto y quinto curso de la Debussy le estaban persiguiendo fuera.<br />

“Menudo desastre”, pensó el francés “¿Y nosotros somos los que queríamos organizar un<br />

equipo?”<br />

- Ejem, hola- dijeron un chico y una chica que acababan de entrar en la sala. Por sus uniformes<br />

rosa pálido venían de la Tchaikovsky.- ¿Venimos en mal momento? Queríamos apuntarnos al equipo.-<br />

Al decir esto, Midori y Alan dejaron de correr, y Saskia y Sandra de discutir.<br />

- ¿Perdón? Creo que no os he entendido.- Dijo Oliver.<br />

- Queríamos apuntarnos al equipo.- Se a<strong>del</strong>antó ella- Si no lo hemos hecho antes fue porque<br />

nos daba vergüenza hacerlo <strong>del</strong>ante de tanta gente.<br />

- Sí,- continuó él- además, hemos hablado con otros que también quieren hacerlo. Os<br />

buscamos en Bach pero sólo escuchamos a algo que desde la sexta planta no hacía más que gritar. Así<br />

que se nos ocurrió hacerlo aquí.<br />

- Pues habéis acertado.- Dijo Oliver, y añadió- Bienvenidos.<br />

- ¿Por qué no seguimos la reunión?- Propuso Sandra- Ya con aquellos que quieran apuntarse.<br />

- Sí, hagámoslo.- Dijo Saskia,<br />

- Bubuscaré fuera al resto.- Se ofreció el alienígena.<br />

Media hora más tarde, en la sala común de Debussy había por lo menos quince personas. Y<br />

seguían llegando. Todos querían enterarse de qué iba aquello <strong>del</strong> “Poids”. Pronto, los posibles<br />

jugadores de este deporte superaron la cifra de siete reglamentaria, y se empezaron a redactar reglas<br />

que se realizarían turnos para participar y todo ese tipo de asuntos. Pero quedaba la pregunta clave:<br />

- ¿Cómo nos llamaremos?<br />

28


Se propuso todo tipo de nombres, pero siempre relacionados con animales: lobos, tigres,<br />

leones, dragones,… hasta incluso se mencionaron algunos de tipo mitológico: pegasos, minotauros,<br />

hidras, colosos, hipogrifos,…<br />

- ¿Qué es un hipogrifo?- Nadie supo contestar. En ese momento intervino Midori.<br />

- No es que no me gusten los nombres que se están proponiendo pero yo preferiría que fuera<br />

algo más original. No sé, todos son criaturas feroces y sanguinarias, podríamos…<br />

- Podríamos llallamarnos los hámsteres.- Propuso Alan.- No son criaturas ni feferoces ni<br />

sanguinarias.- Todos le miraron, de su cara y de sus brazos salía una especie de pelo grisáceo. A<br />

continuación se puso a dar vueltas alrededor de la japonesa imitando a un roedor.- O memejor aún.<br />

Los hámsteres rabiosos.- Y se puso a morderle la pierna a Midori. La chica, ante aquello, no tuvo más<br />

remedio que darle una bofetada que hizo que Alan se quedase tranquilo.<br />

- No, me refería a que por qué tenemos que llamarnos como un animal. Seguid pensando, debe<br />

haber otro tipo de nombres.<br />

Y así surgieron otros como Springfield, los curritos de la central nuclear <strong>del</strong> señor Burns, el<br />

ejército de Dumbledore, los condenados al infierno robot, el barco de Chanquete, los hermanos<br />

químicos, Área 51, y por fin Alan propuso que se denominaran “Proyecto Willyman”. Votaron y fue<br />

este último quien se quedó. Acababa de nacer el equipo “Proyecto Willyman”.<br />

No obstante, antes de poder jugar su primer encuentro de Poids, el equipo “Proyecto Willyman” tuvo<br />

que solventar una serie de dificultades. Primero, había una regla en aquel deporte supuestamente no<br />

oficial de la Academia, por la cual aquellos que hubieran suspendido alguna asignatura el trimestre<br />

anterior no podrían participar. Así, gente como Alan o como Saskia a quien le había quedado<br />

finalmente una, tendrían que esperar al siguiente curso. Otra era que por ser tan jóvenes les obligaron a<br />

que buscaran un entrenador que hubiera realizado al menos el vigésimo curso. Durante dos semanas<br />

buscaron sin resultado. Hasta que el encargado de la liga no oficial de Poids de la Academia Blixen<br />

fue a verlos diciéndoles que alguien se había presentado para entrenador. Le preguntaron de quién se<br />

trataba, pero el encargado, un chico de catorce años al que le empezaba a salir la barba, les respondió<br />

que éste preferiría darse a conocer llegado el momento. Tampoco quisieron insistir mucho en esto.<br />

Ahora quedaba la que para ellos era la tarea más dura, buscar una cancha, o lo que es lo mismo, una<br />

habitación en un sótano en el que se pudiera jugar al Poids. Pero una vez más la suerte pareció que de<br />

repente se había puesto de su parte. El encargado les comentó que les habían otorgado una sala en el<br />

subterráneo de la Residencia Tchaikovsky. Enseguida fueron a verlo, se trataba de un cuarto trastero<br />

donde durante años se habían ido acumulando muebles rotos. No tenía un aspecto precisamente<br />

acogedor pero contaba con las dimensiones perfectas.<br />

Por fin, a finales de octubre, tuvo lugar su primer encuentro. Entre Midori y Sandra lo<br />

prepararon todo para que fuera memorable. Los siete jugadores que por sorteo participarían salieron de<br />

la sala común de Bach, ataviados con gafas sin cristales y con bata blanca de médico. En el pasillo se<br />

les unió Sandra tocando la flauta, más a<strong>del</strong>ante dos chicos con sendos tambores y, antes de salir <strong>del</strong><br />

edificio, el resto de los componentes <strong>del</strong> equipo golpeando al unísono dos palos de madera. El<br />

estruendo era tal que por donde pasaban los alumnos se asomaban a las ventanas y les animaban. Un<br />

recién llegado aquel trimestre le preguntó a otro: “¿Quiénes pelean hoy?” “Proyecto Willyman contra<br />

Los gusanos <strong>del</strong> lodo”. En verdad la presentación <strong>del</strong> equipo fue memorable. Pero en contra el partido<br />

fue un desastre.<br />

Tuvo lugar en los sótanos de la Residencia Strauss, y Los gusanos de lodo no tuvieron que<br />

hacer mucho. Aprovechando que ellos tenían entre catorce y quince años y sus contrincantes once, los<br />

apartaron a empujones y entre dos sacaron la pesa fuera <strong>del</strong> círculo.<br />

El siguiente, una semana más tarde, fue algo más interesante. “Los violentos de Kelly”<br />

apagaron la luz, y cuando ésta se encendió de nuevo la pesa..., no es que la hubieran sacado <strong>del</strong><br />

círculo, sino que se encontraba junto a la suya. Oliver y los suyos supusieron que habían utilizado<br />

algún tipo de visión nocturna.<br />

El tercer encuentro ya fue demasiado duro. “Los gatos cariñosos” no hicieron honor a su<br />

nombre y desde el principio les arrojaron bolas de fuego y dardos de hielo. A pesar de que cuando<br />

finalizó el partido un médico presente les curó las heridas, la mayoría de los que participaron así como<br />

29


parte de los que lo observaron desde los ventanales situados en la parte superior de las paredes de la<br />

sala, se negaron a seguir jugando al Poids.<br />

- A partir de ahora tan sólo haremos ruido con los palos detrás cuando vayáis a algún partido.<br />

Eso obligó a Oliver a tomar decisiones drásticas. Hasta ahora no había querido aceptar a nadie<br />

de fuera <strong>del</strong> sector oeste para que no hubiera demasiados y los turnos se multiplicaran, pero cuando<br />

aquello sucedió tuvo que transigir con dos muchachos de la Residencia Schubert en el sector central<br />

para completar el número de siete: un californiano rubio y de piel morena que se llamaba John Derek,<br />

y un japonés alto y con el pelo largo, Hajime Okada. Ambos eran amigos íntimos y como ellos tenían<br />

entre once y doce años. Por otra parte, parecían tener talento y muchas ganas de demostrarlo. Pero a<br />

pesar de las nuevas incorporaciones la confianza no regresó al grupo. Para colmo, el siguiente partido<br />

lo echarían por primera vez en su propia cancha nada más y nada menos que contra el equipo de la<br />

vikinga Krüss, “Los señores <strong>del</strong> acero”. Estaban desanimados. Por no saber no sabían ni cómo<br />

preparar su cancha, el mar de muebles rotos era algo de lo que no se podían desembarazar así como<br />

así. Era sábado por la mañana, apenas se habían puesto diez minutos manos a la obra, y ya estaban<br />

cansados. Se sentaron en algunos de los sofás y sillas que allí había, como si esperaran que por arte de<br />

magia los muebles desaparecieran.<br />

- ¿Cómo? ¿De esta manera es como os entrenáis?- La interpelación les sorprendió. Desde la<br />

puerta les reprendía un hombre de unos veinte años, alto, atlético, cabello moreno muy corto, bigote y<br />

perilla. Vestía con una gabardina de cuero negro y en la mano llevaba un bastón de madera sin<br />

adornos. Cojeaba de la pierna derecha.<br />

- ¿Quién es usted?- Se atrevió a decir Oliver.<br />

- Soy vuestro entrenador.<br />

- ¿Entrenador? ¿Y por qué no ha venido antes?- El enfado <strong>del</strong> francés crecía por momentos.<br />

- Tenía que veros actuar antes, ahora sé que tenéis coraje pero que nadie os ha enseñado nada.<br />

- ¿Y para eso tenía que vernos? Eso ya lo sabíamos nosotros antes de que llegara.<br />

- ¿Y cómo piensa enseñarnos?- Preguntó Sandra al ver que Oliver no estaba dispuesto a ser<br />

amable.<br />

- Pues para empezar, si queréis, podríamos jugar un partido de Poids. Yo contra vosotros siete.<br />

- Pero si no tenemos ni la cancha lista.<br />

- Eso se puede arreglar, las marcas rojas ya están trazadas sobre el suelo y las pesas colocadas<br />

en su sitio. Sólo tenéis que apartar los muebles de los círculos y listo.<br />

- Pero, ¿no sería mejor llevar los muebles a otra habitación?<br />

- No, no hace falta. Como veo que hasta ahora sólo habéis peleado con equipos malos os lo<br />

comento. En el juego <strong>del</strong> Poids hay una regla que dice que un equipo que juega en casa, como<br />

vosotros la próxima vez, puede disponer de todos los obstáculos que ellos crean convenientes, con una<br />

condición: que los círculos que contengan las pesas estén despejados. Así que, ¿a qué esperáis? Manos<br />

a la obra.<br />

Los chicos no sabían de qué estaba hablando aquel hombre. Habían revisado la sala varias<br />

veces y no había visto ni líneas rojas ni pesas. Pero para su sorpresa era como si de repente al entrar<br />

aquel sujeto éstas hubieran hecho acto de presencia. Tardaron una hora en retirar los muebles, pero<br />

cuando lo hicieron se sintieron más animados al ver que ya tenían un campo de Poids.<br />

- ¿Estáis listos?- Dijo el hombre, el cual ni siquiera les había dicho cómo se llamaba. Al<br />

instante los siete: Oliver, Sandra, el niño hiperactivo, un chico de la Residencia Verdi llamado <strong>Jose</strong>ph,<br />

Jasmine de la Bach, John Derek y Hajime gritaron “sí” al unísono.<br />

El hombre hizo una señal con la mano y entonces todos corrieron hacia él vociferando como<br />

posesos. Ellos eran siete y él solamente uno, entre cuatro lo agarrarían y los tres restantes sacarían la<br />

pesa <strong>del</strong> círculo. Pero no contaron con la habilidad de este personaje. Al momento miles de hormigas,<br />

millones de hormigas, salieron <strong>del</strong> suelo, de las paredes, de los muebles, de todas partes. No pudieron<br />

hacer nada, éstas les envolvieron sin que pudieran realizar ningún movimiento. Lo único que no les<br />

taparon fueron los ojos para que pudieran ver cómo en su círculo las hormigas se apelotonaban<br />

conformando una pirámide de creciente tamaño hasta que fue capaz de llevar la pesa fuera.<br />

- ¿Qué es lo que ha sucedido?- Preguntó su entrenador una vez las hormigas se retiraron.<br />

- Que has hecho trampa.- Recriminó <strong>Jose</strong>ph.<br />

30


- No he hecho trampa. La estrategia que he utilizado es una estrategia completamente válida<br />

en el Poids. Si habéis tenido la mala suerte de jugar hasta ahora contra equipos malos yo no tengo la<br />

culpa. Ellos no aprovecharon mis enseñanzas, espero que vosotros sí lo hagáis.- Oliver estaba cada vez<br />

más intrigado. Ni siquiera a Emre el Medianoche había visto realizar una estrategia tan compleja y<br />

efectiva. ¿Quién sería aquel sujeto?- ¿Qué es lo que ha sucedido?<br />

- Que las hormigas nos han bloqueado.- Contestó Sandra.<br />

- Por supuesto, mi preciosa niñita. Eso es lo obvio. Las malvadas hormigas os han rodeado y<br />

os han impedido moveros. Pero esa no es la respuesta. ¿Qué es lo que ha sucedido?- Al ver que nadie<br />

contestaba continuó.- Pues ha sucedido que vuestra imaginación no ha sido capaz de oponerse a un<br />

ejército de hormigas. Simple y llanamente. Recordad esto: “la imaginación es la medida <strong>del</strong> poder”.<br />

- Eso es lo que dijo el Direc… Don Quijote durante la presentación.- Recordó Oliver.<br />

- Sí, aquel viejo chiflado que ni siquiera se dignó a dirigirnos la palabra.- Dijo John.<br />

- ¿Eso crees, chaval? Pues te equivocas de cabo a rabo. Por si no lo sabéis Alonso sí os dirigió<br />

la palabra y “sí” pronunció su discurso. La Jefa de Estudios y el Director llevan realizando ese<br />

numerito <strong>del</strong> gigante y la dama en apuros desde que la Academia se inauguró. Y, ¿qué tengo que<br />

deciros al respecto? Que “Don Quijote” os hizo partícipes de la más valiosa de las enseñanzas que en<br />

este lugar pudierais aprender. La imaginación es la medida <strong>del</strong> poder. Sólo la imaginación os permitirá<br />

controlar la nanomateria, sólo la imaginación conseguirá que ésta produzca lo que deseéis en cada<br />

momento, y los límites de la nanomateria serán los mismos que los límites de vuestra capacidad para<br />

imaginar. Pensadlo, la imaginación fue capaz de haceros creer que un gigante apareció en la sala<br />

durante la presentación, que Alonso Quesada se cree un caballero andante y que ni siquiera se dignó<br />

en dirigiros unas palabras. Espero que ahora podáis comprender cuán equivocados estáis.<br />

>> Aún más. Seguramente la mayoría de vosotros os quejéis de que en la Academia Blixen<br />

ningún profesor os enseña a incrementar vuestras habilidades. ¿No?- Todos asintieron- Pero hacen lo<br />

que deben hacer. Si os enseñaran cómo deberíais manejar la nanomateria os estarían encasillando, os<br />

estarían dando fórmulas concretas, y por ello coartando vuestra imaginación. En cambio, lo que hacen<br />

es ampliar vuestro conocimiento para así dar alas a vuestra imaginación. Si vuestra madre os hubiera<br />

leído de niños únicamente un cuento de hadas, sólo podríais imaginar ese cuento de hadas. Pero<br />

leyéndoos el libro entero tendríais el mundo a vuestros pies. Antes de controlar la nanomateria tenéis<br />

que aprender a pensar- Hizo una pausa y añadió- Venga, levantaros, vamos a echar otra partida.<br />

El encuentro con el equipo de la Krüss se celebraría el jueves. Pero mientras tanto entrenaron<br />

duro, tanto que acabaron teniendo pesadillas con cientos de miles de hormigas que los devoraban poco<br />

a poco. Aquel ejército de pequeños insectos resultaba extremadamente difícil de vencer. Una y otra<br />

vez sus esfuerzos chocaban contra la perseverancia de éstos. Oliver trató de quemarlas, de congelarlas,<br />

de interponer un muro entre ellas y él, de endurecer su piel,… pero nada funcionaba. O su imaginación<br />

iba mal o la estrategia de su entrenador era invencible. En cualquier caso, notaba cómo sus habilidades<br />

crecían, cada vez era capaz de quemar o de congelar a un mayor número de hormigas, de crear un<br />

muro más alto, o de hacer que su piel fuera más dura. Aunque a la larga resultara inútil. El primero<br />

que consiguió de verdad algo fue el niño hiperactivo. El lunes, cuando las hormigas ya iban a rodearlo,<br />

comenzó a correr, subió por la pared e incluso surcó el techo boca abajo. De este modo llegó hasta la<br />

pesa <strong>del</strong> entrenador, saltó hacia ella y con los pies consiguió moverla un centímetro, justo antes que las<br />

hormigas lo rodearan. Todos se quedaron alucinados, por primera vez en aquellos días alguien había<br />

sido capaz como mínimo de tocar la pesa. Pero a aquel sujeto nada le parecía bien:<br />

- ¿Qué es lo que ha sucedido?- Como era usual nadie contestó.- Rafael ha conseguido tocar la<br />

pesa, sí, pero a costa de mostrar la base de sus habilidades. Seguramente todos cuando llegasteis aquí<br />

teníais una cualidad especial que creéis que es la única. Por ejemplo, seguramente penséis que “el niño<br />

hiperactivo” su cualidad sea únicamente correr, saltar, esconderse y sorprender. Pero eso no es cierto,<br />

cualquier de vosotros podría hacer esto, e igualmente él podría tomar cualquiera de vuestras<br />

cualidades. Lo importante es imaginar, y no coartar. No penséis que tenéis una única “cualidad<br />

especial”. Variad.<br />

Y llegó el martes, y estaban realmente cansados. Pero no podían detenerse, tenían que<br />

continuar. Seguramente las hormigas tendrían algún punto débil, pero, ¿cuál? Como de costumbre<br />

quemaron, congelaron, arrojaron, dispersaron, ¿y qué podían hacer más? Las hormigas acababan de<br />

31


odear a Oliver, le habían tapado hasta los ojos. Y entonces se le ocurrió, y trató de imaginar. Un<br />

tornado, un fuerte viento que arrastrara a los millones de pequeñas criaturas. Y tal como lo imaginó la<br />

fuerza de su visión lo creó. Primero liberó la pesa, después a sí mismo. El tornado continuó a lo largo<br />

<strong>del</strong> campo de juego hasta que alcanzó el círculo <strong>del</strong> contrincante, y sí, era lo suficientemente fuerte<br />

como para arrastrar la pesa. Pero mientras lo hacía, en su círculo las hormigas ya se habían rehecho.<br />

Otra vez habían perdido.<br />

- ¿Qué es lo que ha sucedido? Que habéis estado a punto de ganar por poco. Pero al final con<br />

las prisas lo habéis echado todo a perder. De todas maneras, bien hecho, os felicito. Mañana no<br />

vendré. Os dejo para que penséis la estrategia para el jueves.<br />

Y ya se iba a marchar cuando Oliver le interrumpió.<br />

- ¿Y no nos vas a decir tu nombre?<br />

- Ah, sí. Es cierto. Podéis llamarme “Contrabandista”, o en su defecto, Pablo.<br />

El jueves, como ya era habitual, el ritual antes <strong>del</strong> partido comenzó desde la sala común de la<br />

Residencia Bach. Desde la primera vez al acompañamiento se le había sumado una trompeta y un<br />

violín, de tal modo que el pasacalles se parecía cada vez más a una orquesta.<br />

Junto a la cancha hacía rato que “Los señores <strong>del</strong> acero” esperaban, y cuando estos pasaron<br />

dentro y vieron el campo de juego, se echaron a reír. Los muebles yacían desperdigados por doquier,<br />

dándole un aspecto descuidado como si aquellos “energúmenos” en palabras de la vikinga Krüss no<br />

hubieran sido capaces de trasladarlos a otro sitio.<br />

El partido comenzó y tal como hicieron “Los gatos cariñosos” una semana y media antes, “Los<br />

señores <strong>del</strong> acero” intentaron amedrentarlos a base de lanzarles bolas de fuego y dardos de hielo.<br />

Sandra desvió un dardo de hielo que se clavó en la pared, y el niño hiperactivo fue derribado por una<br />

bola de fuego. Pero entonces la estrategia que pensaron el día anterior comenzó a funcionar. Muchos<br />

de los muebles habían sido modificados y cuando alguien <strong>del</strong> equipo contrario pasaba junto a ellos<br />

estos se convertían en trampas. Un sofá se cerró sobre el capitán, una silla sin cojín atrapó a un chico<br />

que avanzaba rápido hacia la pesa,… Al final sólo quedó la vikinga Krüss, y los meses de martirio que<br />

ésta les había causado se convirtieron en una dulce venganza. Poco a poco fueron sepultándola bajo<br />

una montaña de muebles. Pero al hacer esto de repente vieron como Mary Krüss se convirtió en un<br />

oso. Los componentes de “Proyecto Willyman” se quedaron aterrorizados mientras el oso surgió de<br />

entre los muebles como si estos fueran un montículo de arena.<br />

- ¿Qué hacemos?- Preguntó Sandra.<br />

Oliver trató de pensar.<br />

- Retenedla.<br />

- ¿Cómo?<br />

- Con fuego, quemad los muebles.<br />

Todos obedecieron, mientras Oliver se dirigió al círculo contrario. Él sólo no podía mover la<br />

pesa, no tenía suficiente fuerza. Pero cerca había un grupo de muebles viejos. Pensó: “la imaginación<br />

es la medida <strong>del</strong> poder”, y recordó aquel muñeco hecho de colillas de cigarrillos que le hizo a su padre<br />

adoptivo. De dos sillones hizo las patas, de un armario el cuerpo, y de dos sillas los brazos. El<br />

engendro se movió hasta el círculo, y poco a poco fue desplazando la pesa hasta que ésta estuvo fuera.<br />

Miró al otro lado <strong>del</strong> campo, sus compañeros habían rodeado a la osa Krüss con fuego de tal modo que<br />

ésta no se pudo acercar a la pesa. Habían ganado.<br />

Cuando se supo, en los pasillos, en el exterior, en todas las residencias, se sucedieron<br />

manifestaciones de júbilo. Nadie lo podía creer, unos alumnos <strong>del</strong> segundo trimestre habían ganado a<br />

otros de quinto y sexto año. Y, sobre todo, le habían dado una lección a la arpía de la Krüss. La noticia<br />

era alegre, pero para los que habían logrado la hazaña enseguida se convirtió en un hecho triste cuando<br />

Midori vino con una nota que había dejado Alan sobre la cama de Oliver: éste había abandonado la<br />

Academia.<br />

32


05. La cena de reunión.<br />

El veinticuatro de diciembre llegó con la noticia para Oliver de que había superado con éxito el<br />

segundo curso. Pero en cambio los recuerdos funestos se abatieron sobre él. Esa noche, como la<br />

mayoría de los alumnos de tradición cristiana, vería a su familia y había pensado para esa ocasión<br />

invitar a Alan. Pero éste había abandonado la Academia, se había rendido.<br />

En fin, tampoco era momento para ponerse triste. A mediodía tomó el tren, éste le llevó a un<br />

edificio próximo al túnel entre los dos mundos donde se encontraría con su padre adoptivo, la señora<br />

Dobb y Julie. Le informaron que todavía tenía que esperar un poco. Sandra, Midori, Kareena y el niño<br />

hiperactivo en cambio ya se habían reunido con sus respectivas familias. Por un lateral <strong>del</strong> salón vio a<br />

Pierre, se miraron un instante como midiendo fuerzas, después éste se retiró con sus padres. En otra<br />

parte algunas personas chillaron de sorpresa al ver que el tío de John Derek era un conocido actor de<br />

Hollywood,… En general reinaba un ambiente alegre y familiar en el salón.<br />

- ¡Oliver!- Frank Rousseau acababa de hacer su aparición en la sala.<br />

- ¡Papá!<br />

Corrieron el uno hacia el otro y se abrazaron. Tras él venían la señora Dobb y Julie. Oliver<br />

notó que a la mujer de su padre adoptivo le costó darle la mano.<br />

- Cynthia está un poco mareada <strong>del</strong> viaje, sobre todo se ha sentido mal cuando hemos pasado<br />

por el túnel.- Aclaró Frank.<br />

- Guau. ¡Ha sido alucinante!- Aunque Julie tenía una opinión completamente distinta de los<br />

sucesos <strong>del</strong> trayecto. La niña había cumplido ya nueve años, pero seguía siendo la misma cría de<br />

grandes ojos verdes y tirabuzones rubios. Y seguían gustándole las historias o, mejor dicho, “la<br />

historia” de Oliver tanto como antes. Así que el muchacho, mientras un conserje les guiaba hasta la<br />

estancia donde cenarían, no tuvo problemas en volver a narrársela. No obstante Julie tuvo que<br />

regañarle varias veces puesto que a menudo se despistaba y perdía el hilo. No era para menos, a pesar<br />

de haber estado en la Academia seis meses había allí una gran cantidad de personas que no había visto<br />

nunca.<br />

- Un momento, voy a saludar a un profesor.- Mientras, sus padres adoptivos y Julie se<br />

introdujeron en la estancia donde les señaló el conserje.<br />

La habitación no era demasiado bonita, paredes metálicas, una mesa de acero y cristal en el centro,<br />

ninguna chimenea. Pero estaban solos y eso era lo que contaba, podrían pasar allí la velada en<br />

intimidad. El conserje, antes de dejarles, le explicó cómo funcionaba. Por un micrófono pedirían la<br />

comida y la bebida que quisieran, y cuando sonara la campana podrían recogerla de una trampilla que<br />

había en una pared. Después se marchó no sin antes recordarles que para cualquier cosa que<br />

necesitasen que pulsaran el botón verde junto a la trampilla.<br />

Aparte, la estancia también contaba con una ventana al exterior.<br />

- ¡Qué horrible!- Expresó la señora Dobb. Oliver no supo si lo decía por los cientos de<br />

soldados, tanques y helicópteros que hacían guardia a la entrada <strong>del</strong> edificio, o por la oscuridad<br />

absoluta a excepción de las luces eléctricas de la Academia a lo lejos.- ¿Es siempre así?<br />

Oliver, ante aquello, comenzó a sospechar que a la señora Dobb no es que le hubiera sentado<br />

mal el viaje, sino que no se sentía a gusto en aquel lugar.<br />

- ¿Dónde vives?- Dijo la niña señalando las luces a los lejos.<br />

Eso era una buena pregunta, ¿dónde vivía? Oliver apartó por un momento de su cabeza el<br />

comportamiento de la señora Dobb e intentó identificar dónde estaba su residencia. Sabía que el eje<br />

norte sur en el Mínimomundo era el conformado por la línea entre el túnel entre los dos universos y el<br />

salón central de la Academia. Pero no sabía si el túnel era el norte o el sur. Izquierda o derecha,<br />

reconoció los dos comedores en los bordes de la Academia, la Residencia Bach era el edificio más<br />

cercano a uno de ellos. Al final supuso que el túnel se encontraba en el sur, por lo que Bach se hallaría<br />

a la izquierda, en el oeste.<br />

- Allí, a la izquierda. ¿Ves aquella cosa que brilla tanto?- se refería al comedor- Pues al lado.<br />

- Hala, ¡Qué guay!- Y Julie siguió haciendo preguntas: ¿cómo son las camas allí? ¿Tienes<br />

perro? ¿Y gato? ¿Los profesores son muy gruñones? ¿Por qué llevas una ropa tan fea?... Tantas que<br />

33


Oliver deseó tener el libro de las preguntas y respuestas consigo, pero Willyman aún no se lo había<br />

devuelto.<br />

Mientras tanto, Frank y Cynthia habían pedido la comida: lomo de cerdo con salsa de<br />

almendras, langostinos a la plancha, caviar, paté, de postre una tarta de chocolate, y de bebida una<br />

botella de cava para los mayores, y gaseosa para los niños. Brindaron, comieron, charlaron, rieron.<br />

Frank le preguntó a Oliver si se había acordado de buscar a su sobrino, y el niño le dijo algo<br />

avergonzado que no, que había tenido muchos asuntos.<br />

- Bueno, no te preocupes. Si está allí ya le encontrarás, tarde o temprano.- Y a continuación<br />

contó una anécdota de un tipo de su trabajo que un día durante la comida confundió la sal con el<br />

azúcar, y echó azúcar a las patatas fritas, y el tipo, ni corto ni perezoso, dijo que acababa de inventar<br />

un nuevo plato: las patatas fritas dulces.<br />

En resumen, la velada fue muy agradable.<br />

Sin embargo, la señora Dobb no rió ni dijo nada durante la cena. Se limitaba a reñir a Julie<br />

para que guardara los modales y ni siquiera le dirigió la palabra a Oliver. Cuando se acabaron el<br />

postre, el chico quiso hacerle un regalo a Julie. Tomó una cuchara y la transformó en una dama con<br />

guardainfante. Después tomó un cuchillo de pescado e hizo lo propio convirtiéndolo en un apuesto<br />

caballero.<br />

- Hala, ¡Qué guay!- Y ya se lo iba a dar a la chiquilla cuando la señora Dobb chilló:<br />

- ¡No, no lo toques!- Gritó tanto que la niña se cayó de la silla y se puso a llorar. Oliver<br />

también se había asustado, pero comprendió enseguida qué sucedía. Como Louis en el orfanato la<br />

señora Dobb le tenía pánico por lo que era capaz de hacer.<br />

- Cynthia, ¿podemos salir un momento para hablar?- Expresó Frank. La mujer obedeció, pero<br />

no sin antes coger a Julie de la mano y arrastrarla consigo.<br />

La puerta se cerró y Oliver se quedó dentro. No sabía qué sentir, si decepción o furia. ¿Por qué<br />

tenía que haber personas así? ¿Qué había hecho él para que se portaran de ese modo con él? Sobre<br />

todo de alguien tan cercano. Recordaba el primer plato que le pidió a Sanjuanero: estofado de cordero.<br />

Y lo hizo pensando en ella, en su madre adoptiva, pensando en los buenos momentos que vivieron<br />

juntos.<br />

Por lo menos, algo en él había cambiado. Si en el orfanato deseaba no tener aquellas<br />

habilidades, ser como el resto, ahora que había conocido a otros como él, que vivía en un universo<br />

lleno de sintonizadores, se sintió y se reconoció a gusto consigo mismo. Miró por la ventana y quiso<br />

creer que aquel Universo sin día era su hogar. A pesar de las estrictas medidas de seguridad, a pesar de<br />

los cientos de soldados uniformados que guardaban el túnel para que nadie pudiera escapar.<br />

Los observó. Veía cómo los cañones de los tanques apuntaban continuamente hacia la<br />

Academia, cómo los helicópteros rastreaban el terreno alrededor con potentes focos, cómo los<br />

pelotones de soldados desfilaban de un lado para otro, cómo se detenían, y sacando sus ametralladoras<br />

se dirigían a la vía de tren. BUM, de repente todos los soldados comenzaron a disparar contra algo<br />

oculto en la oscuridad.<br />

No sabía que ocurría, sólo que el ruido era ensordecedor. Se tapó los oídos, imaginó que<br />

quería no escuchar los sonidos <strong>del</strong> combate y la nanomateria actuó. Pero entonces escuchó el otro,<br />

aquel que a pesar de todo atravesaba las barreras de su imaginación. La voz de un hombre, fuerte,<br />

potente, sonaba como si éste se hallase muy lejos pero a la vez era como si se encontrase en la<br />

habitación de al lado. En cualquier caso, no entendía lo que decía. “Pero eso es imposible”, pensó, con<br />

el traductor universal debería entender cualquier cosa... A menos que no fuera un lenguaje, a menos<br />

que fuera una secuencia de sonidos para… no supo para qué, pero en cualquier caso supo que quien<br />

fuera se trataba de un sintonizador que atacaba el túnel. ¿Por qué? Para escapar hacia la Tierra, para<br />

regresar a casa, al hogar.<br />

Se metió debajo de la mesa justo cuando los cristales de la ventana estallaron y las luces se apagaron.<br />

Tanteó, se cortó la mano con un cristal, gritó. Afuera, Frank aporreaba la puerta llamándole: “¡Oliver,<br />

Oliver!” A oscuras fue hacia la puerta pero ésta no se abría ya que no había electricidad. Después<br />

intentó hacer un boquete con la nanomateria pero su imaginación no funcionó esta vez.<br />

34


Se asomó a la ventana. Afuera lo único que se podía ver era la luz de los proyectiles. Gracias a<br />

una explosión cercana pudo ver que debajo <strong>del</strong> hueco de la ventana había una cornisa.<br />

- ¡Oliver, Oliver! OLIVER.<br />

- Tranquilo papá. Voy a intentar salir por la ventana.<br />

- No, no hagas eso. QUÉDATE AHÍ.<br />

Pero Oliver no hizo caso. Se acordó de que jugando al Poids uno de los equipos con los que se<br />

enfrentó apagó las luces, e imaginó que si ellos ganaron era porque había algún modo de que se<br />

pudiera ver en la oscuridad. Efectivamente, poco a poco fue distinguiendo formas, contornos, como si<br />

estos hubieran sido introducidos en un programa informático de mo<strong>del</strong>ado en tres dimensiones. Con<br />

cuidado saltó por la ventana hacia la cornisa. Ésta aguantó su peso. En ese momento, abajo, en medio<br />

de la batalla, uno de los tanques explotó. Intentó reconocer dónde estaban los atacantes y sólo vio a<br />

uno, seguramente un hombre, muy alto y <strong>del</strong>gado. Por un momento creyó que se trataba <strong>del</strong> Hombre<br />

de cobre, pero no. Aquella no era su manera de andar, y la figura en cuestión iba vestido con una capa.<br />

Por otro lado, detrás de éste pronto descubrió a cincuenta o sesenta esbirros igualmente vestidos con<br />

capa dirigiéndose hacia el edificio <strong>del</strong> túnel. Todos gritaban, todos gesticulaban, todos hablaban, pero<br />

la única voz que era capaz de atender era la de aquel ser que iba <strong>del</strong>ante. Un helicóptero se estrelló,<br />

uno de los soldados de repente se quedó envuelto en llamas, las cuales pasaron a los dos que estaban<br />

más cerca y así sucesivamente. Oliver avanzó lo más rápido posible por la cornisa, miró por las<br />

ventanas, en ellas vio gente asustada contemplando el espectáculo y con las puertas de los cuartos<br />

igualmente cerradas a cal y canto. Hasta que llegó a un cuarto de baño. Saltó por allí y ésta vez sí pudo<br />

salir al pasillo. A lo lejos se veía a mucha gente. Conserjes, soldados, guardias corriendo. En un lado<br />

pudo distinguir a su padre, a la señora Dobb y a Julie. Quiso ir hacia ellos pero no pudo, súbitamente<br />

fue como si un murmullo hubiera inundado su cabeza, una segunda voz aún más potente que la <strong>del</strong><br />

adversario fuera.<br />

- ¿Quién eres?- Preguntó el muchacho.<br />

Pero la voz no contestó. Sólo decía: “derecha, derecha”. A la derecha era el lado contrario de<br />

donde se encontraban sus padres, pero transijo. Avanzó por el pasillo rápidamente: frente, frente, para,<br />

derecha otra vez, ahora izquierda, baja las escaleras, ve hasta el final <strong>del</strong> corredor,… Hasta que llegó a<br />

un pasillo donde había luz, supuso que gracias a un generador de emergencia. Pero todo allí, observó,<br />

estaba destrozado. A su alrededor había pantallas de ordenador rotas, sillas partidas a la mitad, las<br />

compuertas de seguridad arrancadas de cuajo,... incluso las cámaras de vigilancia junto al techo habían<br />

sido despedazadas. Era como si una bestia salvaje hubiera pasado por allí destrozándolo todo, una<br />

bestia muy grande. El único ordenador que aún estaba intacto se encontraba en una habitación al final<br />

<strong>del</strong> pasillo. Fue hacia ella. Al llegar descubrió que en un lateral de la habitación había dos hombres y<br />

una mujer tumbados en el suelo. Estaban muertos con marcas de garras en el pecho y en la espalda. La<br />

mujer tenía aún un micrófono en la mano como si hubiese querido avisar a alguien antes de morir.<br />

Oliver era la primera que veía un cadáver y se quedó paralizado. No podía creer que aquello<br />

estuviese sucediendo, era como si se hubiese introducido en una película de terror. Dio media vuelta y<br />

cuando ya se iba a ir la voz dijo en su cabeza:<br />

- ¿A dónde crees que vas? ¿Vas a marcharte ahora que estás tan cerca?<br />

- Tengo miedo, no puedo hacerlo.<br />

- ¡Coge el micrófono y déjate de tonterías! ¿O me vas a decir que he hecho mal en confiar en<br />

un niño de once años? El futuro <strong>del</strong> mundo depende de ti.<br />

Oliver, ante aquello, hizo de tripas corazón, se acercó al cadáver de la mujer en la silla y sin<br />

mirarla, lentamente, le quitó el micrófono de las manos.<br />

- ¿Aló? ¿Hay alguien ahí?<br />

- Isabel, ¿eres tú?- Contestaron al otro lado.<br />

- No.<br />

- ¿Quién eres?- Oliver no contestó.- Está bien, da igual, escucha atentamente. Al lado <strong>del</strong><br />

teclado <strong>del</strong> ordenador hay una especie de caja negra, ábrela. Dentro hay un pulsador rojo. ¿Lo ves?<br />

- Sí.<br />

- Cuando diga tres lo aprietas, tenemos que hacerlo a la vez. ¿Preparado? Uno, dos y tres.<br />

35


Oliver pulsó el botón rojo. Al momento en la pantalla <strong>del</strong> ordenador apareció un mensaje:<br />

“Closing the Wormhole” (“Cerrando el agujero de gusano”), seguido de una cuenta atrás de diez<br />

segundos. Cuando llegó a cero la persona tras el aparato dijo:<br />

- Felicidades. Seas quien seas acabas de salvar la Tierra.<br />

Pero Oliver no estaba para celebraciones. Con los nervios metidos en el cuerpo, entre a punto<br />

de desplomarse o de ponerse a llorar, corrió de vuelta hacia dónde estaban sus padres. Estos se<br />

encontraban todavía junto a la estancia donde habían cenado. Pero al verlos pensó que se enfadarían<br />

mucho al ver que había salido <strong>del</strong> cuarto así que se metió de nuevo en el servicio y por la cornisa<br />

regresó a la habitación. Abajo la batalla había finalizado, el hombre de la voz y sus esbirros habían<br />

desaparecido, y los soldados registraban el campo en busca de compañeros heridos o fallecidos.<br />

Poco más tarde regresó la electricidad y la puerta de la estancia se abrió.<br />

- Oliver. Gracias a Dios, estás bien.- Dijo Frank Rousseau- ¿Por qué no has contestado?- El<br />

muchacho no quiso decir nada.- Da igual. El caso es que estás bien.<br />

Un grupo de soldados pasó por el pasillo informando a todo el mundo de que se dirigieran a<br />

los subterráneos. Durante el camino todos se mantuvieron en silencio, excepto la señora Dobb que no<br />

paró de perorar <strong>del</strong> miedo que había pasado, de lo terrible que era toda aquella situación, así como que<br />

por mucho que Frank dijese ella no volvería a pisar aquel lugar. Ni Julie tampoco. La niña quiso<br />

protestar pero la madre la acalló de un bofetón.<br />

- Pues de acuerdo- objetó Frank-, haz lo que quieras, pero yo seguiré viniendo Nochebuena<br />

tras Nochebuena- y dirigiéndose a Oliver en un aparte- ¿Sabes qué ha sucedido aquí hoy?<br />

- Ni idea. No sabía que este tipo de cosas ocurrieran en el Mínimomundo.- Frank asintió.<br />

- Quiero que me prometas una cosa, y esta vez espero que no se te olvide. Busca a David,<br />

busca a mi sobrino. Quiero saber si está bien, aunque tenga que esperar a las próximas navidades para<br />

saberlo. Pero búscale. ¿Me lo prometes?<br />

Oliver dijo que sí. Más a<strong>del</strong>ante había un puesto de control. Los alumnos iban por un lado y<br />

los parientes y amigos por otro. Algunos padres protestaban, argumentaban que aquel lugar era<br />

demasiado peligroso y querían llevarse a sus hijos de vuelta a la Tierra. Pero los encargados <strong>del</strong> puesto<br />

les dijeron que eso de momento era imposible y que la ley les amparaba. Oliver, ante aquello, se<br />

despidió de su padre adoptivo con un abrazo, a Julie le dio dos besos en las mejillas y a la señora Dobb<br />

estrechó la mano. Ésta seguía fría pero a su pesar la mujer no pudo disimular dos lágrimas que<br />

resbalaron por su rostro.<br />

Apesadumbrado, el muchacho se dejó guiar por los guardias. Le llevaron hasta a un andén donde el<br />

tren esperaba para recogerlos. Nada más entrar alguien le llamó. Se trataba de Pierre.<br />

- Lo siento. Venía para pedirte disculpas. Me pasé. Y lo siento mucho, no tendría que haberle<br />

dicho esas cosas a tu amigo, a Al…<br />

- Alan, Alan Sillitoe.<br />

- ¿Y dónde está? Me gustaría pedirle perdón en persona.<br />

- Abandonó la Academia hace un mes.<br />

- Ah.- Pierre se quedó sin palabra.<br />

- Pero no te preocupes, si alguna vez vuelvo a verle se lo diré.- Oliver le tendió la mano y<br />

Pierre la aceptó gustoso.<br />

- Por cierto- dijo Pierre cambiando de tema-, me dijeron que habías fundado un equipo de<br />

Poids, y que incluso habíais ganado a unos chicos de los últimos cursos.- Oliver asintió.- Increíble.<br />

Algún día iré a veros, lo prometo. Bueno, me tengo que ir, me están esperando. Mucha suerte.<br />

- Gracias, igualmente.<br />

- Ah,- dijo Pierre cuando ya se hubo alejado unos pasos- y ya me contarás algún día en la<br />

Academia qué hacías afuera caminando por la cornisa.<br />

Oliver sonrió, vio cómo Pierre se metía entre la muchedumbre y a continuación buscó un<br />

asiento en el tren. Por lo menos algo le había dejado un buen sabor de boca aquel día.<br />

Dentro no conocía a nadie, pero todos tenían en común que elucubraban acerca de lo que había<br />

sucedido en el edificio junto al túnel. El francés intentó conciliar el sueño a sabiendas de que sólo él<br />

podría dar una explicación mínimamente verídica.<br />

36


Horas más tarde Oliver se despertó en medio de la noche. Junto a él permanecían el niño hiperactivo,<br />

Sandra y Midori observándole. La cortina de nanomateria estaba replegada. Al fondo se podía ver a<br />

Kareena roncando, y más cerca las tres camas vacías. Hasta ese momento no se había percatado de lo<br />

triste y solitario que se encontraba el dormitorio sin Alan, Esteban y Giancarlo.<br />

- Hacías ruido, y nos hemos despertado.- Señaló Sandra.<br />

- ¿He gritado?<br />

- Sí.- Prosiguió el niño hiperactivo- Hablabas de cosas extrañas, de tres cadáveres, de una<br />

habitación destrozada por una bestia.<br />

Oliver supo enseguida a qué se referían. Lo que él mismamente había vivido aquel día. Había<br />

sido tan traumático que por una vez había logrado sustituir sus sueños sobre el Hombre de cobre.<br />

- Escuchad. Tengo algo que deciros, sobre lo que sucedió ayer.<br />

Sandra se acercó a él y le puso un dedo sobre los labios.<br />

- Ya sabes lo que ha dicho Willyman.- Le susurró al oído.- Si nos pillan hablando sobre lo que<br />

tú sabes nos la vamos a cargar.<br />

Una medida estúpida por parte <strong>del</strong> subdirector que para así acallar un fallo en la seguridad<br />

había dispuesto un sistema de vigilancia sónico a lo largo de toda la Academia para acabar con las<br />

habladurías. Así, ¿cómo querían que aquellos que hubieran presenciado algo les ayudaran a establecer<br />

la verdad sobre los hechos? Aunque por otra parte Oliver pensó que quizás lo mejor fuera hablarlo<br />

directamente con William Frampton a la mañana siguiente.<br />

Se levantó temprano y fue a la Academia. Las puertas de los aularios estaban cerradas, y de la<br />

organización de la escuela tan solo vio a unos cuantos alumnos de los últimos cursos que se<br />

encargaban de limpiar las paredes de una serie de pintadas que alguien había hecho durante la noche, y<br />

cuyo contenido no era capaz de comprender. El traductor universal le ayudaba a traducir lo que dijeran<br />

otras personas, pero en cambio no sucedía lo mismo con los textos escritos. Las pintadas estaban<br />

redactadas en ruso, o en alemán, o en chino, o en… a saber. Tan solo había dos que fue capaz de<br />

traducir: “The gates of the Nanouniverse will be transferred soon”, “Las puertas <strong>del</strong> Nanouniverso<br />

serán pronto traspasadas”.<br />

Oliver, ante aquello, no podía decir que no tuviera miedo. Se trataba de una situación atípica.<br />

Se mascaba la tensión y la posibilidad <strong>del</strong> conflicto. “Seas quien seas acabas de salvar la Tierra”, había<br />

dicho la persona tras el micrófono. Ni siquiera trató de averiguar quien era él, lo más importante era<br />

cerrar el agujero de gusano cuanto antes. Ahora bien, ¿de verdad había salvado a la Tierra? En el libro<br />

de preguntas y respuestas había leído que el peligro potencial de las personas sintonizadoras era que<br />

una sola de ellas podía llegar a ser más poderosa que todos los ejércitos <strong>del</strong> mundo. Por otra parte, allá<br />

fuera se requería de las personas sintonizadoras para que con la ayuda de la nanomateria pudieran<br />

paliar los grandes problemas como el cambio climático o el hambre. Por ello, en el Mínimomundo no<br />

había soles ni estrellas, ni estaciones, ni Luna, ni árboles, ni aves, ni cualquier tipo de animal, todo<br />

pensado para que aquellos a los que llevaban a aquel lugar desearan cuanto antes regresar. ¿Qué clase<br />

de contradicción era aquella? ¿Qué clase de riesgo era el que estaba sufriendo la humanidad con<br />

aquella decisión de enclaustrarles allí?<br />

Estaba pensando en ello cuando vio aparecer por un lateral al subdirector. Fue corriendo hacia<br />

él para decirle, para gritarle mejor dicho, lo que sucedió el día anterior.<br />

- ¡Para!- Exclamó Willyman cuando todavía se encontraba a unos metros.- No quiero que me<br />

digas nada, lo sé.<br />

- Pero…<br />

- ¡Que no hables te he dicho! No hace falta. Estoy al corriente. Ahora vete a tu residencia y ni<br />

se te ocurra tratar con nadie de esto.<br />

“¿De qué?”, pensó el muchacho. Ni siquiera sabía si acaso se referían a lo mismo. Mas cuando<br />

se alejaba William Frampton añadió:<br />

- Y recuerda, no creas que eres especial. No pienses que estás destinado a salvar el mundo.<br />

Tan solo estabas en el lugar adecuado en el momento oportuno. Nada más. Esto te viene demasiado<br />

grande.<br />

37


Exactamente, eso era lo que sentía Oliver: aquello le venía demasiado grande, se le escapaban<br />

demasiadas cosas. Sus problemas eran otros, más triviales, como los dos tipos de la Residencia Chopin<br />

que fueron a hablar con él mientras regresaba. Le pidieron que les dejaran entrar de nuevo en el equipo<br />

de Poids. Oliver no podía creerlo. Cuando perdían todos los encuentros estos se negaron a continuar,<br />

ahora que habían ganado uno querían volver. ¿Acaso no sabían que en el último, aquel en el que<br />

precisamente se venció, el niño hiperactivo había quedado herido y lo habían tenido que sacar de la<br />

sala cuando le impactó la bola de fuego? Sin embargo, estos eran los problemas a los que se sentía<br />

capaz de atender. Si una voz sonaba en su cabeza, si el Hombre de cobre parecía no dejar de<br />

perseguirle, si el planeta donde nació hubo un instante en que dependió enteramente de él, eso<br />

sobrepasaba sus capacidades. Él lo único que pretendía era cumplir con todos los preceptos para poder<br />

regresar a la Tierra. El resto le daba lo mismo.<br />

38


SEGUNDA PARTE: MIDORI.<br />

06. La artista.<br />

Si había algo que Midori detestaba era que el niño hiperactivo tuviera esa manía de desordenarlo todo.<br />

Aunque ella no lo llamaba “niño” sino “Hiperactivo” a secas. A fin de cuentas, Rafael, a pesar de su<br />

aspecto enclenque e infantil, era mayor que ellos, había cumplido ya los trece. Nadie lo hubiera dicho:<br />

incapaz de quedarse quieto, incapaz de tomarse algo mínimamente en serio, como un continuo<br />

revoltijo, un torbellino al estilo diablo de Tasmania que lo revolucionaba todo a su paso.<br />

En cambio, Alan solía dejar sus cosas recogidas. Podría ser un poco cafre e inmaduro, siempre<br />

jugando, nunca estudiando. Siempre metiéndose con ella, siempre reprochándole que fuese tan<br />

maniática, que todo tuviera que estar siempre a su gusto o, mejor dicho, que cada cosa que veía tuviera<br />

que asemejarse necesariamente a un cuadro. Pero ella era así, se trataba de una necesidad esencial de<br />

su espíritu. Si contemplaba cualquier imperfección, cualquier detalle desagradable, aquello perturbaba<br />

su mente e incluso le impedía dormir. Y por lo que ella supo Alan siempre tuvo en cuenta esta<br />

necesidad. Jamás dejó nada por medio, ni siquiera cuando como sucedía a menudo, estaba irritado por<br />

su comportamiento.<br />

Tan solo hubo una excepción, aquella hoja de papel. En principio lo que ésta contenía no<br />

estaba dirigido a ella sino que se encontraba sobre la cama de Oliver. Pero no podía soportar aquella<br />

mota blanca sobre la colcha de color verde apagado, aquella imperfección que estropeaba la escena.<br />

Así que la agarró y ya iba a tirarla a la basura cuando reconoció la letra de Alan y las palabras “me<br />

marcho de la Academia”.<br />

Como todos Midori sufrió el susto de Nochebuena. Sus padres se quedaron muy preocupados y como<br />

la mayoría quisieron que regresara con ellos a la Tierra, y mientras discutían con las autoridades le<br />

instaron, más bien le obligaron, a que expresara lo mal que lo estaba pasando en el Mínimomundo. Sin<br />

embargo se quedó en silencio un poco avergonzada. Que ella supiera era la primera vez que<br />

desobedecía a sus padres. ¿Acaso su experiencia allí era tan horrible? Sí, no había sol, no había<br />

estaciones. Pero por alguna razón que no alcanzaba a comprender se sentía más integrada entre<br />

aquellos sintonizadores a los que apenas conocía que entre sus cinco hermanos que no hacían más que<br />

pintarrajearle los cuadernos de dibujo.<br />

En cualquier caso, todo el esfuerzo de sus vociferantes padres fue en vano, y media hora más<br />

tarde ya se encontraba de regreso a la Academia en tren. En el trayecto conoció a una chica senegalesa<br />

de nombre Aisa Keita, que como ella acababa de terminar el segundo trimestre, y como ella era una<br />

apasionada <strong>del</strong> arte. Aunque no tanto <strong>del</strong> dibujo como de la escultura. Enseguida hizo buenas migas, y<br />

menos mal porque la confianza con sus compañeros de cuarto decrecía por momentos. A Hiperactivo<br />

lo detestaba. Oliver era insoportablemente monotemático tan obsesionado con aquel dichoso juego, el<br />

Pud. Los pasacalles eran divertidos, pero eso era todo. Sandra, por su parte, demostraba para ser una<br />

chica una personalidad un tanto agresiva y masculina. Incluso cuando tocaba música, los acordes que<br />

salían de su flauta o de su guitarra eran tremendamente duros y nada melodiosos. Y Kareena era una<br />

sosainas. ¿Quién iba a decirlo? El motivo por el que hasta ese momento se había sentido a gusto en<br />

aquel cuarto fue a causa de Alan.<br />

Pero se había ido. Y Aisa estaba en una residencia <strong>del</strong> centro. Las horas en el comedor eran de<br />

un soberano aburrimiento. Quizás, <strong>del</strong> hecho de haber tenido cinco hermanos, le había quedado la<br />

costumbre y la necesidad de charlar con alguien mientras comía. Y por ello a su pesar intentó aprender<br />

en qué consistía aquello <strong>del</strong> Pud así como tuvo que tragar con la presencia de Saskia. No sabía cómo<br />

Oliver podía soportarla, tan presuntuosa, siempre haciéndoselas de mayor, y al mismo tiempo siempre<br />

poniendo dificultades a las cosas. Por ejemplo, el padre adoptivo de Oliver le había encargado que<br />

buscase a su sobrino, David Rousseau, y Saskia no hacía más que reconvenir contra ello<br />

argumentando que eso era imposible, que si había salido de la Academia no habría manera de<br />

encontrarle puesto que el mundo exterior era demasiado grande y complejo.<br />

- ¿Y cómo sabes eso <strong>del</strong> mundo exterior?- Dijo Sandra. A veces, Midori pensaba de Sandra<br />

que su creciente agresividad provenía de la rivalidad con la madrileña- ¿Has ido alguna vez allí?<br />

39


- No, pero me lo han contado. Hablo con gente, no como tú que sólo insultas.<br />

- Si siempre nos estás persiguiendo, ¿con quien hablas? Alguna vez me gustaría conocer a tus<br />

compañeros de cuarto.<br />

- Dejadlo ya,- intervino el francés. Y a continuación se levantó y ante la mirada atónita de<br />

todos se atrevió a infringir las normas (aunque no había ningún precepto que lo impidiera) traspasando<br />

la barrera de cristal que dividía los comedores de los alumnos de la Academia y los foráneos a la<br />

misma. Eso era lo que más le gustaba a Midori de Oliver, su resolución y su capacidad para hacer fácil<br />

lo difícil. Éste sólo tuvo que desearlo y el cristal desapareció para volverse a componer cuando él<br />

pasó. Midori enseguida fue tras él, en principio con el propósito de ayudarle en sus pesquisas. Aunque<br />

la verdad sobre todo era que hacía tiempo que le intrigaba lo que existía más allá de los muros de<br />

oscuridad de la Academia. La gente allí vestía diferente, con un aspecto distinto <strong>del</strong> de aviador o<br />

astronauta sin escafandra <strong>del</strong> uniforme de la Academia Blixen: con chándal y ropa deportiva barata<br />

como si hubieran ido a un mercadillo y se hubieran puesto lo primero que encontraron. Algunos la<br />

miraban extrañados, otros se burlaban de ella por no haberse revelado todavía contra el sistema, y los<br />

más la observaban temerosos y con recelo. Midori supuso que era por lo extraño que alguien de la<br />

Academia traspasara el muro de vidrio. En cualquier caso, ninguno dio noticia de David Rousseau.<br />

Tuvieron que esperar semanas para que sus pesquisas hallaran resultado. Acababan de<br />

terminar el tercer trimestre, Midori, Oliver, y Sandra regresaban <strong>del</strong> último de los exámenes y<br />

cavilaban sobre la cuestión de los dormitorios. Al entrar en el cuarto trimestre los trasladaban a la<br />

primera planta. La cuestión es que de nuevo allá arriba tendrían que elegir y buscar compañeros para<br />

copar las ocho plazas de dormitorio. En estas condiciones se permitía a los alumnos incluso cambiar<br />

de residencia. Así Kareena los abandonó yéndose a la Beethoven, y Aisa, que no soportaba a sus<br />

actuales compañeros, vendría con ellos. La cuestión era Saskia que seguramente se empeñaría en ser<br />

su compañera de cuarto. Ni siquiera Oliver parecía estar muy convencido. En éstas se encontraban<br />

cuando una pandilla de chicos y chicas mayores les interceptaron. Se trataba de gente <strong>del</strong> exterior,<br />

entre quince y veinte años, vestidos ya no con ropa deportiva como los <strong>del</strong> comedor, pero sí como si<br />

hubieran regresado a la Edad Media, con vestiduras sencillas de lino, camisolas y pantalones incluso<br />

las chicas, capas, capuchas, así como uno de ellos llevaba una espada disimulada entre las ropas. De<br />

repente y sin que viniera a cuento los rodearon, entre dos hombres apresaron a Oliver mientras que una<br />

muchacha inmovilizó a Midori por la espalda. Sandra, ante aquello, se quedó paralizada.<br />

- Éste es el que preguntaba por ti.- Comentó uno de los que sujetaban a Oliver. El interpelado<br />

se a<strong>del</strong>antó, un muchacho de veintipocos, alto, cabello rubio oscuro y barba espesa.- Dice de sí mismo<br />

que se llama Oliver Rousseau. Y ésa es su compinche.- Dijo señalando a Midori- No hay duda, es cosa<br />

de los oradores.<br />

La japonesa fue a protestar, pero no pudo. La manera como la observó aquel tipo la intimidó.<br />

- Desde luego.- Dijo con voz burlona, y refiriéndose al francés añadió- Llevo mucho tiempo<br />

sin contacto con mi familia, pero no recuerdo que nadie hubiera engendrado a un mocoso llamado<br />

Oliver. Dile a Fretum que…<br />

- Soy adoptado. Frank lo hizo hace cuatro años.- Interrumpió el muchacho, tras lo cual añadió-<br />

Descubrieron tu don cuando al columpiarte contemplaron que eras capaz de quedarte en el aire más<br />

tiempo de lo normal.<br />

David abrió los ojos y durante un momento pensó que era posible que aquel chaval estuviera<br />

diciendo la verdad. Abandonando toda precaución comenzó a preguntarle a Oliver toda clase de<br />

cuestiones acerca de su familia, de sus padres, de su tío, y de si seguía intacta la casa que éste tenía en<br />

Fontaine Bleau.<br />

- Fontaine Roige.- Aclaró Oliver, y David sonrió.<br />

- Sí, claro.<br />

A David le brillaban los ojos. Así que era verdad, aquel chiquillo venía de parte de su familia.<br />

Dijo a sus compañeros que si querían podían marcharse, que él se iba a quedar un rato allí, y fue hasta<br />

el dormitorio donde Oliver, acompañado de las dos niñas, pudo entregarle por fin el obsequio de Frank<br />

que resultó ser un libro de cuentos que el tío le había leído al sobrino en tiempos. David estaba tan<br />

emocionado que le propuso al francés que fuera con él al mundo exterior a la Academia en aquel<br />

mismo instante, que se lo enseñaría con todo lujo de detalles. Y hubiera dicho que sí si Sandra no<br />

40


hubiera recordado que el resto esperaba junto al arroyo para celebrar el fin de los exámenes. Midori le<br />

dio un codazo a la suiza, pero el daño ya estaba hecho.<br />

- Además, esta semana cambio de cuarto y tengo que buscar otros compañeros.- Se excusó el<br />

francés.<br />

- Sí, comprendo. Pues nada, el sábado de la semana que viene te emplazo para que vengas a<br />

mi casa. Para que vengáis. Invita a tus amigos, será divertido.<br />

Tras decir esto dibujó un plano sobre cómo llegar hasta donde vivía.<br />

El sábado de la cita Midori se levantó temprano. Estaba ansiosa por la posibilidad de conocer el<br />

mundo exterior, y antes de que cualquiera de sus compañeros de cuarto se despertara, se duchó, se<br />

vistió y se maquilló como era habitual en ella todo el rostro blanco y los labios rojos. En su nuevo<br />

cuarto de la planta primera dormían en las camas de alrededor Hiperactivo, Oliver, Sandra y Aisa<br />

Keita, a quienes se les habían unido John Derek y Hajime. Curiosamente, y a pesar de quedar una<br />

plaza libre, Saskia había optado por quedarse en la Debussy. Nadie se lo podía explicar, nueve meses<br />

detrás <strong>del</strong> francés y al final había decidido continuar con sus antiguos compañeros de cuarto con<br />

quienes apenas había tratado. En cualquier caso, ésta ya se les unió más tarde cuando los siete más<br />

Pierre, un amigo de Oliver, se reunieron para visitar el “mundo exterior”. El plano de David indicaba<br />

que tenían que ir a la entrada principal <strong>del</strong> comedor y desde allí dirigirse en línea recta hacia el oeste.<br />

Más tarde informaba que tenían que meterse por una serie de calles y de desvíos, pero ninguno de<br />

ellos sabía a qué se refería. Desde la puerta principal <strong>del</strong> comedor hacia el oeste lo único que había era<br />

oscuridad y un terreno plano y yermo hasta donde alcanzaban las luces eléctricas de la Academia.<br />

“¿Estás seguro de que es por aquí?”, preguntó Sandra a Oliver cuando ya hubieron caminado unos<br />

doscientos metros. La oscuridad era absoluta y apenas podían verse los unos a los otros. Se detuvieron<br />

para discutir. No, aquella no debía ser la manera de llegar al exterior. Era posible que Oliver hubiera<br />

interpretado mal el dibujo o que David les hubiera gastado una broma. Sólo cuando la silueta de<br />

Saskia, que siguió a<strong>del</strong>ante mientras ellos discutían, desapareció súbita unos metros más para el oeste<br />

para inmediatamente volver a emerger, se dieron cuenta de que quizás allí descansara el quid <strong>del</strong><br />

asunto. Fueron a donde la madrileña, y como en una fiesta sorpresa todas las lámparas se encendieron<br />

en un instante. Era dar un paso y cientos de miles de luces eléctricas de cientos de edificios aparecer<br />

de la nada, como una frontera invisible que impedía ver lo que quedaba al otro lado. Tan era así que<br />

miraban atrás y no eran capaces de vislumbrar la Academia.<br />

- Increíble.- Expresó Pierre, y todos le secundaron.<br />

Se adentraron por una calle. Los edificios alrededor eran altos, de seis o siete plantas, y la calle<br />

estrecha, apenas podía verse el cielo. Aunque tampoco es que hubiera mucho que ver en el cielo. Más<br />

bien era a nivel <strong>del</strong> suelo donde radicaba el interés: puestos de comida, de ropa, de armas, de<br />

utensilios, gente deambulando con los más variopintos atuendos,... En un momento vieron a un tipo<br />

gordo vestido de samurái, con una enorme lanza a la espalda y con cabeza de sapo. Y como éste a<br />

cientos con los aspectos más diversos tal que parecía que en vez de seguir en un universo creado por<br />

humanos se hubieran adentrado en una estación de paso intergaláctica.<br />

- Comamos algo.- Propuso Saskia ya cerca <strong>del</strong> mediodía al contemplar un puesto de pan recién<br />

horneado.<br />

Pero el resto prefirió continuar ya que según el mapa estaban a punto de llegar. Dieron un<br />

quiebro en un callejón y subieron por unas escaleras. Una puerta de lo que parecía ser ¿tierra? les<br />

cerraba el paso. Oliver fue a golpear la puerta cuando la mano se le quedó atrapada en la misma. Los<br />

chicos gritaron, entre varios trataron de liberarle hasta que la puerta súbitamente se disolvió y <strong>del</strong>ante<br />

de ellos apareció una mujer negra, alta y bastante fuerte, de unos dieciocho años, que les observaba<br />

con cara de pocos amigos.<br />

- ¿Quiénes sois vosotros? ¿Qué manera de armar escándalo es esa?- Y observando sus<br />

uniformes de la Academia- ¿No deberíais estar en clase?<br />

- ¿Da… David Rousseau?- Balbuceó Oliver.<br />

- David, David. ¡David!- Gritó y se marchó para dentro. Todos observaron que se encontraba<br />

embarazada de pocos meses.<br />

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- Ah, ¿era hoy cuando habíamos quedado?- Dijo David al aparecer por la puerta.- Pasad,<br />

pasad.- Y añadió cuando todos entraron a una especie de gruta.- ¿Habéis traído comida?- Y al verles<br />

con las manos vacías.- No importa, ya enviaré a alguien a por ella. Sanjuanero supongo que no tendrá<br />

problemas.<br />

- ¿Y no podríamos comprar algo abajo?- Intervino Saskia y todos asintieron.<br />

- No, de ninguna manera. Si ingerís comida de aquí fuera para ellos supondrá que habéis<br />

cultivado plantas o criado animales y ya sabéis lo que eso significa.- Que jamás podrían regresar a la<br />

Tierra, el sexto precepto. De repente, todos tuvieron miedo de encontrarse allí, ¿y si estaban<br />

infringiendo un precepto por hablar con un “exterior”?<br />

- Pero, ¿cómo van a notarlo?- Insistió Saskia.<br />

- Lo hacen, siempre lo hacen. Créeme, un solo bocado, aunque falten años para vuestra<br />

graduación, y ya no tendrá sentido que sigáis en Blixen.- Tocó una pared y al momento una oquedad<br />

se abrió.- Subid a la azotea, ahora iré con vosotros.<br />

Para Midori y sus compañeros, entre once y trece años, la excursión comenzaba a asustarles.<br />

Habían subido a la azotea, en la misma recostados por doquier había tipos que los observaban hoscos,<br />

con rostros huraños e inexpresivos. Desde allí se podía ver el mundo exterior que se extendía por<br />

kilómetros y kilómetros en todas direcciones, barrios de edificios apiñados con neones de todos los<br />

colores, luces que tan solo desaparecían en el centro, donde intuían que se encontraba la Academia.<br />

Pero los sujetos seguían allí paladeándolos como el pollo a un gusano. “Vayámonos de aquí”,<br />

empezaron a sugerir Aisa y Pierre. Quien más y quien menos, a excepción de Saskia que parecía<br />

encontrarse en su ambiente, tenía miedo. De repente, uno de los tipos de la azotea se acercó, la mitad<br />

de la cara estaba cubierta de un vello espeso y anaranjado, como de zorro, y el aliento tras una sonrisa<br />

malévola apestaba a rayos. Los chicos miraban a su alrededor, la entrada a la azotea había<br />

desaparecido, estaban perdidos. Pero fue Saskia mirarle y súbitamente el tipo venirse abajo y regresar<br />

a su sitio para sorpresa de todos. En ese instante llegó David cargado con bolsas de vituallas.<br />

Almorzaron y David desde la azotea les mostró que la Academia Blixen en verdad se encontraba en un<br />

valle, y no en una llanura como creían ellos. A ambos lados <strong>del</strong> eje este-oeste, hacía las alturas se<br />

podían contemplar como puntos de luz dispuestos en las laderas de sendas cordilleras altísimas.<br />

- ¿Y que hay más allá?- preguntó Pierre, ya un poco menos asustado después de la comida.<br />

David se encogió de hombros.<br />

- ¿Quién sabe? Desiertos, abismos,… Pero en cualquier caso no un lugar al que debamos ir.-<br />

Todos se miraron, “¿por qué?”- Porque en ese caso nos congelaríamos. Recordad que estamos en<br />

medio de un universo desconocido sin soles ni estrellas. Es la nanomateria la que hace que aquí<br />

tengamos treinta grados, pero si saliéramos más allá… Eso me hace pensar en otra cuestión que<br />

seguramente ninguno os habréis planteado: si la temperatura es constante y no llueve ni nieva,<br />

entonces, ¿por qué habitamos en edificios y no bajo el cielo raso?- Y tal como había augurado ninguno<br />

se había planteado la pregunta.- Porque aun así necesitamos protegernos, necesitamos una guarida.<br />

Este mundo está repleto de personajes malvados, de enemigos, y los edificios nos sirven para<br />

resguardarnos de estos. Son nuestras guaridas, como la <strong>del</strong> pulpo o la morena en el fondo <strong>del</strong> océano.-<br />

Y dicho esto comenzó a señalarles lugares peligrosos a donde no tenían que acercarse: “Allí donde la<br />

luz azul queda la secta de los Asesinos Nu que roban y matan, en la parte donde el rojo anaranjado en<br />

el horizonte la tribu de los Hombres escorpión,…” y principalmente, en la cima de la montaña, la secta<br />

de los oradores. La de orador, les explicó David, era una de las diez profesiones <strong>del</strong> Mínimomundo,<br />

quizás la más peligrosa, quizás de todas la que tiene peor fama…<br />

Midori recapacitó sobre estas palabras. Hacía una semana David y sus compañeros les habían<br />

acusado de ir de parte de los oradores. Ahora sabía que se trataba de una secta peligrosa, y por ello<br />

quería saber por qué la habían confundido. Pero antes quedaba otra duda.<br />

- ¿Qué son las profesiones?- Inquirió la japonesa. La pregunta cogió a David de sopetón que<br />

tardó un rato en dar una respuesta.<br />

- Mmm… Es difícil de explicar así a voz de pronto… Recuerdo que el otro día Oliver me<br />

comentó que erais bastante aficionados al Poids...- Éste asintió.- Tal como me dijisteis, Contrabandista<br />

42


era un vuestro entrenador. Lo conozco, de hecho es amigo mío, y tengo que decir que es el mejor<br />

jugador de Poids que he conocido. Pero hay algo que él jamás os podrá enseñar.<br />

A continuación, David fue a una parte <strong>del</strong> tejado donde no había nadie. Una vez allí adoptó<br />

una postura que a Midori le recordó el saludo inicial de un judoka, tomó impulso, saltó hacia arriba a<br />

bastante altura y cayó de rodillas. De repente Midori percibió cómo los oídos le dolían hasta casi<br />

estallárseles y sintió como un viento huracanado que le arrastraba hacia atrás.<br />

- Las profesiones de la nanomateria,- explicó David,- suponen un camino que un sintonizador<br />

debe seguir cuando quiere ampliar sus horizontes, cuando llega un momento en el que el simple deseo,<br />

el simple imaginar que algo suceda, ya no es suficiente. La imaginación sigue siendo la medida <strong>del</strong><br />

poder, pero hay que modificar el modo de utilizarla: no imaginar el efecto, sino idear la manera cómo<br />

la nanomateria podría llegar a provocar tal efecto. Si en el Poids contra un ejército de hormigas es<br />

suficiente con imaginar un viento huracanado que las arrastre, las profesiones te enseñan que lo que<br />

hay que hacer es pensar en las partículas de nanomateria desplazándose en espiral para hacer que el<br />

aire alrededor comience a moverse. En principio parece que ambas soluciones dan el mismo resultado,<br />

pero existe una importante diferencia. Con el simple deseo, sí, se produce viento, pero la potencia <strong>del</strong><br />

mismo nunca es demasiado grande. A fin de cuentas la nanomateria no sabe cómo provocar un<br />

tornado, tan solo lo que hace es imitar el resultado. En cambio, si se enseña a la nanomateria a<br />

producir un tornado el potencial es ilimitado, incluso podría llegar a tragarse una ciudad. A esto se le<br />

llama técnica. Por ejemplo, lo que acabáis de ver es una “bomba sónica”. Las técnicas no<br />

necesariamente tienen que basarse en pensar cómo la nanomateria tendría que comportarse. En<br />

muchos casos basta un sonido o incluso un simple movimiento para encauzar su acción. La cuestión<br />

consiste en perfeccionar la sintonía hasta tal punto que con solo mover los dedos la nanomateria ya<br />

sepa qué tiene que hacer. Por ejemplo, desde las posturas de las artes marciales la señal puede<br />

amplificarse hasta provocar efectos devastadores. Con el pie hacer temblar la tierra, con la mano cortar<br />

un árbol, con un salto abalanzarse sobre el adversario con la potencia y la rapidez de un relámpago…<br />

De repente David se quedó callado. Miraba a la cima de la montaña donde se encontraba la<br />

secta de los oradores.<br />

- ¿Y todas las profesiones se basan en las artes marciales?- Preguntó Pierre.<br />

- No. Sólo una de ellas, la de “guerrero”, que es precisamente la que yo practico.- Escupió al<br />

suelo en dirección a la montaña y añadió- Hay otras nueve. Cada una maneja la nanomateria de una<br />

manera distinta. Por ejemplo, la de orador es una profesión que se basa en la capacidad de la palabra<br />

hablada para controlarla. En principio las capacidades de la palabra hablada no son demasiado<br />

poderosas. Tan solo sirve para transportar mensajes, telepatía y cosas por el estilo. Sin embargo, a<br />

través de esta capacidad, los oradores son capaces de hipnotizar y de manipular a otros seres, de<br />

convencerles para realizar actos en contra de su propia voluntad, e incluso de que se autolesionen. Si<br />

un orador es lo suficientemente bueno puede ser capaz de que una persona se exalte hasta un punto<br />

que termine estallando en una combustión espontánea. Por eso de todos los sitios de este universo el<br />

más peligroso es la secta de los oradores.- Dijo señalando a lo alto de la montaña.- Allí arriba es donde<br />

vive Fretum Davis.<br />

- ¿Quién es Fretum Davis?- Preguntó Sandra. Antes de que David contestara fue Oliver quien<br />

lo hizo.<br />

- Es el que atacó el túnel <strong>del</strong> Mínimomundo en navidad.<br />

Todos le miraron, incluido David, y contemplaron cómo el semblante <strong>del</strong> francés se oscureció<br />

durante unos instantes como si recordase un hecho doloroso.<br />

Más tarde el sobrino de Frank los llevó por las calles de la ciudad exterior, con él iba Ebony, la chica<br />

negra, a quien presentó como su novia, y al bebé que llevaba en su vientre como a su futuro hijo.<br />

Ebony seguía sin tenerles mucho aprecio pero su carácter se había suavizado al saber que Oliver era el<br />

hijo adoptivo <strong>del</strong> tío de David. Éste les llevó por las distintas calles y barrios, les enseñó los mercados,<br />

los huertos y las granjas subterráneas, y les compró ropa para que la próxima vez que visitaran la<br />

ciudad exterior no llamaran tanto la atención.<br />

- ¡Mirad, es Spiderman!- Dijo en un momento dado Hiperactivo. Efectivamente, Spiderman se<br />

encontraba tomando un helado en un lateral de la calle.<br />

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- Allí hay otro.- Comentó John Derek. Y más lejos otro más gordo, más alto y más feo. Y<br />

súbitamente otro que colgado de una tela de araña se posó sobre el suelo. En conclusión llegaron a ver<br />

hasta cinco Spiderman.<br />

- Si, es cierto. Todos tratan de imitar al hombre araña. Lo que no saben- comentó David con<br />

sorna- es que para ser Spiderman no sólo hace falta el disfraz y los superpoderes, sino también la<br />

inteligencia de Peter Parker y la habilidad para contar chistes malos.<br />

Todos rieron.<br />

- A pesar de eso, a mí me gustaría ser como ellos, poder trepar por las paredes y lanzar<br />

telarañas.- Comentó Hajime.<br />

- Pues no te lo recomiendo porque podrías sufrir una nanotransformación completa y<br />

convertirte en una criatura Spiderman como estos.<br />

- ¿Criatura?- Preguntó Midori.<br />

- ¿Qué es una nanotransformación completa?- Añadió Sandra. En general todos parecían<br />

compartir aquella duda.<br />

David intentó explicárselo. Cuando una persona sintonizaba con la nanomateria, no sólo<br />

significaba que fuera capaz de controlarla. Se producía otro efecto paralelo que era que la nanomateria<br />

poco a poco iba absorbiendo a la persona, lo cual en principio no era malo, al contrario. La<br />

nanomateria iba sustituyendo células, materia viva. Con el tiempo los diferentes órganos, los riñones,<br />

los pulmones, el corazón,… serían de nanomateria, y jamás sufrirían enfermedad alguna. Cuando la<br />

persona al completo se hubiera nanotransformado se podría considerar que habría alcanzado la<br />

inmortalidad.<br />

- Entonces, ¿por qué es malo nanotransformarse por completo?- Preguntaba Aisa.<br />

- Porque es malo.- Los rostros de los muchachos revelaban incomprensión.- Veréis, la<br />

nanomateria sustituye todos los órganos, y en general lo hace bien, pero cuando llega al cerebro falla.<br />

El cerebro es demasiado complejo, demasiado complicado, y falla al recrearlo. Si cualquier persona,<br />

un niño, vosotros mismos, contáis con un cerebro que permite que podáis cambiar de opinión, que<br />

podáis ser otras cosas de lo que ahora mismo sois, el cerebro reproducido por la nanomateria es<br />

incapaz de cometer esto. La persona es incapaz de cambiar de opinión, queda obcecada en un mismo<br />

tema, y ya no es una persona sino una criatura. Normalmente la manera más rápida de<br />

nanotransformarse por completo es convertirse en un animal, como un lobo, o un dragón, o en otra<br />

cosa como un superhéroe. Spiderman es un posible ejemplo, las criaturas que veis son incapaces de<br />

dejar de ser Spiderman, de ser otra cosa. Es más, para ellos no existe otra posibilidad que ser<br />

Spiderman.<br />

- ¿Y por ello prohíben con un precepto la nanotransformación completa?- Inquirió Oliver.<br />

- Por una parte sí. Pero si lo hacen es por otro motivo. Algunas personas, muy pocas,<br />

consiguen llegar a la nanotransformación completa sin convertirse en criaturas. Son capaces de<br />

imaginar, son capaces de controlar la nanomateria. En este sentido no son criaturas. Pero tampoco son<br />

humanos. Han dejado de serlo. Ya no les hace falta amar, no les hace falta tener amigos, o respirar. Y<br />

por ello desdeñan a los seres humanos, los sienten como seres inferiores, como alimañas. Si alguno de<br />

estos regresara a la Tierra no me quiero imaginar lo que sería capaz de hacer. Y Fretum Davis es uno<br />

de ellos.- Esta afirmación les llenó de pánico. El enemigo existía, y era inmortal.- Yo por mi parte he<br />

decidido que no merece la pena ser inmortal, y he preferido perpetuarme de otra manera.- Dicho esto<br />

abrazó a Ebony, la cual sonrió y apoyó su cabeza contra el hombro de David.<br />

Aquella visita llenó de inspiración a Midori. Nada más regresar a la Residencia comenzó a dibujar<br />

como una posesa todo lo que pudo recordar: el mercado, los guerreros por la calle, las distintas tribus,<br />

lo que se veía desde la azotea,… El mundo exterior aparecía como una eterna calle oscura y le<br />

recordaba a los mangas a los que sus hermanos eran tan adictos. Resultaba tan excitante. Decidió que<br />

al siguiente sábado acudiría de nuevo al mundo exterior a visitar a David y a Ebony para enseñarle los<br />

dibujos. Pero cuando llegó el sábado nadie quiso acompañarla. Se lo pidió a Aisa, pero ésta le dijo que<br />

no se atrevía, la ciudad exterior la asustaba. Después a Sandra y a Oliver, los cuales le dijeron que<br />

tenían que preparar un partido de Poids aquella misma tarde. Finalmente decidió ir sola. Maldito fuera<br />

el instante en que se le ocurrió aquello. Estuvo a punto de perderse varias veces, un tipo con prisas la<br />

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empujó y cayó al suelo. Su cuaderno de dibujo se deslizó por la tierra hasta un puesto de venta de<br />

criaturas donde entre varias criaturas rata lo royeron hasta destrozarlo. No podía creerlo, su trabajo de<br />

toda una semana hecho trizas… Pero lo peor fue que intentando regresar a la residencia acabó<br />

metiéndose por un callejón estrecho y cuando se quiso dar cuenta desde la oscuridad una mano le<br />

agarró la muñeca derecha. Se trataba de una niña pequeña, al menos tenía la pinta de una niña pequeña<br />

con tirabuzones rubios y un vestido sacado de “Alicia en el país de las maravillas”, pero tenía una<br />

fuerza brutal que le aplastaba la muñeca. La miró a la cara. Prácticamente no tenía expresión, era<br />

como un robot mecánico que poco a poco iba retorciéndole el brazo haciéndole perder el<br />

conocimiento. Hasta que algo sucedió que la niña de repente la soltó y se marchó corriendo. Midori<br />

cayó al suelo exhausta de dolor. Le dolía el brazo horriblemente, era posible que lo tuviera roto. Pero<br />

no tuvo tiempo para compadecerse cuando de repente vio un perrazo enorme a la entrada <strong>del</strong> callejón.<br />

Se trataba de una criatura “peluso”, los llamaban así por su aspecto de perros lanudos, su boca era<br />

enorme y cuando ladró Midori no pudo soportarlo más y salió corriendo como alma que lleva el<br />

diablo. Llegó a una calle ancha repleta de gente alrededor de puestos de comida. Allí por fin pudo<br />

sentir que la suerte regresaba ya que pudo reconocer a Ebony comprando verduras. La llamó y al<br />

principio ésta la miró adusta como diciendo “¿qué haces aquí otra vez, mocosa?” Pero cuando la<br />

japonesa le contó lo sucedido, Ebony enseguida pagó y la llevó a su casa.<br />

- Buff, esto tiene muy mal aspecto- dijo Ebony mientras iba tanteándole el brazo.<br />

- Duele mucho.<br />

- Supongo.- Ebony seguía igual de cascarrabias que la vez anterior, pero al menos esta vez<br />

podía decir que le había salvado la vida.<br />

- No entiendo, ¿qué era esa cosa? ¿Por qué me ha hecho esto?<br />

- Por lo que dices seguramente se trate de una “lolita”.<br />

- ¿Una lolita? ¡Ay!<br />

- Sí, definitivamente está roto. Podría curártelo pero eso supondría utilizar nanomateria y<br />

quizás tengas problemas en la Academia. Sí, será mejor que te lo curen allí.- Y cambiando de tema<br />

añadió- Una lolita se trata de un tipo de criatura con forma de muñeca. Normalmente no tienen<br />

voluntad y hay alguien quien las controla o, mejor dicho, quien las programa. Normalmente funcionan<br />

con una palabra clave y unas instrucciones y a veces hasta actúan de espías. David al principio creía<br />

que tú eras una lolita. Por tu forma de maquillarte, es típico de las lolitas orientales. También tu<br />

amigo… ¿cómo se llamaba?- “Oliver”, dijo la japonesa.- Sí… creía que Oliver también era una lolita.<br />

No me mires así, también las hay con pinta de chico.<br />

- ¿Y por qué me atacó?<br />

- Uff, ¿quién sabe? Es posible que tuviera instrucciones de crear otras criaturas lolita. A través<br />

<strong>del</strong> dolor la nanomateria entra más fácilmente en el cuerpo y poco a poco iría absorbiendo tu materia<br />

orgánica hasta quedar completamente bajo su poder. Por otra parte, eres bastante guapa, así que<br />

seguramente esa fuera su intención.- Midori sonrió azorada, aunque después recordó que eso no le<br />

había servido de mucho en aquella ocasión.- Una pregunta que quiero hacerte, ¿por qué viniste sola?<br />

- Nadie quería acompañarme y… había hecho unos dibujos. Me hubiera gustado enseñároslos.<br />

- Ah, así que te gusta dibujar. Yo soy artista.<br />

- Mi madre también lo es, es pintora. Y mi padre es marchante de arte.<br />

- Debe ser una gran pintora. Pero no es lo mismo. “Artista” aquí en el Mínimomundo es una<br />

“profesión”.<br />

Ebony tomó un lienzo y con una brocha lo pintó enteramente con un tono celeste.<br />

- Tócalo.- Midori fue a tocarlo con la mano izquierda.- Mejor hazlo con la otra, con la que te<br />

duele.- La japonesa obedeció y al momento sintió un leve cosquilleo que le relajó el brazo y le redujo<br />

el dolor.- Esa, por ejemplo, es una de nuestras habilidades. Sobre un lienzo especial de nanomateria<br />

determinados colores pueden ser curativos. Pero hay que tener cuidado y buen ojo. Hay millones de<br />

colores y las diferencias entre un tono u otro pueden ser fatales. Éste mismo, un poco más oscuro,<br />

podría haberte electrocutado.<br />

Midori seguía sintiendo el cosquilleo. No podía creer que aquello fuera posible.<br />

- ¿Qué más cosas pueden hacer los artistas?- Preguntó, y Ebony le fue enumerando las<br />

diferentes habilidades: esculturas que se mueven, cuadros que cobran vida, hacer aparecer en una<br />

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pared lisa relieves y columnas, revelar las emociones de las personas,… A Midori le fascinaba todo<br />

aquello. Jamás se había planteado que a través de la pintura y de la escultura se pudiera controlar la<br />

nanomateria. Todas las posibilidades que aquello implicaba, lo que podría llegar a hacer con eso. Era<br />

lo que siempre había deseado.<br />

Pero era una profesión. Desde que llegó al Mínimomundo siempre había supuesto que su<br />

mayor objetivo sería regresar, volver con sus padres y su familia. Por primera vez tenía dudas, por<br />

primera vez sentía que su opción debía ser otra.<br />

Mientras tanto Ebony, al ver que Midori se había quedado de repente en silencio como<br />

meditando, fue a la cocina donde puso las verduras que había comprado en una sartén con aceite.<br />

Nunca se hubiera imaginado lo que sucedería a continuación, cuando al regresar la japonesa la miró<br />

fijamente y en un tono que le pareció como el más educado que alguna vez hubiera escuchado le dijo<br />

aquello de “¿Quieres ser mi maestra?”<br />

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07. El peluso<br />

Midori no le dijo a nadie que había empezado a recibir clases, que había comenzado a detentar una<br />

profesión. No quería que nadie la regañase, la llamase estúpida por haber hecho aquello, o la<br />

denunciase ante las autoridades de la Academia. Aunque sabía que ya no podría regresar a la Tierra<br />

quería permanecer el mayor tiempo posible en Blixen y así poder asistir a las cenas de reunión.<br />

Durante las primeras semanas Ebony la esperaba cada sábado en el comedor tras el desayuno.<br />

Hasta que el estado de su embarazo se lo impidió. Para entonces la japonesa ya se sabía el camino de<br />

memoria. Iba por las calles más transitadas y se alejaba de los tipos y los grupos con las pintas más<br />

raras. Lo único que le atemorizaba era aquel perro lanudo que siempre la seguía, el mismo <strong>del</strong><br />

callejón, y aunque nunca le hizo nada y solía mantenerse a una distancia prudencial, la ponía nerviosa.<br />

Una vez le preguntó a Ebony y a David sobre esto y le dijeron que no se preocupase, que los pelusos<br />

eran demasiado estúpidos para ser espías, y por lo general bastante pacíficos. Pero aún así Midori no<br />

se fiaba.<br />

Sólo una vez bajó la guardia. Fue al quinto fin de semana desde que comenzaran las clases con<br />

Ebony. Iba por una de las callejuelas cuando contempló a unos pocos pasos a Oliver y a Saskia. Le<br />

extrañó que estuvieran allí, sobre todo porque por la tarde habría partido de Poids. Oliver consultaba<br />

un plano mientras Saskia se dedicaba a mirar aburrida a la gente alrededor. Midori, ante aquello, se<br />

escondió tras una esquina. Siempre había sido muy detallista en cuanto a ocultar sus clases se refería.<br />

Pedía comida a Sanjuanero por si iban a preguntarle. Reservaba un puesto de la biblioteca para<br />

estudiar. Y sólo iba los sábados que era cuando el resto entrenaba y jugaba al Poids. La única que<br />

podría haberla descubierto era Aisa puesto que se suponía que era su mejor amiga y que tenían<br />

aficiones parecidas. Pero como todos se había acabado obsesionando con aquel maldito juego.<br />

Observó otra vez para ver si seguían allí. Y sí. ¡Qué pesados! Desde luego Oliver tenía un<br />

sentido de la orientación pésimo. Y de repente Saskia miró en su dirección. Y la vio. Midori se<br />

escondió de nuevo, pero podía sentir cómo la madrileña se acercaba para comprobar si era ella en<br />

verdad. Precisamente Saskia, la que no sabía ocultar un secreto, la que lo hablaba todo, a la que apenas<br />

podía soportar. Aunque lo peor no era aquello. En frente suya a apenas un metro y sin que se hubiera<br />

percatado estaba el peluso. Jadeaba y la observaba. Es más, parecía que se riera de ella, <strong>del</strong> miedo que<br />

le tenía con aquellos ojos azules achispados rodeados de pelaje por todas partes y aquella boca que<br />

pudiera tragársela de un mordisco. Aunque no era la única. Cuando Saskia se asomó sólo tuvo ojos<br />

para el perro en una expresión que Midori advirtió como de puro pánico, tanto que la chica se fue<br />

rápidamente como si le entrasen náuseas y pudo escuchar cómo ésta le decía al francés que acaba de<br />

recordar por donde había que ir.<br />

A continuación, como si hubiera recibido una señal, el peluso se marchó. Midori pudo<br />

recomponerse y tras comprobar que ambos se habían ido, siguió su camino. En el trayecto pensó<br />

divertida que seguramente Saskia se perdería. Pero cuando llegó para su sorpresa comprobó que la<br />

madrileña había ido directa a la casa de David y de Ebony, a pesar de los quiebros y requiebros que<br />

había que dar. Pero no había tiempo para elucubrar posibilidades. Entró sigilosamente en la casa, y a<br />

escondidas trató de escuchar la conversación. Lo que atendió le dejó patidifusa. Al parecer Oliver<br />

había estado ocultando un secreto durante mucho tiempo pero ya no podía más y por eso había<br />

acudido. Así Midori se enteró de lo que en verdad ocurrió en la cena de Nochebuena, de que el túnel<br />

había sido atacado desde fuera y también desde dentro, de los tres cadáveres, de cómo la voz al otro<br />

lado <strong>del</strong> micrófono le dijo al francés que acababa de salvar a la Tierra, y finalmente que Willyman le<br />

había ordenado que guardara silencio.<br />

- Es un asunto peliagudo- dijo David tras un rato-, y explica muchas cosas. Los oradores<br />

habían atacado el túnel antes, pero nunca durante una cena de reunión en Navidad. Ahora sé el motivo,<br />

hay agentes infiltrados entre el alumnado y han aprovechado la confusión de Nochebuena que es<br />

cuando más familias se reúnen. Has hecho bien en decírmelo, Oliver. Haré lo que pueda al respecto.<br />

Por tu parte, deberías hacerle caso a Frampton. Mantén esto en secreto y no le digas nada a nadie.<br />

- No estoy de acuerdo.- Intervino Saskia.<br />

- ¿Cómo?- Se extrañó David.<br />

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- Me gustaría ayudar, no puedo quedarme cruzada de brazos mientras mi familia en la Tierra<br />

corre peligro. Y seguramente no seré la única. Deberíamos decírselo a todo el mundo. Darlo a conocer.<br />

Así si hay un traidor en la Academia podríamos desenmascararlo más fácilmente.<br />

- No. Eso es peligroso. Provocaría el pánico en Blixen y todos desconfiarían de todos. Así<br />

jamás lograríamos averiguar de quien se trata.<br />

- Pero tienen derecho a saberlo. Es su familia la que está ahí fuera.<br />

- ¡Por eso mismo, porque mi familia también está ahí fuera es por lo que tenéis que mantenerlo<br />

en secreto!- dijo alzando la voz- Comprendedlo, no puedo permitir que el miedo se difunda por el<br />

Mínimomundo. Eso no haría otra cosa que facilitarle el camino a Fretum.<br />

David empezaba a mosquearse. Saskia no dejaba de insistir y comenzaba a resultar demasiado<br />

pesada. Midori incluso llegó a escuchar cómo Oliver resoplaba con fastidio.<br />

- No me parece justo. Habría que darle la oportunidad a cada uno de que se pudiera defender.<br />

Es más, os convendría. Vosotros estáis aquí, no en la Academia, nos necesitáis para que seamos<br />

vuestros ojos allá, para que podamos descubrir a ese traidor.<br />

- Para el carro, niña.- esta vez fue Ebony quien habló.- Siempre ha habido traidores, y siempre<br />

los habrá. No te quepa duda. En eso precisamente consiste el juego: ellos atacan y nosotros<br />

protegemos, ellos tratan de escapar y nosotros aseguramos las salidas. Ya tenemos gente en la<br />

Academia, no somos tan tontos, y si necesitáramos a alguien más te lo diríamos pero de momento<br />

olvídalo.<br />

- No os molestéis- continuó David-, pero comprendedlo. Ojalá cada cual pudiera protegerse<br />

por sí solo pero por ejemplo vosotros todavía sois jóvenes inexpertos y aún no manejáis bien la<br />

nanomateria. Y aunque tuvierais ya dieciséis o diecisiete, la mayoría de los alumnos jamás alcanza un<br />

dominio demasiado elevado. Tan es así que ni siquiera son conscientes o capaces de imaginar las<br />

capacidades de quienes contra pretendéis enfrentaros. Y por lo que veo tampoco vosotros sois capaces<br />

todavía.<br />

Saskia ya iba a protestar de nuevo cuando Oliver intervino.<br />

- Estoy de acuerdo. No te preocupes, por mi parte no se lo diré a nadie.<br />

- ¡Pero Oliver!- Se quejó la madrileña.<br />

- ¡Y tú tampoco! ¿Me has oído? Por una vez mantén la boca cerrada.<br />

La madrileña se quedó callada. Midori, imaginando la cara de fastidio de ésta, a punto estuvo<br />

de soltar una carcajada. No obstante, media hora más tarde cuando ambos ya se hubieron ido y ella<br />

comenzado a practicar sus ejercicios de artista, pudo recapacitar sobre lo que había sucedido y convino<br />

que había algo que no le había gustado en absoluto: Oliver le había contado su secreto a Saskia, pero a<br />

nadie más. Se suponía que Sandra, Hiperactivo y ella habían sido sus compañeros de cuarto desde el<br />

tren, pero fue la ramplona aquella en quien finalmente confió. Durante semanas no le dijo nada al<br />

francés, ni siquiera se dignó en mirarle a la cara. Aunque el carácter de la relación que siempre habían<br />

mantenido hizo que éste ni siquiera se percatara de aquello. Poco a poco Midori se fue apartando <strong>del</strong><br />

grupo, ni siquiera se relacionaba ya con Sandra o con Aisa. Cada vez se sentía más sola, y pronto<br />

comenzó a acudir también los domingos al mundo exterior.<br />

Fue a mediados <strong>del</strong> quinto trimestre cuando Ebony dio a luz a una niña. Sucedió durante la semana por<br />

lo que Midori se encontró llegado el sábado con la sorpresa de encontrar a la recién nacida en un<br />

moisés de madera. Su maestra reposaba en una cama a su lado, estaba exhausta y se excusó porque no<br />

podría atenderla, pero la japonesa sólo tenía ojos para la pequeña a la que habían llamado Ruth. Fue<br />

como asistir de nuevo al parto y nacimiento de sus dos hermanos menores. Y como con ellos se pasó<br />

el fin de semana dibujando y componiendo motivos para la pequeña.<br />

Para Midori el mes y medio siguiente fue como un retornar a la Tierra, a la casa de sus padres<br />

en medio de las montañas, con el bosque de coníferas en el horizonte y el estanque de carpas. Entre<br />

Ebony, David y su hija sintió una calidez que echaba de menos. Llegaban los exámenes y más que<br />

nunca le costó concentrarse. Esta vez ni siquiera le importó sacar tan solo un siete y medio en clase de<br />

arte. Lo único que quería era que llegase el último examen y salir pitando para el mundo exterior.<br />

- Midori, ¿a dónde vas?- Dijo Sandra.<br />

- Voy… voy al arroyo.- Mintió la japonesa.<br />

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- Es que hoy no vamos al arroyo- explicó la suiza.- Verás, nos hemos enterado de que la novia<br />

de David ha tenido una hija e íbamos a visitarla. ¿Te apuntas?- Midori asintió con la boca abierta.-<br />

Tenemos que darnos prisa, no vaya a ser que Saskia nos vea y quiera acompañarnos- y le guiñó un ojo.<br />

Midori no se sentía cómoda con aquella situación. Hubiera preferido ir sola pero ya no podía<br />

hacer nada. Como la otra vez Oliver era quien guiaba la expedición. Eran los mismos de la primera<br />

ocasión a excepción de Saskia y de Aisa Keita que sentía pánico ante la posibilidad de acudir al<br />

mundo exterior. Por lo menos esta vez el peluso no los seguía. Aunque aquello dejó de tener<br />

importancia cuando se dio de bruces con la tragedia.<br />

No podía creerlo. Cuando subió la escalera y escuchó los gritos al igual que el resto no podía<br />

confiar que aquello estuviera sucediendo. Ebony lloraba en un aparte consolada por varias mujeres,<br />

mientras que David se encontraba sentado con la mirada ida hacia el techo.<br />

- Habéis venido en mal momento.- Dijo David lacónicamente.<br />

- ¿Qué ha sucedido?- Preguntó Oliver.<br />

- Se la han llevado.<br />

- ¿A quién? ¿Quiénes?<br />

- A Ruth. Ellos, las autoridades de la Tierra. Lo hacen con todos los niños nacidos en el<br />

Mínimomundo, se los llevan y nadie sabe qué hacen con ellos. Y aunque éramos conscientes<br />

confiábamos en que,… confiábamos…- Midori escuchaba y lo que oía la horrorizaba. Ante aquello<br />

sólo podía poner expresión de “¿puedo hacer algo?”- Se acabó ¡Nos vamos!<br />

David pronunció aquellas palabras con una fuerza tal como si un abismo se abriera sobre la<br />

tierra.<br />

- ¿Cómo? ¿A dónde?- Dijo Pierre de un modo lastimero.<br />

- Más allá de los límites de la Academia, allí donde no nos puedan encontrar.<br />

- Pero os congelaréis. Tú mismo lo dijiste.- Señaló Sandra.<br />

- Sí, es posible. Pero llevamos bastante tiempo pensándolo y hemos estado investigando.<br />

Creemos que podemos tener los temas de la temperatura, el oxígeno y el agua solucionados.<br />

- Pero, ¿y si no es así?<br />

- Que moriremos.- Midori tenía ganas de llorar, y no era la única.- Comprendedlo. Hemos<br />

aguantado demasiado. Soy David Rousseau, jefe militar de la tribu de los “Wessex”.- Era la primera<br />

vez que oían que David formara parte de una tribu.- Durante mucho tiempo hemos sido la última<br />

frontera de la Academia contra los escorpiones, contra los asesinos Nu, contra Fretum Davis. Y así nos<br />

lo pagan, llevándose a nuestros hijos. Confiábamos en que nuestros méritos nos permitirían conservar<br />

a Ruth, pero no ha sido así.- A continuación los miró a todos y a cada uno a los ojos. Cuando le tocó el<br />

turno a Midori ésta sintió un estremecimiento.- Ahora, si no os importa, nos gustaría estar solos.<br />

Midori fue la primera en marcharse, tan precipitadamente que pronto se vio sola por las calles<br />

de la ciudad exterior. Hasta que llegado un momento se detuvo entre los tenderetes de comidas y<br />

comenzó a llorar desconsolada. Una mujer que vendía botes de miel se apiadó y fue a preguntarle qué<br />

le sucedía. Al ver que la muchacha no respondía la abrazó con ternura. Aquello reconfortó un poco a<br />

la chica que dejó por unos instantes de llorar. Pero de pronto la mujer la soltó y con una expresión de<br />

espanto en los ojos se fue corriendo. No solo ella, todos los que se encontraban en la calle se<br />

apresuraron como en una estampida.<br />

- Esa niña ha salido de la casa. ¡Atrapadla!- Oyó una voz a su espalda. Dos tipos vestidos con<br />

túnicas negras iban directos a por ella. Se quedó paralizada de terror, ¿a qué venía aquello? No sabía<br />

donde meterse, qué hacer. Sucedía todo tan rápido. Cuando por fin pareció reaccionar fue a echar a<br />

correr pero uno de ellos comenzó a hablar en un idioma que no pudo precisar. Poco a poco se fue<br />

sintiendo mareada, los oídos comenzaron a dolerle, al primer paso cayó al suelo incapaz de mantener<br />

el equilibrio y finalmente se desmayó.<br />

Cuando despertó descubrió que se encontraba en el mismo sitio, la misma calle solitaria, los mismos<br />

puestos abandonados y ni rastro de los dos tipos. Escuchó un ladrido a su espalda y no tuvo ni que<br />

volverse para saber de quién se trataba.<br />

- ¿Has sido tú quien me ha ayudado?<br />

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El peluso asintió con otro ladrido. Midori se levantó. Descubrió a su alrededor que la calle<br />

estaba repleta de huellas de perro. Supuso que no había sido aquel peluso tan solo sino toda una jauría<br />

la que había ahuyentado a sus captores. Pero en ese instante sólo quedaba él.<br />

- ¿Por qué me has ayudado?- El perro no contestó. La chica no alcanzaba a comprender por<br />

qué acaso era merecedora de semejante ángel guardián. ¿Por qué precisamente ella? ¿Por qué de entre<br />

todos los niños que se adentraban en el mundo exterior había sido ella la elegida? Hasta que reparó en<br />

sus ojos azulados, en su expresión sarcástica y traviesa, y su corazón dio un vuelco. No, no podía ser<br />

verdad. Tenía que ser su imaginación. Un sueño. Sí, eso era. No más.<br />

Pero… ¿quién sino?<br />

- ¿Alan?<br />

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08. Cambio de Residencia.<br />

Le costó creerlo, por mucho que el perro escribiera con sus patas en el suelo la palabra “Sillitoe” y que<br />

contestara correctamente a un montón de preguntas que le hizo, Midori no podía concebir que uno de<br />

sus mejores amigos se hubiera convertido en una criatura. De pronto sintió un repentino odio por el<br />

Mínimomundo, por la crueldad que a pesar de los neones de colores este universo llevaba inscrita. Una<br />

lágrima corrió por sus mejillas, no sólo por Alan, sino cuando cayó en la cuenta que las criaturas rata y<br />

armadillo enjauladas en los puestos de la calle habían sido una vez niños y niñas como ella. En un<br />

rapto de ansia justiciera trató de liberarlos, de abrir las puertas, incluso de volcar las jaulas. Pero las<br />

ratas, los armadillos, hámsteres y demás enseguida volvieron a meterse como si les asustara lo que<br />

había fuera. En ese momento incluso sintió compasión por la lolita que le atacó en el callejón.<br />

Mientras tanto, Alan la miraba con una mezcla de extrañeza y de paciencia. Alguien que<br />

contemplara la escena desde fuera no hubiera tenido dudas sobre lo que sucedía: ninguno de los dos<br />

esperaba que el reencuentro acaeciera de aquel modo. Midori estaba deshecha, pero no menos que<br />

Alan cuando contempló cómo su antigua amiga parecía ignorarle sumergida en sus propios<br />

pensamientos. Sobre todo cuando llegado un momento ésta pareció recordar algo y sin tenerle en<br />

cuenta se marchó sin decir nada. El peluso la siguió, y comenzó a ladrar consternado cuando reconoció<br />

que la chica regresaba al lugar de donde pretendía apartarla, donde tenía lugar en aquellos momentos<br />

la batalla. La persiguió, incluso intentó interponerse en su camino, pero sin éxito.<br />

Mas cuando llegó, para alivio <strong>del</strong> peluso y para desesperación de la japonesa, todo había<br />

acabado. En lugar de la casa de David y de Ebony quedaba un inmenso vacío de escombros que se<br />

extendía por cientos y cientos de metros, un paisaje de montículos por el que sólo transitaban<br />

pequeños grupos de personas que se dedicaban a rastrear tanto supervivientes como utensilios para<br />

aprovechar.<br />

Midori a punto estuvo de desmayarse de nuevo. Había pretendido avisar a su mentora sobre la<br />

presencia de aquellos tipos, pero demasiado tarde. Ahora caminaba por entre los escombros mientras<br />

el perro lanudo la seguía. Se sentó sobre una viga que sobresalía y Alan se tumbó a sus pies. Muchas<br />

preguntas pululaban en torno a su cabeza: ¿qué habría sucedido? ¿Dónde se encontrarían David y<br />

Ebony? ¿Y sus compañeros de la Academia? ¿Qué habría pasado con ellos? Las preocupaciones la<br />

embargaban y lo que contemplaba a su alrededor no la tranquilizaba precisamente.<br />

Pero a pesar de todo, en ese momento una sonrisa inundó su rostro.<br />

- ¡Estate quieto!- El perro acariciaba con su pelaje los tobillos de la japonesa produciéndole<br />

cosquillas.- No es momento para jugar.<br />

Midori se levantó y el peluso la persiguió intentando producirle cosquillas de nuevo. Algunos<br />

de los grupos que rastreaban entre los escombros se pararon extrañados al ver a un perro y a una<br />

chiquilla jugando, incluso hubo quien se sintió molesto por las risas de la joven puesto que aquel no<br />

era momento ni lugar para bromas. Pero fueron los menos. En general, a la mayoría esa situación les<br />

reconfortó. Después de la tormenta viene la calma, y a pesar de sus terribles efectos siempre queda<br />

espacio para la alegría. Hasta que alguien se atrevió a interrumpirles.<br />

- ¿Qué haces aquí?- Se trataba de un hombre alto, vestido con una gabardina de cuero y que<br />

cojeaba de la pierna derecha.- Tus compañeros ya han regresado a la Academia. Deberías darte prisa,<br />

pronto van a ser las doce.- Midori no tenía ni idea acerca de quién era.- Pero, ¿a qué esperas? ¡Venga!<br />

¡Muévete!<br />

La japonesa se quedó paralizada. ¿Quién era aquel tipo y por qué la apremiaba de aquel modo?<br />

En cualquier caso, Alan parecía tranquilo así que finalmente transijo. Pero lo que ocurrió fue que<br />

cuando intentó encontrar el camino de vuelta por sí sola, el panorama había cambiado tanto, tantas<br />

casas habían sido asoladas, que fue incapaz de hacerlo.<br />

- ¿Todavía estás aquí?- Aquel desconocido parecía estar por todas partes.<br />

- No sé por donde ir.<br />

El hombre resopló con desesperación.<br />

- Está bien. Espera aquí un momento.- Midori obedeció, el hombre se fue y regresó apenas<br />

treinta segundos más tarde.- Venga, démonos prisa.<br />

51


A pesar de la cojera y de que se apoyaba en un bastón, el hombre caminaba demasiado rápido<br />

para ella, a duras penas podía seguirle y sólo miraba hacia atrás para comprobar si Alan la seguía.<br />

Cuando llegaron a la Residencia Bach el hombre le señaló la entrada y se marchó lo más rápido que<br />

pudo.<br />

Midori entró en la Residencia, recorrió el pasillo y subió los primeros escalones hacia la primera<br />

planta. Quedaban cinco minutos para que dieran las doce. A aquellas horas ya todos los alumnos<br />

descansaban en sus respectivos dormitorios. Cada cual sabía lo que significaba permanecer más allá de<br />

las doce fuera de ellos y el silencio era sepulcral. Tan solo se podían escuchar sus pasos resonando<br />

contra el suelo de gres.<br />

Pero de repente se detuvo. Quedaban cuatro minutos y el tiempo apremiaba. No obstante, a su<br />

espalda seguía el peluso. ¿Qué podía hacer con él? Podría indicarle que la esperara fuera durante el<br />

horario nocturno y que ya pensarían qué hacer a la mañana. Pero en ese momento, no sabía por qué, no<br />

quería separarse de él. La había salvado, la había protegido durante todos aquellos meses y ella sin<br />

saberlo. Ahora se habían reencontrado, y a pesar de su aspecto, de que ya no era propiamente un niño,<br />

descubrió que en aquellos momentos era su único amigo.<br />

Tres minutos. Cabía la posibilidad de llevárselo consigo al dormitorio. Ahora bien, ¿qué<br />

decirles al resto? ¿Confesarles la verdad, que Alan se había convertido en un perro, en una criatura?<br />

Sintió que no debía hacerlo, mejor dicho, sintió que no quería hacerlo. Ellos ya tenían sus juegos, su<br />

deporte, sus secretos. Durante la comida se reunían en un aparte, a veces cuando ella llegaba se<br />

callaban. Tras esas ocasiones, Sandra, como si quisiera compensarla, se mostraba más amable y<br />

complaciente. Aquello consternaba aún más si cabe a Midori. Estaba decidido. Alan sería sólo para<br />

ella, ella sería la única que supiera quien en realidad se ocultaba tras aquella masa de pelo.<br />

Dos minutos. Podría esconderlo. Aquella noche debajo de la cama o en su armario. Y cuando<br />

a la mañana todos se fueran, como ella era quien decidía qué se dibujaba en la pared, compondría tal<br />

como Ebony le había enseñado escondrijos ocultos que sólo ella sería capaz de encontrar. Esa era una<br />

de las posibilidades de la profesión de artista, mediante secuencias de colores y trazos se podía<br />

modificar la materia de la pared, ahuecarla, y crear como armarios en su interior que después<br />

disimularía mediante el dibujo de un estanque de carpas. La clave estaría en el ojo de una de las<br />

carpas. Con solo tocarlo el armario se abriría. Esa podría ser una posible solución. Sin embargo, a la<br />

vez que lo pensaba tuvo una duda. ¿Y si las autoridades de la Tierra consideraban que sus compañeros<br />

de cuarto, aunque no supieran de la presencia de Alan, por convivir junto a él habían incumplido el<br />

precepto de tener una mascota? Porque al fin y al cabo, a las criaturas, aunque no eran propiamente<br />

animales, se las tenía por mascotas. Una cosa era esconder al peluso, ocultárselo al resto de sus<br />

amigos. Pero otra que estos no pudieran regresar con sus padres por su culpa.<br />

Las once y cincuenta y nueve. Quedaban menos de sesenta segundos. Podría echar a correr,<br />

subir las escaleras rápidamente y en un desesperado sprint alcanzar el cuarto. Pero en vez de eso miró<br />

al peluso y dijo:<br />

- Ven, Alan.- Y a continuación en vez de subir a la planta primera, lo que hizo fue bajar al<br />

sótano.<br />

Rebuscando en el sótano encontró una vieja cama desvencijada en una de las salas. Apagó la luz y se<br />

acurrucó en ella como pudo. Los maderos de la cama se le clavaban en los costados y tardó un buen<br />

rato en encontrar una postura adecuada. La oscuridad y el silencio eran absolutos. Después de más de<br />

un año conviviendo con varias personas, oyendo cada noche el sonido de su respiración y en ocasiones<br />

de sus ronquidos, aquello le producía una sensación de quietud y de sosiego inenarrable. Sin embargo,<br />

fue incapaz de conciliar el sueño. Sabía lo que ocurriría al día siguiente. Una cosa es que hubiera<br />

podido ocultar hasta ese momento que había comenzado a aprender una profesión, y que incluso en<br />

ocasiones había aceptado a probar de la comida que preparaban David y Ebony. Pero otra cuestión era<br />

ausentarse <strong>del</strong> cuarto durante la noche. Ya no había vuelta atrás. Sus amigos sabrían que había<br />

incumplido los preceptos, y era posible que las autoridades también se lo dijeran a sus padres en la<br />

Tierra. Hacía tiempo que se había acostumbrado a convivir con la conciencia de que jamás regresaría<br />

por el túnel, lo que no soportaba era que otros lo supieran. Sentía vergüenza, malestar, la sensación de<br />

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que había sido débil, de que había incumplido aquel pacto, no sólo con sus amigos, sino también con<br />

sus padres y sus hermanos. Les había abandonado, les había fallado. La oscuridad, en vez de<br />

tranquilizarla, la ponía cada vez más nerviosa, una presión que le oprimía el pecho y que le hacía<br />

respirar de una manera entrecortada.<br />

Hasta que escuchó el crujido, y después un gruñido continuado por parte de Alan. Había algo<br />

allí que se movía.<br />

- ¿Quién eres?- Nadie contestó y lo que fuera seguía acercándose. Hasta que de repente<br />

pareció detenerse. Ya no más crujidos. Después, todo sucedió muy rápido. Algo que no pudo precisar<br />

le agarró el brazo derecho, pero enseguida se desprendió cuando el peluso comenzó a ladrar y a luchar<br />

contra aquello. Midori gritó y desesperada trató de levantarse de la cama que parecía descomponerse<br />

bajo su peso. Después fue hacia la pared, y tanteó en busca de la puerta. En cambio, encontró el<br />

interruptor de la luz. Lo que contempló la dejó horrorizada: una masa espesa y completamente negra,<br />

tanto que parecía tragarse la luz, que se cernía alrededor de Alan. Más bien lo estaba devorando, como<br />

una gaviota que paulatinamente se hunde en un charco de chapapote tras el desastre de un petrolero.<br />

Midori arrancó la pata de una silla medio descompuesta y golpeó contra aquella cosa fuese lo que<br />

fuese. Llegado un momento gritó espantada cuando <strong>del</strong> resultado de sus golpes sucedió que el peluso<br />

se partió en dos. Por un lado sus patas traseras que aquella cosa seguía engullendo, por el otro su<br />

cabeza, sus patas <strong>del</strong>anteras y la mayor parte de su tronco. La japonesa, sin pensárselo dos veces,<br />

cogió en brazos la segunda mitad y salió al pasillo. Corrió hacia la salida pero se encontró con que la<br />

puerta <strong>del</strong> sótano estaba cerrada. La aporreó con todas sus fuerzas, pero nada. Miró para atrás, la cosa<br />

seguía allí. Saltaba de una pared a otra, como una gota que cayese de un grifo horizontal, y poco a<br />

poco se iba acercando. En ese momento, Alan ladró. Para su sorpresa Midori observó que éste había<br />

recompuesto sus patas traseras aunque aparecía un tercio más pequeño. Apuntaba con su morro hacia<br />

la pared. La japonesa no alcanzaba a comprender qué quería darle a entender su amigo, hasta que se<br />

acercó y descubrió cómo en la pared había una fisura negra, rectilínea y casi imperceptible. Miró por<br />

los alrededores y descubrió otras. Entendió que la cosa se desplazaba de pared en pared apoyándose en<br />

aquellas fisuras y pensó que quizás podría destrozarlas, o mejor aún, hundirlas. Sería fácil, tan solo<br />

tenía que dibujar un cuadrado alrededor de cada fisura y a continuación un rasgo en forma de rayo. El<br />

problema era que se había dejado sus lápices junto a la cama. Cogió a Alan de nuevo y corrió hacia la<br />

puerta de la sala. Al pasar por <strong>del</strong>ante la cosa saltó hacia ellos y se prendió a sus ropas que en aquel<br />

momento no eran otras que el uniforme de la Academia. Midori chilló, arrojó a Alan unos metros<br />

hacia <strong>del</strong>ante, y se desprendió lo más rápido que pudo <strong>del</strong> uniforme quedándose en ropa interior. La<br />

cosa tardó en descubrir que bajo el uniforme ya no quedaba nada, para entonces la chica ya se había<br />

armado de sus bártulos y había comenzado a hundir las fisuras. Pronto la masa negra quedó atrapada<br />

sin poder moverse aparte de cuatro de aquellas fisuras a las que Midori ya no se atrevía a acercarse.<br />

Había funcionado, lo había conseguido. Midori miró a Alan con gesto de triunfo. Aunque éste, como<br />

ella seguía en ropa interior, se había vuelto de espaldas un tanto azorado.<br />

La japonesa de repente sintió un hálito de rubor, y se adentró en una de las salas para taparse<br />

con la colcha de un sofá. Era extraño, un perro normal nunca se hubiera sentido azorado, sólo aquel.<br />

¿Hasta qué punto era un perro y hasta qué punto seguía siendo un niño? Aquello la desconcertaba. Se<br />

sentó en el suelo recostada contra la pared. Su corazón todavía latía con fuerza y tenía los nervios<br />

destrozados de la tensión que había padecido antes con aquella cosa. Por otra parte los pensamientos<br />

fluían rápidos por su cabeza. Meditaba acerca de lo que sucedería al día siguiente. Mejor dicho, de lo<br />

que debería hacer. ¿Escapar hacia la ciudad exterior? ¿O presentarse ante sus amigos como si no<br />

hubiera sucedido nada? Tardó en dormirse, pero finalmente lo hizo. Y a pesar de las preocupaciones,<br />

lo poco que durmió lo hizo sin sobresaltos.<br />

Midori despertó cuando repentinamente algo le cayó encima. Se trataba de su uniforme. Miró a su<br />

alrededor. El peluso dormía a su lado, las paredes habían recobrado su verticalidad original antes de<br />

que ella decidiera hundir las fisuras, y la puerta que llevaba a la planta baja se encontraba abierta.<br />

- ¡Vístete!- Conminó una voz a su espalda. Se trataba <strong>del</strong> mismo hombre que la había guiado<br />

desde donde una vez había estado la casa de David y Ebony. Midori se adentró en una de las salas y<br />

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allí se puso el uniforme. Cuando regresó al pasillo el hombre siguió recriminándola.- ¿Por qué no<br />

fuiste a tu dormitorio? ¿Sabes lo que has hecho? ¿Sabes lo que ha podido ocurrir?<br />

- Sí- contestó la chica un tanto amilanada. Aunque no conocía de nada a aquel tipo su<br />

presencia la intimidaba y la hacía sentir culpable de sus actos.<br />

- ¿Entonces? ¿Por qué has pasado la noche aquí abajo?<br />

- Ya he incumplido uno de los preceptos. Soy una artista.<br />

- ¿No me digas? Menos mal que me lo dices porque si no habría pensado que todas las<br />

hendiduras eran cosa de la estructura <strong>del</strong> edificio.- Había sarcasmo en su voz, Midori bajó la vista aún<br />

más avergonzada si cabe.- La cuestión es que si te digo que vayas a tu cuarto no es solamente para que<br />

cumplas los preceptos, sino por tu seguridad. Existen criaturas que durante el horario nocturno buscan<br />

a personas extraviadas para esclavizarlas. Tanto en el mundo exterior como en la Academia. El horario<br />

nocturno, aunque no lo creas, es el mismo para ambos sitios. Y o bien allá fuera encuentras una<br />

congregación o una tribu que te acepte, o bien te quedas en uno de los cuartos de la Academia. Pero<br />

desde luego, nunca vuelvas a quedarte en un lugar como éste.<br />

Midori reflexionó sobre estas palabras. “Podría quedarme con David y con Ebony”, pensó en<br />

voz alta.<br />

- No, eso no es posible.- Al decir esto el hombre, la japonesa temió lo peor por su mentora y<br />

por el sobrino <strong>del</strong> padre adoptivo de Oliver- No. Tranquila. No pongas esa cara. Están sanos y salvos.<br />

- Me gustaría verles.<br />

- Ya te he dicho que eso no es posible. Ellos y el resto de los miembros de su comunidad que<br />

han sobrevivido al ataque están ocultos. Ahora mismo serían una presa fácil y no se fían de nadie. Ha<br />

habido un traidor, alguien que dijo a los oradores donde se encontraba su cuartel general y que una de<br />

las mujeres iba a tener un bebé. Estos sólo tuvieron que esperar a cuando las autoridades de la Tierra<br />

se lo llevaran, y aprovechar que debido a la confusión y el dolor por el rapto tuvieran la guardia baja.<br />

Midori atendió a aquello sorprendida. Un traidor.<br />

- ¿Y quién pudo haber sido?<br />

- A saber. No son precisamente pocas las posibilidades. Es mucha la gente con la que<br />

habitualmente tenían contacto.- Y cambiando de tema, dijo- Venga. Tus compañeros de cuarto te están<br />

buscando. Están muy preocupados.- Dicho esto la agarró de la mano para llevarla arriba. La chica al<br />

principio se dejó guiar, pero después se acordó de Alan.- ¿Qué haces? ¿Vas a venir o no?- El hombre<br />

trató de cogerle la muñeca otra vez pero esta vez el peluso se interpuso gruñendo y amenazando con<br />

morderle.- ¿Es por esto por lo que no quieres venir? ¿Por este chucho?<br />

- No es un simple chucho. Es mi…- iba a decir “antiguo compañero de cuarto”, pero se<br />

contuvo.- Fue una vez una persona.<br />

- Exacto, “fue”. Ya no lo es. Ahora es tan solo una criatura. No es capaz de actuar como un<br />

humano, no recuerda nada de cuando fue humano. Incluso si hubiera sido tu amigo o tu hermano no<br />

sería capaz de recordarte. Tan solo es un perro. Es más, ni siquiera es un perro, se limita a comportarse<br />

como tal.<br />

Aquellas revelaciones intrigaron a Midori. “¿Cómo que no recuerdas nada de cuando fuiste<br />

humano?”, pensó mirando a Alan como si tratara de transmitirle aquel mensaje telepáticamente.<br />

- Me da igual.- Replicó finalmente Midori.- Es mi amigo. Y sí, es por él por lo que no puedo<br />

regresar a mi cuarto con mis compañeros. No puedo permitir que por mi culpa no puedan regresar a la<br />

Tierra por tener una mascota. Tampoco puedo dejarle solo, y si he de quedarme aquí por él, pues me<br />

quedaré aquí.<br />

El hombre no podía creer aquello, que una cría de apenas doce años le estuviera replicando de<br />

aquel modo como si fuera una señora ya mayor, una anciana que protegiera su casa contra la presión<br />

de unos especuladores. Y a su pesar supo que había perdido cuando la chiquilla comenzó a sonreír.<br />

Ésta había reconocido su expresión, la misma de resignación cuando el día anterior se avino a llevarla<br />

<strong>del</strong> campo de escombros hasta la Academia. A continuación se limitaría a resoplar con fastidio, y con<br />

voz irritada diría:<br />

- Está bien. Sígueme.<br />

Midori esta vez sí fue con él. Salieron de la Residencia Bach, y a continuación se metieron en<br />

la Debussy subiendo por las escaleras hasta las buhardillas en la última planta. Los estudiantes de los<br />

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cursos superiores observaban a la japonesa extrañados, ¿cómo una alumna de segundo año, para colmo<br />

de otra Residencia, se podía atrever a acceder a sus designios? Pero cuando veían que con ella iba<br />

aquel hombre, bajaban la mirada en señal de respeto. La chica estaba cada vez más intrigada sobre la<br />

identidad de su protector. Sobre todo cuando llegaron a la buhardilla que era el doble de grande que su<br />

actual dormitorio, y donde para colmo como éste le había comentado, sólo vivía él. El suelo era de<br />

madera, así como las paredes y el techo. Había numerosas estanterías con libros, revistas y cómic,<br />

incluso en un lateral descubrió un objeto que apenas había visto desde su llegada al Mínimomundo: un<br />

ordenador.<br />

- Ésta será tu cama.- Dijo señalando un mueble que por arte de magia se dobló y desdobló<br />

hasta convertirse en una cama con su colchón y sus sábanas listas.- Te quedarás aquí hasta que<br />

recapacites y vuelvas a tu antiguo cuarto, que deberá ocurrir antes de que comiences el sexto curso el<br />

lunes que viene. Si te aburres, en las estanterías encontrarás para leer. Si tienes hambre en la cocina<br />

hay cosas para desayunar. No son alimentos aptos para los alumnos de la Academia, pero eso a ti creo<br />

que ya te da igual. Ese es mi cuarto de baño. Tú utilizarás el de invitados que es aquel de allí. Y por<br />

nada <strong>del</strong> mundo se te está permitido entrar en mi dormitorio tras aquella puerta. Bien, si tienes alguna<br />

pregunta hazla ahora porque me tengo que ir.- Al ver que ésta no pronunciaba palabra añadió- Me<br />

puedes llamar Contrabandista, o en su defecto Pablo.- Y a continuación se marchó sin decir nada más.<br />

Midori tardó poco en acomodarse a aquel espacio. Al igual que el peluso que se recostó casi<br />

inmediatamente en un estante vació de la parte inferior de una de las estanterías. Desayunó cereales y<br />

leche que era lo que había en la despensa de su protector. Lo que más le sorprendió fue descubrir que<br />

desde las ventanas de aquella buhardilla se podían ver las luces <strong>del</strong> mundo exterior. Supuso que las<br />

fronteras de oscuridad de la Academia sólo alcanzaban hasta cierta altura. No obstante, a pesar de<br />

todas las posibilidades que se disponían ante ella, después de la noche que había pasado entre aquella<br />

cosa y lo poco que había dormido decidió acostarse. Lo último que vio antes de desfallecer de<br />

cansancio fueron los ojos azules <strong>del</strong> perro tras la mata de pelo grisáceo observándole desde la<br />

estantería.<br />

Despertó sobresaltada. Durante unos instantes creyó que se trataba de aquella sustancia negra de<br />

nuevo. La cabeza le daba vueltas por lo que creyó que aquello que vio durante unos diez segundos se<br />

trataba de un sueño: a Alan que había recobrado la forma humana y que dormitaba tranquilo en su<br />

estante. Cerró los ojos y trató de concentrarse. ¿Qué le había despertado? El timbre en la puerta. Los<br />

abrió y de nuevo el perro se encontraba allí. Sí, había sido un sueño. Las criaturas no pueden regresar a<br />

la forma humana. Fue a abrir y descubrió que se trataba de Oliver que nada más verla la abrazó.<br />

- Gracias al cielo. Estás bien. Nos tenías muy preocupados.- Midori no alcanzaba a recordar si<br />

alguna otra vez la había abrazado. De algún modo aquello le hizo pensar en Sandra cuando parecía<br />

compensarla por el aislamiento que sufría.<br />

- ¿A qué cielo te refieres? Recuerda, estamos en un mundo sin sol, ni Luna, ni estrellas, donde<br />

el cielo no es azul cuando se hace de día. Éste quedó al otro lado, donde nuestros padres habitan.<br />

Quería tratar de ser sarcástica, como Contrabandista había sido tantas veces con ella. Pero no<br />

le salió.<br />

- Dios mío, Midori. ¿Dónde has estado? Contrabandista nos ha dicho que has pasado la noche<br />

en el sótano. ¿Es eso cierto?<br />

- ¿Conoces a Contrabandista?<br />

- Sí, es nuestro entrenador de Poids.<br />

Pud, Pud, ya estaban otra vez con aquel dichoso juego. Ahora sabía que si estaba allí era<br />

gracias al Pud. Aunque tuvo otras cosas en las que pensar cuando el peluso, al ver a Oliver, comenzó a<br />

mover el rabo y a sonreír como ningún otro cánido era capaz de hacerlo.<br />

- ¿Y eso?- Preguntó Oliver. Alan ya iba a comenzar a <strong>del</strong>etrear su nombre con la pata cuando<br />

Midori se interpuso entre ambos.<br />

- Es mi perro, Oliver. Es la razón por la que me ausenté anoche. Es… Lo tengo desde hace<br />

meses. Siento habéroslo ocultado pero es que me daba reparo que supierais que había incumplido uno<br />

de los preceptos.- Midori miró al peluso, el cual esgrimía estupefacción en su rostro. “Te lo explicaré<br />

más tarde”, le dijo moviendo los labios sin inferir sonido alguno.<br />

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- Comprendo. Pero tengo que decir que a nosotros no nos hubiera importado. Lo único que<br />

queremos es que estés bien, y que regreses a nuestro lado.- “Por favor, Oliver, deja de comportarte<br />

como un boy scout”, era lo que Midori hubiera querido decir en aquel momento.- ¿Cómo se llama?<br />

A la japonesa ante aquello se le quedó la mente en blanco. Esa era una buena pregunta, ¿qué<br />

nombre ponerle que no lo <strong>del</strong>atara?<br />

- “Perro”. Se llama “Perro”.- Dijo Contrabandista desde la puerta pronunciando la palabra<br />

“perro” en castellano sin que el traductor universal actuara esta vez.<br />

Oliver sonrió, y tras eso ambos se pusieran a comentar que lo mejor que Midori podía hacer<br />

era regresar al dormitorio de la Residencia Bach. Por su parte, la japonesa no les escuchaba. Tan solo<br />

se limitaba a asentir mientras aguardaba el fatídico momento en que los dos se marcharan y la dejaran<br />

con la mirada de Alan ansiando una respuesta.<br />

Midori regresó al dormitorio de la Bach apenas tres días más tarde. No la obligaron, aunque tampoco<br />

es que decidiera regresar por su propio pie. Alan se había marchado. No fue a causa de la conversación<br />

porque no llegaron a mantenerla. Después de Oliver llegó Sandra, y tras ella Saskia, Hiperactivo,<br />

Hajime, John Derek y Pierre. Todos fueron muy amables, y se disculparon por haberla tenido tan<br />

desatendida. Finalmente le confiaron que desde hacía varios meses habían conformado una especie de<br />

grupo de investigación con el fin de proteger la Academia y la Tierra de las amenazas <strong>del</strong> mundo<br />

exterior.<br />

- Lo siento. Pero como estabas siempre estudiando y ausentándote los fines de semana<br />

pensamos que quizás no te gustaría formar parte <strong>del</strong> grupo.- Explicó Sandra bajando los ojos un tanto<br />

avergonzada.<br />

A continuación Oliver le contó la historia de lo que sucedió la cena de Nochebuena. Midori,<br />

por su parte, ya conocía el relato.<br />

- ¿No te dijo David que no revelaras nada a nadie?- El francés se quedó cortado. ¿Cómo podía<br />

saberlo? Y con él el resto que no supo qué contestar. Hasta que Saskia intervino cambiando de tema<br />

sobre cómo le habían ido los exámenes a cada uno.<br />

Cuando se fueron Midori tenía un sueño horrible. Alan, que se había mantenido silencioso<br />

toda la tarde, la observaba implorante de una explicación, pero ella sólo quería echarse a dormir.<br />

Cuando despertó a la mañana el peluso no se encontraba en la parte baja de la estantería. Lo buscó por<br />

todas partes, a excepción de en el dormitorio de Contrabandista donde le habían prohibido entrar.<br />

Finalmente, tras no poder aguantar si acaso su amigo se encontraba dentro, se atrevió a girar el pomo.<br />

La habitación se encontraba completamente a oscuras a excepción de una pequeña estatuilla de<br />

una virgen, o lo que ella creía que se trataba de una virgen, que brillaba con un tono fluorescente no<br />

demasiado brillante. No encontró ningún interruptor, tampoco ninguna lámpara que pudiera encender.<br />

Al final tomó la estatuilla y con el leve brillo fue ojeando por las estanterías, por los bajos de la cama,<br />

por el techo,… “¿Alan?”, pero nada. El peluso tampoco se hallaba allí. ¿Habría vuelto con la jauría?<br />

¿Acaso se había enfadado porque ella no le hizo caso la noche anterior? Pero lo que sí descubrió fue<br />

en una de las estanterías una de serie de libros que le llamaron la atención. Se trataba de unos<br />

cincuenta o sesenta volúmenes de color negro con letras blancas gruesas y mal definidas en el lomo<br />

como si hubieran sido escritas con tippex. “Enciclopedia <strong>del</strong> Mínimomundo”. Abrió uno, y observó<br />

que se trataba de libros redactados a mano con tachones y correcciones. Lo que le sorprendió fue saber<br />

que estaba escrito en japonés, aunque pronto intuyó que el libro sería un libro especial que se adaptaba<br />

al idioma <strong>del</strong> lector. Comprobó que se trataba de una recopilación de todos los conocimientos que se<br />

habían reunido sobre la nanomateria y el Mínimomundo. Cada volumen se dedicaba a un tema en<br />

concreto. Había uno sobre el túnel entre los dos universos. Otro sobre el funcionamiento de las granjas<br />

subterráneas y cómo existían ciertas personas que en las cenas de reunión traficaban con animales y<br />

semillas, gracias a las cuales la ciudad exterior podía alimentarse. Había un volumen para cada una de<br />

las diez profesiones, y en una esquina descubrió tres libros que contenían todos los apuntes de los<br />

veintiocho cursos de la Academia,… Pero el que más le interesó fue uno titulado “Criaturas”.<br />

“En los poco más de cuarenta años de existencia <strong>del</strong> Mínimomundo, aproximadamente unas<br />

quinientas mil personas han sido enviadas a la Academia. De todas ellas, alrededor de cinco sextas<br />

partes han acabado transformándose en criaturas”. Así comenzaba el libro. Había criaturas para<br />

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todos los gustos: lolitas, pelusos, criaturas spiderman, hulk, batman, ratas, armadillos, gatos, tigres,<br />

leones, serpientes, osos, pegasos, gólem, unicornios, velociráptors, tiranosaurios, dragones,…<br />

También leyó sobre un ente denominado el devorador de criaturas. Se componía como una especie de<br />

masa viscosa completamente negra cuyo cometido, al contrario de lo que decía su nombre, no era<br />

devorar criaturas, sino que se trataba de un convertidor que devolvía a la nanomateria a un estado<br />

neutro disolviendo la forma o la función que hubiera mantenido anteriormente. Se trataba de un<br />

dispositivo de seguridad que había desarrollado la Academia para protegerse de posibles intromisiones<br />

durante el horario nocturno, aunque en tiempos recientes algunas sectas <strong>del</strong> mundo exterior habían<br />

adoptado también este elemento en sus mecanismos de defensa. Por otra parte, el devorador de<br />

criaturas tenía una limitación, que sólo podía existir en un medio compuesto de nanomateria. Si<br />

entraba en contacto con una superficie o una masa que no fuera de nanomateria, se secaba y<br />

desaparecía. En ello entendía Midori por qué la otra noche aquella cosa sólo atacó su brazo derecho<br />

que Ebony había curado con nanomateria, y por qué tan solo podía moverse entre las fisuras que<br />

supuso que serían de nanomateria. La cuestión era que nunca había pensado que el uniforme pudiera<br />

ser de nanomateria.<br />

En cualquier caso, siguió leyendo, y tal como Contrabandista le había dicho las criaturas no<br />

solían recordar nada de cuando habían sido humanos. Sin embargo, había una excepción y era que en<br />

pocas ocasiones, en muy pocas, cabía la posibilidad de que el sujeto hubiera acogido habilidades de<br />

“metamorfo”, una de las diez profesiones que consistía en que sus seguidores podían transformarse en<br />

otros seres sin por ello nanotransformarse completamente. Es decir, la persona no se había convertido<br />

en una criatura <strong>del</strong> todo. Pero lo extraño era que estos individuos no podían regresar a la forma<br />

humana, y eso, según el autor de la enciclopedia, significaba que en su interior se estaba sucediendo<br />

una lucha, entre su cerebro por liberarse y la nanomateria que trataba de apoderarse de él.<br />

Midori al leer aquello abrió los ojos como platos. Siguió leyendo el texto punto por punto, a<br />

veces dos y tres veces, no se dejaba ninguna anotación al margen por revisar, ningún comentario,<br />

ninguna tachadura, en vistas si allí se reflejaba la manera acerca de cómo devolver a Alan a la forma<br />

humana. Tan solo encontró una referencia sobre un único caso documentado de alguien que hubiera<br />

recobrado su aspecto de persona, pero aún así fue suficiente. Su rostro acogió una sonrisa radiante<br />

como pocas veces había sucedido en los últimos tiempos y en general en toda su vida. Cabía una<br />

posibilidad, existía una esperanza.<br />

Regresó al dormitorio de la Bach no porque le apeteciera, sino con la confianza de que quizás<br />

desde allí pudiera buscar más fácilmente a Alan en el mundo exterior. Ni siquiera acudía a las clases.<br />

Desde que se levantaba hasta que el reloj marcaba las once y media, a punto de entrar en el horario<br />

nocturno, trasegaba sin parar por el mundo exterior, buscando comunidades de pelusos, recabando<br />

datos, preguntando, incluso de vez en cuando arriesgándose a penetrar por callejones oscuros por si<br />

acaso se repetía lo de la otra vez. De este modo, de ser una niña que se perdía cada vez que acudía a la<br />

ciudad exterior, pronto llegó a conocer todas las calles, plazas, callejones y pasadizos <strong>del</strong><br />

Mínimomundo como a la palma de su mano. Incluso fue ella quien encontró entre todo aquel<br />

maremagno a dos antiguos compañeros <strong>del</strong> pasado como eran Giancarlo y Esteban. Aunque éste no es<br />

el momento para comentar ese reencuentro.<br />

La cuestión era que pasaba el tiempo y Alan no aparecía. Por mucho que rebuscase e indagase.<br />

Cada vez conocía a más gente, cada vez se encontraba más a gusto en el Mínimomundo, incluso había<br />

entrado en contacto con una congregación de artistas que habían aceptado acogerla como discípula.<br />

Pero Alan no aparecía por ninguna parte. Llegados los exámenes suspendió todas las asignaturas pero<br />

no le importó. En Navidad acudió a la segunda cena de reunión con sus padres y sus hermanos, y eso<br />

consiguió animarla. Pero no logró apartar <strong>del</strong> todo su pesadumbre de la cabeza.<br />

A la mañana siguiente despertó desmotivada. Por una vez no se dispuso en marcha para ir a la<br />

ciudad exterior. Se quedó en la cama sin ánimo siquiera para levantarse. Hasta que Sandra la vio, y<br />

compadeciéndose de su estado de abatimiento insistió e insistió hasta que consiguió que se pusiera en<br />

pie. Iban a pasar el día al descampado junto al arroyo que como en otras ocasiones se llenó de gente de<br />

todos los cursos. Algunos jugaban al fútbol, otros tocaban música y bailaban, o se bañaban en el<br />

arroyo. La persona con la que Midori más habló fue Aisa Keita, pero no por gusto. Hacía justo un año<br />

que se conocieron y aunque con la senegalesa compartía aficiones comunes como la escultura, aquella<br />

57


chica era francamente aburrida: sólo hablaba de unos pocos temas como si no supiera o no pudiera<br />

aprender nada más. De este modo, cuando llegado un momento Aisa se ausentó un momento para<br />

prepararse un bocadillo, al regresar Midori se había ido.<br />

Aunque no fue porque la japonesa fuera una maleducada. Más bien algo había llamado su<br />

atención, una sombra a lo lejos, una silueta conocida. Se separó <strong>del</strong> descampado y anduvo hasta<br />

atravesar las fronteras de oscuridad. Y sí, lo que había esperado tanto tiempo se hizo realidad. Ante<br />

ella se hallaba Alan en su forma de peluso. Había recuperado su tamaño original y su expresión era un<br />

tanto adusta. A continuación con la pata hizo signos en el aire que Midori trató de descifrar.<br />

- Lo… li… ta. ¿Lolita?- El peluso asintió.- ¿Estás diciendo que entre la gente con la que estoy<br />

hay una lolita infiltrada?- De nuevo asintió.- ¿Quién?- Alan se encogió de hombros como diciendo:<br />

“No conozco su nombre”. A continuación dio media vuelta para disponerse a marchar.<br />

Entonces algo se rompió en el interior de Midori. Después de tantos meses buscándolo ahora<br />

lo tenía <strong>del</strong>ante de sí y se marchaba sin que ella pudiera hacer nada. No podía permitirlo. Tenía que<br />

hacer algo. Entre lágrimas fue corriendo hacia él y lo abrazó.<br />

- Por favor, no te vayas. Perdóname, fui una egoísta. Le diré a todo el mundo quien eres,<br />

compartiré con quien quiera tu secreto. Pero por favor, no te vayas. Estoy sola, no tengo a nadie. Eres<br />

mi mejor y único amigo.<br />

Las lágrimas empapaban al peluso y también su uniforme. Y descorrían su maquillaje pero no<br />

le importó. Al abrazarle le invadió una tremenda sensación de paz y sosiego. De repente algo extraño<br />

sucedió, sintió que aquello a lo que abrazaba no se trataba de un perro, sino de una persona, de un<br />

niño. Fue una sensación brillante, como si una luz la alumbrara. Lástima que durara tan poco.<br />

- ¿Midori? ¿Midori?- A su espalda Oliver acababa de atravesar la frontera de oscuridad.- Ah,<br />

menos mal. Estás bien.<br />

- Oliver…- Las palabras se le trababan en la boca.- Menos mal que has venido. Quería<br />

confesarte algo. Éste que ves aquí no es un simple perro… Se trata de…- Pero no pudo terminar<br />

porque el peluso comenzó a ladrar como un desesperado interrumpiéndola. La japonesa no podía<br />

creerlo, Alan había cambiado su expresión adusta a una faz sonriente. Él estaba feliz, ella estaba feliz.<br />

El francés, por su parte, no entendía a qué venía todo aquello, y con cara de circunstancias se<br />

limitó a decir que volvía con el grupo y que no se alejasen demasiado.<br />

Aunque Midori no tenía intención de alejarse de allí. Más bien al contrario, seguido de Alan<br />

regresó a la Residencia Bach donde en el dormitorio recogió toda su ropa y objetos. Después fue a la<br />

Debussy donde subió hasta la buhardilla de Contrabandista. Sabía donde éste escondía la llave y no<br />

tuvo problemas para entrar. Una vez dentro se acomodaron y durante el resto <strong>del</strong> día Midori se dedicó<br />

a leerle cómic en voz alta y a contarle cosas que habían ocurrido durante su ausencia. Cuando se hizo<br />

tarde Midori no montó la cama porque no conocía la manera de hacerlo, pero escudriñando entre los<br />

armarios encontró un futón y sábanas. Cuando más tarde Contrabandista llegó y descubrió a la<br />

muchacha ya dormida, y a Perro tendido junto a ella, no sabía por qué pero no le extrañó. Durante<br />

unos instantes pensó en protestar, pensó en cantarle las cuarenta al día siguiente. Pero después lo<br />

meditó mejor. A fin de cuentas se suponía que al entrar en el séptimo trimestre los alumnos podían<br />

elegir de nuevo compañeros de cuarto, y aunque durante los tres siguientes cursos todavía se<br />

mantendrían en la primera planta, él no era quien para rechistar si acaso ésta había elegido su<br />

buhardilla. En aquella ocasión no profirió un resoplido como solía hacer, sino que sus ojos reflejaban<br />

admiración: nunca había contemplado una amistad tan profunda entre una persona y una criatura.<br />

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09. La lolita.<br />

Para Midori no cabía ninguna duda sobre la identidad de la lolita a la que Alan había hecho referencia:<br />

Saskia. ¿Quién si no? La que los había seguido a todas partes, de la que nadie conocía sus compañeros<br />

de cuarto, la que curiosamente nunca aprobaba el curso completo y que por tanto no podía jugar al<br />

Poids. ¿Quién sabe si jugando a ese juego hubiera salido a la luz su verdadera naturaleza? Toda ella<br />

eran excusas. Todo en ella eran sospechas. Cuando ahuyentó al vagabundo en la cubierta de David y<br />

Ebony aquella noche, cuando insistió tanto en contarle a todo el mundo el secreto de Oliver. La<br />

odiaba. Ella había sido la traidora, ella había informado a los oradores sobre el emplazamiento <strong>del</strong><br />

cuartel general de David y que Ebony estaba embarazada.<br />

Pero le tenía algo reservado. En la comunidad de artistas de la que ahora era discípula le<br />

habían comentado sobre una trampa capaz de destrozar a una criatura tan potente como una lolita.<br />

Consistía en dos lienzos de nanomateria paralelos separados apenas ochenta centímetros. Si los<br />

pintaba de una determinaba tonalidad azul turquesa entre ambos se generaría un arco eléctrico<br />

potentísimo. Después sólo tenía que conseguir que ésta pasara entre los dos lienzos y ese sería su fin.<br />

Durante meses, sin que nadie se enterara, preparó en la buhardilla su trampa. Hilar la<br />

nanomateria para fabricar los lienzos era un proceso difícil, tedioso y lento. Se necesitaba una aguja<br />

especial, y el movimiento que había que hacer para que la nanomateria se condensara sobre la aguja<br />

era bastante complicado. Primero había que levantarla, despacio, muy despacio. A continuación trazar<br />

en el aire una serie de símbolos bastante complejos. Lo peor era la velocidad con que había que<br />

hacerlo. Precisa, ni muy lenta ni muy rápida. Resultaba mucho más complicado que realizar una<br />

perfecta ceremonia <strong>del</strong> té, y Alan no ayudaba precisamente correteando de aquí para allá y jugando<br />

por los rincones de la buhardilla. A veces se desesperaba y arrojaba la aguja al otro extremo de la<br />

habitación. Pero no le quedaba más remedio que continuar.<br />

Solamente en preparar aquellos dos lienzos tardó mes y medio. Después, mediante un<br />

cromatógrafo, que es un aparato para distinguir tonalidades unas de otras, preparó la mezcla de azul<br />

necesaria. Eso apenas le llevó un día. Sólo quedaba encontrar el sitio. Tardó una semana pero<br />

finalmente lo halló en una casa abandonada justo en el borde de la ciudad exterior. Era perfecto, las<br />

ventanas estaban tapiadas, y la única manera de entrar era a través de una pequeña puerta. Quedaba lo<br />

más difícil, atraer a Saskia a la trampa. Aunque en eso tuvo ayuda <strong>del</strong> peluso que le comunicó por<br />

señas que él iría a por la lolita. El plan era sencillo. Preparó los dos lienzos, los montó sobre dos<br />

caballetes y estos sobre un carrito que permitía desplazarlos. Cuando Alan entrara ella sólo tenía que<br />

empujar el carrito hacia la puerta. Pero llegó el momento y ya no le parecía tan sencillo. Estaba<br />

intranquila, los nervios hormigueaban en el estómago. ¿Y si salía algo mal? ¿Y si el arco eléctrico no<br />

era suficiente para descomponer a la lolita? Según le habían comentado cuanto más grande fueran los<br />

lienzos, mayor sería la potencia. Y en ese momento, aunque había tardado mes y medio en<br />

componerlos, los lienzos le parecían ridículamente pequeños. Aunque ya no se podía dar marcha atrás.<br />

A lo lejos escuchó la señal, tres ladridos. Se dirigían hacia la casa. Estaba lista, los músculos en<br />

tensión. Nada más entrar Alan, como una exhalación empujó el carrito hacia la puerta y después se<br />

apartó lo más rápido que pudo. La explosión la alcanzó cuando apenas llevaba tres metros recorridos.<br />

Aquello sonó como el trueno de un relámpago que cayera a apenas unos pasos. Se tiró al suelo y se<br />

cubrió la cabeza con las manos, la onda expansiva fue tan potente que la arrastró por el suelo hasta<br />

hacerla chocar contra la pared <strong>del</strong> fondo. La nariz comenzó a sangrarle, notaba cómo las rodillas y los<br />

codos estaban raspados bajo el uniforme, y uno de los hombros amenazaba estar dislocado <strong>del</strong> golpe<br />

contra la pared. Pero ninguno de esos hechos le importaba lo más mínimo en aquel instante. No podía<br />

mirar hacia la puerta, estaba demasiado nerviosa. ¿Qué habría sucedido? Sólo cuando a sus oídos<br />

comenzó a llegar el murmullo de gente que se apelotonaba en la calle pudo tranquilizarse. Tras unos<br />

minutos se levantó. Miró a su alrededor. El peluso se acercó a ella, jadeaba sonriente, y en sus ojos<br />

había expresión de triunfo. Entonces, Midori suspiró aliviada. Lo habían conseguido. Segura de su<br />

victoria no salió enseguida sino que parsimoniosamente con un leve toque hizo que los colores se<br />

desvanecieran de los lienzos. A continuación desmontó los cuadros, los caballetes y el carrito, y con<br />

todo el material en los brazos ya sí salió afuera.<br />

59


Pero algo fallaba. Al salir pudo ver la figura de alguien yaciente en el suelo. Pudo ver a una<br />

veintena de personas arremolinándose a su alrededor. Pudo ver a Hiperactivo y a Sandra entre aquellas<br />

personas. Pero también a Saskia. A codazos se abrió paso hasta el centro <strong>del</strong> corro. No podía creerlo,<br />

quien yacía allí no era otra que Aisa Keita.<br />

- Midori, ¿qué es lo que ha ocurrido?- Era Sandra quien hablaba.- Estábamos en el comedor.<br />

De repente sin venir a cuento tu perro ha venido y ha mordido a Aisa en la pierna. Después salió<br />

corriendo y Aisa se puso a perseguirlo. Cuando entró en esa casa sonó un estruendo y salió despedida<br />

por los aires.- La voz de la suiza temblaba, estaba a punto de echarse a llorar.- ¿Qué es lo que has<br />

hecho?<br />

Midori no sabía qué contestar. Miró a Alan. En su expresión no cabía duda alguna pero ella no<br />

se encontraba tan segura. No obstante, lo que observaron a continuación les dejó patidifusos. La<br />

cabeza y las manos de Aisa de repente perdieron el color adoptando una tonalidad cobriza metálica<br />

que reverberaba la luz de las farolas alrededor. A continuación se arrugó y agrietó como arcilla seca y<br />

finalmente se descompuso completamente dejando tan solo el uniforme verde apagado vacío.<br />

- Una criatura- dijo alguien entre los asistentes.<br />

- Llevaba el uniforme de la Academia, se trataba de una espía- sentenció otro.<br />

En cuanto a Midori no quiso saber más. Seguido <strong>del</strong> peluso regresó a la buhardilla de<br />

Contrabandista. Debería sentirse alegre, debería sentirse animada y triunfante porque había acabado<br />

con la que seguramente había entregado a David y a Ebony a los oradores. Pero contrariamente en<br />

esos instantes se sentía mal. Había matado a una criatura. Era una muesca más en su lista de preceptos<br />

incumplidos. Había matado una criatura, ejercía una profesión, había permanecido fuera de su<br />

dormitorio durante el horario nocturno, tenía una mascota. Cuatro preceptos. La cuestión era que Alan<br />

le había dicho que había una lolita en su grupo, pero no le había señalado específicamente de quien se<br />

trataba. Ella inmediatamente pensó en Saskia. ¿Quién si no? Estaba claro. Su insistencia en ciertos<br />

temas, su comportamiento, el hecho que nadie conociera a sus compañeros de cuarto. Y por si fuera<br />

poco Midori llevaba ahora el uniforme amarillo de la Debussy, y justo cuando ella se cambia de<br />

Residencia Saskia se marcha a la Tchaikovsky. No pueden darse más coincidencias. Algo ocurre con<br />

Saskia, algo que nadie más parece darse cuenta.<br />

Pero Saskia no es una lolita. O al menos eso es lo que el peluso parece percibir. Ni más ni<br />

menos. La traidora se trataba de Aisa, no de Saskia. Aisa, su amiga, a la que conoció en el tren de<br />

vuelta <strong>del</strong> túnel un año atrás. Aquella con quien, a pesar de haberla convertido en compañera de<br />

cuarto, dejó de hablar apenas llegó a la Residencia Bach. Aquella conversación que mantuvieron en el<br />

tren de vuelta resultó interesante, Aisa era una apasionada de la escultura de Donatello. Pero había<br />

pasado un año y apenas había mutado en sus gustos artísticos. Era como si estuviera programada y no<br />

pudiera modificar apenas un ápice de su programación. Por otra parte, acudió con ellos la primera vez<br />

que fueron a visitar a David y a Ebony en el mundo exterior. Después no volvió a hacerlo con la<br />

excusa de que la ciudad exterior le provocaba pavor. Seguramente no querría ir para que no la<br />

reconocieran. Seguramente, de aquella primera visita, ya informó a los oradores sobre el<br />

emplazamiento <strong>del</strong> cuartel general y sobre que Ebony estaba embarazada. Y lo peor era que Aisa era la<br />

amiga de Midori.<br />

Sí, eso era lo que le hacía sentir mal. Que Aisa era su amiga, que ella había sido la que la había<br />

introducido en el grupo, era a ella a quien sobre todo habían engañado. El resultado podía recordarlo.<br />

Un vacío de escombros donde una vez estuvo situado un lugar al que pudo considerar como su hogar.<br />

Miró al peluso. Fue a causa <strong>del</strong> ataque que se reencontraron, y aquello no podía decir que no la<br />

llenara de alegría, pero en aquel instante hubiera cambiado todo porque Aisa no hubiera aparecido en<br />

su vida.<br />

Aunque, tenía que reconocer, recostada sobre el futón, con la mirada perdida en las luces <strong>del</strong><br />

mundo exterior tras la ventana de la buhardilla, que ojalá su amigo volviera a ser humano.<br />

- Midori, ¿eres tú?<br />

Aquella voz. Hacía más de un año que no la escuchaba. Siguió con la mirada la dirección de la<br />

voz y a punto estuvo de darle un ataque al corazón. Alan había recobrado su forma humana. Estaba<br />

allí, ya no era un perro, sino un niño rubio, pecoso y de ojos azules.<br />

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- No,… no puedo creerlo.- Midori se levantó. Ahora sí, estaba segura. Aquello no estaba<br />

inducido por los efectos de un sueño, ni se trataba de una vaga sensación como la de aquel abrazo.<br />

Aquello era real. Alan se encontraba realmente allí, podía tocarlo con la palma de la mano, podía<br />

acariciar su cabello corto en punta. No era una ilusión.<br />

Sin embargo, algo fallaba. Alan iba ataviado con el uniforme verde apagado de la Residencia<br />

Bach tal como ella le recordaba. Pero eso no tenía sentido si acaso el chico hubiera recobrado la forma<br />

humana después de haber sido un peluso. Si hubiera estado desnudo lo habría creído posible, si no<br />

hubiera hablado como si hiciera tiempo que no la veía, habría confiado en su verosimilitud. Pero de<br />

aquella manera… No, no podía ser verdad.<br />

En efecto. Ante sus ojos Alan sufrió una nueva metamorfosis y a su pesar se transformó de<br />

nuevo en perro.<br />

Dos segundos más tarde alguien llamó a la puerta de la buhardilla. Se trataba de Oliver.<br />

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III. PARTE. EL NIÑO HIPERACTIVO<br />

10. La estrategia de Fretum Davis.<br />

El niño hiperactivo corría, saltaba, se escabullía, daba volteretas, driblaba, esquivaba,… Era capaz de<br />

subirse a lo alto de un armario de un salto; a veces, sin que nadie supiera cómo, aparecía en lugares<br />

insospechados como dentro de maletas o en las habitaciones de los alumnos mayores. Podía subir por<br />

las paredes corriendo, incluso cabeza abajo por el techo. Podía de un solo vistazo memorizar todo el<br />

contenido de un libro, de este modo siempre sacaba las mejores notas. Era un continuo manojo de<br />

nervios. Cuando almorzaba en el comedor la cuchara se le iba de un lado para otro y la mitad <strong>del</strong><br />

contenido caía antes de llegar a la boca. Incluso cuando dormía era incapaz de quedarse quieto por lo<br />

que habían tenido que fijar su cama con anclajes para que no temblara y despertara a sus compañeros.<br />

Aunque en realidad no dormía, eso era un secreto que guardaba con recelo. Era insomne, se pasaba las<br />

noches en vela mirando al techo, escuchando los ronquidos alrededor y tratando de contener el baile<br />

de san vito que amenazaba casi con desmembrarle como si cuatro caballos desbocados tiraran de él.<br />

Ser el niño hiperactivo no resultaba nada fácil, pero sin embargo todos querían parecerse a él.<br />

Conforme los partidos de Poids se sucedían incluso llegó a existir un club de fans <strong>del</strong> niño hiperactivo,<br />

aunque quien ganara los partidos fuera finalmente Oliver. Lo que fascinaba a la gente era su manera de<br />

moverse, su nerviosismo perpetuo. Desde fuera de las canchas sus seguidores le animaban, le recibían<br />

y le despedían entre vítores. Incluso en ocasiones sus contendientes le daban la mano o clavaban<br />

carteles en las paredes diciendo: “Eres el mejor”, o “Eres el más grande”. Nadie le llamaban por su<br />

nombre: “Rafael”. O bien “niño”, o bien “niño hiperactivo”. La única que le llamaba “hiperactivo” a<br />

secas era Midori, y eso le agradaba, aunque por lo demás no se llevaba demasiado bien con ella.<br />

Después quedaba Contrabandista, su entrenador, que simplemente se refería a él de malos modos<br />

como “Tú”. Razones no le faltaban. Si todos a lo largo de aquellos meses habían aprendido algo<br />

nuevo, habían ampliado sus habilidades con la nanomateria, él en contra apenas había evolucionado.<br />

Corría, saltaba, se aceleraba,… pero nada más. Ninguna modificación. Así los equipos contra los que<br />

echaban siempre sabían a lo que atenerse. Nada más comenzar desplegaban algún dispositivo para<br />

pararle, como redes, trampas en las paredes o en los techos, o incluso pegamento. Contrabandista ante<br />

aquello se desesperaba, decía que jugar con él era prácticamente como jugar con seis. La última vez ya<br />

fue de escándalo. La última vez uno de los <strong>del</strong> equipo contrario se colocó como francotirador y cuando<br />

sonó el silbato tan solo fue dar dos pasos hacia atrás cuando éste con un lanza-redes le atrapó. Era<br />

como si ya supieran de entrada cual iba a ser su primer movimiento. Hasta en eso era repetitivo.<br />

Menos mal que Oliver, como siempre, solucionó la situación. Al momento un sonido estridente inundó<br />

la sala y todos tuvieron que taparse los oídos a excepción de Hajime, John Derek, Sandra y él, entre<br />

los cuales desplazaron la pesa fuera <strong>del</strong> círculo. Oliver siempre cambiaba de estrategia, Oliver siempre<br />

tenía un plan preparado. Él era quien acudía a todos los partidos para observar a los demás equipos. Él<br />

era quien intuía las debilidades de los contrincantes. Aunque rechazaba ese título todos le<br />

consideraban como el capitán.<br />

Por ello el niño hiperactivo siempre temblaba cuando Oliver acudía a hablar con él. Era una<br />

situación de paranoia perpetua porque temía que se hubieran puesto de acuerdo y le echaran <strong>del</strong><br />

equipo. Había tanta gente que ansiaba entrar en “Proyecto Willyman”. Desde las navidades pasadas<br />

prácticamente no había habido ningún cambio en sus filas. Oliver se había negado a aceptar a gente<br />

nueva, y ahora la cola era horriblemente larga. Por ejemplo, estaba aquel amigo de Oliver, Pierre, que<br />

siempre andaba quejándose de que fuera el primero en la lista pero que nunca quedara una vacante. A<br />

veces el niño hiperactivo se percataba de que Pierre le miraba un poco raro, y si Rafael hubiera<br />

observado que aquello Pierre lo hacía con todo el mundo, no se hubiera obsesionado con la creencia de<br />

que éste en verdad le reprochaba su incapacidad para aprender. Resultaba realmente enervante. Pero,<br />

¿y si tenía razón? ¿Y si debería dejar el equipo?<br />

En el pasillo <strong>del</strong> sótano todos celebraban la victoria. A excepción <strong>del</strong> niño hiperactivo quien<br />

compungido se encontraba apoyado en la pared, a su pesar incapaz de estarse quieto. Si no era su<br />

brazo era su pierna que parecía estar dando patadas a un balón invisible. Dos chicas acudieron a que<br />

les firmara un autógrafo. Las miró sorprendido, ¿cómo? Una de ellas dijo que hoy no había sido su<br />

62


día, pero que en el anterior partido había estado sensacional. En el anterior partido, cuando pudo dar<br />

un par de vueltas a la habitación hasta que le atraparon con una especie de trampa pegajosa<br />

cazamoscas colgada <strong>del</strong> techo. Estaba claro, lo que querían era verle hacer piruetas, no otra cosa.<br />

Accedió a firmarles los autógrafos, y mientras tanto por el rabillo <strong>del</strong> ojo vio como Pierre hablaba a<br />

Oliver en un aparte. No podía leerle los labios, pero sí las intenciones: le estaba comentando la manera<br />

como aquel tipo le atrapó con la red a la primera de cambio. Pero Oliver, como siempre, se mantuvo<br />

impasible y no dijo nada al respecto. No obstante, lo preocupante vino después, cuando<br />

Contrabandista le dijo algo al oído al capitán. Toda su vida se condensó en aquel instante. Oliver bajó<br />

los ojos y, una vez Contrabandista se marchó, lentamente se fue acercando hacia él. El corazón le latía<br />

con fuerza, ya no hacía falta que dejara el equipo, lo iban a echar directamente.<br />

- Nos han seleccionado- dijo Oliver.<br />

- ¿Cómo?- Respondió el niño hiperactivo creyendo haber escuchado mal.<br />

- Nos han seleccionado. Nos han elegido entre los ocho mejores equipos de la Academia.<br />

Vamos a jugar la final <strong>del</strong> campeonato de este año.<br />

No pudieron celebrarlo como era debido. Se acercaban los exámenes <strong>del</strong> quinto trimestre y durante<br />

dos semanas todos, a excepción <strong>del</strong> niño hiperactivo, sumergieron sus narices en los apuntes. Él, como<br />

apenas tenía que estudiar, se aburría soberanamente. La única compañía que tuvo fue la de Saskia. No<br />

sabía por qué todos le tenían manía a aquella chica. Decían que era una pesada, pero según él tan solo<br />

se trataba de una niña algo atolondrada, con energía a raudales que rebosaba por todos los poros. Tal<br />

como él lo era. La única diferencia es que a ella el cuerpo no le pedía ponerse a correr y a saltar todo el<br />

tiempo. Se encontraba bien con su presencia, conversaban sobre muchos temas y la madrileña parecía<br />

entenderle cuando le confiaba que ser “el niño hiperactivo” resultaba mucho más duro de lo que la<br />

mayoría pensaba.<br />

Por ello, cuando a la salida de los exámenes fueron a ver al hijo de David y Ebony, le molestó<br />

mucho que Sandra les pidiera que no dijeran nada a Saskia. Estuvo a punto de no ir. Es más, para<br />

fastidiar a la suiza intentó buscarla, pero su amiga parecía haber desaparecido de la faz de la tierra.<br />

Finalmente, avino a ir con sus compañeros de cuarto al mundo exterior.<br />

Como todos, se sorprendió ante la noticia <strong>del</strong> rapto de la recién nacida. Como a todos, le horrorizó que<br />

David estuviera pensando en aventurarse más allá <strong>del</strong> valle donde se situaba la Academia, donde<br />

posiblemente les esperaría una muerte espeluznante sin alimentos, sin agua ni oxígeno. La primera en<br />

marcharse fue Midori, casi inmediatamente, tan rápido que nadie se percató. Después lo hicieron<br />

Sandra, Hajime, John Derek y Pierre. ¿Quién lo iba a decir? Por una vez el niño hiperactivo se había<br />

quedado paralizado. Sólo Oliver permanecía aún con él. David Rousseau ya no les miraba, su rostro<br />

estaba arrasado en lágrimas. En toda su estatura se dobló como si le hubieran dado una patada en el<br />

estómago y finalmente se arrodilló. Oliver, entonces, le tocó el hombro a Rafael y le señaló que debían<br />

irse.<br />

Cuando ya salían por el pasillo un hombre acudió presuroso.<br />

- ¡David! ¡David! Algo raro ocurre, los vigías <strong>del</strong> sur no responden.- Oliver y el niño<br />

hiperactivo se detuvieron. El sobrino de Frank Rousseau tardó en responder.<br />

- Esos inútiles. Ni siquiera fueron capaces de avistar a las alimañas cuando llegaron. Ellos son<br />

los culpables de que se llevaran a mi hija.<br />

- David, sabes que eso no es cierto. Nadie podría haberlo evitado.- Hizo una pausa y añadió-<br />

Hace más de media hora que no tenemos señales de los vigías. Deberían avisar cada veinte minutos de<br />

que no hay novedad, ya lo sabes.<br />

Se hizo el silencio, un silencio tenso.<br />

- Está bien, - dijo David tras un rato- que alguien vaya a ver qué ocurre.<br />

Oliver, que había estado escuchando, se preguntó a qué se debía todo aquello. Desde luego<br />

resultaba extraño. Fue a comentárselo al niño hiperactivo a su vera y dio un respingo: éste había<br />

desaparecido.<br />

El niño hiperactivo no se lo pensó dos veces. No se lo había pedido nadie, no tenía por qué<br />

hacerlo, pero cuando escuchó la orden de David al momento fue como una llamarada que surgía de<br />

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dentro y que le incitaba a actuar. Corrió todo lo que pudo. Llegó a un patio y subió saltando de ventana<br />

en ventana hasta alcanzar la azotea. Allí siguió avanzado cruzando las calles de un salto,<br />

abalanzándose por los castilletes y cogiendo impulso en las paredes. La gente que dormía en la azotea<br />

no sabía qué era aquello, iba tan rápido que apenas alcanzaban a distinguir si humano o criatura se<br />

trataba. Se quedaban anonadados. Sobre todo porque el extraño torbellino no dejaba de pasar por<br />

<strong>del</strong>ante suya como si estuviera caminando en círculos. El niño hiperactivo no sabía a donde tenía que<br />

ir. Había escuchado “vigías al sur” pero ni siquiera sabía para dónde quedaba. Sólo corría y corría,<br />

cada vez más rápido. Pronto dejaría de ser humano y se convertiría en relámpago. Se sentía vivo, se<br />

sentía como nunca. Pocas veces había sido tan feliz. Hasta que notó que algo le pasaba rozando el<br />

cuello.<br />

Se detuvo y observó a unos metros a su espalda un pequeño agujero en una pared:<br />

perfectamente circular, profundo y con los bordes definidos. Al momento escuchó un ligero silbido y<br />

en un movimiento reflejo dio una voltereta esquivando lo que parecía ser una bola de metal que<br />

provocó un segundo agujero en la pared. Después los disparos se sucedieron. El niño hiperactivo los<br />

iba esquivando con facilidad. “¿Qué demonios es eso?” Escuchó que alguien decía desde la penumbra<br />

a unos pocos metros. Se ocultó tras un castillete y desde allí intentó percibir qué ocurría. Descubrió a<br />

unos pasos a su derecha lo que parecía ser una garita de guardia. Como una exhalación cruzó el<br />

espacio descubierto entre ambos sitios. Dentro apenas llegaba luz de las bombillas en el exterior.<br />

Tanteó con las manos y descubrió el cuerpo de un hombre. Estaba frío y en torno al pecho notó una<br />

sustancia pegajosa como… Se apartó enseguida horrorizado.<br />

- Lo ha visto- se oyó desde la oscuridad.<br />

- Nos ha descubierto.<br />

El niño hiperactivo observaba a través de una pequeña abertura en la garita. No era capaz de<br />

ver nada, pero el murmullo de voces a unos pocos pasos le ponía nervioso.<br />

- ¡Silencio!- Exclamó una voz y los murmullos cesaron.- Adiós a la sorpresa. No hay vuelta<br />

atrás ¡Vamos!<br />

Dicho esto, una figura salió de entre las sombras. Se trataba de un hombre gigantesco,<br />

descomunal. El niño hiperactivo calculó que mediría dos metros y medio y que pesaría doscientos<br />

kilos. Llevaba coraza y casco, tal como los conquistadores que buscaron El Dorado, y en la mano<br />

empuñaba una lanza con una hoja de acero tan larga como una persona. Detrás de él emergieron otras<br />

veinte figuras entre hombres y mujeres. Tenían la mayoría el rostro pintado, llevaban espadas,<br />

cuchillos y lanzas, e iban ataviados de morado. Avanzaron lentamente detrás <strong>del</strong> conquistador hasta<br />

que éste se detuvo a dos metros de la garita. Alzó la lanza, y de un barrido la estalló en mil pedazos. El<br />

niño hiperactivo a punto estuvo de no contarlo. Durante unos instantes se quedó paralizado ante la<br />

temible presencia <strong>del</strong> gigante, pero cuando entrevió el filo <strong>del</strong> arma contra la luz de una farola cercana<br />

despertó y echó a correr. El conquistador en un primer momento le persiguió y conforme avanzaba el<br />

suelo se hundía. Por supuesto, el niño hiperactivo era muchos más rápido, pero antes de que pudiera<br />

escapar el conquistador lanzó su arma que como las aspas de un helicóptero fue arrasándolo todo a su<br />

paso.<br />

Rafael alcanzó a meterse en un callejón antes de que la lanza le partiera en dos. Después se<br />

introdujo por una ventana. Dentro descubrió a dos mujeres que se asustaron al verle aparecer de<br />

repente. “¡Nos atacan!”, alcanzó a decir, tras lo cual salió disparado por los pasillos. Llegó a un nuevo<br />

callejón donde intentó subir de nuevo a la azotea. Sin embargo, allí estaba. Observó sus ojos verdes, su<br />

luenga y oscura barba, y su sonrisa sardónica bajo el casco. El conquistador de nuevo le arrojó su<br />

arma. Esta vez no había escapatoria. El callejón era demasiado estrecho y la lanza demasiado larga.<br />

Pero el niño hiperactivo no estaba dispuesto a rendirse. En vez de intentar escapar fue directo a la<br />

lanza y en una espectacular acrobacia pasó a través <strong>del</strong> movimiento giratorio <strong>del</strong> arma sin un rasguño.<br />

El conquistador estaba rabioso, tanto que saltó y el suelo se desplomó bajo su peso, pero el argentino<br />

para entonces ya estaba demasiado lejos.<br />

Reconoció donde estaba David porque la gente de las azoteas se agolpaba alrededor de él.<br />

Estaban nerviosos, habían escuchado como una casa derrumbándose al sur. El sobrino de Frank<br />

Rousseau trataba de calmar la situación, decía que había enviado emisarios y que pronto sabrían qué<br />

sucedía. Pero la gente quería respuestas. Se abalanzaban sobre él, tenían miedo. No podían esperar,<br />

64


querían saberlo ya. De este modo, el niño hiperactivo no pudo ir hasta David. Era una situación<br />

angustiosa, una masa de cuerpos se interponía. Decidió situarse sobre una chimenea y hacer señas,<br />

pero nadie parecía hacerle caso. Tuvo que ser Oliver, que aún permanecía por los alrededores, quien se<br />

percatara, y como en el partido de Poids hacía dos semanas llamó la atención de todos con un sonido<br />

estridente hasta casi ensordecerlos.<br />

- ¡Mirad! Nos quiere decir algo.- Se excusó Oliver cuando algunos le miraron con cara de<br />

pocos amigos.<br />

El niño hiperactivo, por su parte, estaba demasiado nervioso. Tanto que hablaba rápido y no se<br />

le entendía. Al final, tras varios intentos de tranquilizarse, alcanzó a decir:<br />

- ¡Nos atacan!- La multitud, que había permanecido callada, prorrumpió en un corro de<br />

conversaciones apagadas. Hasta que David alzó la mano para que hubiera silencio:<br />

- ¿Quién?<br />

- No lo sé. Un tipo enorme. Llevaba casco y coraza, como la de los conquistadores. Son al<br />

menos veinte.- David bajó la mirada pensativo.<br />

- Brebbia.- Fue decirlo y todas las personas que se habían reunido allí comenzar a correr<br />

despavoridas. Treintas segundos más tarde todos se habían ido, a excepción de Oliver, el niño<br />

hiperactivo y cinco miembros de la tribu de los Wessex que como David iban vestidos con ropajes de<br />

lino marrones. Enseguida David comenzó a dar órdenes.- Es demasiado tarde para construir una<br />

defensa adecuada. Tenemos que evacuar el cuartel y dirigirnos a alguno de los escondrijos. Cuando<br />

todo haya pasado nos reorganizaremos. Saul, Meirelles, Hiroshi, id de casa en casa, hay que avisar a<br />

todo el mundo. Esto es lo que hay que hacer, los reclutas a partir <strong>del</strong> sexto año que suban a las azoteas<br />

para luchar. El resto, como he dicho, que traten de huir. Hay que organizar grupos, al frente de cada<br />

grupo habrá un recluta de cuarto o quinto año por si acaso nos están esperando para cortar la retirada.<br />

Mao, Hama, quedaos conmigo. Tenemos que hacerles frente mientras el resto llega.<br />

Ipso facto los tres primeros saludaron con la cabeza y desaparecieron por las escaleras abajo.<br />

David se agachó como si se quisiera atar los cordones, Mao, un chino bajo y corpulento, se puso a<br />

practicar movimientos de artes marciales, y Hama, un negro larguirucho y fibroso, agarró un bastón<br />

largo e hizo molinetes sobre su cabeza. La situación era tan tensa que ni siquiera se percataron de que<br />

Oliver y el niño hiperactivo permanecían a apenas unos metros.<br />

- Cada vez hay menos luz.- Dijo Hama.<br />

- Están destrozando las lámparas. Se están acercando.- Sentenció Mao.<br />

De repente, un sonido como de un ventilador irrumpió en la escena, cada vez más fuerte.<br />

Rafael sabía qué era aquello. La lanza <strong>del</strong> conquistador apareció girando temible destrozando farolas y<br />

chimeneas a su paso. No obstante, Hama tan solo tuvo que golpear levemente con la cabeza <strong>del</strong> bastón<br />

las aspas para que éstas desviaran su trayectoria perdiéndose en la oscuridad.<br />

- ¡Rousseau!- El rugido sonó como el de un tiranosaurio. El gigante apareció desde la<br />

penumbra dejándose ver a la luz de las pocas farolas que aún quedaban en pie. Mao le dio algo a<br />

David el cual inmediatamente comenzó a correr hacia su contrincante. Brebbia correspondió. El niño<br />

hiperactivo no podía mirar. El conquistador era tres veces más grande que el sobrino de Frank<br />

Rousseau y de ese choque no podía resultar nada bueno. Pero entonces, cuando la carrera <strong>del</strong><br />

descomunal soldado acorazado llegó al clímax destrozando el suelo tras de sí, David le lanzó algo a las<br />

piernas. Al parecer lo que Mao le había dado eran unas boleadoras. Brebbia tropezó, cayó<br />

estrepitosamente, la estructura <strong>del</strong> tejado cedió y el conquistador se hundió en una nube de polvo y<br />

escombros. Sin embargo se recompuso pronto, y de un salto regresó a la azotea comenzando a<br />

perseguir a David hasta que la oscuridad impidió discernir al niño hiperactivo qué era de ellos.<br />

Justo en ese instante un clamor ensordecedor rompió el silencio. Los acólitos de Brebbia, de<br />

morado, hicieron acto de presencia aullando como una jauría de lobos. Como había dicho el niño<br />

hiperactivo eran al menos veinte, y Hama y Mao dos. Pero antes de que llegaran las escaleras<br />

empezaron a vomitar guerreros con ropajes marrones. Pronto el choque estuvo más igualado. Hama se<br />

lanzó a la batalla haciendo molinetes sobre su cabeza. Mao le secundó, pero en ese instante se dio<br />

cuenta de que Oliver y Rafael apenas se habían movido de su sitio.<br />

- ¿A qué demonios esperáis? ¡Iros de aquí! Éste no es lugar para vosotros.- Y añadió- A la<br />

Academia se va por allí.- Y señaló en la dirección contraria de la batalla.<br />

65


Oliver y el niño hiperactivo se miraron. Ambos asintieron y se pusieron en camino saltando de<br />

azotea en azotea. Oliver corría lo más que podía. Rafael, en cambio, sólo caminaba. Aún así, al niño<br />

hiperactivo Oliver le resultaba exasperantemente lento. Para colmo, el francés se detenía cada vez por<br />

tres.<br />

- ¿Has escuchado eso?- El argentino asintió aunque en realidad no percibía nada nuevo,<br />

cuando miraba atrás lo único que podía discernir eran pequeños resplandores momentáneos en la<br />

oscuridad, como bolas de fuego o relámpagos.- Creo que Brebbia no es el único. Están llegando más<br />

batallones.<br />

El niño hiperactivo lo único que quería era marcharse cuanto antes. Todavía conservaba en la<br />

piel el tacto <strong>del</strong> cadáver en la garita, y sentía pavor tan solo de recordarlo. Pero su compañero de<br />

cuarto, por mucho que se esforzara, por mucho que tratara de acelerar el ritmo, no podía ir más rápido.<br />

Entonces una serie de voces llegaron hasta sus oídos. Voces en un idioma que desconocía por<br />

completo.<br />

- Eso sí lo oigo.- Dijo el argentino.<br />

- Oradores- replicó Oliver. Pero el niño hiperactivo ya no pudo escucharle. Cada vez se sentía<br />

más cansado, los párpados le pesaban y un sueño profundo iba invadiendo su ser. Hasta que Oliver<br />

hizo un gesto acariciándole la oreja. De repente todas las voces se esfumaron a excepción de una. Ya<br />

no se sentía cansado, ya no se le cerraban los párpados, era el mismo ser bullicioso de siempre.<br />

- Te he modificado el oído. Ahora los oradores no podrán hacerte efecto.<br />

- Pero… Todavía escucho a alguien.<br />

- A ese nunca se le puede acallar. Esa es la voz de Fretum Davis.- Y añadió- Me pregunto que<br />

estará tramando, si quisiera podría hacernos desfallecer en cualquier momento.<br />

Un estruendo a su derecha les alertó que la lucha había llegado hasta aquel punto. Oliver tenía<br />

razón, no sólo era Brebbia quien atacaba a la gente de David. Un grupo de treinta guerreros de azul<br />

arremetían contra seis de marrón. Estos últimos parecían proteger a una mujer de unos treinta años<br />

detrás de ellos también vestida de marrón. La mujer parecía estar recitando un hechizo, y llegado un<br />

momento su cuerpo comenzó a resquebrajarse, a ampliarse, a desbordarse por todos los costados. Al<br />

parecer se trataba de una metamorfo. Pronto, de su aparente pequeño ser resultó un descomunal<br />

dragón chino capaz de volar como una flecha por los aires. Era tremendamente bello. A la luz de las<br />

pocas lámparas que aún quedaban sus escamas destilaban fulgores plateados. En repetidas ocasiones<br />

se abalanzó sobre los guerreros de azul lanzando a muchos por los aires a base de coletazos. Pero en<br />

una de ellas, una sombra fugaz, o algo que parecía una sombra, saltó como una exhalación hacia ella<br />

adentrándose en las fauces de la criatura. En principio parecía que el dragón se la había tragado, pero<br />

inesperadamente desde dentro con una espada la sombra partió el dragón en dos. La cola se estrelló<br />

lejos demoliendo un edificio. La cabeza fue a parar más cerca. Prácticamente Oliver y el niño<br />

hiperactivo tuvieron que apartarse de su trayectoria ocultándose detrás de una pared. Cuando se<br />

asomaron la cabeza de dragón estaba allí, palpitante. Poco a poco la infeliz criatura fue perdiendo la<br />

forma hasta volver a ser la mujer de nuevo. Oliver se acercó.<br />

- ¡No! ¡No la toques!- Desde unas escaleras aparecieron dos tipos de marrón.- Tranquilo,<br />

nosotros nos encargamos.- Detrás de ellos aparecieron cuatro figuras que el niño hiperactivo reconoció<br />

como las de Sandra, Pierre, Hajime y John Derek.- Lo siento, muchachos. Tenéis que seguir sin<br />

nosotros. Pero ya queda poco, sólo cinco manzanas en esa dirección.<br />

- ¡Oliver! ¡Niño!- Exclamó Sandra.- Menos mal, estábamos preocupados.<br />

Los dos hombres los miraron. No dijeron nada, pero se tranquilizaron al saber que estos se<br />

conocían. Improvisaron con palos y un poco de nanomateria una camilla y se llevaron a la mujer.<br />

Los seis, reunidos de nuevo, siguieron el camino. Pero algo extraño ocurría. La negrura<br />

habitual <strong>del</strong> Mínimomundo había sido sustituida por un brillo rojizo que ocupaba todo el cielo. Oliver<br />

se detuvo una vez más. El niño hiperactivo se desesperaba, pero ésta vez había una razón. Casi como<br />

un atardecer de un otoño nublado la luz rojiza permitía ver el desarrollo de la batalla a lo lejos. Un mar<br />

de uniformes verdes, púrpuras, azules, anaranjados, rosáceos,… entre los cuales los tonos marrones<br />

eran cada vez menos visibles. Aunque el mayor interés radicaba en el centro <strong>del</strong> escenario donde<br />

David, o por lo menos creían que era él, peleaba contra dos contendientes.<br />

66


- Ese es Luganis- señaló Hajime a uno de los enemigos de David que atacaba incesantemente<br />

con una larga espada. A decir verdad, la espada era lo único que se veía de él. Su efigie era<br />

transparente, casi como si estuviera hecho de crista.l- Nos lo ha dicho Hugo, uno de los que nos han<br />

acompañado. Es el comandante de los “Cartagineses” que van de azul.- En otras palabras, el que había<br />

cortado en dos al dragón.<br />

- Y ese es Brebbia,- dijo el niño hiperactivo para no desmerecer. A Brebbia se le reconocía<br />

porque era el doble de grande que los otros dos.<br />

- ¡Venga, David! ¡Aupa, David! ¡Eres el mejor!- Animaban todos desde la azotea.<br />

El sobrino de Frank Rousseau se defendía con gallardía. A base de bombas sónicas, de<br />

movimientos hipersónicos y otras técnicas para ellos desconocidas, parecía mantener a raya a Luganis<br />

y a Brebbia. Pero cada vez sus ataques eran menos poderosos, tenían menos efecto.<br />

- ¿Qué es lo que ocurre?- Se desesperaba Sandra.<br />

- Mirad allí.- Señaló Oliver. En su campo de visión apareció a la izquierda una gran bola<br />

cobriza que flotaba en el cielo. De ella emanaba la luz que inundaba la escena.<br />

- ¿Qué es eso?- Prácticamente gritaron todos al unísono.<br />

La bola se desplazaba hacia la posición de David. Cada vez más grande, cada vez más<br />

brillante. Y conforme lo hacía su amigo iba perdiendo terreno. Luganis a punto estuvo de tajarle.<br />

Brebbia lo embistió y lo envió a una veintena de metros. Por otra parte, el niño hiperactivo sentía<br />

aquella esfera cobriza como una amenaza. Más bien lo que percibía era una sensación de opresión en<br />

el pecho, y en general en todo su cuerpo, como si cientos de mazas le presionaran tratando de<br />

descomponer su ser. Sí, eso era. Poco a poco sentía como si se estuviera desintegrando, como si su<br />

cuerpo se desvaneciera.<br />

- ¿Por qué cobre? ¿Por qué ese tono?- Se preguntaba en cambio Oliver a su lado. En general,<br />

al resto de sus amigos no parecía ocurrirle lo mismo que a él. - ¡Ya está! ¡Ya lo entiendo!- Exclamó<br />

entusiasmado el francés.- Mirad allí.- A unos cien metros detrás de la bola se adivinaba la figura de un<br />

hombre alto, <strong>del</strong>gado, cubierto con una capa negra y con las manos extendidas hacia el cielo. Su boca<br />

gesticulaba, y su voz se hacía oír en todas partes.- Ese es Fretum Davis. Ya entiendo su juego. Está<br />

condensando toda la nanomateria en esa esfera. Así las técnicas de David cada vez surtirán menos<br />

efecto. Y la de todos los “Wessex”. Sus habilidades pronto no servirán para nada. Y Brebbia es mucho<br />

más fuerte. Y sus ejércitos son mucho más numerosos.<br />

Efectivamente. David fue a lanzar una bola de fuego pero ésta se esfumó en la nada. Brebbia,<br />

en un movimiento envolvente consiguió atraparlo y comenzó a estrangularlo en un temible abrazo de<br />

oso.<br />

- ¡Venga, David! ¡No te rindas!- Aulló Sandra.<br />

- Es inútil.- Sentenció Oliver con pesimismo. Por la distancia no podían ver el rostro de David,<br />

pero no lo necesitaban para saber que estaba perdido.<br />

Pero de pronto algo sucedió en la esfera de nanomateria. En un estallido ensordecedor que<br />

arrojó a Fretum unos metros hacia atrás, la esfera quedó reducida una cuarta parte. El niño hiperactivo<br />

dejó de sentir la opresión. Y aprovechando la confusión David escapó <strong>del</strong> abrazo de oso <strong>del</strong><br />

conquistador y la mayoría de los Wessex logró huir.<br />

Mientras tanto, en el grupo <strong>del</strong> niño hiperactivo, cada cual tenía la boca abierta incapaz de<br />

comprender lo que había ocurrido.<br />

- ¿Qué hacéis aquí?- Dijo alguien a sus espaldas. Era Contrabandista. Enseguida fueron a<br />

preguntarle pero su entrenador no quiso decir nada.- Faltan tres horas para las doce. Así que, ¿a qué<br />

esperáis para ir a la Academia?- Dicho esto se marchó.<br />

Los muchachos, un tanto frustrados por no saber las respuestas, regresaron cabizbajos a sus<br />

respectivas residencias. Una vez en el dormitorio conversaron preocupados sobre las consecuencias de<br />

la batalla. Aunque con el paso <strong>del</strong> tiempo otro tema surgió irremediable: Midori. ¿Dónde estaba<br />

Midori? ¿Por qué no llegaba? Estaban a punto de dar las doce. ¿Acaso no sabía que ya no podría<br />

volver a la Tierra? En el reloj marcó la fatídica hora: Aisa Keita se mostraba silenciosa e<br />

imperturbable, Sandra comenzó a llorar, Oliver meditaba como era usual en él, Hajime y John Derek<br />

no querían parecer preocupados y leían cómic en un aparte y, por último, el niño hiperactivo daba<br />

vueltas a la habitación. A todos costó conciliar el sueño aquella noche. Rafael incluso se agitaba más<br />

67


en su cama. A la mañana siguiente suspiraron aliviados cuando se enteraron por medio de<br />

Contrabandista que la japonesa se encontraba en su buhardilla, y que al parecer la razón por la que no<br />

había ido era porque tenía una mascota. En verdad era para enfadarse con ella. ¿Por qué no lo había<br />

dicho? Ellos tan preocupados y la maldita mientras tanto jugando con su perro. Si no fuera porque<br />

Oliver les contradijo con respecto a reprocharle su comportamiento, no se habrían mostrado tan<br />

dispuestos a visitarla. Allí se encontraba ella, en aquella buhardilla desde la que curiosamente se podía<br />

contemplar las luces de la ciudad exterior. Y en los bajos de una estantería, su perro. El niño<br />

hiperactivo estuvo a punto de desobedecer, de gritar, de echarle en cara a la japonesa que tuviera tan<br />

poca consideración. Pero no sabía por qué, había algo en la mirada de aquel chucho que le intrigaba.<br />

En fin, Midori siempre había sido una niña rara. No le gustaba el Poids. Había traído una compañera al<br />

dormitorio y apenas hablaba con ella. A menudo en el comedor se sentaba en una mesa apartada. Lo<br />

importante es que pronto se enteraron de que David y Ebony estaban bien, de que la mayoría de los<br />

miembros de la tribu de los Wessex habían escapado, y que seguirían escondidos hasta tener un plan<br />

definido. También lo importante era que aquel sexto trimestre que entraba sería seguramente<br />

trascendental. La final <strong>del</strong> campeonato de Poids. Ocho equipos. Cuartos de final, semifinal, y final.<br />

Oliver soñaba con llegar a la final, aunque el resto ya se mostraba satisfecho de haber llegado hasta<br />

allí.<br />

Nada más comenzar los entrenamientos surgió un problema. Jasmine, una de las jugadoras que<br />

había permanecido fiel con ellos, había abandonado la Academia. Por fin Pierre tuvo su oportunidad<br />

de pertenecer al equipo. Aunque en menudo momento. Como él mismo reconocía en las finales, y el<br />

amigo de Oliver jamás había jugado un partido oficial de Poids. Sobre todo cuando supieron quién les<br />

tocaba de emparejamiento en los cuartos de final: Martin “el acorazado” Steinbeck. Nadie consideraba<br />

que Martin fuera un buen jugador de Poids. Sencillamente era una mole. No tanto como Brebbia pero<br />

lo suficiente como para arrasarlo todo y a todos a su paso y lanzar la pesa fuera <strong>del</strong> círculo de un<br />

empujón. Su estrategia era siempre la misma. Martin corría como un desesperado hacia la pesa <strong>del</strong><br />

equipo contrario. No valía para nada intentar congelarle o quemarle. La única posibilidad era hacerle<br />

tropezar, como David hizo con el conquistador. Pero para evitar aquello cuatro de sus compañeros le<br />

protegían mientras los otros dos cuidaban de la pesa.<br />

- Si no conseguimos detener a Martin estamos perdidos.- Argumentaba John Derek.<br />

- Sí, pero, ¿cómo?- Objetaba Sandra.<br />

Todos miraban a Oliver, todos esperaban que éste dijera algo.<br />

- Podríamos hacer tropezar a Martin, pero hay cuatro protegiéndole. Podríamos paralizar a<br />

estos cuatro, pero entonces “el acorazado” tendría el tiempo suficiente como para llegar a nuestra<br />

pesa.- Todos asentían ante sus razonamientos.- La solución es fácil. Hay que hacer las dos cosas a la<br />

vez. Nosotros bloquearemos a sus protectores mientras el niño hiperactivo ata con una cuerda las<br />

piernas de Martin… Eso si él está dispuesto. Es posible que no lo consigas y que ese bruto te haga<br />

papilla.<br />

Ahora el equipo entero miraba a Rafael. Esperaban su decisión.<br />

- Yo… no sé si podré hacerlo. Recordad, siempre soy el primero en caer.<br />

- Tranquilo,- replicó Oliver.- Martin tiene tanta confianza en la victoria que esta vez nadie se<br />

ocupará de que caigas el primero.<br />

El niño hiperactivo asintió sin mucho convencimiento. Sí, iba a hacerlo. Aquel entrenamiento<br />

terminó con el resto <strong>del</strong> equipo estrechándole la mano.<br />

Llegó el día <strong>del</strong> partido. Éste se celebraba en una cancha neutral, por lo que no había ningún obstáculo<br />

que detuviera aunque fuera unos segundos al mastodonte. Los dos equipos se dispusieron frente a<br />

frente. “El acorazado” se encontraba en el centro <strong>del</strong> suyo. En el lado opuesto el niño hiperactivo,<br />

prácticamente un guiñapo si se lo comparaba con el adolescente con problemas hormonales que era<br />

Martin. Sonó el silbato <strong>del</strong> comienzo y “el acorazado” aceleró como una locomotora. Oliver y el resto<br />

se apartaron a ambos lados, el niño hiperactivo siguió en su posición. Sandra ya había congelado a uno<br />

de los protectores, Pierre había dejado fuera de combate a otro con un placaje. Mientras tanto, la<br />

locomotora seguía avanzando. El suelo temblaba, Rafael no se atrevía ni a respirar. Pero cuando llegó<br />

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el momento se dejó llevar. Sintió la velocidad acudir a sus piernas y fue directo al gigante. Uno de los<br />

protectores intentó pararle y el niño hiperactivo lo dribló si esfuerzo. Las piernas como troncos de “el<br />

acorazado” se aproximaban, y como semanas atrás en el enfrentamiento contra Brebbia éstas, como la<br />

lanza, ni llegaron a rozarle. Ató la cuerda alrededor y Martin Steinbeck cayó precipitosamente<br />

deslizándose por el suelo hasta sobrepasar el círculo de la pesa varios metros. Martin, desesperado, se<br />

arrastraba como podía. Pero antes de que pudiera llegar a la pesa, los miembros de “Proyecto<br />

Willyman” se habían encargado de todos sus compañeros y habían conseguido desplazar la pesa fuera<br />

<strong>del</strong> círculo.<br />

Una semana más tarde les anunciaron el equipo contra quien jugarían la semifinal. Sería contra “Los<br />

pulgosos” de Ruth “la pulga” Steward. Realmente les estaba tocando lo peor. “Los pulgosos” era un<br />

equipo que se podría denominar de “juego clásico” cuyo objeto era paralizar o poner fuera de juego a<br />

los siete contrincantes antes de ir a por la pesa. Y en este tipo de enfrentamientos “la pulga” era una<br />

campeona. A pesar de tener quince años era una chica muy pequeña. Y muy rápida. Su estrategia<br />

consistía en picar, molestar y entorpecer a los jugadores contrarios mientras sus compañeros se<br />

encargaban de ellos. Apenas dejaba pensar. Todos lo que jugaban contra ella decían que era un<br />

auténtico tormento.<br />

- Pero nosotros tenemos a alguien más rápido.- Expuso Oliver.- La clave de la victoria<br />

descansa de nuevo en el niño hiperactivo. “Niño”, tienes que seguir a “la pulga” allá donde ella vaya,<br />

esquivarla cuando te ataque, interponerte cuando vaya a por alguno de nosotros.- Y dirigiéndose al<br />

resto.- Ésta vez sí irán a por él, así que como los compañeros de “el acorazado” tenemos que<br />

protegerle, aunque nos dejen KO. ¿Queda claro?<br />

Todos asintieron. Y así se hizo. Como Oliver predijo, dos pulgosos trataron a las primeras de<br />

cambio de atrapar al niño hiperactivo con sendas redes. Oliver desvió la primera, mientras que la<br />

segunda enredó a <strong>Jose</strong>ph que se lanzó a ella como un jabato. Ahí comenzó el recital <strong>del</strong> niño<br />

hiperactivo. “La pulga” quería practicar su juego, pero Rafael no le dejaba. “La pulga” arañaba, se<br />

revolvía, pateaba, trataba incluso de hincar los dientes, pero como dijo el francés, el niño hiperactivo<br />

era más rápido. Los compañeros de ésta no sabían qué hacer. Normalmente su capitana les facilitaba<br />

las cosas. Se dedicaron entonces a lanzar dardos de hielo y a apuntillar con bolas de fuego. Pero se<br />

encontraron con que los miembros de “Proyecto Willyman” ya eran duchos en estas artes. Pronto,<br />

Oliver, empleando la red que había desviado y aquella que había atrapado a <strong>Jose</strong>ph, imaginó que las<br />

embadurnaba con una sustancia pegajosa y con ellas fue atrapando a los seis hasta que no pudieron<br />

moverse pegados unos a otros. El resto fue coser y cantar.<br />

A la salida los fans <strong>del</strong> niño hiperactivo aplaudieron y corearon a rabiar. Hubo quien incluso increpó a<br />

Oliver porque no utilizaba más a menudo a semejante portento en las jugadas. Esa era una buena<br />

pregunta, ¿por qué hasta ese momento Oliver no había dado la orden de que le protegieran? Rafael<br />

anduvo elucubrando aquello durante días. Hasta que al final decidió preguntárselo a Oliver cara a cara<br />

una semana más tarde.<br />

- Sencillo,- contestó éste- porque hasta ahora no habíamos necesitado de tu velocidad.<br />

- Entonces, ¿por qué me has mantenido en el equipo?<br />

- No he sido yo quien te ha mantenido. Todos queríamos que formaras parte <strong>del</strong> equipo. Eres<br />

nuestro amigo.- Pero pronto salió el Oliver más racional, aquel que planteaba todas las estrategias,<br />

aquel que no sabía mentir, que tomaba las decisiones, y que trataba a menudo a las personas como si<br />

fueran números.- Además, nos interesaba. Todos creían que eras la base de nuestro juego y sus<br />

movimientos iniciales se basaban sobre todo en detenerte. Gastaban mucho esfuerzo en ello y nosotros<br />

lo aprovechábamos para hacer nuestras jugadas mientras tanto.<br />

Lo dijo como si fuera cualquier cosa, como si fuera lo más normal <strong>del</strong> mundo, como si en<br />

verdad no estuviera hablando de sus sentimientos<br />

- ¿Y por qué no me lo habías dicho antes?<br />

- Creí que lo sabías- dijo el francés sin más.- Al menos todo el mundo en el equipo lo sabe.<br />

Estaban en la sala común de Bach y Oliver salió por la puerta dando la conversación por<br />

terminada. El niño hiperactivo estaba furioso, tenía ganas de correr, de saltar, de perseguir a Oliver y<br />

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propinarle una patada en la entrepierna. Para calmarse salió de la Residencia. Afuera reinaba la<br />

algarabía. Al parecer aquel día se había jugado la segunda semifinal y “Los dragones plateados”, el<br />

equipo de Emre Imán “el medianoche”, el ídolo de Oliver, había arrasado a su rival. Así que contra<br />

ellos irían a jugar la final. Rafael fue a verles. Era como los pasacalles que organizaban al principio y<br />

que hacía meses que no repetían. Al frente iba Emre, alto, cabello negro y tez oscura, y que siempre<br />

iba vestido de negro. Tras él sus compañeros de equipo y sus seguidores. Y al final una corte de<br />

flautistas, violinistas y timbales. Espectacular.<br />

Estaba viendo la comitiva cuando se percató que Emre Imán le estaba mirando. Éste se<br />

detuvo, y en un gesto toda la procesión se paró y los músicos cesaron de tocar. Ni corto ni perezoso y<br />

para sorpresa de Rafael, fue a estrecharle la mano.<br />

- Tú eres al que llaman “el niño hiperactivo”. ¿No?- El argentino no supo qué decir.-<br />

Encantado. Nos veremos las caras en tres semanas. Me siento muy afortunado de pelear con rivales de<br />

tu altura.<br />

- Lo siento, pero yo no jugaré ese día. Mis compañeros han decidido echarme <strong>del</strong> equipo.-<br />

Mintió. Sobre todo lo hizo para que quienes les escuchaban se escandalizaran y echaran la culpa a<br />

Oliver. Nunca se hubiera esperado lo que vino a continuación.<br />

- Eso cambia las cosas. Tus amigos, entonces, no tienen nada que hacer.- El niño hiperactivo<br />

observó que en el rostro de Emre había una sonrisa de suficiencia en la que se dejaba entrever una<br />

dentadura blanquísima.- Si así lo deseas, puedes entrar en mi equipo.<br />

Nunca se lo hubiera esperado. Ni siquiera sabía si eso lo permitía el reglamento, sobre todo<br />

antes de una final. Pero Emre le tranquilizó diciendo que todo eso era posible. Finalmente, contestó<br />

que sí.<br />

A continuación fue al dormitorio y con una sonrisa en los labios se lo dijo a Oliver esperando<br />

ver la cara qué ponía. Desde luego el francés abrió los ojos sorprendido. Pero nada más. Eso defraudó<br />

al argentino. Los que sí se molestaron e incluso le increparon fueron Sandra, Hajime y John Derek.<br />

Tuvo que ser para su fastidio Oliver quien pusiera paz entre ellos.<br />

- Dejadle en paz. A mí también me molesta, pero si así lo quiere no somos quienes para<br />

impedírselo.- Y añadió- Aunque si te he de decir la verdad esto nos hace mucho daño. Aunque no lo<br />

creas eras de mucha ayuda.<br />

¿Por qué tenía que ser siempre tan amable, tan correcto? ¿Por qué no podía cabrearse? A<br />

finales de aquel trimestre podrían cambiar de habitación. Eso es lo que haría, así se libraría para<br />

siempre de aquel tipo. Pero mientras tanto cundía la paranoia. Las noches las pasaba en el cuarto de<br />

baño por si sus compañeros pretendían vengarse. Y aunque estaba más lejos, iba al comedor de la zona<br />

centro para no tener que compartir la mesa con ellos. Todas las tardes y muchas mañanas iba al centro<br />

de entrenamiento de Emre a practicar. Ahora sabía que él era un buen jugador de Poids, el mejor, y si<br />

no lo había demostrado había sido por culpa de Oliver. Éste le tenía envidia. Sí, temía que le quitara el<br />

puesto de capitán.<br />

Llegó el día de la final. Entre músicos y corros de seguidores penetró en la cancha que por una<br />

vez se había montado en el escenario <strong>del</strong> Salón central para que quien quisiera pudiera ver la final. Las<br />

paredes eran de vidrio y podía vislumbrar a través de ellas a la multitud. Sintió un poco de miedo<br />

escénico pero después se dijo: “¿Por qué?” “¿Acaso no soy el mejor?” Había acudido situado a la<br />

derecha <strong>del</strong> gran Emre Imán y eso era un privilegio reservado a muy pocos. Sus antiguos compañeros<br />

de “Proyecto Willyman”, a excepción de Oliver, le miraban recelosos. Para sustituirle habían<br />

ingresado a una nueva jugadora: Sofía, una mexicana de rasgos indios que era amiga de Sandra. Pero<br />

de nada les iba a servir. El equipo de Emre practicaba también una manera clásica de entender el<br />

Poids, eliminar a los contrarios antes de ir a por la pesa. Pero Emre era el mejor. Siempre cambiaba de<br />

estrategia, y éstas, a diferencia de las de Oliver, no eran tan ramplonas como emitir un sonido<br />

estridente o envolver a sus enemigos en redes pegajosas. Emre sencillamente estaba a otro nivel, lo<br />

que hacía no era simplemente jugar, sino que se lo podía considerar arte.<br />

Nada más sonar el silbato Emre sólo tuvo que imaginarlo y aparecieron dos dobles virtuales,<br />

como hologramas, de cada uno de sus compañeros y de él mismo. De repente eran veintiuno contra<br />

siete.<br />

- ¡Todos alrededor de la pesa!- Gritó Oliver.<br />

70


Como el caparazón de una tortuga, los miembros de “Proyecto Willyman” se situaron en<br />

círculo. Era difícil saber quien de sus enemigos era real y quien un holograma, por lo que no podían<br />

prever de donde provendría un ataque. Pierre recibió un dardo de hielo en el hombro que le dejó<br />

maltrecho, la novata Sofía a punto estuvo de perder el conocimiento por un intento de congelación <strong>del</strong><br />

propio Emre. Sin embargo, resistían. Su posición en círculo hacía que unos se ayudaran a los otros y<br />

que la mayoría de los ataques fueran desviados. El niño hiperactivo empezaba a desesperarse. Ya no le<br />

parecía tan eficaz el planteamiento de “el medianoche”. Daba vueltas y vueltas, e iba tan rápido que<br />

sus dobles no eran capaces de seguirle por lo que sus intentos de entrar en el círculo no obtenían<br />

resultado. Una vez, buscando donde se encontraban sus dobles, se despistó y chocó contra alguien que<br />

resultó ser real. Al momento Sandra lanzó una onda sónica contra el tipo que salió despedido por los<br />

aires. El público rugió al ver aquello.<br />

- ¡Niño!- Gritó Emre molesto.- ¡Vete a proteger la pesa!<br />

Rafael no podía creerlo, le estaban apartando de la acción. Aún así, a pesar de su orgullo,<br />

obedeció. Desde allí contempló cómo sus antiguos camaradas resistían. Ahora eran quince pero seguía<br />

siendo difícil distinguir al sujeto real <strong>del</strong> holograma. Hajime protegió a Sandra de un golpe fatal por<br />

parte de Emre, y Sofía finalmente se rindió cayendo al suelo de rodillas. El público aplaudía, animaba<br />

a sus jugadores favoritos. Sobre todo a Emre. Y algunos abucheaban al niño hiperactivo. Sí, le estaban<br />

abucheando. Rafael se sentó en la pesa, estaba deprimido, e igual hicieron sus dobles. Miraba a un<br />

lado y era como verse reflejado en un espejo. Pero poco a poco percibió que algo le ocurría a sus<br />

dobles. Iban perdiendo fuerza, iban desvaneciéndose. E igual le ocurría a los diez hologramas que aún<br />

persistían en el asalto a la fortaleza de Proyecto Willyman. Se acercó y descubrió con pavor que<br />

Oliver, dentro <strong>del</strong> círculo, estaba componiendo una esfera de nanomateria como la de Fretum Davis.<br />

¡Estaba condensando la nanomateria! Los ataques de Emre tenían cada vez menor efecto. Así como<br />

los <strong>del</strong> resto de “Los dragones plateados”, así como los de sus antiguos camaradas. Así mismo volvió<br />

a sentir aquella opresión, como si se desmembrara. El dolor era agudo en todas las partes de su cuerpo.<br />

Cayó al suelo. Lo último que alcanzó a ver antes de perder el conocimiento fue a Oliver gritar:<br />

“¡Apartaos!” Éste lanzó la esfera que al momento se convirtió en un gigantesco torbellino que se<br />

desplazó por el escenario hasta sacar la pesa de Emre fuera de la línea roja.<br />

71


11. Desconfianza.<br />

Se suponía que el niño hiperactivo nunca dormía, pero en los últimos meses había perdido o estado a<br />

punto de perder el conocimiento dos veces. Una al escuchar las voces de los oradores. La otra en la<br />

final de Poids ante la esfera de nanomateria. Cuando despertó se encontraba en el dormitorio sobre su<br />

cama; a su lado estaba el subdirector, William Frampton.<br />

- ¿Estás bien?- Rafael enseguida se incorporó sobre la cama de un salto, y como si no hubiera<br />

escuchado la pregunta de Willyman, comenzó a decir:<br />

- Señor Frampton. No es justo, Oliver utilizó una estratagema prohibida. Ganó a base de<br />

trampas. Tendría que impugnar el resultado <strong>del</strong> partido. Al menos queremos la revancha.<br />

- Ya veo que estás bien.- Dicho esto Willyman se dispuso a marcharse.<br />

- Pero no puede dejar las cosas así. Oliver utilizó artimañas propias <strong>del</strong> señor oscuro.<br />

- No sé a quién te refieres- contestó el subdirector.- Aquí no hay señor oscuro. Eso es cosa de<br />

“Harry Potter” y de “El señor de los anillos”.<br />

Cuando Willyman salió <strong>del</strong> cuarto enseguida entraron sus compañeros. Entre ellos, por una<br />

vez, estaba Saskia.<br />

- ¿Estás bien? ¿Qué te ha ocurrido?- Dijeron todos. El niño hiperactivo no supo qué contestar.<br />

En ese momento no podía comprender por qué todos se portaban tan bien cuando él les había<br />

traicionado.<br />

- Dejadlo tranquilo. Todo pasó.- Dijo Oliver.- Sólo queremos que sepas que nos alegramos de<br />

que te hayas recuperado.<br />

- Sí, y que cuando quieras puedes regresar al equipo. Sofía dice que ya no quiere repetir más.<br />

Así que hay una plaza libre.- Señaló Sandra.<br />

El niño hiperactivo se sentía cada vez más confuso. Fue Saskia la que rompió el momento de<br />

incertidumbre comunicándole una buena noticia. Midori, en uno de sus deambuleos por el mundo<br />

exterior, había hallado a dos amigos perdidos hacia tiempo: a Giancarlo y a Esteban. Rafael se quedó<br />

estupefacto. No podía creerlo, sus primeras amistades en el Mínimomundo en el compartimiento <strong>del</strong><br />

tren, y a los cuales nunca se hubiera imaginado volver a ver de nuevo.<br />

- Y de paso celebraremos la victoria en el Poids con ellos.- Dijo Pierre. Aquel comentario ya<br />

no le gustó tanto.<br />

Pero una buena noticia era una buena noticia y enseguida se vistió. El nuevo hogar de Esteban<br />

y Giancarlo estaba más lejos de lo que jamás alguno de ellos, a excepción de Midori, se había<br />

adentrado en el mundo exterior. Esteban había crecido mucho y casi alcanzaba el metro ochenta de<br />

estatura, ya no se comportaba tan adusto y agresivo como en el tren, en cambio trataba de mostrarse<br />

complaciente. Giancarlo, por su parte, seguía sin abrir los labios, había engordado, la mitad de su cara<br />

había oscurecido como si se hubiera untado crema de cacao, y el ojo de esa mitad aparecía<br />

completamente azul tal como uno de los habitantes de Arrakis. En otras circunstancias su aspecto les<br />

habría atemorizado, pero acostumbrados a los más variopintos estilos que pululaban por el<br />

Mínimomundo aquello les resultó de lo más normal. En general tanto Giancarlo como Esteban se<br />

mostraban radiantes, alegres, se encontraban felices de hallarse en el nanomundo, donde cada persona<br />

sería capaz de llegar hasta donde dictaran los límites de su imaginación.<br />

- Pero no es nuestro hogar- intervino Sandra.- Nuestros padres nos esperan allá fuera.<br />

Esteban soltó un bufido: “¿Y qué?”<br />

- ¿Cómo que “y qué? ¿Es que no quieres regresar?- Continuó la suiza.<br />

- Francamente, no.<br />

Todos se miraron, era la primera vez que oían de alguien que no pretendía regresar.<br />

- Es porque ya no puedes, ¿verdad? Porque fallaste, tuviste miedo en su momento y huiste.-<br />

Sandra seguía erre que erre, Esteban comenzaba a mosquearse y Giancarlo se reía en un aparte.<br />

- Mira, niña. Puede que hayáis ganado el campeonato de Poids, pero no tienes ni idea. No sé si<br />

te habrás dado cuenta pero los mejores jugadores de este deporte son alumnos entre el tercer y el<br />

quinto año. Curiosamente ni los de sexto ni los de séptimo. Cuando llega el decimonoveno trimestre<br />

los contenidos de las clases en la Academia comienzan a repetirse, los alumnos más dotados se<br />

aburren y acaban marchándose para aprender algunas de las profesiones.<br />

72


- Pues yo pienso regresar.- Expuso Oliver.<br />

- No sabes lo que dices.- Prosiguió Esteban.- Únicamente aquellos que no tienen imaginación,<br />

que son incapaces de manejar la nanomateria más allá <strong>del</strong> modo principiante, y que sólo saben cumplir<br />

órdenes son los que siguen en la Academia. Que las palabras de Frampton no te engañen. Los que<br />

regresan por el agujero de gusano no son ni los mejores ni los más aptos. Al contrario. Ahí fuera no<br />

desean nuestra habilidades, únicamente que nos atengamos a los reglamentos.<br />

- ¿Cómo lo sabes?- Inquirió Sandra un poco molesta. En general todos se hacían esa misma<br />

pregunta. Desde que habían llegado al Mínimomundo, incluso antes cuando las autoridades detectaron<br />

sus habilidades, les habían inculcado la convicción de que el mundo afuera les necesitaba para<br />

solucionar los problemas de la humanidad. ¿Qué era aquello entonces que sólo menos capacitados y<br />

los más conformistas regresaban?<br />

Esteban fue a contestar pero en ese momento llegó un hombre a quien presentó como su<br />

maestro, el cual se ofreció a enseñarles el edificio. Lo único que alcanzó a contestar fue: “Lo vi por<br />

Internet”.<br />

Los dos antiguos compañeros <strong>del</strong> niño hiperactivo no habían perdido el tiempo desde que se<br />

marcharon de la Academia. Si Midori había ingresado en una colonia de artistas, ellos pertenecían a<br />

una congregación de “cabalistas”, otra de las profesiones <strong>del</strong> Mínimomundo. A sus practicantes se les<br />

conocía como los informáticos de la Academia. La profesión de cabalista se basaba en el control de la<br />

nanomateria desde el código escrito. Redactaban largas secuencias de números y letras sobre objetos,<br />

y con ello les conferían extrañas cualidades. Por ejemplo, una de las acciones más sencillas de un<br />

cabalista era hacer que si un jarrón se hacía añicos, si antes se le había aplicado cierto código, éste<br />

podía recomponerse solo y quedaba como si nunca se hubiera partido. El escribir estas secuencias a<br />

veces se trataba de un proceso largo y anodino, pero sus resultados eran francamente palpables. Un<br />

objeto imbuido por un código resultaba inalterable. Por mucho que se deseara, por mucho que un<br />

sintonizador imaginara por ejemplo que ese jarrón cambiara de forma o se dibujaran diferentes<br />

motivos sobre él, se mantendría igual gracias al código. La única manera de modificarlo en esas<br />

circunstancias sería o bien por la fuerza bruta, es decir, destruyéndolo, o bien cambiando el código.<br />

Por ello Midori no fue capaz de alterar el color de los uniformes de la Academia cuando se lo propuso,<br />

por ello Oliver no pudo abrir un boquete en la pared <strong>del</strong> edificio junto al Túnel <strong>del</strong> <strong>Minimomundo</strong><br />

cuando éste fue atacado la navidad pasada. Había un fragmento de código inscrito protegiendo los<br />

objetos. El maestro de Esteban y Giancarlo, un hombre moreno y pálido de nombre Aronofsky, les<br />

confió que incluso a través <strong>del</strong> código se podría dar vida a un Gólem.<br />

Sobre otros asuntos, el edificio de la congregación no tenía nada de especial. Como la casa de<br />

David y Ebony parecía estar hecho de tierra que cambiaba de sitio a voluntad dando lugar a pasillos y<br />

a estancias conforme se desplazaban. Finalmente, recalaron en la azotea donde almorzaron. Todos<br />

habían llevado comida a excepción de Midori que se dejó invitar por los cabalistas. Sandra la miró<br />

hosca por ello, aunque pronto dedicó su atención a otras cuestiones cuando Aronofsky, que había sido<br />

un apasionado <strong>del</strong> Poids en tiempos, les preguntó por sus hazañas en la pista. Fue entonces cuando el<br />

niño hiperactivo lo pasó peor, sobre todo porque Pierre, que parecía no darse cuenta de nada, hablaba<br />

demasiado distraídamente de la final, de los dobles de Emre, de cuando éste le envió a proteger la<br />

pesa, y finalmente cuando se desmayó. Sólo Saskia comprendió por lo que Rafael estaba pasando al<br />

ponerle la mano en el hombro. En ese momento el argentino, un tanto conmovido por la acción de su<br />

amiga, le dijo al oído:<br />

- No puedo aguantarlo más. El próximo trimestre me cambiaré de dormitorio. ¿Tienes alguna<br />

plaza en el tuyo?- A Rafael le pareció una petición de lo más normal, aún más teniendo en cuenta todo<br />

lo que habían hablado y le había confiado en sus conversaciones. Pero de repente Saskia fue como si<br />

perdiese el color, como si le entrase el pánico. Comenzó a balbucear, a temblarle la voz, y lo único que<br />

dijo fue algo así como: “Lo… lo siento, lo tenemos compleple… to”. A continuación, como si no<br />

hubiera sucedido nada, Saskia se fue al otro extremo de la azotea con la excusa de que quería ver las<br />

luces de neón.<br />

El niño hiperactivo intentó sacar alguna conclusión, trató de entender el comportamiento de su<br />

amiga. Pero su mente se quedó en blanco. Lo único que era capaz de percibir es que cada vez se sentía<br />

más solo e incomprendido.<br />

73


Pasó el tiempo, y tal como se propuso cambió de dormitorio al entrar en el séptimo trimestre. Acabó<br />

en uno de los denominados “dormitorios de relleno”, compuesto por aquellos alumnos que no habían<br />

encontrado sitio en un grupo de cinco o más personas. Así no conocía a nadie, y nadie se conocía<br />

anteriormente. Bueno, sí. Curiosamente Aisa Keita le había acompañado en su periplo. Decía que ya<br />

que Midori se había marchado a la buhardilla de Contrabandista, ella no tenía nada que hacer en el<br />

antiguo. Y aunque Aisa tampoco es que hubiera mantenido demasiadas migas con el niño hiperactivo,<br />

a Rafael le gustó que alguien le acompañara. Ahora eran ocho, pertenecían a la residencia Mahler en la<br />

que ninguno había estado antes, y vestían de azul marino. Por otra parte tampoco era cierto que <strong>del</strong><br />

resto nadie le conociera. Todos habían oído hablar de él, de la estrella <strong>del</strong> Poids. Todos le admiraban, a<br />

todos les sorprendía su movimiento perpetuo. Incluso alguien comentó que podrían fundar un equipo<br />

de Poids, pero el niño hiperactivo dijo que sus días con aquel juego habían finalizado.<br />

En las dos siguientes semanas apenas mantuvo contacto con nadie. Se sentaba en un aparte en<br />

el comedor, se pasaba las horas muertas en la sala común o en la biblioteca. Tan solo Aisa le<br />

acompañaba a veces, siempre sin decir nada.<br />

Hasta que un día vio en el comedor de la zona centro a la vikinga Krüss. Estaba visiblemente<br />

enfurecida. Nada más entrar arrojó al suelo de un puntapié una mesa con todos los platos y cubiertos.<br />

Nadie sabía lo que le sucedía a la giganta, sólo se dedicaba a arrasar y a arrasar.<br />

- Menuda bestia.- Dijo Aisa que acababa de llegar.- Nunca me gustó esa tipa.<br />

El niño hiperactivo, por su parte, miró por los alrededores. Y sin que aquello le sorprendiera<br />

demasiado encontró a Pierre escondido tras una columna como si estuviese vigilando las acciones de<br />

la prefecta.<br />

- Mira quien está ahí.- Comentó Aisa refiriéndose al francés.- ¿Hasta cuándo van a seguir con<br />

la dichosa vigilancia?- El niño hiperactivo la observó y tras un rato asintió como si estuviera de<br />

acuerdo.<br />

Fue un día a mediados de mayo en el cuarto trimestre, estaban descansando en plena sesión de<br />

entrenamiento cuando Oliver de repente gritó:<br />

- ¡Eureka!- Fue un chillido que nadie se hubiera esperado hasta tal punto que le miraron<br />

espantados creyendo que una mesa le hubiera aplastado el pie o algo por el estilo.- La Krüss se<br />

transformó en oso ¡La Krüss se transformó en oso! ¿No os acordáis?- Hajime, Derek y el niño<br />

hiperactivo le miraron sin comprender.- Cuando jugamos al Poids contra ella, contra “Los señores <strong>del</strong><br />

acero”, se transformó en oso.<br />

- Ya, ¿y qué?- Comentó el californiano.<br />

- Que no puede hacerlo puesto que eso implicaría que se habría nanotransformado<br />

completamente.<br />

- Pero puede que sea una metamorfo.- Continuó John.<br />

- Lo cual quiere decir que ha aprendido una de las diez profesiones.- Sentenció el niño<br />

hiperactivo.<br />

Todos se quedaron pensativos. En cambio Oliver sonreía triunfante. Sí, acababan de<br />

comprenderlo. Algo olía a podrido en la Residencia Bach. Sandra en ese momento acudió para saber<br />

de qué iba todo el revuelo.<br />

- La cuestión es- continuó Oliver- que por qué entonces sigue en la Academia.<br />

- ¿Porque le gusta ser prefecta?- Aventuró Hajime.<br />

- ¿O porque le gusta martirizar a los más pequeños?- Secundó la suiza.- Quiero participar,<br />

¿qué ocurre con la Krüss?<br />

Esa era una buena pregunta. ¿Qué ocurría con Mary Krüss? En ese momento, Oliver los<br />

reunió a todos y les contó con pelos y señales lo que sucedió en la cena de reunión en Nochebuena.<br />

Cuando terminó todos estaban asombrados, y a la vez aterrorizados. Que eso hubiera ocurrido <strong>del</strong>ante<br />

de sus ojos, que la Tierra hubiera estado a punto de sucumbir.<br />

- ¿Y estás seguro que fue la prefecta la que hizo aquello?- Preguntó Sandra.<br />

74


- Antes no lo tenía claro, pero ahora estoy seguro. ¿Quién si no? ¿A quién conocemos que se<br />

pueda convertir en un animal grande y temible y que pueda ir a la cena de reunión?- Tras lo cual<br />

añadió- Deberíamos vigilarla.<br />

Al principio todos le miraron extrañados. Pero Oliver poco a poco les fue convenciendo. “Es<br />

bueno para la Academia”, decía, “De este modo aportaremos nuestro granito de arena para la<br />

protección de la Tierra”. Finalmente, todos asintieron en vigilar a la prefecta por turnos. Así nació su<br />

grupo de investigación, <strong>del</strong> cual decidieron no comentar nada a Contrabandista, a David y a ninguno<br />

de los profesores puesto que sabían que a estos no les gustaría la idea. Tampoco a Midori, pero eso fue<br />

porque la japonesa siempre estaba en la biblioteca y creían que para ella sus estudios eran lo más<br />

importante. Y en aquella tarea desde luego no habría tanto tiempo para estudiar. Desde que salían <strong>del</strong><br />

dormitorio hasta que se encerraban en él durante la noche tenía que haber alguien que vigilara los<br />

movimientos de la prefecta. Incluso cuando hubiera partido de Poids o visitaran el mundo exterior. En<br />

esos casos, convinieron, sería Aisa quien se encargaría.<br />

Pronto empezaron manos a la obra. Sin embargo, con el paso de las semanas fueron<br />

cansándose. Sobre todo porque no había resultados. Además, aquel era el último trimestre de la<br />

prefecta. Cuando aprobara le harían una serie de pruebas y las autoridades comprobarían si acaso era<br />

una metamorfo o no. Pero el caso es que suspendió, y tal como todo el mundo coincidía, el último<br />

curso era precisamente el más fácil. Al principio pensaron que la prefecta pudiera ser una<br />

“postergadora”. Se conocían como postergadores a aquellos alumnos que suspendían a posta el último<br />

trimestre. No era una práctica precisamente poco habitual. Por ejemplo, Contrabandista llevaba siete<br />

años haciéndolo. De este modo permanecía en el Mínimomundo practicando su pasión que no era otra<br />

que el Poids y no perdía la oportunidad de regresar algún día a la Tierra. Pero la cuestión era que se<br />

trataba de la vikinga Krüss, a quienes todos odiaban. El que no aprobara de una vez, el que siguiera<br />

siendo prefecta enfurecía a todo el mundo. Sus enemigos, que los tenía a cientos, comenzaron a<br />

hacerle bromas pesadas que se recrudecían conforme suspendía los trimestres. Ya iba por el tercero, y<br />

resultaba normal que la joven, harta de todo aquello, rezumara furia y volcara mesas a su paso.<br />

- Cada vez es más enervante. ¿Por qué no aprueba el último curso de una vez?- Apuntó Aisa.-<br />

¡Qué ganas de estar sufriendo!<br />

- No puede, detectarían que es una metamorfo cuando le hicieran los análisis.- Dijo el niño<br />

hiperactivo.<br />

La senegalesa le miró.<br />

- ¿De veras te has creído ese cuento?- El niño hiperactivo puso cara de no comprender.-<br />

¿Cómo sabemos que Oliver dice la verdad? ¿Y si Oliver se lo ha inventado todo para darse<br />

importancia? Si la Krüss es una metamorfo, de acuerdo, que se vaya al mundo exterior. ¿Por qué<br />

empeñarse en seguir en la Academia? Esta vez no pasó nada en Nochebuena. Seguramente no fue ella.<br />

Es más, creo que ni siquiera es una metamorfo.<br />

El niño hiperactivo asintió ante los razonamientos de su compañera. Era cierto, la última<br />

Nochebuena no había ocurrido nada grave. Por otra parte, él estuvo en aquel encuentro de Poids pero<br />

debido a la bola de fuego que le impactó no estuvo presente en el momento en que supuestamente la<br />

Krüss se transformó en oso.<br />

No obstante, antes de desconfiar, quedaba una duda por resolver.<br />

- Pero entonces, ¿por qué razón sigue en la Academia?<br />

- Quizás tenga novio- respondió Aisa enseguida.- En la Academia, o en el mundo exterior.<br />

- Pero nunca la vimos con alguien, y eso que estuvimos meses detrás de ella.<br />

- Bueno. Eso no es cierto. En mi turno la vi un par de veces con un chico de la Vivaldi.- El<br />

niño hiperactivo la miró como diciendo: “¿Y por qué no lo dijiste antes?”- En aquel momento no le di<br />

importancia. Recuerda que siempre consideramos que era culpable.<br />

- Ya…- asintió el argentino- ¿Y qué sugieres que hagamos?<br />

- Vigilarla nosotros también. Y si comprobamos que como yo digo tiene novio, en ese caso<br />

habría que empezar a desconfiar de otra persona.<br />

Y esa persona no era otra que Oliver. Rafael dudó durante unos instantes. Las acusaciones<br />

eran demasiado fuertes y el resquemor que sentía hacia el francés no era lo suficientemente profundo<br />

como para pensar que se trataba de un aliado de los oradores. Al fin y al cabo siempre se había<br />

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comportado como un amigo. Pero, ¿y si fuera cierto? Oliver había imitado la estratagema de Fretum<br />

en la final de Poids, era el que más había visitado a David por lo que podría haber sido él el traidor, y<br />

si se había inventado todo lo que le ocurrió durante el ataque al túnel era posible que el motivo fuera<br />

llevarles a una trampa. Finalmente decidió que sí. Había que comprobar si acaso la Krüss tuviera<br />

pareja. Al llegar el horario nocturno, con la ayuda de Aisa Keita comunicó sus intenciones a sus otros<br />

seis compañeros, y estos accedieron. Más bien se mostraron entusiasmados, era como participar en<br />

una película de espías. Durante dos semanas se hicieron turnos para vigilar a la prefecta en las cuales<br />

no ocurrió nada digno de mención ya que la Krüss apenas salió de la Residencia. Hasta que aconteció<br />

una mañana de sábado.<br />

- Niño, Niño. La Krüss ha salido a la calle.- Fue Aisa quien fue a darle la noticia al argentino.<br />

Éste se encontraba en su dormitorio, como de costumbre tratando de contener el baile de San Vito que<br />

le poseía.<br />

- Estupendo. Que le siga alguien. Le toca a Jeremiah.- Uno de sus actuales compañeros de<br />

cuarto.<br />

- Ese es el problema. Hemos visto que la Krüss desde el comedor centro está yendo al mundo<br />

exterior. Y ninguno de nosotros se atreve a seguirla. Pienso que solo tú podrías.- Y añadió.- Si te das<br />

prisa creo que apenas habrá traspasado las fronteras de oscuridad. Vine en cuanto nos dimos cuenta<br />

que ese era el camino que tomaba.<br />

El niño hiperactivo no tuvo que escuchar más. Enseguida dijo que lo haría y como una<br />

exhalación se dirigió a la entrada <strong>del</strong> mundo exterior desde el comedor centro. Efectivamente, la<br />

vikinga Krüss apenas había sobrepasado las primeras casas y con su uniforme verde apagado<br />

deambulaba lenta entre los puestos de comida. No resultaba demasiado difícil seguirla. Sobrepasaba<br />

en más de una cabeza al resto de los habitantes de aquel universo y por otra parte nunca miraba para<br />

atrás. Al niño hiperactivo le parecía extraño. Durante meses habían vigilado a la prefecta y nunca ésta<br />

había ido al mundo exterior, pero ahora era como si conociera el camino de memoria. La vikinga<br />

Krüss se metió por callejones, por pasadizos, por galerías debajo de los edificios, y también por<br />

encima, sin dudar en ningún instante sobre por donde tenía que ir. Llegado un momento al salir de un<br />

pasadizo desembocaron en una calle. Aquella calle no era como el resto. Era ancha, unos seis metros,<br />

y estaba bien iluminada. Por ello cupiera esperarse que hubiera cientos de puestos de comerciantes<br />

como en el resto <strong>del</strong> mundo exterior. Pero no en aquel lugar. No había nadie, no se oía nada, si se<br />

miraba para arriba tampoco se veía ventana alguna. Aparte estaba el color. Si los edificios <strong>del</strong> mundo<br />

exterior normalmente eran grises allí dominaba los tonos rojizos, como cobre. Y la altura. Si las<br />

construcciones no solían sobrepasar los quince metros, en aquel lugar calculó que hasta la cima debía<br />

haber unos cuarenta. El argentino cada vez estaba más intrigado pero en aquel momento lo único que<br />

podía hacer era seguir a la prefecta a una distancia prudencial. Ésta, llegado un punto, se metió por un<br />

callejón en un lateral. El niño hiperactivo se apresuró para no perderla pero cuando llegó y dobló la<br />

esquina la giganta no se encontraba allí.<br />

- ¡Imposible!- Exclamó. Con su velocidad apenas habían transcurrido unos cinco segundos<br />

desde que la prefecta se adentrara. Corrió por el todo el callejón, el cual se cortaba a unos cien metros<br />

y allí no había visto ventana ni puerta alguna. Por otra parte, el callejón apenas tenía ochenta<br />

centímetros de ancho. Ya no es que hubiera la posibilidad de alguna entrada oculta, era sencillamente<br />

la cuestión de cómo una persona <strong>del</strong> volumen de la Krüss pudiera caber allí.<br />

- ¿Qué haces aquí?- Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Quién había dicho aquello? Le habían<br />

descubierto, estaba perdido. Solo cuando miró a la entrada <strong>del</strong> callejón se atrevió a respirar cuando<br />

descubrió allí a Pierre.<br />

- Menudo susto me has dado.<br />

- Eso no responde a mi pregunta. ¿Qué haces aquí?<br />

- Lo mismo que tú, seguir a la Krüss.<br />

- ¿Por qué? Te fuiste <strong>del</strong> dormitorio, abandonaste el grupo. No tienes derecho a hacerlo.<br />

- No me digas. ¿Es que sólo vosotros podéis ser héroes?<br />

Ambos se mantuvieron las miradas durante unos instantes. La tensión se mascaba. No<br />

obstante, pronto comprendieron que aquel comportamiento resultaba absurdo. Se encontraban en<br />

algún lugar recóndito <strong>del</strong> mundo exterior, un lugar <strong>del</strong> que nunca habían oído hablar. Es más, ni<br />

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siquiera sabían cómo habrían de regresar. Por ello, y sin mediar palabra, vieron que si querían llegar a<br />

algo tendrían que colaborar.<br />

- ¿Dónde está la Krüss?- Preguntó Pierre.<br />

- Entró aquí dentro, y cuando llegué ya había desaparecido.<br />

Pierre abrió los ojos.<br />

- Pero… si… si ni siquiera cabe.<br />

- ¿Y crees que no me doy cuenta?<br />

Ambos estuvieron un rato en silencio, mirando a su alrededor, tratando de resolver el misterio.<br />

- Este lugar me da escalofríos- Dijo Pierre- ¿Quién será el “Hombre de cobre”?<br />

- ¿Quién?<br />

- Ven un momento fuera.- El niño hiperactivo obedeció y observó hacia donde le señalaba<br />

Pierre.<br />

En la pared de la calle, junto a la entrada <strong>del</strong> callejón, había una serie de inscripciones.<br />

Siempre la misma frase, traducida a todas las lenguas de Babel: “El Hombre de cobre vive”, “The<br />

Copper Man lives”, “L'homme de cuivre vit”, “Kupfer man lebt”,…<br />

- ¿Sabes quién es ese Hombre de cobre?- Preguntó Pierre.<br />

- Ni idea. Jamás había oído hablar de él.<br />

A continuación se adentraron en el callejón.<br />

- ¿Cómo es posible que haya luz aquí?- Se dijo el francés.- No hay una sola lámpara, y esto es<br />

muy estrecho.<br />

El niño hiperactivo asintió. Con las prisas él no se había fijado. Pero era cierto, no había una<br />

sola bombilla en los cuarenta metros hacia arriba y sin embargo se veía perfectamente. Era como si la<br />

pared brillara por sí sola. Para colmo se dio cuenta de que había dibujos grabados en los muros. Pero<br />

no simples dibujos. Se movían como en una pantalla, se desplazaban de un sitio a otro. Contaban<br />

historias y en todas el protagonista era siempre el mismo: el Hombre de cobre.<br />

- Eh. ¡Sapristi! ¡Cuidado!<br />

Había sido Pierre el que habló. El niño hiperactivo se volvió y se sorprendió al descubrirle a<br />

dos metros de altura en el aire.<br />

- ¿Qué ha sucedido?<br />

- No lo sé. Solo quería ver una figura que estaba sobre mi cabeza y de repente me he visto<br />

volando.- El niño hiperactivo enseguida comprendió. Hizo lo mismo, fijó su atención en un dibujo<br />

encima de él e ipso facto flotó hasta esa altura.- Creo que este callejón tienes cualidades especiales.<br />

Este no es un simple lugar, debe ser una especie de templo, santuario o una iglesia.<br />

Pierre parecía estar en lo cierto. Las historias se sucedían en toda la extensión de la pared hasta<br />

donde alcanzaba la vista. Siguieron subiendo y finalmente llegaron a la azotea. Se encontraba<br />

completamente a oscuras, a excepción <strong>del</strong> resplandor que llegaba de la calle ancha y <strong>del</strong> callejon. En<br />

contra de lo que se hubieron imaginado aquel edificio no era más alto que los de su alrededor. A pesar<br />

de los cuarenta metros que había hasta el suelo a lo lejos podían ver cómo todas las construcciones les<br />

sobrepasaban en altura, como si el callejón y la calle estuviesen excavados en la tierra. Curioso cuando<br />

ni el niño hiperactivo ni Pierre recordaban que el camino que habían tomado para llegar hasta allí<br />

hubiera ido pendiente abajo.<br />

Ya iban a meterse de nuevo en la fisura <strong>del</strong> callejón cuando el niño hiperactivo escuchó un<br />

ruido a su espalda. Se volvió pero no vio nada. Y cuando lo que fuese aquello le agarró <strong>del</strong> brazo,<br />

gritó.<br />

- ¿Qué ocurre?- Se alarmó Pierre.<br />

Eso era lo que hubiera gustado saber al argentino. Una mano invisible le sostenía, incluso le<br />

izó en el aire. En realidad no era invisible, durante un breve instante un rayo de luz llegó de un sitio<br />

que no pudo precisar, y pudo contemplar que la mano más bien parecía de cristal. Fue entonces<br />

cuando supo quien era su captor y su mente quedó durante unos instantes paralizada: Luganis.<br />

- ¡Pierre, huye!- Alcanzó a decir. Pero antes de que su amigo comprendiera Luganis hizo un<br />

movimiento y arrojó al francés una decena de metros más allá.<br />

77


El niño hiperactivo trató de escabullirse, incluso de morder la dura mano de cristal. Hasta que<br />

Luganis le puso su espada en el cogote: “No te muevas”. A continuación le puso una capucha y<br />

durante un tiempo que no pudo precisar todo se apagó.<br />

78


12. La criatura.<br />

Cuando le quitaron la capucha se encontraba en un salón bastante amplio. Las paredes, el suelo y el<br />

techo eran de tierra gris <strong>del</strong> color de la ceniza. Eso le informó de que ya no se encontraba en el templo.<br />

En un lateral estaba Pierre, sentado en el suelo y con la espalda apoyada en la pared. Parecía dormido<br />

y tenía las manos y los pies atados. Por lo demás, el único mueble de la sala era la silla donde le<br />

habían sentado y encadenado.<br />

Le costó un poco acostumbrarse a la luz, y cuando lo hizo pudo distinguir la figura de cristal<br />

translúcido de Luganis dando vueltas alrededor suya. Sus movimientos eran ágiles, como los de un<br />

danzarín, y apoyada en su hombro sostenía su espada, que parecía de hielo goteando constantemente<br />

por la punta, y casi tan larga como él mismo. El niño hiperactivo no alcanzaba a comprender por qué<br />

aquel tipo daba tantas vueltas a su alrededor. Parecía como si le estuviera vigilando, como si temiera<br />

que se fuese a escapar. ¿Cómo si estaba encadenado?<br />

Llegado un momento una de las paredes de tierra se abrió y por ella entró Brebbia. El niño<br />

hiperactivo se horrorizó al verle; el conquistador era tan enorme que tenía que agacharse para entrar en<br />

la habitación. Tras él acudió la vikinga Krüss. No sabía por qué pero se lo hubiera esperado. Iba con el<br />

uniforme verde apagado de la Bach y transportaba una enorme caja de metal que depositó en el centro.<br />

Por último, en tercer lugar, entró una mujer que nunca había visto. Tendría apenas veinte años, y<br />

parecía una vampiresa: botas negras, medias negras, vestido negro corto, la piel pálida, los labios rojos<br />

y el pelo negro brillante. Se pusieron a hablar entre ellos y así se enteró de que la recién llegada se<br />

llamaba Elvira. Aunque a él lo que más le importaba era que se habían dejado la entrada en la pared<br />

abierta. Trató de escabullirse, de soltarse de las cadenas, e inmediatamente Luganis le colocó la espada<br />

en el cuello.<br />

- Miradle. Es tan estúpido que piensa que cortándole la cabeza podríamos matarle.- Dijo Elvira<br />

con sorna.- Es más, ni siquiera sabe que podría librarse cuando quisiera de esas cadenas.- El niño<br />

hiperactivo la miraba con asombro. ¿A qué demonios se refería?- ¿Acaso no sabes lo que es un<br />

“paria”?- El argentino negó con la cabeza.- Los parias son aquellos que desde que ponen un pie en el<br />

Mínimomundo ya no serán capaces de regresar a la Tierra. Algunos por una cosa tan tonta como que<br />

traían comida en el tren y tras pasar por el túnel picaron de ella. Imagínate, hay quien perdió la<br />

oportunidad de regresar por una simple bolsa de patatas o una chocolatina. Otros porque sin saberlo<br />

habían empezado a practicar una de las diez profesiones. Esto suele ser muy habitual entre los<br />

aficionados a la música.- El niño hiperactivo notó que la Krüss esbozó una sonrisa ante aquellas<br />

palabras.- Y en tercer lugar, aunque sucede muy rara vez, porque se han transformado en criaturas.-<br />

Hizo una pausa para contemplar el efecto que provocaba en el niño hiperactivo y prosiguió.- Supongo<br />

que tus esperanzas están puestas en el regreso, en ver otra vez a tus padres, tu Buenos Aires querido, tu<br />

tierra. Pero lo siento, nunca podrás hacerlo. Eres una criatura.<br />

- ¡Noooo!- A pesar <strong>del</strong> miedo que el niño hiperactivo le tenía a Brebbia y en general a todos<br />

los que se encontraban en aquella habitación, gritó como un desesperado. No, no podía ser cierto. Le<br />

estaban intentando engañar, hacerle dudar, para que se uniera a ellos. Sí, sin duda alguna. Querían que<br />

se uniera a ellos, y para ello trataban de tocarle en su fibra sensible, en su familia, en su hogar.-<br />

¡Mientes! ¡Todo es mentira!<br />

- Piénsalo- continuó Elvira.- Eres capaz de correr boca abajo por el techo, de moverte como un<br />

rayo. Siempre estás temblando, gastas demasiada energía para lo poco que comes. Y nunca duermes.<br />

Sí, no nos mires así. Lo sabemos, conocemos tu secreto. Te hemos estado vigilando. Nunca duermes,<br />

tiemblas todo el rato. ¿Cómo no vas a ser una criatura? Eso no hay ser humano que lo soporte. Así<br />

como a veces apareces en el interior de armarios y de maletas, de espacios cerrados en definitiva. Es<br />

decir, eres capaz de teletransportarte y eso no sería posible si todas y cada una de las células de tu<br />

cuerpo, incluidas las de tu cerebro, no se hubieran nanotransformado completamente.<br />

- Y no sólo eso,- graznó la Krüss- recuerda en la final de Poids cuando el soplagaitas de tu<br />

amigo fabricó aquella esfera de cobre. Te desmayaste.<br />

- Esa es la prueba irrefutable de que eres una criatura.- Apuntó Elvira.- Cuando tu amigo<br />

condensó el cobre de aquella habitación, también atraía las partículas que componen tu ser. Por eso<br />

perdiste el conocimiento.- Hizo una pausa y añadió- No creo que lo sepas pero eres muy valioso. No<br />

79


hay muchas criaturas que se muevan como tú lo haces, de hecho eres la primera con capacidad de<br />

teletransportarse. Así mismo tienes conciencia de ti mismo. La mayoría de las criaturas son como los<br />

animales que imitan, incluso muchos superhéroes carecen de esta capacidad. Puedes mirarte en un<br />

espejo y saber que es tu imagen la que se refleja y no confundirla con la de otro ser que se enfrenta a<br />

ti. Te reconoces como un ser humano, incluso recuerdas detalles de tu vida anterior. Por todas estas<br />

razones es por lo que te requerimos.<br />

- No. Sigo sin creérmelo. No soy una criatura. A ver si os enteráis bien ¡NO LO SOY! Y en<br />

cualquier caso, jamás me uniré a vosotros.<br />

- ¿Quién ha dicho que queremos que nos ayudes?<br />

El niño hiperactivo observó a Elvira. Su expresión era seria a la par que espeluznante.<br />

- Ya basta de miramientos- saltó Brebbia.- Comprobemos si en verdad es o no una criatura.<br />

En dos pasos el gigante salvó la distancia que los separaba. Lo agarró con una sola de sus<br />

manazas y lo arrojó dentro de la caja metálica en el centro de la habitación para después encerrarle.<br />

Dentro estaba oscuro. El niño hiperactivo sentía la claustrofobia comenzar a invadirle.<br />

Golpeaba las paredes, las arañaba. Gritaba como un poseso. Incluso sentía cómo poco a poco se le<br />

agotaba el aire.<br />

Hasta que la luz se hizo de nuevo. No lo pensó, ni lo deseó. Tan solo ocurrió. Miró a su<br />

espalda y encontró la caja todavía cerrada a cal y canto. Se había teletransportado. En frente suya sus<br />

cuatros enemigos sonreían con expresión triunfante, de pie y con los brazos cruzados, a excepción de<br />

Elvira que llevaba una bandeja con una sustancia viscosa roja sobre ella. El niño hiperactivo, por su<br />

parte, sólo tenía ojos para la puerta en la pared detrás <strong>del</strong> grupo. La habían dejado abierta, únicamente<br />

tendría que escurrirse por las piernas de Brebbia y ya está. Pero antes de que se diera cuenta, la<br />

sustancia viscosa saltó hacia él y en un descuido se metió dentro de su garganta. El sentir aquella cosa<br />

dentro le hizo sentir retortijones y doblarse entero mientras escuchaba las carcajadas. Lo peor fue<br />

cuando la sustancia roja salió a través de su piel por gotas hasta juntarse toda en un charco sobre su<br />

estómago. Era horrible ver aquella cosa que como un alien salía de dentro, aunque pronto se vio libre<br />

de ella cuando ésta saltó sobre Pierre. En ese momento, como una exhalación se dirigió a la entrada.<br />

Fue fácil. Pronto se vio corriendo por un pasillo oscuro. El pasillo descendía, cada vez más abajo.<br />

Hasta que desembocó en una amplia sala. Allí notó cómo de nuevo una sustancia pegajosa se le fijaba<br />

al brazo. Pero esta vez no era roja sino completamente negra, incluso parecía que la luz huyera de su<br />

superficie. Intentó correr con esa cosa pero, no sabía por qué, cada vez se sentía más débil.<br />

Únicamente pudo librarse de ella teletransportándose. Pero de nuevo otra de aquellas criaturas se le<br />

pegó. Ya no era solamente una, ahora eran tres o cuatro. El sótano estaba a rebosar. Se teletransportó<br />

una, dos y hasta tres veces, pero continuaban adhiriéndose a él. Cada vez se sentía más débil. Llegó un<br />

momento en que el uniforme incluso le pesaba. Era como si le quedara grande. Se desembarazó de él y<br />

eso fue su salvación porque todos aquellos seres se apelotonaron como jugadores de rugby sobre el<br />

uniforme y le dejaron en paz. En un último esfuerzo logró regresar al pasillo y subir hacia arriba. Allí,<br />

por fin, pudo encontrar una salida al exterior.<br />

Aunque el niño hiperactivo no lo sabía había tenido suerte. Elvira y compañía, creyendo que<br />

los devoradores de criaturas ya habían acabado con él, habían salido de la sala y habían abierto nuevas<br />

vías y puertas en el edificio. Así una de estas salidas le llevó al exterior. En cualquier caso, aún<br />

habiéndose liberado, le costaba sostenerse. Corría y corría, pero se sentía desfalleciente. Se dirigió<br />

hacia donde creía se encontraba la Academia, allí donde la sucesión de luces de neón desaparecía en el<br />

centro <strong>del</strong> valle. Los edificios a su alrededor, no sabía por qué, eran más grandes. Le costaba saltar de<br />

azotea a azotea. Incluso estuvo a punto de caer por una cornisa en una ocasión.<br />

Se detuvo. Estaba agotado, algo que nunca le había sucedido. Tan solo faltaban cinco hileras<br />

de edificios hacia lo que él creía las fronteras de oscuridad de la Academia. Pero no podía continuar.<br />

Resollaba <strong>del</strong> esfuerzo, sudaba. Y quizás fuera porque empezaba a <strong>del</strong>irar que creyó escuchar una voz<br />

conocida. Al principio pensó que se trataba de una alucinación. Pero no. Hasta allí la transportaba el<br />

viento. Una voz clara, alegre, parlanchina. Haciendo de tripas corazón reunió todas sus fuerzas y fue<br />

hacia su origen. Y efectivamente, allí estaba. La chica sonreía, hablaba con alguien que el niño<br />

hiperactivo no alcanzaba a ver desde allí, y llevaba una jarra de agua en la mano.<br />

80


- Saskia, tienes que ayudarme.- La muchacha desvió la vista para saber quien la había llamado,<br />

y a su pesar gritó de espanto cuando le vio. El niño hiperactivo no alcanzó a adivinar a qué se debía<br />

aquel grito. Sólo que mientras perdía el conocimiento se preguntó acerca de cómo era posible que<br />

Saskia pareciera tener el doble de tamaño <strong>del</strong> habitual.<br />

81


CUARTA PARTE: LEOCADIA.<br />

13. El secreto de Saskia.<br />

Que Saskia ocultaba un secreto no es que estuviera precisamente muy alejado <strong>del</strong> dominio de todos, y<br />

hubieran hecho todo lo posible por averiguarlo como paparazzis hambrientos si no hubiera sido por<br />

Oliver que nunca quiso desconfiar. Pero en cualquier caso no era una situación que se pudiera<br />

mantener permanentemente. Sobre todo con aquella atmósfera enrarecida que los últimos<br />

acontecimientos estaban produciendo. A finales de año el niño hiperactivo decidió cambiar de cuarto,<br />

y Aisa Keita se había marchado con él. Midori fue la siguiente yéndose con aquel extraño chucho a la<br />

buhardilla de Contrabandista. El grupo se desmembraba. De los ocho que se conocieron aquel día en el<br />

tren, tan solo Oliver y Sandra seguían compartiendo habitación. Después con ellos seguían Hajime y<br />

John Derek, y se habían producido nuevas incorporaciones como la de Pierre, Sofía y Laura, una chica<br />

italiana que se había unido al equipo de Poids tras el abandono <strong>del</strong> niño hiperactivo.<br />

No obstante, la cosa no acabó ahí. Por razones que nadie alcanzó a comprender, la cena de<br />

Nochebuena, aunque en esta ocasión no se produjo ningún ataque, motivó un cambio inesperado en el<br />

ánimo de Sandra. La suiza ya no era aquella niña alegre y musical cuyo único propósito era regresar a<br />

la Tierra. No quería hablar con nadie, no iba a clase, se encerraba en el dormitorio, y a veces en el<br />

cuarto de baño. Había aparcado la guitarra y la flauta en el armario. Pero lo peor para Oliver era sin<br />

duda que Sandra ya no se comportaba como antes en el Poids. Seguía jugando pero con desgana, y así<br />

los partidos resultaba mucho más difícil vencerlos. El francés quería hablar con ella, preguntarle lo<br />

que le sucedía, pero cada vez que lo intentaba la suiza o bien se encerraba en el baño, o bien salía <strong>del</strong><br />

dormitorio. Ni que decir tiene que convivir día tras día con una persona en aquel estado de abatimiento<br />

no era bueno. De hecho los nervios durante las primeras semanas de enero estuvieron encrespados.<br />

Hasta que aprendieron a convivir con su pesadumbre. Suponían que sus padres le habían dado una<br />

mala noticia. Quizás se habían divorciado, o quizás había fallecido algún familiar querido. Y si la<br />

suiza no quería soltar prenda, posiblemente fuera asunto suyo y no tuvieran que inmiscuirse en él.<br />

Sin embargo, con ignorar la actitud de Sandra no acabaron las desgracias alrededor <strong>del</strong> grupo<br />

de Oliver. A finales de febrero Pierre desapareció. Lo último que supieron de él fue que había ido al<br />

mundo exterior a vigilar los pasos de la vikinga Krüss. La prefecta regresó apenas dos horas antes <strong>del</strong><br />

horario nocturno, pero de Pierre ni rastro. Preguntaron a todos sus conocidos. A Giancarlo, a Esteban,<br />

a Contrabandista, a Sanjuanero,… incluso se acercaron al despacho de Willyman, pero “los alumnos<br />

desaparecidos no son un asunto de la Academia Blixen”, dijo el subdirector. Lloraron a moco tendido,<br />

incluso se permitieron perder un partido de Poids que se celebró a los dos días. Algunos hasta se<br />

enfadaron con Sandra, pues ésta, a pesar de lo sucedido, se negaba a reaccionar. Hajime y John Derek<br />

comenzaron a desarrollar por su lado una cierta manía persecutoria. Veían conspiraciones por todos<br />

lados, espías de los oradores en todos aquellos quienes les preguntaban aunque fuera una dirección.<br />

Seguramente habían sido ellos los que habían raptado a Pierre, opinaban. Por dudar, dudaron hasta <strong>del</strong><br />

niño hiperactivo que desde aquella trágica tarde había cambiado de actitud. Ahora se mostraba más<br />

amable, más de lo que nunca había sido en un intento desesperado seguramente de tratar de recobrar la<br />

amistad <strong>del</strong> grupo. Aunque en quien sobre todo desconfiaban era en Saskia. ¿Quién si no? Aquella que<br />

caía mal a todo el mundo a excepción de Oliver. Hicieron averiguaciones y descubrieron que nadie,<br />

ningún alumno de la Debussy o de la Tchaikovsky, sabía en qué dormitorio se encontraba. Es más, ni<br />

siquiera recordaban haberla visto alguna vez.<br />

A esto Saskia no podía menos que percatarse de lo que sucedía. Notaba sus miradas<br />

suspicaces, sus sonrisas malévolas y trató de alejarse en lo posible. Almorzaba sola en el comedor, se<br />

pasaba el día en la biblioteca, huía desesperada de lo que se le avenía. Al cuarto día de la desaparición<br />

a la salida <strong>del</strong> comedor vio a Sandra que le esperaba. “Ya está”, pensó, “ya vienen a por mí”. Su<br />

enemiga desde el primer momento, la que más le había criticado de todos. Pero en contra de lo que se<br />

imaginaba, la suiza lo único que hizo fue decir “Hola”, y a continuación ponerse a charlar<br />

tranquilamente con ella.<br />

Si hubiera sabido el estado de ánimo de Sandra durante los últimos dos meses quizás hubiera<br />

entendido. Pero al no contar con ese dato se mostraba perpleja. La suiza charlaba y requetecharlaba,<br />

82


como si no lo hubiera hecho en mucho tiempo. Le contaba cosas como los instrumentos que sabía<br />

tocar. Flauta, guitarra española, guitarra eléctrica,… también algo de violín, de piano y se le daba bien<br />

la batería. Le comentó que hasta hacía poco lo único que escuchaba era música clásica, pero que<br />

últimamente lo que más le iba era el rock duro. Y Saskia atendiendo como si no tuviera otra cosa que<br />

hacer y como si le interesase.<br />

Estaban sentadas en los escalones de la entrada <strong>del</strong> comedor. Por allí pasaba mucha gente, y<br />

rato más tarde se les unió Aisa y el niño hiperactivo que también salían <strong>del</strong> comedor. Saskia miró<br />

recelosa al argentino. No sabía qué pasaba aquel día que todos parecían haber cambiado. La suiza era<br />

amigable con ella, el niño hiperactivo se mostraba sonriente, muy diferente <strong>del</strong> tipo melancólico con el<br />

que tanto había conversado. Aún más, su manera de actuar, no sabía por qué, le recordaba más a Pierre<br />

que a su amigo.<br />

- Eh, ¡mirad! Es el perro de Midori.- Dijo Sandra en un momento dado.<br />

- ¿Qué hará aquí?- Se preguntó Aisa.<br />

Pronto lo comprobarían. El peluso iba directamente a ellos, y cuando estuvo bastante cerca, lo<br />

suficiente como para que Sandra quisiera acariciarle, mordió con saña la pierna de Aisa Keita. La<br />

chica no gritó, tan solo se limitó a intentar golpear a la criatura, aunque ésta fue más rápida y esquivó<br />

el golpe a tiempo. Después el peluso echó a correr y Aisa le persiguió furiosa tal como nunca la habían<br />

visto. Sandra y el niño hiperactivo se miraron sin comprender, se pusieron en pie y más por curiosidad<br />

que por otra cosa fueron tras ellos. Por su parte, Saskia se había quedado paralizada sobre los<br />

escalones <strong>del</strong> comedor. Le tenía pánico a los perros desde que uno le mordió en una zona próxima al<br />

cuello cuando era pequeña, y el hecho de ver a aquel peluso clavando sus dientes en la senegalesa le<br />

retrotrajo aquellos funestos recuerdos. Respiraba con dificultad, casi como si tuviera asma. La gente<br />

que pasaban por allí la miraban extrañados y algunos hasta se preocuparon por su estado de salud.<br />

Pero finalmente consiguió tranquilizarse, y mentalizándose a sí misma de que no debía tener miedo,<br />

siguió al resto. Traspasó las fronteras de oscuridad y lo primero que vio fue un tumulto que se había<br />

formado a la altura de las primeras casas. Por lo que pudo escuchar de las conversaciones de la gente,<br />

se trataba <strong>del</strong> cuerpo de una muchacha. Cada vez estaba más intrigada, sobre todo cuando<br />

internándose entre la multitud descubrió a Sandra cuya vista deambulaba perdida como si hubiera<br />

ocurrido una catástrofe. No era para menos, cuando por fin llegó al centro <strong>del</strong> tumulto descubrió que<br />

se trataba de Aisa quien estaba tumbada, con la lengua fuera, los ojos cerrados y sin mover siquiera un<br />

músculo.<br />

- Midori, ¿qué es lo que ha ocurrido?- Gritó Sandra a la japonesa, que acababa de aparecer no<br />

sabía de dónde.- Estábamos en el comedor. De repente sin venir a cuento tu perro ha venido y ha<br />

mordido a Aisa en la pierna. Después salió corriendo y Aisa se puso a perseguirlo. Cuando entró en<br />

esa casa sonó un estruendo y salió despedida por los aires.- Sandra hablaba rápido, visiblemente<br />

histérica.- ¿Qué es lo que has hecho?<br />

Saskia contempló cómo Midori bajaba la vista avergonzada. Pero en ese momento sucedió<br />

algo inesperado. El cadáver de Aisa se deshizo como un terrón de tierra seca y todos vieron lo que en<br />

realidad era: una criatura. Algunos empezaron a opinar que se trataba de una espía y que se alegraban<br />

de que hubieran acabado con ella. “Malditos oradores, ¿por qué no nos dejan en paz?”, tras lo cual<br />

escupían al suelo. Saskia, por su parte, suspiró. La historia de siempre en el Mínimomundo. Espías en<br />

la Academia, niños convertidos en criaturas, amigos que de repente se convierten en enemigos. Nadie<br />

conoce a nadie. Miró al niño hiperactivo, éste trataba en aquellos instantes de calmar a Sandra.<br />

- Tranquila, ya pasó todo. Nos han engañado como a pardillos. No era humana. Mírala. No era<br />

humana.<br />

- ¡Pero una vez lo fue!- Gritaba Sandra de una manera casi como si le hubieran raptado a un<br />

hijo.<br />

- Es cierto- intervino Saskia.- Una vez lo fue. Pero recuerda, seguramente fue ella, Aisa, quien<br />

traicionó a David y a Ebony.- Ambos se quedaron de piedra al oír aquello.<br />

- ¿De verdad lo crees?- Inquirió un tanto implorante la suiza.<br />

- Por supuesto, no te quepa duda.- Y culpándose a sí misma expresó.- ¡Cómo hemos podido<br />

ser tan tontos! Todo el tiempo <strong>del</strong>ante de nuestras narices.<br />

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Sandra pareció calmarse, aunque todavía le costaba sostenerse en pie de la conmoción. Entre<br />

el niño hiperactivo y Saskia la llevaron a su dormitorio de la Bach. Allí informaron a todos sobre lo<br />

ocurrido. Nadie podía creerlo, una espía había estado durante nueve meses durmiendo en su propio<br />

dormitorio. Pronto se formó un revuelo, Hajime, John Derek y Oliver salieron para hacer algunas<br />

pesquisas. Sofía y Laura fueron hasta donde todavía humeaba el uniforme de Aisa porque no podían<br />

dar crédito. El niño hiperactivo dijo que regresaba a su dormitorio para informar a sus actuales<br />

compañeros de cuarto. Mientras tanto, Sandra y Saskia se quedaron a solas.<br />

- Por favor, tráeme mi guitarra. Está en ese armario- pidió Sandra. Saskia enseguida obedeció.<br />

La suiza comenzó a tocar una vieja balada roquera, y en el ambiente de la habitación,<br />

empezaron a surgir formas de luz caprichosas que luego tomaron el aspecto de pájaros, flores y<br />

mariposas.<br />

- Oh, es maravilloso.- Exclamó Saskia.<br />

- Me alegro de que te guste. La pasada nochebuena toque esta misma canción en el tren y<br />

todos dijeron que les gustó mucho.- Y cambiando de tema añadió.- ¿Sabes lo que es un “paria”?<br />

A Saskia le sorprendió esa pregunta.<br />

- Sí. Lo sé.<br />

- Cuando terminé de tocar alguien en el tren se me acercó y me dijo que yo era una paria. Que<br />

yo había empezado a practicar sin darme cuenta una profesión y que por ello jamás podría volver a la<br />

Tierra. ¿Sabes a qué profesión me refiero?<br />

- La de “músico”- dijo Saskia sin dudarlo. Sandra desvío la mirada y a su pesar comenzó a<br />

llorar.<br />

La de músico era una de las diez profesiones <strong>del</strong> nanouniverso. Consistía en la capacidad de<br />

que a través de la producción de sonidos armónicos se tenía de controlar la nanomateria. Algunos<br />

decían de ella que era la más maravillosa y a la vez la más aterradora de las profesiones. A través de la<br />

música se podían crear obras de arte, edificios, sensaciones placenteras,… pero también dolor, muerte,<br />

destrucción. Un simple golpe de violín podría convertir el aire en una temible cuchilla capaz de cortar<br />

una roca de granito. No digamos ya lo que sería capaz de hacer una orquesta entera. Saskia había<br />

observado los caprichos de luz que la suiza había creado con su guitarra y desde luego aquello lo<br />

demostraba, su ahora amiga jamás podría regresar. Había incumplido sin saberlo uno de los preceptos.<br />

No obstante, había una cosa que no le había quedado demasiado clara.<br />

- Sandra, quiero preguntarte algo: ¿Quién te dijo que eras una paria? No es una palabra que se<br />

utilice mucho en la Academia. De hecho yo sólo la he oído en la ciudad exterior.<br />

La suiza le miró. En ese momento Saskia creyó entrever algo en su expresión como si se<br />

avergonzara de alguna cosa. La chica dudaba, de si hablar o no. Al final parecía que iba a hacerlo,<br />

pero en ese instante apareció Hajime por la puerta.<br />

- Nos hemos reunido en la sala común y tenéis que venir. Vamos a hablar sobre lo ocurrido.<br />

Las dos muchachas no se hicieron de rogar. Enseguida se levantaron y siguieron al japonés a<br />

la sala común. Allí esperaba el resto <strong>del</strong> grupo, que por primera vez estaba compuesto por todos los<br />

miembros <strong>del</strong> dormitorio de Oliver y también por los <strong>del</strong> niño hiperactivo. Al parecer ambos habían<br />

concordado que a partir de ese momento las rencillas <strong>del</strong> pasado se olvidarían y que pasarían a<br />

colaborar. Saskia se sentó en una silla que quedaba libre en el centro de la sala, y como movidos por<br />

un resorte enseguida todas las miradas se fijaron en ella. Saskia de ese modo supo que aquello era una<br />

encerrona.<br />

- He ido a hablar con Midori para saber lo ocurrido- comenzó a hablar Oliver-, y me ha<br />

revelado que todo comenzó con su perro. Éste le dijo que había una lolita en nuestro grupo.<br />

- ¿Qué es una lolita?- Preguntó Jeremiah, uno de los compañeros de cuarto <strong>del</strong> niño<br />

hiperactivo.<br />

- Una criatura al servicio de los oradores- explicó Oliver.- El caso es que su perro no le dijo<br />

quien era pero ella enseguida pensó que se trataba de ti. Aquella trampa iba dirigida a ti.<br />

En la sala se hizo un mar de murmullos. Todos conversaban, todos opinaban, y sobre todo<br />

aguardaban con impaciencia acerca de cual sería la reacción de Saskia ante aquellas acusaciones.<br />

- Pues ya veis que no he sido yo. Así que no sé a que viene todo esto. Si no queréis nada más,<br />

me iré.<br />

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- ¡Un momento!- dijo Hajime.- Hay algo que todavía nos tienes que explicar. Hemos ido a la<br />

Debussy, y a la Tchaikovsky, y nadie sabe quién eres. Sabemos que nunca has estado en ninguna de<br />

esas dos Residencias.<br />

- Sí. Confiesa de una vez, ¿para quién trabajas?- En ese momento todos en la sala empezaron a<br />

increparla. La llamaban bruja, traidora, y lindeces por el estilo. Todos a excepción de Sandra, que se<br />

limitaba a observar la escena, y de Oliver que alzó una mano para pedir silencio.<br />

- No quiero llegar a ninguna conclusión- dijo el francés-, pero todos comenzamos a pensar que<br />

tu actitud es muy sospechosa- “No, Oliver. Tú no”, pensó Saskia entristecida. “Tú siempre me habías<br />

defendido”.- No sé de dónde habrás sacado ese uniforme, pero desde luego de la Academia no. Lo<br />

siento, pero si no hablas te denunciaremos a las autoridades.<br />

Saskia no tenía escapatoria.<br />

- Veréis, mis circunstancias son bien sencillas. Simple y llanamente, como habéis averiguado,<br />

no soy una alumna de la Academia…<br />

A continuación contó con pelos y señales su historia. Del perfil que todos creían de Saskia<br />

nada era verdad. Bueno, sí, había nacido en Madrid. Pero sus padres eran españoles. Aunque por las<br />

circunstancias de sus empleos- su madre era guionista de cine y su padre especialista- durante su<br />

infancia viajó de país en país, de rodaje en rodaje, sin tener nunca amigos de su edad, o al menos con<br />

los pudiera estar aunque fuera unos pocos meses. Creció como una niña con una portentosa<br />

imaginación, algo ingenua y carente de maldad. Como único hecho trágico en su vida cuando una vez<br />

durante un viaje por los países <strong>del</strong> norte de Europa un rottweiler estuvo a punto de matarla. De este<br />

modo, descubrieron que era capaz de sintonizar con la nanomateria cuando años más tarde, a la edad<br />

de trece, paralizó a un perro que ladraba contra ella. Era hija única, quería mucho a sus padres, y<br />

viceversa. Pero las leyes eran tajantes al respecto y apenas dos meses más tarde tomó el tren en la<br />

estación de los Urales rumbo a un universo desconocido. Al principio el Mínimomundo no le gustó.<br />

Sin luz, sin estaciones. Para colmo tuvo la mala suerte que sus compañeras de cuarto eran <strong>del</strong> tipo que<br />

rechazaban a todo aquel que fuese diferente. Y ella, por su vida ajetreada de país en país, por su gran<br />

imaginación, y por no haber tratado normalmente con niños de su edad, lo era. La tacharon de rara y le<br />

hicieron la vida imposible. Soportó apenas dos semanas la vida de la Academia, y después huyó al<br />

mundo exterior. Quizás esto fuese un error por su parte pues nada sabía de los peligros allá fuera. En<br />

la ciudad exterior existían dos clases de personas: los que pertenecían a las congregaciones y tribus y<br />

los que no: los “vagabundos”. Entre las congregaciones se encontraban los gremios profesionales que<br />

funcionaban como pequeñas escuelas que enseñaban los preceptos de las profesiones <strong>del</strong> nanomundo,<br />

después estaban las congregaciones comerciales y las de los artesanos. Aparte quedaban las tribus que<br />

eran como los gremios profesionales pero con fines políticos como por ejemplo dominar un territorio,<br />

o que se proponían objetivos como proteger la Academia y la Tierra, o al contrario, escapar <strong>del</strong><br />

Mínimomundo. En cualquier caso, todas requerían pruebas de actitud previas para entrar y para ello se<br />

necesitaban conocimientos que ella no tenía, como artes marciales, matemáticas, informática, dibujo,<br />

música, etc. Así pasó a engrosar la cohorte de los vagabundos y comenzó a vivir en las azoteas. Como<br />

dijo David en su momento, los edificios en la ciudad exterior su función principal era la de protegerse<br />

de los enemigos. Las calles eran peligrosas y los vagabundos lo solucionaban viviendo en las azoteas<br />

que aunque poco resguardadas resultaban más seguras que vivir al nivel <strong>del</strong> suelo. Los habitantes de<br />

los edificios solían permitirlo, eso sí, cobrando un alquiler que consistía en realizar una serie de<br />

trabajos así como si en caso de ataque servir de vigías y dar la alarma. A Saskia le costó habituarse a<br />

esa nueva situación. Lloraba a menudo, por sus padres, pero también porque sentía que lo había<br />

perdido todo de la noche a la mañana. Aunque podía decirse que tuvo suerte. Encontró algunas<br />

personas entre los vagabundos que le ayudaron en su nueva vida. Le enseñaron trucos como imitar a<br />

las criaturas más peligrosas para ahuyentar a quienes quisieran molestarla. Por ejemplo, Saskia era<br />

especialmente buena en imitar a una en particular, a la lolita. Este tipo de criatura solía adoptar una<br />

expresión característica cuando atacaba: la faz se volvía serie e imperturbable así como las pupilas<br />

crecían de tamaño hasta casi ocupar todo el blanco de los ojos. De este modo, la primera vez que<br />

Oliver y compañía visitaron el mundo exterior y aquel tipo en la azotea quiso molestarles ella le dio un<br />

susto de muerte al adoptar aquella faz.<br />

85


Sin embargo, a pesar de lo que había aprendido y de las personas que le habían ayudado,<br />

Saskia no pretendía estar mucho tiempo en las azoteas. Decidió que tenía que volver a las clases en la<br />

Academia para así poder aprobar las pruebas de actitud de alguna congregación. No estaba prohibido<br />

ir a clase si uno ya se había marchado, y los profesores no pasaban lista. Sobre la cuestión <strong>del</strong><br />

uniforme tampoco hubo demasiados problemas. Eran muchos los alumnos que dejaban la Academia y<br />

resultaba fácil conseguir uniformes de cualquier talla y color. Y si alguien sospechaba, se cambiaba de<br />

Residencia y listo. Así estuvo tres trimestres hasta que los conoció. Todos la consideraban una chica<br />

rara, se sentía sola, y no podían imaginar la tremenda alegría cuando alguien la aceptó.<br />

Saskia dio su historia por finalizada y todos se quedaron en silencio pensativos. Hasta que<br />

Mae Lin, una componente <strong>del</strong> dormitorio <strong>del</strong> niño hiperactivo, intervino:<br />

- Pero según mis cálculos, si con trece viniste al Mínimomundo y han pasado dos años<br />

entonces tienes quince- Saskia asintió.- No parece que tengas dieciséis años. Trece como mucho.<br />

- Pues los tengo. No soy demasiado alta, y también soy algo <strong>del</strong>gada. Paso perfectamente por<br />

alguien con doce.<br />

- Pues yo sigo sin creerme nada.- Dijo Hajime.- Sigo opinando que eres una espía, y que<br />

pretendes engañarnos. Tendríamos que llevarla a Willyman a ver que opina.<br />

- Yo también creo que huele a chamusquina.- Secundó John Derek.<br />

- Y yo- hizo lo propio Laura.<br />

Cada cual comentó su opinión por turnos, y todos parecían coincidir. No se fiaban de la<br />

madrileña. La única que se opuso fue Sandra que dijo que ella no veía nada malo en el<br />

comportamiento de Saskia, pero no sirvió para nada, porque cuando le llegó el turno a Oliver, antes de<br />

que éste dijera nada, Saskia explotó:<br />

- Esta bien, si eso es lo queréis me iré. Creéis que soy una espía, me comportaré como tal. Ya<br />

que me habéis descubierto, nunca más me volveréis a ver.<br />

Se levantó furiosa y se marchó.<br />

- Saskia- la llamó Oliver.- ¡Saskia!<br />

Pero ésta ya no atendía a nada ni a nadie. ¿Cómo podían creer que ella era una espía? Estaba<br />

harta, harta de que todos pensaran mal, de que la rechazaran. Al cuerno con la Academia. Intentaría<br />

practicar por sí sola, se enteraría de cómo eran las pruebas de actitud y las aprobaría.<br />

Sólo una cosa le hizo sonreír, y era que si ellos creían estar libres de espías se equivocaban.<br />

Tenían uno, bien llamativo, y no se habían dado ni cuenta.<br />

Ocurrió la tarde de la desaparición de Pierre, a ella le tocaba llenar el depósito de agua de la<br />

congregación que la acogía en la azotea, cuando de repente lo vio. Una cosa diminuta, veloz y sin ropa<br />

que la llamaba por su nombre y que para colmo perdió el conocimiento poco después. Cuando se<br />

acercó no comprendía qué era aquello. Tenía los rasgos <strong>del</strong> niño hiperactivo, su voz le había sonado la<br />

<strong>del</strong> niño hiperactivo. Pero apenas tenía treinta centímetros de altura. ¿Cómo podía ser posible aquello?<br />

Decidió guardarlo en su escondrijo mientras averiguaba qué era aquella cosa. Otro de los trucos que le<br />

habían enseñado sus amistades vagabundos era tener un escondrijo. Como los edificios estaban hechos<br />

de tierra era fácil, tan solo tenía que imaginarlo y una oquedad en el suelo o en una pared se abría. Y<br />

para protegerlo una palabra secreta. Allí lo guardó y al día siguiente acudió a la Residencia Mahler<br />

para ver si el niño hiperactivo estaba allí. Y lo estaba. No obstante, cuando habló con él sintió algo<br />

raro. Se mostraba más amable de lo habitual, más complaciente. Sencillamente, no era él. Incluso<br />

parecía haber olvidado algunas cosas de lo que se habían confiado mutuamente en tiempos. No quiso<br />

sacar ninguna conclusión pero decidió que tenía que cuidar de aquella cosa que le había pedido ayuda<br />

si quería resolver el misterio. Poco a poco, con el paso de los días, el niño hiperactivo fue recuperando<br />

su tamaño original. Cuando regresó después de que sus otrora amigos hubieran descubierto que no era<br />

una alumna de la Academia, apenas faltaban unos centímetros. Y al día siguiente ocurrió. Cuando fue<br />

a revisar su escondrijo se encontró con el niño hiperactivo ya fuera sobre la azotea. Había recuperado<br />

el conocimiento, estaba completamente desnudo y parecía desorientado.<br />

- ¿Cómo… cómo has podido salir de ahí?- Preguntó Saskia extrañada.- Da igual. Espera aquí,<br />

te traeré ropa.<br />

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Saskia se dio prisa y pronto el niño hiperactivo estuvo vestido con unos pantalones y una<br />

camisa marrón que le quedaban grandes. Por otra parte, su expresión era triste, y Saskia se dijo para sí<br />

que aquel sí era el niño hiperactivo que recordaba.<br />

- ¿Cómo es que ibas desnudo?- Preguntó la madrileña.<br />

- ¿Y tú, Saskia? ¿Por qué no llevas el uniforme de la Academia?- Inquirió el argentino.<br />

- Eso… en fin. Hay muchas cosas que tengo que contarte. Por ejemplo, no me llames Saskia.<br />

Mi verdadero nombre es Leocadia. Puedes llamarme Leo, o Cadia. Como prefieras.<br />

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14. Preludios a la tormenta.<br />

Durante un buen rato, el niño hiperactivo estuvo digiriendo la confesión de Cadia, tanto que la chica<br />

temió que como el resto de sus compañeros se marchara indignado. Pero en su lugar el argentino contó<br />

la historia de lo que ocurrió aquella tarde. El extraño templo. Cuando subieron a la azotea. Luganis,<br />

Brebbia, la vikinga Krüss, Elvira. Lo que le dijeron que se trataba de una criatura. La sustancia roja<br />

que se metió por su garganta y después saltó hacia Pierre. Las criaturas negras en el sótano que casi le<br />

engulleron. Por su manera de explicarse y de expresarse supo que se trataba <strong>del</strong> verdadero niño<br />

hiperactivo. Le explicó lo que había sucedido con Aisa, que se trataba de una espía. Rafael bajó los<br />

ojos. Cadia entendió que se sentía de algún modo estafado y engañado. Pero enseguida cambió la<br />

situación cuando la madrileña le dijo que había un impostor suplantándole. Se le encendió la sangre,<br />

dijo que aquello empañaba su honra y que estaba dispuesto a acabar con aquel espía. Y se hubiera<br />

marchado ipso facto si Cadia no le hubiera agarrado <strong>del</strong> brazo.<br />

- Espera, no puedes ir así sin más.<br />

- ¿Por qué no?<br />

- Porque no… Escucha, hay muchas cosas que no sabemos. Ya te he dicho que ese tipo te<br />

imita perfectamente, hasta tus movimientos más difíciles. Cabría preguntarse, ¿cómo lo hace? Es<br />

posible que no puedas vencerle, es una copia perfecta a ti. Además, si creen que estás… muerto,<br />

quizás tengamos una ventaja. Ahora seremos nosotros quien se encargará de vigilar y de dar el golpe.<br />

El niño hiperactivo razonó durante unos segundos la propuesta de Cadia.<br />

- No sé. No sé. Siempre que hemos tratado de vigilar por nuestra cuenta nos han acabado<br />

engañando. Después de todo lo sucedido, ni siquiera sabría por donde empezar.<br />

- Eso déjalo de mi parte. Esta vez no nos cogerán por sorpresa. Conozco al sujeto adecuado.<br />

La persona en cuestión se trataba de toda una institución en la ciudad exterior. Le llamaban el “rey de<br />

los vagabundos” y llevaba más de treinta años viviendo sobre los tejados.<br />

- Cuando yo llegué a este universo, la ciudad exterior apenas había alcanzado las crestas de las<br />

montañas en el valle.- Se jactaba.<br />

No tuvieron problemas para encontrarle. Era la única persona en el Mínimomundo que tenía<br />

derecho a transitar por la azotea que le diera la gana sin por ello pagar un tributo de trabajo. Por lo<br />

demás, su fama hacía que siempre hubiera una barahúnda de fieles alrededor suya. Tampoco tuvieron<br />

problemas en hablar con él. Conocía y tenía en buena estima a Cadia. En realidad, no había vagabundo<br />

<strong>del</strong> Mínimomundo que aquel individuo no conociera y no tuviera en estima. Se trataba de un mulato<br />

brasileño, de nombre Carlinho, alto, de aspecto fuerte, con la barba y el cabello largos y canosos, una<br />

especie de santón con una túnica de lino que en su tiempo pudo ser blanca pero ahora después de<br />

décadas de uso tenía tantas manchas que cualquiera diría que se trataba de un cuadro abstracto. Se<br />

consideraba neutral, ni estaba a favor ni en contra <strong>del</strong> sobreproteccionismo que acusaban las<br />

autoridades de la Tierra. Su única pretensión era defender y mejorar las condiciones de vida de sus<br />

queridos vagabundos.<br />

- ¿Qué te trae a mí, querida amiga?- Carlinho se dirigió a Cadia como a cualquiera de las<br />

cientos de personas que iban a verle cada día.<br />

- Un problema grave, querido Carlinho.- Lo de “querido” era la manera habitual de presentarse<br />

ante él. El rey de los vagabundos no aceptaba otra posible fórmula de cortesía.<br />

- No seas tímida entonces, confíamelo.<br />

Había demasiada gente alrededor y Cadia no quería arriesgarse a que hubiera oídos que<br />

aprovecharan aquella información para otros fines.<br />

- Se trata de un asunto peliagudo, querido Carlinho. Un asunto que tiene que ver con la<br />

seguridad de los vagabundos. Por ello, si se me permitiera, quisiera confiártelo a solas.<br />

Aquello no era una petición habitual que se le hiciera al rey de los vagabundos ya que por su<br />

posición de defensor de los desvalidos se había hecho muchos enemigos. Carlinho miró a los ojos a<br />

Cadia, largo rato, hasta que finalmente contestó.<br />

- A<strong>del</strong>ante pues. Te concederé esa entrevista privada.<br />

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- Pero querido Carlinho- objetó un chino corpulento que hacía las veces de guardaespaldas-,<br />

esto no es correcto.<br />

- Tranquilo, Hwan. ¿Cómo una dulzura como ella podría hacerme daño?<br />

Dicho y hecho. Carlinho ordenó a sus seguidores, excepto a Hwan, que les dejaran solos.<br />

Algunos miraron con odio a Cadia puesto que su mayor deseo era estar junto al santón todo el tiempo.<br />

Pero finalmente se fueron todos y los dejaron a solas.<br />

- ¿Y bien?- Aguardaba el brasileño impaciente. Estaba sentado en una especie de silla de<br />

cuero, repanchigado, como si lo que fuera a decir aquella niña no fuera a resultar de su interés.<br />

- Mi querido Carlinho, quiero presentarte a un amigo.<br />

Cadia llamó al niño hiperactivo que hasta ese momento había permanecido oculto. Cuando<br />

apareció desde detrás de un castillete, Hwan adoptó una postura marcial defensiva. El argentino,<br />

sorprendido por aquella actitud, se quedó paralizado sin saber qué hacer, igual que la madrileña.<br />

- Tranquilos.- Dijo Carlinho.- La actitud <strong>del</strong> querido Hwan se debe a que ayer mismo nos<br />

llegaron noticias de dos nuevos miembros de las tribus de los “Cartagineses” y de los “Armadillos”-<br />

las tribus de Luganis y Brebbia respectivamente-, curiosamente se mueven como lo hace tu amigo,<br />

siempre temblando como si se encontrasen en el polo norte. Preocupante. Parece el comienzo de una<br />

epidemia de gripe.<br />

Cadia y el niño hiperactivo se miraron.<br />

- Entonces, lo que tiene que contarle mi amigo va a preocuparle de veras.<br />

El niño hiperactivo narró todo lo que creyó que podría ser interesante para el rey de los<br />

vagabundos. Sus recuerdos en la Tierra, cómo descubrieron sus capacidades, sus pasos como estrella<br />

<strong>del</strong> Poids, la traición de Aisa, lo que ocurrió aquella tarde en el templo. Cuando terminó, Carlinho ya<br />

no se limitaba a acomodarse en la silla de cuero. Se mostraba inquieto, pensativo. Finalmente se<br />

levantó, y meditabundo comenzó a dar paseos de un lado para otro.<br />

- Esto es lo peor que nos ha podido ocurrir- pensó Carlinho en voz alta.- Esto puede ser el<br />

origen de una invasión. Una nueva legión de criaturas. Los “hiperactivos”. Son demasiado llamativos.<br />

No servirían como topos. Pero son rápidos y escurridizos. Son los perfectos exploradores. Podrían<br />

vigilar todos nuestros movimientos sin que nos diéramos cuenta.- En ese momento se detuvo. Miraba<br />

al horizonte con el ceño fruncido.<br />

- ¿A qué conclusiones ha llegado, mi querido maestro?- Preguntó Cadia.<br />

- Como decías, mi querida amiga, es preocupante de veras.- Y dirigiéndose al niño<br />

hiperactivo, añadió.- Para tu información, mi querido amigo, las criaturas negras son lo que se<br />

conocen como “devoradores de criaturas”. Como supusiste, te estaban engullendo. Pero lo peor no es<br />

eso. La criatura roja era nada más y nada menos que un “replicador de criaturas”. Al meterse dentro de<br />

tu cuerpo hizo copia de todas tus cualidades y ahora es capaz de convertir a una persona normal en una<br />

criatura hiperactivo, con la capacidad de correr a velocidades de vértigo y teletransportarse.<br />

- De ahí salieron esos dos- señaló Hwan. El santón asintió con la cabeza.<br />

- ¿Y qué podemos hacer?- Preguntó Cadia.<br />

- Mi querida Leo. Sólo nos queda una opción. Tenemos que destruir como sea ese replicador.<br />

Así se quedarán sin la información sobre cómo componer a una criatura hiperactivo.<br />

- ¿Y cómo se puede destruir a una criatura? Me dijeron que cortándome la cabeza no me<br />

matarían.- Replicó el argentino.<br />

- Eso es fácil- contestó el brasileño-, quizás cortándote la cabeza una vez no sea suficiente.<br />

Pero sí si se hace seis, o siete, o mil veces. Las criaturas, y también aquellas personas que se han<br />

nanotransformado completamente, no es que sean inmortales. Pueden vivir más de mil años, y de dos<br />

mil, pero su poder tiene un límite. Las partículas de nanomateria están unidas por un nivel de energía.<br />

Si desintegrándolos, o electrocutándolos, o cortándolos en cachitos, o con cualquier acción se agota<br />

esa energía, en ese caso morirán y se convertirán en cobre.- El niño hiperactivo puso cara de no<br />

comprender.- Cobre es el argot con el que se conoce a la nanomateria en la ciudad exterior.<br />

- Pero sigo sin comprender- prosiguió el niño hiperactivo.- Si son de nanomateria, ¿por qué no<br />

crean criaturas en vez de copiarlas?<br />

- Si resultara tan fácil- dijo Carlinho.- Los cabalistas pueden crear criaturas. De hecho, los<br />

replicadores de criaturas son obra suya. Pero eso es lo más a lo que pueden llegar. Pueden dar vida a<br />

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un gólem que únicamente golpea y destruye, pueden crear líquidos amorfos que fagocitan cobre. Pero<br />

de ahí a crear una criatura con conciencia de sí misma y que se pueda teletransportar… es demasiado<br />

complicado. Al menos con el código que ellos hasta la fecha manejan. Quizás dentro de cien años sean<br />

capaces, pero de momento sólo es un sueño. Las criaturas, en general, surgen porque sí. Si alguien<br />

quisiera convertirse en dragón es posible que acabe transformándose en una rata. Nadie puede predecir<br />

en qué se terminará convirtiendo. Sólo los metamorfos pueden controlar estos resultados, pero ellos no<br />

se transforman en criaturas. La única opción que queda es la reproducción, copiarlas. Y existen tres<br />

modos de hacerlo. El primero es el más habitual: si alguien admira a una criatura y está todo el día con<br />

ella, puede convertirse en eso. Pero no es tu caso. Fuiste estrella <strong>del</strong> Poids con muchos admiradores y<br />

no hay otro como tú, ¿no es cierto?- Ambos asintieron.- Después está la manera de ciertas criaturas<br />

como las lolitas que al infringir dolor invaden el cuerpo de otra persona. Pero tampoco podemos<br />

aplicártelo. Si hubiera sido así te habrían metido un “condicionador mental”. En otras palabras, te<br />

hubieran obligado a pensar como ellos, y a ayudarles, y estarías escondiéndote por los callejones<br />

esperando a jóvenes incautos para convertirlos en lo que eres. Y la tercera es la opción <strong>del</strong> replicador,<br />

que al final es la que han utilizado. Por lo tanto, como he dicho, sólo podemos hacer una cosa.<br />

Tenemos que destruir ese replicador.- Ya no parecía un santón, ahora era todo un general. Miró a<br />

Hwan, después al niño hiperactivo, y prosiguió- Tú- dirigiéndose al niño-, vendrás con nosotros.<br />

Hwan, encárgate de buscar ropas suficientemente gruesas para que no se le note el tembleque. Venga,<br />

daros prisa. Tenemos que hablar con mucha gente.<br />

Carlinho dobló la silla de cuero y comenzó a andar con ella bajo el brazo. El niño hiperactivo<br />

fue tras él, hacía tiempo que no se le veía tan animado. Y Hwan se fue a hacer su recado. Por su parte,<br />

Cadia se quedó anonadada. No le habían dicho nada cuando ella había sido la que había destapado el<br />

peligro.<br />

- ¿Y yo?- Preguntó con un tono algo lastimero.<br />

- Por ahora es mejor que no intervengas, puede ser peligroso.- Replicó Carlinho. Y añadió- Si<br />

te necesitamos ya te avisaremos. Ah, y mantén los ojos abiertos.- Eso fue todo, ni una explicación, ni<br />

una felicitación, tras lo cual el santón desapareció entre las sombras.<br />

No pudo decir que aquello no le molestara, que no se sintiera abatida. La habían apartado. Ya no sólo<br />

habían sido aquellos niñatos de la Academia, ahora se trataba de seres hechos y derechos, verdaderos<br />

adalides <strong>del</strong> Mínimomundo en cuyas manos se encontraba el destino de los dos universos. Durante<br />

días sintió una mezcla de tristeza, frustración y mal humor. Hacía las cosas a desgana. Se comportaba<br />

y se relacionaba con desgana. “Mantén los ojos abiertos, mantén los ojos abiertos”. Parecía que eso<br />

era lo único que sabía hacer. Si no hubiera mantenido los ojos abiertos quizás el niño hiperactivo se<br />

hubiera volatilizado sin nadie que le hubiera ayudado cuando estuvo en apuros. Y ahora que ella había<br />

cumplido su parte, el argentino andaba con el rey de los vagabundos dándoselas de superhéroe y de<br />

salvador <strong>del</strong> Mínimomundo.<br />

A los pocos días se enteró de una buena nueva. Uno de sus compañeros vagabundos vino con<br />

la noticia de la convocatoria de unas pruebas para entrar en una congregación de metamorfos. Eso la<br />

distrajo de sus preocupaciones durante unos instantes. Sobre todo porque un chico de las azoteas de<br />

alrededor, un hindú de diecisiete años, la animó diciendo que nadie sabía imitar a las criaturas como<br />

ella y que eso sería visto con buenos ojos por los calificadores. Cadia lo meditó. Nunca había probado<br />

con la profesión de metamorfo, quizás fuera una buena idea. Por otra parte, aquel chico le gustaba. Era<br />

guapo, no como aquellas estrellas de cine que vio en los rodajes, pero lo suficiente. Era amable, atento,<br />

pensaba que tierno, algo despistado y parecía interesarse por ella. Decidió que por el momento dejaría<br />

los asuntos de la defensa de la Tierra a Oliver y a Carlinho que para eso era el general. Se entrenó<br />

duramente. Aquel chico, que se llamaba Mahadhrata, la ayudó. Pronto se convirtió en una experta en<br />

imitar a todas las criaturas diabólicas que utilizaban los oradores y sus aliados. Las lolitas eran su<br />

especialidad. Después estaban los “metaleros”, a los que se podía distinguir fácilmente por la cantidad<br />

de piercings y aros que llevaban clavados. Eran capaces de atraer el metal y algunos podían convertir<br />

sus extremidades en cuchillas. Cadia no podía atraer el metal, pero sí hacer aparecer sus dedos como<br />

tijeras. Los “puercoespines”, que parecían humanos pero con toda la espalda llena de espinas que<br />

podían lanzar a placer. Los “bífidos”, sin brazos ni piernas, pero sigilosos y muy peligrosos puesto que<br />

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como las boas eran capaces de estrangular a sus víctimas en un tremendo abrazo. Cadia era capaz de<br />

imitar hasta el silbido. Los “murciélagos” voladores, los “lacayos” que eran capaces de cargar grandes<br />

pesos, los “hombres mosca” que tenían seis patas cientos de ojos y podían andar por las paredes,… Y<br />

por último una criatura un tanto desconocida hasta ese momento por la mayoría: los “hiperactivos”.<br />

No era capaz de correr o de teletransportarse como ellos, pero sí de emular su nerviosismo perpetuo.<br />

Mahadhrata aplaudía ante sus demostraciones. Todos sus compañeros vagabundos de azotea<br />

aplaudían. Se preguntaban cómo Leocadia todavía no había tratado de entrar en una congregación de<br />

metamorfos, pues estaba claro que tenía un don. Y llegó el día. Cadia estaba nerviosa. Había llegado<br />

de las primeras ante las puertas de la congregación; por fin iba a demostrar que era capaz de hacer algo<br />

de provecho. Y Mahadhrata así lo creía. Al menos así se lo iba diciendo entusiasmado a una chica<br />

morena que venía con él por la calle: que si Cadia era un portento, que ella si quería podría penetrar en<br />

la fortaleza de los “Zuavos” (otra de las tribus aliadas de los oradores, caracterizada por el empleo de<br />

criaturas) sin que nadie la descubriera, que algún día incluso podría llegar a transformarse en dragón,<br />

etc. Pero la cuestión era que él y aquella muchacha iban abrazados y que de vez en cuando se besaban.<br />

A la pequeña Leo se le vino el mundo encima, y todas las inseguridades afloraron súbitamente. Veía el<br />

ambiente de la calle, repleto de puestos donde los vendedores anunciaban sus productos, detrás y<br />

<strong>del</strong>ante suya una fila de al menos cincuenta aspirantes como ella para entrar en aquella congregación,<br />

y al fondo Mahadhrata con su pareja. Vio ante sus ojos su vida pasar, todos los que la habían<br />

rechazado, importunado, burlado de ella, los que la habían echado de sus respectivos grupos, los años<br />

que llevaba en el mundo exterior sin conseguir nada. Y de repente lo vio claro: no iba a lograrlo.<br />

Desmoronada, se marchó sin que nadie se diera cuenta. Regresó a la azotea, junto a su<br />

escondrijo. Allí pensó que quizá podría abrir el escondrijo, meterse dentro y después cerrarlo. Pronto<br />

el oxígeno se consumiría, se asfixiaría. Pero no moriría. Un sintonizador no puede morir de esa forma.<br />

Antes la nanomateria invadiría su cuerpo y se convertiría en criatura. Recordó durante unos instantes<br />

todos los cuentos que le narraron en su infancia, y se preguntó sobre la criatura que pasaría a ser: un<br />

hada, un gnomo, un hipogrifo, un troll, un taimado trasgo,… Eso le daba lo mismo. Como la inmensa<br />

mayoría de las criaturas no tendría conciencia de sí misma. Es más, ni siquiera recordaría que una vez<br />

había sido humana. En ésas estaba cuando una voz sonó en las cercanías, una voz que la sacó de su<br />

ensimismamiento y de las terribles cavilaciones que la embargaban.<br />

- ¡Saskia! ¡Saskia!- Leocadia miró por uno de los callejones, y en el fondo descubrió una<br />

figura rubia y vestida de color verde apagado que la llamaba.<br />

- ¿Qué es lo que querrá ahora esta princesita?- Se dijo para sí reconociendo a Sandra. Ni<br />

siquiera se preguntó por qué de entre todas las partes de la ciudad exterior la suiza le estaba buscando<br />

precisamente por aquella- Eh, ¿me buscabas? Sube por esa tubería, hay escalones disimulados en la<br />

pared.<br />

Sandra miró por todas partes y Cadia tuvo que agitar la tubería para que ésta la viera. Aquellas<br />

tuberías eran la manera que los vagabundos tenían para acceder desde el nivel <strong>del</strong> suelo hasta las<br />

cubiertas. Se suponía que era un medio fácil y cómodo, pensado para que los vagabundos ascendieran<br />

cargando paquetes y vasijas con agua. No obstante, a la suiza le costó indecibles esfuerzos subir,<br />

apenas atinaba a saber dónde se encontraban los escalones.<br />

- Menuda torpe estás hecha.- Cadia estaba malhumorada, pero no precisamente por la visita de<br />

la “princesita”. Sólo que estaba pagando los platos rotos con ella.- ¿Y bien? ¿A qué has venido?- Le<br />

dijo una vez ésta llegó a la cubierta. La pobre no alcanzaba a decir palabra, resollaba <strong>del</strong> esfuerzo.<br />

- ¿Por qué me tratas tan mal?- Dijo Sandra cuando recobró el aliento.<br />

- ¿Y por qué no? ¿Es que acaso has venido a firmar la paz?<br />

- ¿Qué paz? ¿De qué demonios hablas?- Sólo entonces Cadia comprendió que se estaba<br />

pasando.<br />

- Está bien, ¿qué es lo que quieres?<br />

- Queríamos pedirte perdón. No nos portamos muy bien. No intentamos comprenderte y…-<br />

Leocadia puso los ojos en blanco, miró para arriba y suspiró.<br />

- Mira, déjalo correr. Acepto las disculpas y te agradezco que hayas venido hasta aquí. Pero<br />

pertenecemos a mundos distintos. Vosotros sois alumnos, yo únicamente una vagabunda. Aparte que<br />

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tengo tres años más que vosotros.- Y añadió- Tengo muchas cosas que hacer, hay que ganarse el<br />

sustento. Te lo agradezco pero tienes que irte…<br />

- Espera. También quería hablarte sobre otro asunto. No sabía dónde encontrarte, fue el niño<br />

hiperactivo quien me lo dijo.- Aquellas palabras informaron a Cadia que quizás la visita de Sandra<br />

tuviera más importancia de la que pensó en un principio.<br />

- ¿Qué niño hiperactivo?- La suiza puso cara de extrañeza, y Cadia enseguida supo que se<br />

trataba <strong>del</strong> falso, <strong>del</strong> espía en la Academia, puesto que si no la joven sabría que había más de uno. La<br />

pregunta era ahora, ¿cómo sabían dónde ella residía?- Está bien, sigue.<br />

- Verás. ¿Echas de menos a tus padres? ¿Querrías regresar a la Tierra?<br />

- Sí, por supuesto. Pero no puedo. No podemos.<br />

- Ése es el caso. Hay una manera.- Cadia cada vez estaba más intrigada.- La razón es que,<br />

¿cómo detectan que hemos comido alimentos producidos en el Mínimomundo? La comida de los<br />

comedores debe ser especial para que puedan hacerlo. ¿Y de dónde traen esa comida? No la producen<br />

en este universo. No tienen huertos, ni granjas. La traen de la Tierra. ¿Por dónde?<br />

- Por los trenes, está claro.<br />

- No, no es así. Los trenes se desplazan muy pocas veces. Una vez cada tres meses para traer a<br />

los nuevos alumnos. Después están las cenas de reunión. La mayoría en navidad. Hay otras culturas<br />

que tienen fechas diferentes, incluso hay algunas que sus calendarios son lunares y el día varía a lo<br />

largo <strong>del</strong> año. Pero aún así son muy pocas veces las que el tren se pone en funcionamiento y muchas<br />

las bocas que alimentar. Debe haber otro medio- Sandra la miró a los ojos.- Hay otro túnel entre los<br />

dos universos, un túnel más pequeño pero que podría transportar a unas pocas personas. Se encuentra<br />

oculto en el comedor central. Lo he comprobado por mí misma. Bueno, no he entrado. Pero he visto<br />

cómo desde allí llevan a diario alimentos a los <strong>del</strong> este y oeste.- Hizo una pausa para comprobar la<br />

expresión de Cadia y prosiguió- Estamos organizando una partida para atravesar esas puertas. No nos<br />

quedaremos aquí, dentro de poco volveremos a ver el sol. Por eso he venido, quiero que vengas con<br />

nosotros.<br />

Leocadia estaba sorprendida. Nunca se hubiera esperado esas confabulaciones de alguien con<br />

un aspecto tan <strong>del</strong>icado. Pero por eso mismo la impresión que se le quedó fue más fuerte. Durante<br />

unos instantes algo en su interior visualizó la posibilidad de ver de nuevo la luz <strong>del</strong> sol, de la Luna, de<br />

las estrellas. Sentir la brisa <strong>del</strong> océano, el viento rasposo <strong>del</strong> desierto, montar a caballo, en un camello<br />

o en un dromedario. Volver a contemplar las proezas de su padre cuando actuaba de especialista.<br />

Por otro lado, estaban sus convicciones, todo lo que le habían inculcado desde que llegó al<br />

Mínimomundo. Los sintonizadores podían ser demasiado peligrosos, tenían demasiado poder. Ella<br />

misma podría hacer daño a un humano normal sin que se lo propusiera si éste la molestara o incluso<br />

sin que hiciera falta. A veces se había sentido tentada por esa posibilidad pero la mayor parte <strong>del</strong><br />

tiempo evitaba pensar de aquella manera. Era en el fondo una buena persona. Y en principio fueron<br />

estas convicciones las que prevalecieron.<br />

- No sabes lo que dices. ¿Cómo hablas de regresar? ¿Sabes el peligro al que expondríamos a<br />

todos aquellos a los que queremos? Mira, si yo tuviera tus cualidades… Sabes tocar muchos<br />

instrumentos y puedes manejar el cobre con ellos. Si quisieras yo te podría contar acerca de muchos<br />

gremios de músicos en los que podrías ingresar.<br />

- Ya estamos. No haces más que repetir lo que todos en la Academia dicen. Nunca quise ser<br />

sintonizadora, nunca quise tener estas habilidades. Sólo quiero regresar a mi casa y ser una persona<br />

normal.<br />

Cadia asintió, la parte de ella que quería regresar fue más fuerte esta vez. Pero aún la otra se<br />

resistía.<br />

- Eso puede pasar contigo, o conmigo. Podemos intentar comportarnos como una persona<br />

normal. Pero, ¿y los otros? ¿Con quién has contactado? ¿Quién te ha dado toda esa información acerca<br />

<strong>del</strong> túnel?- Y aún más- ¿Quién fue aquella persona que en el tren te dijo que eras una paria?<br />

- No te lo puedo decir. Lo único es que ellos piensan como yo. No van a invadir la Tierra ni<br />

nada por el estilo. Eso es lo único que te puedo asegurar.- Suspiró y añadió- Únicamente he venido<br />

para ver si querías participar. Pero veo que no.<br />

92


Sandra se dirigió a la tubería. En ese momento, no supo bien la razón, un escalofrío recorrió la<br />

espalda de Cadia, y una parte de su ser le dijo que no debía perder esa oportunidad.<br />

- ¡Espera! De acuerdo, lo haré, seré parte de vosotros.<br />

Sandra asintió con una leve sonrisa. “Vendré de vez en cuando para informarte”, dijo, tras lo<br />

cual se marchó.<br />

No pasó mucho tiempo para que Cadia se arrepintiera: “¿Qué he hecho?” Se había traicionado a sí<br />

misma por una breve caída, por una perentoria tentación. Sin comerlo ni beberlo había entrado sin más<br />

en una de las muchas conspiraciones cuyo objetivo era romper la seguridad <strong>del</strong> Mínimomundo. Se<br />

sentía sucia, y culpable. Y la única manera de expiarse era contárselo todo a Carlinho. Éste le dijo que<br />

tenía que mantener los ojos bien abiertos, y lo había hecho.<br />

Tardó varias horas esta vez en encontrarle. El santón y su comitiva se encontraban<br />

prácticamente en el extremo de la ciudad exterior. Más allá se podía adivinar el vacío y el desierto.<br />

Como siempre una muchedumbre se apelotonaba a su alrededor. Trató de internarse en la misma y<br />

más o menos a la mitad <strong>del</strong> camino alguien le agarró <strong>del</strong> brazo. Se trataba de Hwan.<br />

- ¿Qué haces aquí?<br />

- Tengo que contarle algo a Carlinho, me dijo que mantuviera los ojos abiertos.<br />

- No puedes, te están vigilando.- Leocadia puso cara de sorpresa, ¿cómo?- Es muy sencillo.<br />

Cuando practicabas para la prueba de esta mañana de metamorfo. Por cierto, ¿por qué no te has<br />

presentado? Sin duda eras la que tenías más posibilidades. Aunque bien pensado, si hubieras hecho<br />

aquella imitación de “hiperactivo” no te hubieran cogido de todas formas. Se habrían quedado<br />

aterrorizados. No sé si lo sabes: “ellos” están tratando de mantener a esta nueva criatura en secreto,<br />

llamaste su atención en los entrenamientos y si no han acabado contigo es porque hay algo que les<br />

interesa de ti. ¿Qué es? ¿A qué has venido?- Cadia le contó lo que había ocurrido horas antes, la<br />

proposición y que ella en un momento de debilidad había aceptado.- Entiendo, no te culpes. Si no<br />

hubiera sido por esa “breve caída” ahora mismo estarías muerta. Vete, antes de que sospechen más de<br />

ti. Sígueles la corriente, esa es tu instrucción ahora mismo. Y si te enteras de algo nuevo, no vengas a<br />

nosotros, comunícaselo a los comerciantes de bastones.<br />

Cadia no entendió lo último, pero antes de que pudiera pedir explicaciones Hwan desapareció.<br />

Abandonó el corro y regresó a su azotea. Pero en vez de hacerlo por las cubiertas lo hizo por las calles.<br />

En algunos momentos visualizó una sombra fugaz a su espalda. Como Hwan le había dicho alguien la<br />

seguía, un hiperactivo. Por otra parte, hasta ese momento no se había fijado en los puestos que vendían<br />

bastones. Eran muy pocos, pero teniendo en cuenta que apenas casi nadie usaba bastón en ese<br />

universo, era relativamente fácil encontrarlos en las calles.<br />

Las cartas estaban echadas sobre la mesa. Espías hiperactivos, confabulaciones, comerciantes<br />

que en verdad eran informadores, un general, peligros de invasión por un lado, tácticas defensivas por<br />

el otro. Se olía el enfrentamiento, hasta el ambiente se notaba enrarecido. Quizás Cadia fue de las que<br />

más lo sufrió. Sus antiguos compañeros de azotea se apartaron de ella, la rehuían, incluso Mahadhrata.<br />

Y aunque sabía que el chico tenía novia, le hubiera gustado sentirse como cuando la apoyaba para<br />

aprobar aquel test de metamorfo.<br />

Durante semanas la vida de Cadia transcurrió monótona y solitaria. Tampoco resultó muy<br />

dura. Los miembros de la congregación sobre la que dormía no se atrevían ni a designarle tareas, así<br />

de cargados eran los rumores sobre ella. El único contacto humano que mantenía era con Sandra, no<br />

obstante, al contrario de lo que es de suponer, la suiza no le comentó nada sobre los planes acerca <strong>del</strong><br />

túnel. Más bien acudía a ella para desahogarse, para contarle sus penurias: había vuelto a practicar con<br />

los instrumentos, Midori cada vez estaba más apartada, siempre con aquel perro suyo, no se llevaba<br />

bien ni con Sofía ni con Laura que habían hecho amistades aparte, Oliver, Hajime y John Derek<br />

estaban obsesionados con el Poids,… pero sobre todo Sandra hablaba sobre aquella terrible imagen<br />

que no se le iba de la cabeza: la imagen de Aisa descomponiéndose en cobre. Estaba traumatizada,<br />

tenía pesadillas con eso. “¿Cómo pueden suceder este tipo de cosas?”, se preguntaba, más bien se<br />

exasperaba. Poco a poco Cadia fue contemplando una transformación en la muchacha preocupante de<br />

veras. Como aquellos que temen a la oscuridad y a los fantasmas tanto que acaban obsesionándose con<br />

esos mundos y se visten de negro, Sandra hizo lo propio con el cobre. Iba con un vestido<br />

93


confeccionado en parte con hilos de cobre, llevaba toda clase de amuletos, zarcillos en las orejas,<br />

pulseras y demás de cobre, incluso acabó tiñéndose el pelo de un color naranja oscuro. La madrileña<br />

no podía estar menos que sorprendida y atemorizada hacia donde iba a desembocar aquello.<br />

En cualquier caso, había algo en la actitud de la muchacha que Cadia no alcanzaba a<br />

vislumbrar. Aparte <strong>del</strong> cambio de estilo de la suiza, ante los ojos de Cadia ésta seguía igual de ingenua<br />

que antes. Sí, se había metido en una conspiración, pero por otro lado no tenía ni idea de que en esos<br />

momentos un hiperactivo estaba atento a sus conversaciones, así como que había varios de ellos aparte<br />

<strong>del</strong> que se encontraba en la Academia pululando por la ciudad exterior. No sabía nada de tribus, de sus<br />

distintos fines, ni de sus líderes. No estaba al corriente de ninguno de los movimientos de los distintos<br />

bandos, de ninguno de los preludios a la tormenta que se avecinaba. De acuerdo, conocía la existencia<br />

<strong>del</strong> túnel, pero por lo demás estaba completamente desinformada. Y Cadia se preguntaba por qué. O<br />

bien era una magnífica actriz y se hacía la tonta, o bien había alguien detrás que se aprovechaba de su<br />

extremada candidez para sus fines. En todo caso, el que existiesen chivos expiatorios como aquella<br />

niña, dispuesta a todo por una esperanza vana como la de regresar a la Tierra, le informaba que se<br />

estaba cociendo una guerra en ciernes.<br />

94


15. Un día ajetreado.<br />

Estaba profundamente dormida. Tanto que tuvo que ser una de las vagabundas, que en teoría la<br />

rehuían, quien la despertase. Era escandalosamente temprano. Apenas las siete de la mañana, media<br />

hora después de finalizado el horario nocturno. Sandra estaba asomada tras el pretil de la azotea, lo<br />

cual quería decir que por fin había aprendido a subir por la tubería, y la estaba llamando.<br />

- Hoy es el cumpleaños de Oliver,- le dijo- y vamos a un lugar especial para celebrarlo.- Cadia<br />

todavía tenía los ojos legañosos medio cerrados.<br />

- ¿Cuántos cumple?<br />

- Trece.<br />

Principios de mayo. En otro universo, en su ciudad natal, sería primavera. Los parques estarían<br />

floridos y una multitud de personas pasearía por sus veredas y avenidas. Pero no a aquella hora.<br />

- ¿Por qué tan temprano?<br />

- Es una sorpresa.- Cadia miró por el pretil abajo y descubrió a Oliver que la saludó, y al niño<br />

hiperactivo, supuso que el falso, ambos vestidos con uniformes de la Academia. Del resto no había ni<br />

rastro pero era posible que estuvieran en otra calle esperándoles.<br />

- De acuerdo. Voy a vestirme y voy.<br />

Le alegraba ver a Oliver de nuevo. Admiraba a aquel chico que a pesar de que ser tan joven<br />

contaba con una enorme madurez y determinación y con una capacidad de sintonización que pocas<br />

veces había visto, y estas ocasiones tan solo en gente mucho mayor. Sobre el niño hiperactivo… en<br />

fin, tendría que disimular que conocía su secreto, incluso aunque la saludara tan efusivamente, con un<br />

beso en cada mejilla y un fuerte apretón de manos, cosa que nunca hubiera hecho el verdadero.<br />

Dejaron aquella calle y desembocaron en una vía más importante con los puestos todavía<br />

cerrados. En la ciudad exterior, aunque no fuera necesario, también se regían por el horario nocturno<br />

de la Academia.<br />

- ¿Y el resto <strong>del</strong> grupo?- Preguntó Cadia, que había esperado encontrarlos allí. Sandra le miró<br />

sin comprender y entonces la madrileña entendió. Y una nube negra se posó sobre su cabeza.<br />

Solamente iban ellos cuatro: el falso niño hiperactivo, Sandra que era el chivo expiatorio, ella misma<br />

que había dicho sí a pertenecer a la conspiración, y Oliver. ¿Era posible que Oliver también se hubiera<br />

unido a aquel descabellado plan? No, no podía ser. Oliver era el buen chico, el que siempre hacía las<br />

cosas como era debido. Pero también había confesado varias veces que su mayor objetivo era regresar<br />

a la Tierra. ¿Y si hubiera cometido alguna infracción en los preceptos? Quizás, como Sandra, creyera<br />

que esa era su única oportunidad.<br />

La duda le corroía. El francés charlaba amigablemente con ella, como si nunca hubiera habido<br />

tiranteces en el pasado. No obstante, por mucho que lo intentó no pudo discernir detalle alguno en su<br />

expresión o en su manera de comportarse que denotara a qué bando pertenecía. En cualquier caso,<br />

pronto tuvo otras cosas en las que pensar.<br />

Era el niño hiperactivo quien iba al frente de aquella miniatura de expedición. Él era quien<br />

decía qué camino había que tomar. Pronto estuvieron en una zona que Cadia no conocía, al menos<br />

desde el nivel <strong>del</strong> suelo. Tomaron un pasadizo subterráneo y llegaron a un espacio más amplio <strong>del</strong><br />

habitual en el mundo exterior: un espacio de unos trescientos metros de largo, seis de ancho y cuarenta<br />

de altura, de paredes rojizas y perfectamente lisas. Aparte, hacia la mitad, en uno de los laterales, se<br />

abría una especie de fisura vertical de unos ochenta centímetros de ancho. Cadia no tuvo que<br />

esforzarse mucho para reconocer en aquel sitio la descripción que hizo Rafael cuando recobró el<br />

conocimiento.<br />

- No deberíamos entrar ahí- dijo atemorizada.<br />

- ¿Por qué no?- Replicó el falso niño con sorna.<br />

- No me gusta ese lugar. Me da escalofríos.<br />

- Pues precisamente ahí es a dónde vamos. Yo voy a entrar.- Dijo Sandra, y junto con el falso<br />

niño se fue.<br />

Oliver, ante aquello, le tendió la mano: “Venga, será divertido”.<br />

- No, prefiero quedarme aquí.- El francés se encogió de hombros y siguió a los otros dos.<br />

Cadia se quedó en la entrada mirando cómo se alejaban.<br />

95


- ¿Me disculpa?- Dijo una mujer de unos treinta. Sin darse cuenta la madrileña estaba<br />

bloqueando el paso. Se apartó rápidamente y la mujer penetró en el templo. Tras ella iban dos<br />

hombres. Tanto la mujer como los hombres vestían con ropas normales, de lino y algodón, de colores<br />

primarios, y que en principio no permitían saber si se adscribían a una tribu o no. Echó una ojeada y<br />

descubrió a otros como ellos en el interior <strong>del</strong> templo. Desde luego, el lugar no se encontraba como<br />

cuando el niño hiperactivo acudió, completamente solitario.<br />

Hizo de tripas corazón y se atrevió a pisar el suelo rojizo. La afluencia de gente crecía por<br />

momentos, como si fuese una costumbre acudir allí antes de empezar la jornada. Otra diferencia con la<br />

descripción <strong>del</strong> argentino era que en la pared lisa de la calle más ancha se abrían a diferentes alturas<br />

como aberturas rectangulares de diferentes tamaños, todas de mayor altura que una persona. Y como<br />

en el callejón más estrecho sólo tenía que querer asomarse y de repente, sin esfuerzo alguno, flotaba<br />

hasta allí. Las aberturas profundizaban varios metros conformando salas y dentro se aglutinaban<br />

grupos de personas de todas las edades, razas, culturas y credos que conversaban entre ellas. El tema<br />

era siempre el mismo: el Hombre de cobre. En unos grupos se discutía sobre la veracidad de su<br />

existencia, en otros sobre la credibilidad de los testimonios que se tenían sobre ese ser, y en los más,<br />

admitiendo que existía en verdad, acerca de su origen y de lo que era. Su existencia y su esencia<br />

realmente eran un misterio. Unos argumentaban que se trataba de la primera criatura, otros en cambio<br />

que si toda criatura surge de la transformación de un huésped humano, el Hombre de cobre era el<br />

único ser que había aparecido sin más, otros que se trataba de un espíritu de otra dimensión que se<br />

expresaba a través de la nanomateria, y los últimos ideaban que el Hombre de cobre había surgido<br />

como consecuencia de la existencia de una conciencia colectiva que contenía a todos los<br />

sintonizadores. No obstante, todos coincidían en que no podían estar seguros y por tanto su origen<br />

seguía siendo un misterio.<br />

Cadia penetró en el callejón y allí encontró a sus compañeros. Fue hasta ellos. Los tres estaban<br />

contemplando en la pared los diferentes testimonios que se tenían sobre el Hombre de cobre. Más bien<br />

en verdad era Oliver el único que atendía a los grabados animados sobre la pared, con los ojos muy<br />

abiertos y sin perderse detalle alguno. La forma <strong>del</strong> Hombre de Cobre difería de unas historias a otras.<br />

Corto y achaparrado en unas, alargado con la altura de dos hombres en otras. Unas historias narraban<br />

únicamente que alguna vez se le había visto deambulando entre las azoteas, otras eran más complejas<br />

y contaban cómo en un enfrentamiento entre dos tribus el Hombre de cobre había acudido para mediar<br />

la paz. A Cadia le gustó especialmente una que trataba sobre una pareja de amantes. Ambos<br />

pertenecían a un gremio de guerreros, no se metían en las luchas entre las tribus, pero siempre quedaba<br />

alguna que temía y recelaba de su presencia. Cierto día él fue capturado por los zuavos, y ella, ni corta<br />

ni perezosa, acudió a salvarle. Pero llegó tarde. Los zuavos le habían convertido en criatura, en un<br />

bífido, y le habían impuesto un condicionador mental. Ella huyó aterrorizada perseguida por el bífido<br />

hasta que éste finalmente consiguió acorralarla en aquel templo. La mujer lloró e imploró a la criatura<br />

porque le permitiese vivir, intentó hacerle recordar que una vez fue humano, y que rememorara todos<br />

los momentos que habían pasado juntos. Pero el bífido siguió acercándose lentamente. Finalmente, la<br />

mujer, resignada a su final, le dijo que aún estando bajo aquella forma le amaba. De repente al decir<br />

aquello algo sucedió, un resplandor intenso envolvió a la criatura. La mujer tuvo que desviar la mirada<br />

y cuando volvió a mirar descubrió a su amado en el suelo. De nuevo era humano, estaba desnudo,<br />

inconsciente. De carne y hueso, nada de nanomateria. Cuando despertó no recordaba nada, ni siquiera<br />

sabía cómo había llegado hasta allí, y ella le abrazó con los ojos envueltos en lágrimas. La historia<br />

terminó con una imagen en la cual se veía cómo ambos años más tarde tuvieron un hijo.<br />

- ¡Qué hermoso!- Expresó Cadia.<br />

- Es imposible.- En cambio dijo Oliver. Cadia le miró extrañada.- Si alguien se convierte en<br />

criatura, no puede volver a ser de carne y hueso. No se puede volver a componer materia orgánica y<br />

viva cuando ya se es cobre. No, no me lo creo.<br />

Leocadia bajó los ojos. Sabía que Oliver tenía razón pero ojalá que pudieran darse historias<br />

como ésa en el Mínimomundo. Sandra, por su parte, no dijo nada. Se notaba que estaba aburrida y<br />

bostezaba de vez en cuando. Ante aquel desinterés Leo no podía dejar de preguntarse acerca de por<br />

qué Sandra se había empeñado en ir a aquel lugar. Aunque pronto tuvo otras cosas en las que pensar<br />

cuando notó que el falso niño hiperactivo estaba nervioso, más de lo habitual si se tenía en cuenta su<br />

96


naturaleza, como si esperase a alguien. Para Cadia aquel comportamiento resultaba sospechoso. Tan<br />

ensimismada estaba observándole que no se percató hasta unos segundos más tarde que Oliver había<br />

ascendido hasta un fragmento de pared que parecía vacío. Le siguió y en ese instante una serie de<br />

imágenes comenzaron a cobrar vida. No era una historia como las demás. Por una vez el testimonio<br />

había tenido lugar en la Tierra. El sol comenzaba a ascender por el horizonte sobre una urbanización<br />

de casas con césped, cuidados jardines y árboles de gran porte. De repente, una explosión, una nube de<br />

humo que ascendía desde uno de los bordes de la urbanización. La multitud que se arremolinaba<br />

alrededor. Los bomberos y las ambulancias que acudían. Una segunda explosión y súbitamente, de<br />

entre las ruinas, apareció una figura, la <strong>del</strong> Hombre de cobre. Sorprendentemente vívida,<br />

sorprendentemente real. Ni punto de comparación con el resto de las historias donde el Hombre de<br />

cobre parecía haber sido dibujado con tiza. Cadia miró a su alrededor, y descubrió que no estaban<br />

solamente ellos cuatro, sino que varias personas se les habían unido a pesar <strong>del</strong> poco espacio,<br />

sobrecogidos, sin atreverse a decir palabra, y finalmente gritando de sorpresa cuando aquel ser alzó los<br />

brazos y desapareció.<br />

- Bah, no es más que otra historia.- Dijo Sandra intentando quitarle importancia ante la<br />

expectación que había ocasionado.<br />

- No es otra simple historia, es mi testimonio.- Dijo Oliver, y cada cual comenzó a murmurar.<br />

- Disculpa.- Expresó alguien entre los que les rodeaban. Se trataba de un hombre bajo,<br />

<strong>del</strong>gado, de piel morena y con una barba negra, espesa y larga.- A mis compañeros y a mí nos interesa<br />

mucho tu testimonio, y si no te importa nos gustaría hacerte unas preguntas.<br />

El francés dijo que no le importaba y siguió al hombre hasta una de aquellas aberturas<br />

rectangulares en las paredes de la calle ancha. Allí comenzaron a interrogarle, aunque pronto perdieron<br />

el interés cuando se enteraron de que no se trataba de que Oliver hubiera visto eso en persona, sino que<br />

había sido un sueño. De repente aquel testimonio perdió validez sin siquiera pararse a pensar que<br />

aquel sueño se hubiera repetido casi cada noche en una persona que por entonces ni siquiera sabía lo<br />

que era la nanomateria o el Hombre de cobre.<br />

No obstante, sí hubo alguien a quien no le importó ese detalle.<br />

- Yo tengo una pregunta.- Se escuchó desde la entrada de la sala. Cuando se volvieron para ver<br />

quien había dicho aquello todos sin excepción se quedaron petrificados. Aquella voz era la de Fretum<br />

Davis. Extremadamente alto, <strong>del</strong>gado, vestido con una capa negra que ocultaba una serie de ropajes<br />

raídos de tonos grises claros, la piel blanca como la leche, el pelo corto descolorido. Pero lo peor eran<br />

sus ojos, completamente blancos, sin pupila, y a la vez enrojecidos como si habitara perpetuamente en<br />

una atmósfera humeante.- Quiero hacer una pregunta.- Repitió.<br />

Nadie se atrevió a decir nada, completamente estupefactos y atemorizados, hasta que el<br />

hombre que invitó a Oliver, que parecía ser el principal de aquella sala, lo hizo.<br />

- Ade…- tragó saliva, todo su ser temblaba como si fuera un hiperactivo.- A<strong>del</strong>ante, hazla.<br />

- ¿Eres huérfano?- Fretum se a<strong>del</strong>antó dos pasos, todos se apartaron.- ¿Eres huérfano? ¿Vivías<br />

en la Tierra en un orfanato? Contesta.<br />

- No, no contestes.- Nadie podía creerlo, en la entrada había acudido Willyman con su bata<br />

blanca de médico, sus gafas de culo de vaso, su cabello rizado, y su bolígrafo en la mano.- Fretum,<br />

deja a ese chico en paz. Vete de aquí.<br />

- ¿Por qué?- Contestó el orador.- Éste es un lugar neutral. Abierto a quien quiera.<br />

- Por eso mismo, no estoy dispuesto a que perturbes la paz.<br />

- No voy a hacerlo. Por eso vivirás para luchar otro día, si dejas que haga esta pregunta. Tengo<br />

derecho a hacerla, y que él me conteste.<br />

- Me temo que eso es cierto- dijo el principal de la sala.<br />

- De acuerdo. Pero después te marcharás.- Cedió Willyman.<br />

Fretum no contestó a eso. Tan solo se limitó a mirar a Oliver que se encontraba paralizado <strong>del</strong><br />

miedo. No era el único. El sudor corría por las frentes de los presentes. Cadia se sentía incluso a punto<br />

de gritar, no soportaba más aquella tensión y estuvo a punto de responder por el francés. “Sí, lo es”.<br />

Pero antes de que lo hiciera, Fretum alargó el brazo hacia ella y fue como si la lengua se le trabara.<br />

- Que responda él. ¿Viviste en un orfanato? Contesta.<br />

97


- Sí, residí en un orfanato.- De repente todo se relajó, la situación ya no parecía a punto de<br />

estallar, y cuando quisieron darse cuenta Fretum estaba junto a la pared y penetró en ella como si de<br />

un fantasma se tratase. Cuando esto sucedió, todos se fijaron en Willyman. ¿Cómo se había enterado<br />

el subdirector que el orador se encontraba en el templo?<br />

- Bueno, por mi parte creo que no me queda nada más que hacer aquí- dijo como leyendo el<br />

pensamiento de los presentes, aunque antes de marcharse actuó como si se acordase de algo.- Chico,-<br />

dijo refiriéndose a Oliver- antes de que se me olvide, tengo que tratar contigo de una cosa.- Se acercó<br />

al francés, y durante un instante los nervios volvieron a invadir la sala expectantes a que éste<br />

comentara algo sobre el Hombre de cobre. Pero quedaron defraudados.- Toma- el subdirector le tendió<br />

al muchacho un libro.- El director me ha ordenado que te dé esto. El libro de preguntas y respuestas.<br />

Tendría que habértelo devuelto hace mucho tiempo, pero francamente he estado muy liado.<br />

Oliver recibió el libro y se lo metió en un bolsillo sin saber qué decir. Incomprensible, nunca<br />

se hubiera esperado aquello, al menos en aquel sitio. Una vez ocurrió esto, el subdirector se despidió,<br />

y queriendo no ser menos, desapareció por la pared aunque por el lado contrario que lo hizo Fretum.<br />

Todos se quedaron en silencio durante unos instantes, igualmente sin saber qué opinar de lo ocurrido,<br />

hasta que comenzaron a hacerle preguntas a Oliver como si el interés <strong>del</strong> orador hubiera dado validez<br />

al hecho de que su testimonio fuese no más un sueño. Pero el muchacho ya estaba harto de todo<br />

aquello. Tenía los nervios destrozados de todo lo que había sucedido, y excusándose salió al exterior.<br />

- Deberíamos volver a la Residencia. Ya son casi las diez. Tengo hambre, quiero desayunar-<br />

dijo Sandra. Oliver y Cadia estuvieron de acuerdo.<br />

- Un momento, creo que he visto a alguien que conozco- objetó el falso niño.- Esperadme<br />

aquí.<br />

Éste se alejó, y Sandra le siguió, aunque el hiperactivo corría demasiado para que la suiza le<br />

alcanzara. En cualquier caso, era la primera vez que Leocadia y Oliver estaban a solas. Durante toda la<br />

mañana a la chica le había corroído la duda sobre el bando <strong>del</strong> francés. Tenía que preguntárselo, tenía<br />

que averiguarlo. Pero, ¿cómo? ¿Directamente? ¿Y si como Sandra formaba parte de la conspiración?<br />

En ese caso sabrían que ella era una traidora y acabarían con su vida. Pero tenía que arriesgarse, tenía<br />

que saberlo, su cordura dependía de ello.<br />

- Oliver- el muchacho la miró-, no sé si lo sabes, pero ese de ahí no es el niño hiperactivo- el<br />

francés puso cara de no saber a qué se estaba refiriendo.- Es un imitador, un espía, una criatura. Lo sé<br />

porque hace meses me encontré al verdadero niño hiperactivo medio muerto en mi azotea. Lo ayudé a<br />

recuperarse y me lo contó todo. Después se marchó con un amigo y no he vuelto a saber de él.<br />

Créeme, no te estoy mintiendo. Pregúntate esto, ¿por qué desde la tarde que desapareció Pierre el niño<br />

hiperactivo se ha vuelto tan amable y tan bien dispuesto?<br />

En ese instante regresó Sandra, y tras ella el falso niño. Cadia miró a Oliver, en su rostro no se<br />

dejaba translucir si le había creído o no.<br />

- Bien, podemos irnos- dijo el falso niño.- Me equivoqué, no era quien yo pensaba.<br />

Vayámonos.<br />

- Oye, entramos por allí- señaló Sandra. Efectivamente, el falso Rafael se dirigía al extremo<br />

opuesto <strong>del</strong> templo por donde habían llegado.<br />

- No hay mucha diferencia de salir por un lado u otro.- Objetó el hiperactivo.<br />

A esas horas la multitud copaba completamente la superficie <strong>del</strong> templo, y resultaba difícil<br />

andar por él. Sobre todo cuando llegaron a la galería en el extremo. Demasiada gente quería entrar, y<br />

por ello les costaba mucho seguir al hiperactivo. Sandra repetía una y otra vez que aquel no era el<br />

camino. La madrileña, en cambio, no dijo nada. Únicamente sentía que algo estaba a punto de ocurrir.<br />

Y así era, el falso niño les guió por una senda cada vez más oscura y solitaria. Llegó un momento en<br />

que a su alrededor ya no había puestos de comerciantes, y los pocos transeúntes cada vez tenían<br />

aspectos más extraños. Cadia, entonces, miró para atrás, y lo que vio la dejó sin aliento. A una lolita y<br />

a un bífido seguirles. Golpeó en el hombro a Oliver que iba a su lado, pero éste pareció no hacerle<br />

ningún caso.<br />

Finalmente recalaron en un callejón sin salida. Al fondo vieron a dos mujeres. A una de ellas<br />

la reconocieron enseguida, era la vikinga Krüss ataviada con el uniforme de la Bach. La otra iba<br />

completamente de negro y Cadia recordó la descripción que hiciera Rafael: Elvira.<br />

98


- Mi apreciada Sandrita- empezó a hablar la Krüss-, sentimos no haberte informado antes. Hoy<br />

es el día. Antes de lo previsto, lo sé, pero igualmente estamos preparados y tú cumplirás la función<br />

para la que has sido designada.<br />

- Estoy dispuesta- dijo la suiza. Cadia no pudo otra cosa que contemplarla de hito en hito.<br />

- ¿Es ella?- le susurró- ¿Es ella quien te dijo que eras una paria?<br />

Sandra no contestó nada pero su expresión lo dejó claro y Cadia pudo imaginarse la escena. La<br />

cena de reunión. Aunque no hubo ataque en esta ocasión, no había que bajar la guardia. Fue a Sandra a<br />

quien le tocó vigilar a la prefecta y se metió en su vagón. La suiza sin duda se encontraba un poco<br />

fastidiada pues allí no conocía a nadie y se puso a tocar la guitarra y a provocar aquellos espectáculos<br />

de luz. Todos aplaudían, excepto la prefecta. Ésta en cambio puso cara de preocupación y procuró que<br />

Sandra lo notara. Después se acercó lentamente hacia ella y se sentó a su vera. Sandra seguramente se<br />

puso nerviosa, pero la Krüss por una vez no gritó, ni lo destrozó todo a su paso, sino que habló como<br />

si se conocieran de toda la vida. Le diría que su música era hermosa y lo bonito que eran aquellas<br />

mariposas que fabricaba en el aire, y cuando menos se lo esperara primero carraspearía, después<br />

lanzaría alguna que otra indirecta y cuando la niña comenzara a estar mosqueada le diría lo que ocurría<br />

ya directamente y sin ambages: que ella era un músico, estaba ejerciendo una profesión y que jamás<br />

por tanto podría regresar a la Tierra. Al principio Sandra no se lo creería. Pero con la duda<br />

atenazándola buscaría en algún libro, o preguntaría a alguien y entonces fue cuando se vino abajo. No<br />

querría hablar con nadie, no querría siquiera volver a tocar un instrumento. La vikinga de vez en<br />

cuando la visitaría y le diría que compartía lo que ella sentía, su sufrimiento, sus penas, la<br />

desesperanza por no poder regresar. La prefecta no era una persona para nada convincente, pero la<br />

enorme tristeza que embargaba a la suiza haría que poco a poco el miedo y el odio que sentía hacia la<br />

prefecta fueran remitiendo, y cuando la cosa estuvo a punto de caramelo la Krüss sólo tuvo que<br />

comentarle lo <strong>del</strong> túnel y crearle falsas esperanzas.<br />

- Sabes que es una trampa- prosiguió Cadia.- Lo sabes, ¿verdad?<br />

- Basta de charlas, tenemos mucho que hacer.- Gritó la Krüss.- Adentro.<br />

Cadia miró a su espalda, y apenas a dos metros vio a la lolita y al bífido cerrándoles el paso.<br />

Mientras tanto, Elvira había abierto una entrada en la pared. Primero penetró ella, y en segundo lugar<br />

la vikinga. Después fue el niño hiperactivo quien las siguió para entrar en tercer lugar caminando<br />

rápido y con determinación. Sandra iba detrás, a apenas medio metro a su espalda. Aunque Oliver, en<br />

un momento dado, la a<strong>del</strong>antó.<br />

- ¡Niño!- Gritó el francés sin que nadie lo esperase. El niño hiperactivo, que estaba a punto de<br />

adentrarse en el edificio, se volvió. En mal momento, Oliver sólo tuvo que acercar la mano y le<br />

congeló la cabeza, tras lo cual le lanzó de un empujón hacia dentro. A continuación creó un muro de<br />

hielo que bloqueó la entrada.<br />

- Pero… ¿qué…?- Sandra estaba tan sorprendida que apenas alcanzaba a balbucear. Oliver la<br />

tuvo que apartar de un empujón, porque la lolita, cuyas pupilas se agrandaban por momentos, fue a por<br />

ella. Sandra cayó al suelo bocabajo, y cuando se volvió descubrió que la criatura tenía a Oliver<br />

agarrado <strong>del</strong> brazo. Sin embargo el francés enseguida se desembarazó de la criatura cuando con la<br />

mano que le quedaba libre, en un rápido movimiento introdujo sus dedos en los ojos de ésta. La lolita<br />

enseguida se llevó las manos a la cara, y retorciéndose de dolor cayó al suelo. “Tranquila”, dijo el<br />

chico, “pronto se recuperará, tan solo le he congelado el cerebro”.<br />

Más difícil fue el bífido. Éste poco a poco había ido rodeando a Cadia que no podía moverse<br />

de puro terror. Si estas criaturas hubieran tenido aliento habría notado el suyo, pero lo único que podía<br />

sentir era su piel dura y escamosa enroscándose a su alrededor y ahogándola poco a poco. Podía<br />

contemplar su rostro que estaba justo enfrente <strong>del</strong> suyo. Aquellos seres tenían piel de serpiente, lengua<br />

bífida, no contaban ni con brazos ni con piernas, pero conservaban la cabeza y el rostro humano. La<br />

mayoría de las criaturas conservaban rasgos <strong>del</strong> rostro <strong>del</strong> huésped <strong>del</strong> que provenían, y aquel bífido,<br />

adivinaba Cadia, tuvo que ser un chico muy guapo en tiempos. La criatura le recordaba, mientras iba<br />

quedándose sin respiración, a Mahadhrata.<br />

- ¡Saskia, resiste!- decía Oliver mientras golpeaba al bífido, pero la piel de la criatura era<br />

demasiado dura.<br />

99


Entonces Cadia rememoró los entrenamientos con Mahadhrata y caviló que ella también podía<br />

quedarse sin brazos ni piernas si quisiera, también podría transformarse en bífido. No lo hizo, pero<br />

conforme aquel ser apretaba ella se iba haciendo cada vez más <strong>del</strong>gada, casi tanto como una maroma<br />

gruesa, hasta escabullirse por completo de la trampa. ¿Quién podría argumentar ante aquello que la<br />

madrileña no tenía habilidades de metamorfo?<br />

- Guau. ¿Cómo has hecho eso?- Preguntó Oliver.<br />

Mas no había tiempo para eso. Desde dentro golpeaban el muro de hielo que comenzaba a<br />

resquebrajarse. El francés se puso a correr, pero antes agarró a Sandra <strong>del</strong> brazo que a duras penas le<br />

siguió. Cadia fue detrás.<br />

Doblaron un par de esquinas, corrieron recto por una calle, se metieron por un pasadizo,<br />

salieron a un espacio abierto en forma de plaza y continuaron por una vía recta muy larga. Sandra<br />

jadeaba y no dejaba de mirar atrás como si se hubiera dejado algo importante olvidado. Llegados a una<br />

altura la suiza tropezó y cayó al suelo. Oliver fue a levantarla pero Sandra rehusó su ayuda.<br />

- No. No quiero correr más.<br />

- Tenemos que avisar a los otros, no hay tiempo- dijo Oliver.<br />

- ¡He dicho que no!- Sandra se levantó por sí sola y añadió- Oliver, lo has estropeado todo.<br />

Has estropeado la única oportunidad que tenía de regresar, de ser feliz.- La suiza estaba a punto de<br />

llorar.<br />

- Pero… ¿no te has dado cuenta todavía de que es una trampa?- Se desesperaba Cadia.<br />

- ¡Y tú qué sabes!- Sandra estaba cabreada, y gritaba. Algunos sujetos por los alrededores les<br />

miraban confusos.<br />

- Sandra, te estás engañando, y lo sabes.- Prosiguió Cadia.<br />

- ¿Por qué? ¿Crees acaso estar en posesión de la verdad? ¿Quién engaña a quién?<br />

- Sandra, escúchame- dijo Oliver.- Todos quisiéramos lo mismo que tú, que todo esto fuera no<br />

más que una pesadilla. Pero no es así, esto es real, y si regresáramos allá pondríamos en peligro a<br />

nuestros seres queridos.<br />

- No creo eso. Podríamos olvidar que somos sintonizadores.<br />

- ¿Cómo? Hemos nacido con este don, no podemos remediarlo. ¿Qué pasará cuando con un<br />

acorde de tu guitarra desates una tormenta? ¿Vas a dejar de tocar? La música es parte de ti, de tu ser.<br />

¿Vas a dejar de ser tú misma? ¿Serías capaz de hacerlo?<br />

- Pero… ¿es que acaso no quieres volver?<br />

- Si te digo la verdad, no. Ya no.- Cadia miró a Oliver, igual que Sandra cuyo rostro reflejaba<br />

sorpresa.- Este universo es oscuro. Este universo no tiene soles, árboles o estrellas. Pero algún día los<br />

crearemos, algún día haremos que éste sea nuestro hogar. De hecho, ya es nuestro hogar.- Sandra<br />

mantuvo su rostro imperturbable, como si no creyese nada de lo que su amigo decía. Pero de repente<br />

comenzó a sollozar, cada vez más fuerte, y Oliver la abrazó.- Tranquila, déjalo correr.<br />

- Ey, ¡miradme un momento!- exclamó Cadia-, nos persiguen. Tenemos que salir de aquí.<br />

En efecto, al fondo de la calle podían contemplarse las sombras de distintas criaturas. Los tres<br />

prosiguieron su carrera, aunque no podían evitar que poco a poco les comieran terreno. De hecho, una<br />

ya les había alcanzado<br />

- Valientes estúpidos.- Era el falso niño hiperactivo que desde la azotea les increpaba- Corred,<br />

corred. Como si fuerais más rápidos que yo.<br />

Oliver le lanzó un dardo de hielo que hizo que el hiperactivo se apartara <strong>del</strong> borde de la<br />

cubierta. “Venga, deprisa, ya nos falta poco”, decía el francés. Delante, a unos metros, se abría la boca<br />

de un pasadizo. Oliver apretó el paso, también Cadia, tanto que Sandra apenas podía seguirles. De este<br />

modo ninguno de los dos se dio cuenta de lo que ocurrió. El hiperactivo se asomó de nuevo y lanzó<br />

una piedra que dio en el blanco, en la cabeza de la chica que cayó al suelo. Para entonces, tanto Oliver<br />

como Cadia habían llegado al pasadizo y poco más tarde desembocaron en el templo.<br />

- ¿Por qué nos has traído hasta aquí?- Dijo Cadia que se hubiera esperado mejor haber<br />

aterrizado bajo la protección de un gremio o tribu amiga.<br />

- Este lugar es neutral, ya lo dijo Davis. No se atreverán a hacernos nada.<br />

- Eso díselo a ellos.<br />

100


Cadia se refería no a las criaturas, sino al estado en que se encontraba el templo. Si apenas una<br />

hora antes éste se hallaba a rebosar ahora apenas quedaban una veintena de personas. Los más<br />

cercanos a ellos eran dos hombres que guardaban telas y vestidos en grandes hatillos.<br />

- ¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Por qué todo el mundo se ha ido?- Preguntó Cadia a uno de los<br />

hombres.<br />

- ¿No os habéis enterado?,- contestó uno de ellos.- Ha sonado la alarma. Hay guerra allá fuera.<br />

- ¿Entre quiénes?- Preguntó Oliver.<br />

- ¿Y quieres que yo lo sepa? No me interesan los asuntos de las tribus. Que se maten entre<br />

ellos si quieren, nosotros regresamos a nuestro gremios.<br />

- Pero, ¿no es éste un lugar neutral?<br />

- En teoría, pero yo no me arriesgaría.<br />

- Date prisa. No hace falta que lo recojas todos, vayámonos ya.- Dijo el otro hombre un tanto<br />

nervioso. Se llevaron los hatillos a la espalda y se marcharon dejando un buen cargamento de telas<br />

sobre el suelo.<br />

Sólo en ese instante, cuando se quedaron solos, se percataron de que Sandra no se encontraba<br />

con ellos. Oliver quiso regresar a por ella pero Cadia le detuvo a tiempo: había algo que se movía en la<br />

oscuridad <strong>del</strong> pasadizo.<br />

- Ya están aquí- señaló la madrileña.- Estamos perdidos.<br />

No sólo en los pasadizos. Si miraban hacia lo alto podían vislumbrar las siluetas de sus<br />

cuerpos asomados en el borde.<br />

Pero el caso era que no se atrevían a entrar en el templo. Incluso, si alguno lo hacía, enseguida<br />

retrocedía hacia su posición original.<br />

- ¿Por qué no vienen?- Se sorprendía Cadia.<br />

- Ya te he dicho que este lugar es neutral.<br />

Estaban rodeados, pero eso era lo único que podían decir. Solamente el hiperactivo parecía<br />

escapar al encantamiento que prevalecía sobre las criaturas. Clamaba e incitaba desde las alturas a<br />

todos que fueran a por ellos, pero sin éxito. Llegado un momento, empujó a una criatura que cayó<br />

estrepitosamente al suelo. Se trataba de un “puercoespín” que con el golpe se había quedado atontado<br />

y se movía muy lentamente, y aún así su único propósito era dirigirse de vuelta al pasadizo.<br />

- ¿Qué ocurre? ¿Tengo que hacerlo yo todo? Pues sí.<br />

El hiperactivo corrió abajo por la pared. Ambos vieron que llevaba en la mano una especie de<br />

puñal largo. Saltó hacia ellos y apenas le esquivaron por poco. La situación era desesperada. El<br />

hiperactivo se sabía criatura, se sabía casi invulnerable, más rápido, más ágil y con un arma más<br />

peligrosa. Sonreía. Nunca el verdadero niño hiperactivo había mostrado una faz tan terrorífica y cruel.<br />

Nuevamente se lanzó hacia ellos. Era demasiado rápido y el cuchillo se movía demasiado<br />

veloz. Apenas podían esquivarle. A Oliver le hizo una herida en el brazo y otra en la pierna. A Cadia<br />

en cambio en la mejilla y en el cuello. Pero siempre eran heridas de refilón, nunca graves. Él propio<br />

hiperactivo lo aclaró:<br />

- Tenéis suerte de que os quieran vivos, si no ya estaríais criando malvas.- Pero después<br />

cambió de opinión.- Aunque ahora que lo pienso, sólo te quieren a ti, Oliver. De Saskia no me han<br />

dicho nada.<br />

El falso niño lanzó un nuevo ataque y Oliver acertó a interponer un escudo de hielo entre<br />

ambos. El choque fue bestial y arrojó a ambos por los aires. Cadia contempló cómo el puñal se<br />

desprendió de su mano y fue a recogerlo. En ese momento el falso niño hiperactivo trataba de<br />

recomponerse apoyándose en la pared y ni corta ni perezosa le clavó el puñal en el pecho internándose<br />

la punta en el muro. Por supuesto de esa forma no se podía acabar con una criatura. Y el hiperactivo lo<br />

sabía, y se carcajeaba. Cadia se apartó rápidamente, y eso hizo que éste se carcajeara aún más. Pero la<br />

muchacha no se había apartado porque le tuviera miedo, sino porque había notado algo extraño. Al<br />

principio era apenas perceptible, pero poco a poco estuvo segura de lo que sucedía, el muro estaba<br />

absorbiendo al hiperactivo. Por las manos y por la nuca, como agua que se pierde en la arena. Las<br />

carcajadas cada vez eran menos estruendosas y sus ojos ya no reflejaban triunfo. Finalmente se calló,<br />

perdió el color, se volvió cobrizo, y la pared terminó de absorberle. Tan solo quedó el uniforme azul<br />

marino de la Residencia Mahler vacío clavado a la pared por el puñal.<br />

101


- ¿Qué ha sido eso?- Preguntó Cadia.<br />

- Ya te lo he dicho, éste es el templo <strong>del</strong> Hombre de cobre. Éste es un lugar neutral por la<br />

simple razón de que aquí ocurren milagros y sucesos extraños. Es neutral porque nadie se atrever a<br />

venir aquí en tiempo de guerra por lo que pueda pasar.<br />

Oliver seguía en el suelo, de cuando el choque con el hiperactivo le lanzó por los aires. Miraba<br />

el uniforme colgando <strong>del</strong> puñal con expresión pensativa.<br />

- Hace dos meses- comenzó a hablar el francés- Sandra dijo que me quería contar algo. Se<br />

trataba <strong>del</strong> asunto <strong>del</strong> túnel <strong>del</strong> comedor y que había contactado con un grupo que pretendía cruzarlo.<br />

Al principio intenté convencerla de que se olvidara pero cuando por fin me dijo que si quería unirme<br />

respondí que sí. Lo hice con el fin de seguirle la corriente y ver qué deparaba de todo aquello. Después<br />

fui a hablar con Contrabandista para comentárselo y me dijo que había hecho bien, que la siguiera y le<br />

informara de todo lo que sucedía. Así nos enteramos que el ataque se produciría la semana que viene.<br />

Pero lo han a<strong>del</strong>antado, y yo sé la razón.- Hizo una pausa y prosiguió.- Le conté la situación a todos<br />

excepto a Sandra. Estábamos dispuestos a prepararles una trampa el día <strong>del</strong> ataque para acabar con<br />

ellos. Aparte, creía que una vez descubierto que Aisa era una espía no habría ningún otro. Menos mal<br />

que me dijiste aquello, lo estuve meditando y era verdad, ¿cómo si no conocía el camino al templo de<br />

memoria? Si hubiéramos entrado en aquel lugar ahora seríamos criaturas. No podemos confiar en<br />

nadie.<br />

- Sí. No vivimos para sustos. No hacen más que engañarnos. Resulta humillante- señaló<br />

Cadia.- La cuestión es que seguimos rodeados y que se dirigen hacia la Academia. Tendríamos que<br />

avisarles.<br />

- No, ese no es el problema ya. Esa parte ya la hemos solucionado.- Cadia le miró sin<br />

comprender.- Cuando escapamos y nos persiguieron alguien creyó que se trataba de una batalla e hizo<br />

sonar la alarma. Todos en la ciudad exterior saben lo que sucede. También en la Academia. No tienen<br />

nada que hacer, ya habrán cerrado el túnel.- Hizo una pausa y añadió- Pero tienen a Sandra. Tenemos<br />

que hacer algo, pero… ¿cómo?- Se levantó, miró hacia arriba y comenzó a gritar.- ¿Por qué no os<br />

vais? ¡Marcharos de una vez! ¡No podéis hacer nada, ya habéis perdido!- Y cuando vio que las<br />

criaturas no se inmutaban.- ¡Iros al infierno!<br />

Oliver caminaba de un lado para otro sin saber qué hacer, desesperado. Cadia, por su parte,<br />

miraba a su alrededor, sin ningún objetivo en especial. Hasta que reparó en el puercoespín. En verdad<br />

la caída había dejado tocada a la criatura, estaba a tan solo unos pasos de la galería y apenas podía<br />

moverse. A Cadia le resultaba hasta penosa la situación en la que se encontraba. Incluso pensó en<br />

empujarle para que llegara a su meta. Menos mal que no lo hizo, menos mal que no llegó a<br />

compadecerse hasta aquel extremo, porque la mente se le iluminó y cayó en la cuenta de que contaban<br />

todavía con una oportunidad.<br />

- Yo podría salir de aquí- e inmediatamente se acercó al lugar donde los dos hombres habían<br />

estado recogiendo y tomó algunas telas.- Deprisa, Oliver. Crea un muro de hielo que bloquee la<br />

galería, también una cubierta sobre el puercoespín para que no nos vean.<br />

Oliver tardó unos segundos en asimilar la orden pero finalmente obedeció. Las criaturas de la<br />

galería, a pesar de que no podían entrar en el templo, no les gustó que levantaran aquel muro y<br />

comenzaron a golpearlo con saña. Sin embargo, aún así, Cadia tuvo tiempo para acometer su plan.<br />

Miró los rasgos faciales <strong>del</strong> puercoespín y ante la mirada atónita <strong>del</strong> francés se transformó en una<br />

copia casi perfecta <strong>del</strong> mismo. Después Oliver tapó a la criatura con las telas mientras Cadia se<br />

tumbaba en el suelo como antes lo hiciera el puercoespín. Justo a tiempo. El muro se desmoronó, las<br />

criaturas se agolpaban justo en el límite que separaba al templo <strong>del</strong> pasadizo. Cadia avanzaba<br />

lentamente, a apenas un metro a su espalda Oliver estaba inclinado sobre las telas que formaban como<br />

un bulto. La chica se preguntó si las criaturas que les observaban serían lo suficiente inteligentes para<br />

comprender lo que ocurría. En cualquier caso, no había ya vuelta atrás. El estómago le dolía horrores.<br />

No era para menos, si fallaba estaba perdida. Una de sus extremidades tocó el suelo <strong>del</strong> pasadizo,<br />

después la otra, tras ellas la cabeza. Sí, ¡estaba funcionando! Las criaturas se apartaban, la dejaban<br />

pasar. Habría al menos unas diez criaturas en aquel pasadizo, la mayoría hombres mosca con cientos<br />

de ojos y ni siquiera la miraban, tan solo atendían a lo que ocurría afuera en el templo. Cuando los<br />

sobrepasó siguió arrastrándose un rato hasta que creyó que el peligro había pasado. Se levantó y<br />

102


corrió. Las calles estaban desiertas, los tenderetes vacíos, y los pocos que no lo estaban cerraban al<br />

verla pasar bajo la forma de puercoespín. Hasta que encontró un puesto de bastones. Cadia pensó que<br />

aquello era una suerte, no se había esperado encontrar a un emisario <strong>del</strong> rey de los vagabundos en su<br />

desesperado intento de rescate. Se acercó y el comerciante, un hombre negro de mediana estatura,<br />

flaco, con barba y cabello rizado, y vestido con traje y corbata azul marino, se le encaró con un bastón<br />

en la mano que empuñaba como si fuera un arma. La muchacha no tuvo más remedio que volver a su<br />

forma humana.<br />

- Vengo a traer un mensaje para mi querido Carlinho.<br />

- Desembucha- respondió el hombre mientras se colocaba el bastón en el cinturón.<br />

- Han intentado atacar la Academia.- “Eso ya lo sabemos”, respondió enseguida su<br />

contertulio.- Sí, pero hay algo más. Hay cientos de criaturas rodeando el templo <strong>del</strong> Hombre de cobre,<br />

si vais allí podríais cogerles por sorpresa y acabar con muchas de ellas.- El comerciante entornó los<br />

ojos.<br />

- ¿Y eso cómo lo sabes?<br />

Cadia le contó toda la historia. También que habían capturado a una amiga y que se disponía a<br />

liberarla. El hombre se quedó pensativo, “pero eso es muy peligroso”. Cadia se encogió de hombros<br />

como diciendo: “¿Y crees que no lo sé?”<br />

- Si queréis un incentivo para ir, ésta sería una buena oportunidad para destruir el replicador.<br />

Cadia no esperó más y se marchó. “Buena suerte”, escuchó a su espalda. Lo primero que hizo<br />

fue subir a la azotea por la primera tubería que encontró. Se manejaba mejor sobre la cubierta que al<br />

nivel <strong>del</strong> suelo. Corría, saltaba de un edificio a otro. No tenía la habilidad de un hiperactivo, pero no le<br />

hacía falta. Pronto identificó el callejón a donde les habían llevado antes. Aminoró la marcha y miró<br />

hacia todos lados. Buscaba una entrada, un orificio, cualquier cosa para meterse en su interior. Pero en<br />

su lugar escuchó voces a<strong>del</strong>ante. Se tumbó en el suelo y sigilosa como una gata se acercó a un<br />

pequeño murete que sobresalía apenas un metro. Se asomó y lo que vio la dejó sin palabras. Elvira se<br />

encontraba en el centro rodeada por dos filas de cinco criaturas que nunca antes había visto. Parecían<br />

murciélagos, tenían alas de murciélago, pero eran mucho más grandes y corpulentas, y sus cabezas no<br />

eran humanas sino que parecían perros. “Gárgolas”, pensó.<br />

- Elvira, ¿por qué sigues aquí?- Desde la oscuridad emergió un hombre gigantesco con una<br />

coraza.- Nos están machacando en el templo, si no vamos enseguida vamos a perder dos tercios de<br />

nuestro ejército.<br />

- Aguarda- respondió la mujer-, espero un refuerzo muy especial. No creas que voy a dejar que<br />

destruyan a mis criaturas.<br />

El gigante asintió y volvió a perderse en las tinieblas. Elvira por su parte miró al cielo<br />

impaciente como si esperase algo. Leocadia supo por sus palabras lo que ésta era: una “maestra de<br />

criaturas”, alguien capaz de controlar a estos seres, y al parecer por lo que contempló a continuación la<br />

más poderosa de todo el Nanouniverso. La muchacha no podía dar crédito. Ante sus ojos apareció<br />

nada más y nada menos que un dragón. Impresionante. Tenía el tamaño de una casa, la piel coriácea<br />

de escamas verdes y azuladas, la cabeza triangular y los ojos enormes y rojos. Cadia no era capaz de<br />

concebir que semejante ser pudiera estar compuesto de nanomateria y que pudiera ser manejado por<br />

alguien aparentemente tan débil como la maestra de criaturas. El dragón se posó en frente de Elvira y<br />

ésta le acarició la cabeza. A continuación se subió sobre su lomo, y seguida de las gárgolas se marchó<br />

por los aires.<br />

Cadia tardó unos segundos en reaccionar. A lo lejos todavía se podía ver la mancha verde<br />

azulada <strong>del</strong> dragón. Se levantó y buscó una posible entrada. Lo único que encontró fue la boca de una<br />

chimenea. No era demasiado grande, pero para una persona que había escapado <strong>del</strong> abrazo de un<br />

bífido aquello no supuso problema alguno. Se deslizó por la chimenea hasta llegar a una especie de<br />

sala común. Allí varios hombres y mujeres se encontraban muy atareados metiendo objetos en cajas y<br />

cargándolas después a las espaldas de enormes lacayos. Parecía como si estuvieran preparándose para<br />

huir. Cadia se deslizó como pudo entre las cajas que eran enormes y se encontraban esparcidas por<br />

doquier. Buscaba una señal, algo que le dijera por donde tenía que buscar. En un descuido un lacayo la<br />

vio y se quedó paralizada. Pero afortunadamente los lacayos no son demasiado listos, tan solo son<br />

103


montañas de músculos a los que ni siquiera hay que imponer un condicionador mental para que<br />

obedezcan. Éste se limitó a mirarle con ojos de besugo y a no entender nada.<br />

No obstante, aquel encontronazo le proporcionó una idea. Se fue a un aparte y allí se<br />

transformó en un lacayo, un lacayo quizás algo esmirriado, sus poderes no eran tan grandes todavía.<br />

Aunque en cualquier caso como si no llevara disfraz: todos corrían de un lado para otro sin percatarse<br />

de nada. Llegado un momento reconoció la voz de la vikinga Krüss dentro de una sala. La prefecta<br />

hablaba con alguien pero sólo se la podía escuchar a ella. “Ya sabes lo que tienes que hacer”, decía,<br />

“te acompañaré un trecho pero después tendrás que ir tú sola”. Cadia se asomó y se sorprendió al ver<br />

que era Sandra la otra persona. Ésta poco después salió de la sala, con una expresión como congelada,<br />

ida, no era ella misma. Después iba la vikinga Krüss que llevaba una urna de cristal con una sustancia<br />

viscosa roja dentro: el replicador. Las siguió. Se adentraron en un pasillo que bajaba, cada vez más.<br />

Pronto llegaron a un sótano. Al frente vio la entrada de un túnel y enseguida supo que aquella era la<br />

vía de escape. Sandra se adentró en el túnel, no había mirado ni una sola vez hacia atrás. La Krüss iba<br />

tras ella aunque antes de perderse en el túnel se percató de su presencia.<br />

- ¿Qué haces aquí?- Nada más decirlo, un ser negro y viscoso se adhirió a la piel <strong>del</strong> lacayo. Y<br />

después otro, y otro.- Has venido demasiado pronto, todavía no hemos quitado a los devoradores.<br />

Ya se iba a ir la Krüss por el pasadizo dando a la criatura por perdida cuando algo llamó su<br />

atención. Cadia no era una criatura, por lo que los devoradores no hacían otra cosa que comerse la<br />

nanomateria de su disfraz. Así una mano asomó por entre los músculos <strong>del</strong> lacayo. Al ver aquello, la<br />

Krüss dejó la urna en el suelo.<br />

- Hum, hacía tiempo que no me enfrentaba a un metamorfo. Los devoradores también me<br />

debilitarán como están haciendo contigo. Pero creo que antes podré partirte en dos.<br />

Mary Krüss se transformó en oso, y como había dicho aquellos seres negros se adherían<br />

también a su cuerpo. No obstante, seguía siendo una bestia enorme, se abalanzó sobre el lacayo y sin<br />

que éste pudiera defenderse lo abrazó dispuesto a asfixiarle. Era la segunda vez en aquel día que<br />

trataban de ahogarla y Cadia ya se sabía la lección. Pero esta vez no pudo a<strong>del</strong>gazar como lo hizo con<br />

el bífido. No tenía tanta nanomateria a su alrededor, los devoradores se habían encargado de ello.<br />

Estaba desesperada, tenía que pensar rápido antes que la bestia la quebrara como a un palillo de<br />

dientes. Decidió arriesgarse, dar el todo por el todo. Concentró toda la nanomateria en un único pincho<br />

que como los <strong>del</strong> puercoespín le salía de la espalda. El pincho desgarró la piel <strong>del</strong> oso, se adentró por<br />

su interior hasta llegar a la parte que ya no era nanomateria, sino carne y hueso, la carne de la vikinga<br />

Krüss. Consiguió su propósito. El oso la soltó, rugía, se llevó las manos al estómago. Poco a poco fue<br />

disminuyendo de tamaño hasta ser otra vez la prefecta. Mientras tanto, Cadia había aprovechado para<br />

coger la urna de cristal.<br />

- ¡Suelta eso ahora mismo!- dijo la vikinga una vez repuesta de su herida que después de todo<br />

no había sido tan grave.- ¡He dicho que lo sueltes!<br />

A pesar de que ya no era un oso, la prefecta seguía siendo dos veces más grande, y comenzó a<br />

perseguir a la madrileña por todo el sótano. Cadia llegó un momento en que se encontró exhausta. Y la<br />

vikinga a tres metros dispuesta a embestirle como un toro. Desesperada, arrojó la urna a los pies de la<br />

Krüss y el cristal se rompió.<br />

- ¡No! ¿Qué has hecho?- Gritó la Krüss horrorizada.<br />

Todo fue muy rápido. El replicador saltó directo a la cara de la prefecta y se metió por su<br />

boca. La vikinga entonces se dobló como si tuviera retortijones, cayó al suelo y perdió el<br />

conocimiento. Poco a poco sus miembros comenzaron a temblar. Intermitentemente su piel iba<br />

tomando tonos azulados y rojizos. Y Cadia, espantada, no se atrevía a moverse. No entendía qué<br />

estaba ocurriendo, no era capaz de concebir que eso pudiera ser posible. La nanotransformación duró<br />

diez minutos en los que la madrileña no se atrevió ni a cerrar los ojos. Al final el líquido rojo comenzó<br />

a salir a través de la piel poco a poco hasta condensarse nuevamente. A continuación saltó hacia<br />

Cadia. La madrileña cerró los ojos esperándose lo peor. Estaba perdida, irremediablemente. Pero los<br />

segundos pasaron, instantes angustiosos, y nada sucedió. ¿Por qué no estaba en el suelo retorciéndose?<br />

Se preguntaba. Cuando se atrevió a abrirlos descubrió que una de esas cosas negras había cazado al<br />

replicador al vuelo y lo estaba engullendo en un aparte. Suspiró con fuerza aliviada y casi cayó al<br />

suelo, le temblaban las piernas <strong>del</strong> susto. Mientras tanto, de la vikinga Krüss, que ahora era una<br />

104


criatura, no quedaba ni un solo fragmento de ella que no estuviera oculto por los devoradores. Cadia<br />

no quiso seguir mirando y fue hacia el túnel para seguir a Sandra. Sin embargo, a los pocos pasos<br />

comprobó que los pasadizos se bifurcaban; aquello era un laberinto. Resignada, regresó. Cerró los ojos<br />

puesto que no quería ver de nuevo a los devoradores, y a tientas llegó al pasillo. Cadia estaba<br />

exhausta. Llevaba todo el día corriendo de un lado para otro y no podía más. Se sentó en el pasillo.<br />

Los lacayos empezaban a bajar lentamente cargados de fardos. De vez en cuando algún hombre o<br />

mujer venía con ellos pero estaban tan concentrados en huir que ni siquiera reparaban en su presencia.<br />

Pasó el tiempo, cada vez eran menos los que transitaban <strong>del</strong>ante suya hasta que nadie lo hizo.<br />

Transcurrieron veinte minutos, media hora, y Cadia seguía sin poder levantarse.<br />

- ¿Qué hay, mi querida amiga?- Dijo alguien, se trataba <strong>del</strong> comerciante de bastones que había<br />

aparecido por la parte de arriba. Cadia sonrió al verle.- Siento haber tardado tanto, la batalla ha sido<br />

muy dura.- El comerciante se agachó para que pudiera subirse a su espalda y la madrileña se abrazó a<br />

él.<br />

- ¿Hemos ganado?- Acertó a decir la chica con el poco aliento que le quedaba.<br />

- Sí. ¿Has salvado a quien venías a rescatar?- Al decir aquello el rostro de Cadia se<br />

ensombreció.<br />

105


QUINTA PARTE: ALAN SILLITOE<br />

16. Mala suerte<br />

Alan despertó esa mañana temprano. También lo hicieron Oliver, Sandra y el niño hiperactivo. No<br />

obstante, ambas historias no estaban relacionadas, se desarrollaban a kilómetros de distancia la una de<br />

la otra. Por un lado aquel día era el cumpleaños de Oliver, y Sandra y el niño hiperactivo habían<br />

dispuesto llevar al francés el Templo <strong>del</strong> Hombre de cobre. Por el otro, Alan ni siquiera estaba en la<br />

Academia. Observó a Midori que todavía estaba dormida y a los muros de tierra grisácea, típicos de la<br />

ciudad exterior, que les rodeaban. Hacía algo más de un mes que Midori y Alan se habían trasladado a<br />

la congregación de artistas donde la japonesa estudiaba. La razón, según Midori, porque ya nada les<br />

retenía en Blixen, cada cual <strong>del</strong> grupo original que se reunió en el vagón <strong>del</strong> tren había tomado un<br />

rumbo diferente. El verdadero motivo, intuía Alan, porque la chica quería escapar <strong>del</strong> recuerdo de Aisa<br />

Keita convirtiéndose en cobre y desintegrándose.<br />

En todo caso, Alan Sillitoe podía considerarse afortunado al tener una amiga como Midori que<br />

se preocupaba de él y en la cual podía confiar plenamente. Le había aceptado como era, con su aspecto<br />

de peluso, incapaz de hablar, de comportarse como un ser humano normal, que tenía que comunicarse<br />

dibujando letras con la pata. Sobre todo le gustaba de la muchacha que para ella fuera suficiente<br />

tenerle a su lado, que hubiera renunciado a hacerle dos preguntas que el peluso no podía soportar<br />

responder.<br />

La primera consistía en por qué se marchó de la Academia. Sobre todo en las condiciones como lo<br />

hizo: sin previo aviso, sin decir a dónde iba o en qué lugar podrían encontrarle. Resultó extraño, como<br />

si quisiera poner tierra de por medio.<br />

En principio pudiera haber muchos motivos por los cuales un muchacho como Alan Sillitoe<br />

hubiese huido. A fin de cuentas nadie le esperaba en la Tierra, sus padres quisieron venderle a un<br />

circo, por lo que no había razones para superar los veintiocho cursos y regresar. Por otra parte estaba<br />

la vergüenza que mientras sus compañeros de cuarto aprobaban las asignaturas él las había suspendido<br />

todas. Así como en estas circunstancias no podía practicar el Poids.<br />

No obstante, Alan no era persona de sentirse avergonzado, ni por sacar malas notas, ni por no<br />

poder jugar al Poids, ni por serle imposible volver a la Tierra. A él los estudios le daban igual. Ya en<br />

su momento Giancarlo y Esteban le propusieron abandonar la Academia con ellos, atravesar las<br />

fronteras de oscuridad y adentrarse en la ciudad exterior. Pero rehusó porque se sentía bien en Blixen,<br />

tenía cientos de amigos, no sólo sus compañeros de cuarto, sino que era una persona que caía bien a<br />

casi todo el mundo y la mayoría de con quienes iba a clase le eran afines. Además, el que le estuviera<br />

permitido jugar o no jugar al Poids le importaba un comino. Se lo pasaba mejor preparando los<br />

pasacalles previos, tocando el tambor, animando a los seguidores, que practicando aquel deporte.<br />

La razón fue su brazo. Dicho así parece no tener sentido. Pero realmente fue a causa de su<br />

brazo por lo que se fue de Blixen. Se trataba de aquel brazo al que bajo su voluntad podía otorgar el<br />

aspecto de piel de lagarto, de un forzudo, de un robot, de un hombre lobo, etcétera. Lo malo fue<br />

cuando dejó de controlar en qué se transformaba su extremidad. La primera vez sucedió cuando<br />

visitaron la cancha de Poids que les acababan de facilitar y contemplaron aquel montón de muebles<br />

desvencijados. Todos observaban el percal un poco desalentados, sin comprender por qué les habían<br />

suministrado aquella cancha de aspecto desastroso, a excepción de Alan que como siempre era incapaz<br />

de tomarse algo en serio. En un momento dado vislumbró a Midori de espaldas a él concentrada<br />

mirando el cuarto, y quiso gastarle una broma. Deseó que su brazo se transformara en una piel húmeda<br />

y pegajosa de sapo para asustar a su compañera. Pero en su lugar fue él quien se quedó sobrecogido<br />

cuando observó incrédulo que sin quererlo éste había adoptado el aspecto de una pata de madera,<br />

como la de uno de los muchos muebles de aquel cuarto, oscura, llena de agujeros, agrietada, incluso<br />

sentía en su interior miles de termitas royendo lentamente.<br />

Aquella visión duró poco, apenas unos segundos más tarde su brazo tomó ya sí la forma<br />

deseada de piel de sapo. Pero fue suficiente para amedrentarle. Aquello nunca le había ocurrido, que<br />

su brazo no obedeciera a sus deseos. Y para colmo se repitió varias veces en las siguientes semanas,<br />

106


con diferentes formas, no ya sólo la pata de un mueble, también una pinza de cangrejo y otros<br />

aspectos. Preocupado y avergonzado porque su cuerpo no le respondiera, optó por ocultárselo a sus<br />

amigos. Sobre todo a Oliver que era el que con más ahínco preguntaba cuando le veía poner mala cara.<br />

Cada vez estaba más preocupado, cada vez se mostraba menos capaz de disimular su nerviosismo y su<br />

ansiedad. La gota que colmó el vaso sucedió dos días antes <strong>del</strong> encuentro de “Proyecto Willyman” con<br />

“Los señores <strong>del</strong> acero”, el equipo de la vikinga Krüss. Sus compañeros entrenaban duro bajo la tutela<br />

<strong>del</strong> nuevo entrenador que se hacía llamar Contrabandista. Se acercó hacia donde estaban para hacerle<br />

una visita y súbitamente sintió como si su brazo se desvaneciera. Horrorizado se arremangó para verlo<br />

y contempló que en su lugar habían aparecido miles y miles de hormigas que salían de un agujero<br />

situado en una especie de muñón junto al codo. Escapó corriendo <strong>del</strong> edificio y nada más abandonarlo<br />

las hormigas se fueron y todo volvió a la normalidad.<br />

Esa noche no durmió, cada vez que cerraba los ojos veía aquel hormiguero formado en su ante<br />

brazo. Pero más que aquello lo que en verdad le estremecía era que sus visiones se siguieran<br />

sucediendo, que no tuviera forma de pararlas. Aunque, recapacitó, sí parecía haber una solución. Al<br />

igual que al salir <strong>del</strong> edificio las hormigas se fueron, en otras muchas ocasiones anteriores ocurrió que<br />

yéndose de la habitación donde estaba las visiones desaparecieron. Esto es, escapando su problema se<br />

desvanecía. En aquel instante tomó la resolución de irse de Blixen dos días más tarde, cuando todos<br />

estuviera distraídos con el partido de Poids.<br />

Alguien pudiera tachar el comportamiento de Alan de cobarde e inmaduro. También de<br />

desconsiderado puesto que podría haber confiado en sus compañeros que le habrían mostrado todo su<br />

apoyo, ayuda y comprensión. Pero el caso es que acertó. Una vez se alejó de Blixen su brazo dejó de<br />

transformarse sin que él lo desease.<br />

La segunda pregunta le era a Alan todavía más difícil de responder que la primera. Trataba ni más ni<br />

menos de cómo se transformó en peluso.<br />

Lo primero que hizo Alan tras abandonar Blixen fue intercambiar su uniforme de la Academia<br />

por ropa y comida. Después pidió a un gremio que le permitieran vivir en su cubierta como<br />

vagabundo, y estos aceptaron a cambio de que transportara cubos de agua para llenar el aljibe. El<br />

trabajo era duro pero pronto se acostumbró y comenzó a hacer amistades entre el resto de los<br />

vagabundos. Cuando adquirió la suficiente confianza preguntó a sus más allegados acerca de la razón<br />

por la que su brazo se transformaba, pero estos no conocían la respuesta. En su lugar le dieron<br />

referencia de otras personas que quizás le alumbrarían sobre aquel asunto pero <strong>del</strong> mismo modo, al<br />

igual que los primeros, le hablaron de otros que pudieran resolver su dilema. Y éstos a su vez le<br />

llevaron a otros. Y así sucesivamente. Ninguno pudo responderle. Lo único en lo que todos coincidían<br />

era que Alan debía ser el chico con más mala suerte <strong>del</strong> mundo si le ocurría algo de lo que nadie había<br />

tenido noticia jamás.<br />

Llevaba ya un mes en la ciudad exterior cuando Sillitoe decidió aventurarse a solas por las<br />

azoteas y callejones, a explorar por su cuenta lo que aquel universo tenía que ofrecerle. Lo mejor<br />

hubiera sido haber aguardado más, o al menos haberse acompañado de otros vagabundos en sus<br />

exploraciones. Posiblemente influyó que fuese la mañana de la víspera de navidad y que supiera que si<br />

hubiese seguido en la Academia Oliver le habría invitado a cenar con él y con su familia, y por esa<br />

razón, porque recordaba con tristeza aquello, no quiso que nadie le acompañara. En cualquier caso se<br />

marchó solo sin decir nada a nadie. Y pronto se perdió.<br />

En una ocasión un vagabundo le recomendó que si se extraviaba lo mejor que podía hacer era<br />

bajar a donde se encontraban los huertos y las granjas en los subterráneos ya que allí era más fácil<br />

orientarse. Así que descendió al nivel bajo tierra. Pero lo que ese vagabundo no le había dicho era que<br />

aunque resultaba más sencillo hallar el camino allí, se debía contar con un conocimiento mínimo <strong>del</strong><br />

lugar para hacerlo. Alan seguía igual de perdido. Atravesó los campos de trigo y los huertos<br />

alumbrados por luces eléctricas en el subterráneo tratando de localizar donde estaba y nada. Hasta que<br />

vio a una figura en la lejanía.<br />

Entre las diez profesiones <strong>del</strong> Mínimomundo se hallaba aquella mayormente conocida como<br />

“ecologista”, aunque más bien debiera recibir nombres como hortelano, veterinario o ganadero. El<br />

ecologista trabajaba en una simbiosis entre la nanomateria y la vida orgánica, se empleaba la<br />

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nanomateria para mejorar la vida orgánica, para preservar y curar la vida orgánica, para fundirse con la<br />

vida orgánica. Los ecologistas eran los principales encargados de los huertos y granjas subterráneas,<br />

cuidaban de los animales y plantas allí, les veían crecer, se preocupaban por su estado de salud, e<br />

incluso con el tiempo aprendían a comunicarse con la flora y la fauna. Sus compañeros vagabundos<br />

con más experiencia le habían informado a Alan sobre la existencia de los ecologistas. Pero lo que no<br />

le habían comentado era que en ocasiones los adscritos a esta profesión llegaban a extremos en los que<br />

la simbiosis era tal que sus cuerpos mutaban y acogían cualidades de animales y plantas. Alan vio a un<br />

encargado en la lejanía y se acercó para preguntarle como salir de allí. Pero tuvo la mala suerte de<br />

encontrarse con uno de estos casos extremos. De repente, sin venir a cuento, la figura se puso a correr<br />

hacia él, y conforme se acercaba Alan discernió que se trataba de un jabalí enorme que caminaba<br />

erguido a dos patas y gruñía de manera estentórea. El jabalí lo único que quería era que Alan dejara de<br />

pisotear un terreno recién plantado en el que se había metido. Pero en su lugar consiguió espantar al<br />

muchacho hasta tal punto que éste salió corriendo y sin pensarlo se adentró en un pasadizo sumido en<br />

la más completa oscuridad.<br />

Cuando notó que el jabalí había dejado de perseguirle Alan quiso sobre volver sus pasos. No<br />

obstante, no regresó al huerto. Resultó que se había metido en una especie de laberinto. Siguió<br />

avanzando a tientas palpando las paredes hasta que notó una luz al fondo de un túnel.<br />

Se trataba de un foco empleado por un “minero”, otra de las profesiones <strong>del</strong> Mínimomundo.<br />

Esta profesión consistía en que gracias a la nanomateria un sintonizador era capaz de identificar sin<br />

necesidad de excavar la presencia en el subsuelo de un arroyo de aguas subterráneas, vetas de metal,<br />

tesoros escondidos, cuevas debajo de sus pies, e incluso saber si aquel suelo era fértil o apto para<br />

construir casas. Respecto a esto último había quien también denominada a los practicantes de esta<br />

profesión como “constructores” puesto que el ejercer esta disciplina también habilitaba al sintonizador<br />

para levantar edificios. Los mineros, o constructores, tenían una sensibilidad especial que les permitía<br />

saber si una estructura aguantaría, si el material era bueno, si soportaría una determinada carga. Los<br />

mineros cavaban y extraían materiales. Después con esos materiales levantaban torres.<br />

Los vagabundos también habían informado a Alan sobre la existencia de estos seres y le<br />

habían explicado su función. Pero igualmente se olvidaron de cierto detalle relevante. Para ser minero<br />

el sintonizador tenía que pisar la tierra con pies descalzos, abrazar la tierra, sentir la tierra, al hacer<br />

esto la nanomateria se introducía en el terreno y le informaba si había algo interesante en él. Por este<br />

motivo los mineros o constructores solían ir desnudos, sin zapatos ni ropa, y con el tiempo quedaban<br />

recubiertos de una costra de tierra que hacía que parecieran criaturas de barro. Cuando Alan llegó al<br />

foco quedó horrorizado al escuchar de repente un grito tras lo cual contempló cómo parte de la pared<br />

pareció cobrar vida. El minero acababa de percibir una veta de hierro en el terreno, había chillado de<br />

júbilo para celebrarlo y se había movido de su posición con el fin de agarrar su pico y su pala. Pero<br />

esto Alan no lo sabía, y creyendo que una criatura maléfica <strong>del</strong> inframundo se disponía a atacarle,<br />

salió huyendo como con el jabalí. Diez minutos más tarde, una vez se quedó sin resuello a causa de la<br />

carrera, se paró para descansar. Estaba francamente desanimado. Por mucho que avanzaba aquello no<br />

parecía tener fin y se preguntó si alguna vez encontraría la salida.<br />

Sobre la superficie la ciudad exterior aparecía como un amasijo de miles de edificios con sus<br />

calles, sus adarves, sus mercados y sus plazas. Pero había rumores de que lo que existía bajo tierra era<br />

aún mayor y más complejo. Los habitantes de la superficie no solían adentrarse en los subterráneos,<br />

tenían miedo de lo que pudiera haber allí, lo llamaban el “Minotauro”. Por un lado estaban las granjas<br />

y las plantaciones. Por el otro las rutas de escape secretas que las distintas tribus excavaban. Y éso tan<br />

solo era una mínima parte. Había criaturas como los topos gigantes cuya única actividad era cavar<br />

túneles, se rumoreaba que existían auténticas ciudades aposentadas en gigantescas cavernas, los<br />

mineros no dejaban de explorar el subsuelo, de excavar minas, buscando materiales adecuados para los<br />

edificios. De este modo, cuando uno entraba en las granjas subterráneas, veía que las paredes y el<br />

suelo estaban horadados por miles de cavidades tal como si fuera un avispero. O que cuando una tribu<br />

cavaba su ruta de escape, a los pocos días resultaba que de repente habían aparecido otros pasadizos en<br />

los laterales sin saber cómo. En estas circunstancias, si uno se adentraba en el Minotauro y se ponía a<br />

recorrer sus entresijos, tarde o temprano acabaría encontrando algo: la entrada a la guarida de una<br />

tribu, una ciudad oculta, el hogar de una colonia de criaturas araña gigante,... Lo más normal y lo más<br />

108


probable era que Alan, avanzando por el laberinto, tanteando las paredes en medio de la más absoluta<br />

oscuridad, tras una hora o dos se hubiera dado de bruces con otra granja como la que había dejado<br />

atrás. Pero desgraciadamente para el estadounidense la mala suerte parecía perseguirle. Una vez hubo<br />

descansado se levantó para proseguir su camino y creyó haber encontrado la vía correcta cuando al<br />

poco escuchó voces.<br />

- La asamblea ha votado.- Dijo una mujer.- La decisión es unánime. Esta noche asaltaremos el<br />

agujero de gusano.<br />

Algunos aplaudieron, otros clamaron entusiasmados, pero hubo algunos que se mantuvieron<br />

silenciosos.<br />

- No es tan unánime.- Habló un hombre.- El dispositivo de seguridad que protege el túnel es<br />

muy alto. Si lo hacemos muchos de los que estamos aquí morirán.<br />

Alan no entendía de qué iba la conversación. Únicamente que eran voces humanas por lo que<br />

fue hacia su origen. Emergió en una amplia oquedad por una entrada en la parte superior tal que podía<br />

ver todo lo que ocurría desde arriba. En el fondo de la oquedad a unos cinco metros bajo él había al<br />

menos cien personas con antorchas iluminando la estancia. En el centro se aglutinaba un grupo con<br />

capas negras, alrededor otras muchas congregaciones con uniformes de distintos tonos, azulados,<br />

anaranjados, rosáceos y verdes. Precisamente el hombre que se había pronunciado iba de este último<br />

color.<br />

- Ése es un riesgo que tenemos que correr- prosiguió la mujer-, pero todos estamos de acuerdo<br />

en que la recompensa lo merece. Escapar hacia la Tierra, recuperar el hogar perdido, vengarnos por el<br />

engaño que sufrimos a manos de las autoridades que nos trajeron aquí sin nuestro consentimiento.<br />

¿Por qué dudas ahora, Sammo Lai? ¿Es que tienes miedo?<br />

- ¡Cómo osas hablarme de ese modo! Soy el general de la tribu de los “Hombres escorpión”.<br />

Siempre que nos hemos enfrentado a las autoridades nos hemos situado en primera línea de combate<br />

abriendo brecha. Pero por este mismo motivo mis huestes están mermadas. Temo que si hoy luchamos<br />

aún logrando nuestro objetivo se trate de una victoria pírrica en la que perderemos a muchos efectivos.<br />

Y la guerra, como tú sabes, no se acabará esta noche, sino que se prevé larga para el futuro.<br />

Sus razonamientos eran lógicos. Pero quien más y quien menos, incluso entre sus propios<br />

partidarios ataviados de verde, comenzó a tildarle de cobarde.<br />

- ¡Tonterías! Tenemos a Fretum Davis.- Dijo uno de los vestidos de negro. Más que un<br />

razonamiento a favor <strong>del</strong> ataque, aquel comentario sonó a amenaza. Si el tal Sammo no se aprestaba a<br />

obedecerles Fretum se encargaría de él.<br />

- Como he dicho- concluyó la mujer-, la asamblea ha votado, y todos juramos acatar su<br />

decisión. No nos traiciones ahora. Te doy una última oportunidad. O estás con nosotros o contra<br />

nosotros. Pero la decisión está tomada.- Y dirigiéndose a la multitud.- Esta noche nos revolveremos<br />

contra aquellos que nos negaron la luz, la primavera y las estaciones. Esta noche nos desquitaremos de<br />

los causantes que vivamos entre tinieblas. Esta noche desagraviaremos el orgullo herido por tantos<br />

años de destierro. ¿Estáis conmigo?- Preguntó a los presentes.- ¿Estáis conmigo?- La multitud clamó<br />

enardecida a su favor.- A<strong>del</strong>ante pues. Éste es nuestro momento. ¡Invasión!<br />

- ¡Invasión! ¡Invasión! ¡Invasión!<br />

Alan quedó acongojado. Los vagabundos no le habían preparado ni informado sobre sujetos<br />

que pretendían invadir la Tierra. La situación, sencillamente, le sobrepasaba. Miró a su espalda, hacia<br />

la oscuridad <strong>del</strong> pasadizo por donde había llegado y pensó en que era mejor aventurarse entre tinieblas<br />

que permanecer allí.<br />

- Escapa y cuenta lo que has visto.- Dijo súbitamente una voz en su cabeza. Aquellas palabras<br />

no habían sido pronunciadas por nadie en el fondo de la sala, sino que penetraron directamente en su<br />

mente como articuladas por su conciencia.- No sé quien eres pero es tu oportunidad de ser un héroe.<br />

Ve a tu derecha, allí encontrarás la salida. Huye, vuelve a la superficie, y advierte que el túnel está en<br />

peligro. ¡Pronto! ¡Hazlo!- Alan dudó, tenía demasiado miedo.- No es momento para quedarse<br />

paralizado. El mundo está en tus manos. ¡Deprisa! ¡Reacciona!<br />

Alan finalmente obedeció. Miró a su derecha y vio una especie de estrecha cornisa junto a la<br />

pared que llevaba a la boca de otro pasadizo. Había una altura considerable hasta el fondo de la sala y<br />

el chico sintió un poco de vértigo. Pero hizo de tripas corazón y pegado a la pared avanzó hacia la<br />

109


salida. De repente alguien abajo gritó que un espía les observaba, le habían descubierto. Nada más<br />

suceder aquello escuchó decenas de voces que se expresaban en un idioma que no conocía. “No te<br />

preocupes”, oyó en su cabeza, “no pueden hacerte daño. Atiéndeme a mi y no a ellos”. Llegó al túnel y<br />

avanzó a tientas por él. La voz le iba guiando: “dirígete a la izquierda, sigue al frente, asciende por la<br />

vía de la derecha”. No podía ir muy rápido puesto que que no veía nada. Pero lo que sí comenzó a oír<br />

eran los pasos que se aproximaban. Intentó darse prisa, cayó varias veces al suelo, a punto estuvo de<br />

precipitarse por un agujero bajo sus pies. Hasta que por fin vislumbró un punto de luz al frente. Se<br />

trataba de una angosta abertura que daba a una estrecha callejuela. Salió al exterior y justo hacerlo<br />

sintió una mano que se aferraba a su pierna. Se trataba de un hombre con uniforme azul que tiraba de<br />

él a través de la abertura. Con la otra pierna Alan le pateó la cara y pudo liberarse. Pero antes de<br />

hacerlo aquel sujeto le había encantado el tobillo con nanomatería para que no pudiera correr. El<br />

americano se levantó, cojeaba. Estaba desesperado, si no hacía algo pronto le apresarían. En ese<br />

momento vio una jauría de pelusos que entraba en el callejón y pensó que si se camuflaba como uno<br />

de ellos despistaría a sus perseguidores.<br />

Uno de los dos métodos más usuales por las que una persona se convertía en criatura era porque o bien<br />

por estar en peligro, o por capricho, deseaba convertirse en un animal o en un personaje de cine o<br />

cómic, y después era incapaz de volver al estado humano. El otro era a causa de los oradores. Los<br />

oradores pueden transmitir mensajes telepáticos en la mente de otras personas, son capaces de influir<br />

en ellas, de sumir su voluntad, de manipularlas, y finalmente obligarlas a que se conviertan en<br />

criaturas. En Alan fue una mezcla de ambos métodos. Deseó camuflarse en peluso y de fondo podía<br />

oír las voces de los oradores que trataban de evitar que escapara.<br />

Sin embargo, a pesar de ello, no se había transformado en criatura <strong>del</strong> todo, quedaba un<br />

resquicio de su humanidad. Midori a menudo decía que Alan debía ser el tipo más afortunado <strong>del</strong><br />

mundo.<br />

Ahora bien, Alan pensaba todo lo contrario. Era cierto que Alan no había sido un muchacho<br />

que se sintiera avergonzado fácilmente. Las suspendía todas y le daba lo mismo, le apartaban <strong>del</strong> Poids<br />

y se buscaba otros entretenimientos. Pero todo aquello cambió al convertirse en peluso. No podía<br />

hablar, no podía escribir, no podía dibujar, no podía comportarse como una persona normal. Por otra<br />

parte, meses más tarde se enteró que aquel sujeto que le habló en la caverna también avisó a Oliver, y<br />

le guió con el fin de cerrar el agujero de gusano. La cuestión es que Oliver acertó a cumplir con su<br />

cometido mientras Alan falló, al primer contratiempo se acobardó y se convirtió en criatura. Además<br />

estaba Midori que aprendía la profesión de artista, Giancarlo y Esteban que hacían lo propio con la de<br />

cabalista, Oliver, Sandra, el niño hiperactivo y Kareena que habían aprobado los siete primeros cursos<br />

y habitaban en la primera planta de sus residencias. Todos progresaban, todos evolucionaban, todos<br />

tenían un cometido y servían para algo mientras él se quedaba estancado.<br />

Aparte, había un hecho que le reconcomía más que aquellas dos preguntas. Cuando decidió<br />

convertirse en peluso fue como si de repente se hubiera quedado dormido y se hubiera sumergido en<br />

un sueño en el que no recordaba quien era ni lo que era ni lo que había sido, únicamente podía pensar<br />

como un perro, hacer cosas de perro, actuar como un perro. Hasta que repentinamente recobró la<br />

memoria y la conciencia de sí mismo. Habían transcurrido semanas y se horrorizó al verse como un<br />

peluso incapaz de volver a ser humano. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que él era especial<br />

puesto que recordaba que había sido un niño. Eso trastocó su concepción sobre el Mínimomundo.<br />

Supuso que aquel sueño, que aquella pérdida de la memoria que percibió, era lo que la gente sentía<br />

cuando se transformaban en criaturas. Perdían todos sus recuerdos, el sentido de la realidad, y no<br />

volvían a recuperarlos. Sencillamente los humanos dejaban de ser y de sentirse humanos cuando se<br />

convertían en criaturas.<br />

Pero la cuestión residía en ¿y él? ¿Por qué él sí y el resto no? ¿Por qué él era especial? Alan<br />

había leído lo que decía la “Enciclopedia <strong>del</strong> Mínimomundo” que Contrabandista tenía en su cuarto.<br />

Allí hablaba sobre seres que no se habían transformado <strong>del</strong> todo en criaturas porque habían acogido<br />

cualidades de metamorfo y en su interior su cerebro luchaba por liberarse. Supuestamente él era uno<br />

de ellos. Pero había un detalle que fallaba en aquella teoría. No se lo había dicho a Midori. La cuestión<br />

era que estos metamorfos desde el primer momento en que se transformaban en criaturas conservaban<br />

110


el recuerdo de haber sido humanos. Pero con Alan no fue así. Él realmente se había transformado en<br />

criatura, realmente había perdido toda su memoria y, por alguna razón que no alcanzaba a entender,<br />

tras varias semanas volvió a tener conciencia de que se trataba de un niño. Podía considerarse<br />

afortunado. Pero a veces sentía si no era aquello un castigo por haber fallado cuando tuvo la<br />

oportunidad de salvar el Mínimomundo, encerrado en un cuerpo que no era el suyo, sin poder crecer,<br />

contemplando al resto progresar. Sentía si acaso no se trataba aquello de una especie de condena, si lo<br />

que motivaba que no se hubiese transformado en criatura <strong>del</strong> todo más que la fortuna fuese la mala<br />

suerte.<br />

Incluso su subconsciente opinaba de aquel modo. Fue extraño, un sueño bastante vívido que<br />

tuvo justo antes de trasladarse a la congregación de artistas en la ciudad exterior junto con Midori. No<br />

recordaba bien qué era lo que estaba soñando, únicamente que de repente aquella voz sonó otra vez en<br />

su cabeza.<br />

- Una vez en el Minotauro el mundo estuvo en tus manos. Pero fallaste. Al primer envite serio<br />

te acobardaste y te convertiste en peluso. Mas en breve tendrás una oportunidad para resarcirte. El<br />

mundo, la Tierra, la humanidad, volverá a depender de ti. Por esta causa tu mente fue conservada y no<br />

te has transformado completamente en criatura. Pero cuidado. Esto no quiere decir que seas alguien<br />

especial o con buena suerte. Al contrario, ahora mismo te compadezco, sin duda eres el ser más<br />

desafortunado sobre la faz <strong>del</strong> Mínimomundo.<br />

111


17. Revelaciones<br />

Tras comprobar que el horario nocturno acababa de terminar, Alan salió <strong>del</strong> edificio dejando a Midori<br />

todavía dormida en su habitación. En la calle los comerciantes más madrugadores montaban sus<br />

tenderetes. Alan se puso a pasear entre ellos. Ninguno sabía que no era una criatura normal, que<br />

pensaba como un ser humano, más bien le veían como a otro perro callejero cualquiera. Más aún, le<br />

trataban como a una mascota. Ésa era una impresión que Alan buscaba producir. Se mostraba juguetón<br />

y amable, se arrimaba a los tenderos y a los miembros de las diversas tribus con un palo en la boca<br />

para que lo lanzaran lejos y él fuese a recogerlo. Eso hizo que le tomaran confianza, la mayoría le<br />

saludaban al pasar, y no interrumpían sus conversaciones cuando le veían llegar. Así el peluso se<br />

mantenía al corriente de lo que sucedía, de los rumores que corrían por la ciudad exterior.<br />

A veces se adentraba en los barrio bajos, en las áreas de mala nota. Se las reconocía por los<br />

gestos hoscos de sus habitantes, por las pintadas en las paredes alentando a la insurrección contra las<br />

autoridades y la Academia Blixen, y por los soldados de las tribus aliadas de los oradores aposentados<br />

en cada esquina. Resultaba peligroso, pero Alan tenía el aspecto de un perro lanudo y nadie<br />

sospechaba. Lo hacía para enterarse de lo que ocurría allí, le gustaba sentirse una especie de espía. Un<br />

hecho curioso que percibió era que la gente de estos barrios, a pesar de que eran aliados, odiaban a los<br />

oradores. Estos se comportaban como si fueran los amos <strong>del</strong> Mínimomundo, tomaban productos de las<br />

tiendas sin pagar por ellos, trataban a la población como a esclavos, daban palizas a diestro y siniestro<br />

sin motivo aparente. Una vez Alan vio a una mujer regañar a un hombre porque no se había defendido<br />

cuando un orador le abofeteó sin provocación previa.<br />

- No tienes por qué temerles. Es fácil vencer a los oradores, sólo hay que dejar de escucharles.<br />

- Pero a Fretum nunca se le puede dejar de escuchar, y si insultamos a uno de sus secuaces él<br />

vendrá.- Ante aquello la mujer no respondió, asintió y se quedó en silencio.<br />

Otro de los temores de los habitantes de estas zonas acerca de los oradores era que la mayoría<br />

pensaba que podían leer sus pensamientos. A fin de cuentas los oradores pueden transmitir mensajes<br />

telepáticos en la mente de sus víctimas. No obstante, el peluso en una ocasión se enteró de una<br />

conversación en la que alguien desmitificaba esta creencia. Les dijo que la comunicación telepática de<br />

un orador era sólo de ida, no de vuelta. Es decir, los oradores utilizaban la palabra hablada para<br />

introducir mensajes en la mente de otros seres, pero no podían saber lo que éstas pensaban, no tenían<br />

tales capacidades.<br />

También otro pasatiempo de la población de los bajos fondos consistía en especular sobre<br />

quién era el más poderoso sintonizador <strong>del</strong> Mínimomundo. Una inmensa mayoría estaba de acuerdo en<br />

que se trataba de Fretum Davis, su voz no se podía acallar, atravesaba cualquier obstáculo, incluso se<br />

podía escuchar en el vacío. Fretum, de este modo, manipulaba a las personas a su antojo, era capaz de<br />

transformarlas en criaturas, o hacer que estallaran en una combustión espontánea. Pero siempre<br />

quedaba alguien que discrepaba.<br />

- Es cierto que Fretum es el más poderoso de los oradores. Pero no es invencible.- Le dijo un<br />

soldado a otro mientras almorzaban en un puesto de comidas.- Si uno desarrolla una férrea voluntad<br />

puede sobreponerse a la ignominiosa melodía de su voz, evitar que le afecte.<br />

- Supongo que eso será en teoría, porque yo nunca he visto a nadie que sea capaz de<br />

sobreponérsele.- Ironizó el otro soldado.<br />

- Ya. Desgraciadamente son muy pocos lo que lo han conseguido, se pueden contar con los<br />

dedos de la mano. Pero existir existen.- Y se puso a enumerar.- Alonso Quesada y William Frampton,<br />

Director y Subdirector de la Academia. Luganis de los Cartagineses, Brebbia, de los Armadillos,<br />

David Rousseau de los Wessex, Burjarbán de los Asesinos Nu, Elvira la “domadragones”, Louise<br />

Hazel de las Purple Ladies, Sammo Lai de los Hombres escorpión,...<br />

Sammo Lai. El peluso sintió un escalofrió al escuchar aquel nombre. El hombre que se negó a<br />

atacar el agujero de gusano aquella noche. En los siguientes días Alan se dispuso a averiguar cosas<br />

sobre él. No era muy difícil encontrarle. Sammo Lai solía salir de su cuartel y caminar por las calles<br />

alrededor acompañado de una nutrida guardia. Era un hombre de rasgos orientales, mediana estatura,<br />

corpulento, cincuenta años, y considerado uno de los mejores guerreros <strong>del</strong> Mínimomundo. Iba<br />

frecuentemente ataviado con una armadura de pequeñas placas verdosas, como hecha de caparazones<br />

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un casco ovalado también verde <strong>del</strong> que sobresalía en su cima una larga pluma de color rojo. Otro<br />

rasgo que le caracterizaba era su arma, una tremenda maza de dos metros de largo a la que llamaba<br />

“Siqin”. Se decía que de un solo golpe podía derribar un edificio entero con ella. Acerca de su<br />

carácter, era un hombre sereno, no se inmutaba ante nada, extremadamente serio, no soportaba la más<br />

mínima broma ni impertinencia, perfeccionista, castigaba con dureza a sus subordinados si cometían<br />

un desliz, pero por otro lado justo, no abusaba de aquellos más débiles que él. Los comerciantes y<br />

artesanos por ello le respetaban y le apreciaban, le hacían una reverencia cada vez que pasaba por<br />

<strong>del</strong>ante y en ocasiones le pedían que mediase en algún pleito a lo que Sammo se aprestaba sin<br />

renuencias. En resumen, se trataba de un hombre honesto y respetable como pocos en el<br />

Mínimomundo, completamente digno de admiración, tanta que Alan deseó que hubiera sido él quien le<br />

habló en su cabeza durante aquella reunión. Mejor dicho, estaba seguro de que había sido él. ¿Quién si<br />

no? Se opuso al ataque, se arriesgó a que el resto le consideraran un cobarde o, peor aún, un traidor. A<br />

veces Alan se sentía tentado al ir hacía él y confesarle que sabía su secreto, de descubrirle quien era,<br />

de presentarse.<br />

No obstante, no lo hizo. Sammo Lai pudiera haber traicionado a los oradores, entorpecido sus<br />

conspiraciones para dominar la Tierra. Pero de puertas afuera su imagen seguía siendo la de uno de los<br />

más acérrimos enemigos de las autoridades. Hablaba a sus seguidores siempre de que su mayor deseo<br />

era traspasar las puertas <strong>del</strong> nanomundo y volver a su Mongolia natal, hacía propuestas para destruir la<br />

Academia, enardecía con discursos acalorados a los jóvenes reclutas. Sammo Lai estaba jugando con<br />

fuego. Por un lado, o al menos Alan así suponía, Sammo protegía a la humanidad de la acción de los<br />

oradores. Por el otro era uno de los líderes de la revolución contra el gobierno. En estas condiciones,<br />

Alan decidió que lo mejor era no presentarse ante él porque corría el peligro de dejar al descubierto la<br />

doble vida <strong>del</strong> general de los Hombres escorpión.<br />

Bajo su disfraz de peluso, el americano se dirigió por un pasadizo que partía de una plaza a las granjas<br />

subterráneas. Concretamente a un horno junto a un molino donde cocían pan. Allí vio una larga cola<br />

de personas esperando para poder llenar su despensa y Alan fue directamente a la parte trasera donde<br />

el género se almacenaba. En ese lugar había un enorme mastín, uno de los pocos perros auténticos <strong>del</strong><br />

Mínimomundo, guardando la mercancía. Generalmente el fiero can mantenía alejados a los ladrones<br />

humanos, pero el encargado no se había percatado que por otro lado el perro le tenía pavor a las<br />

criaturas. Para un animal de carne y hueso un ser compuesto de nanomateria resultaba algo demasiado<br />

extraño, irreal, antinatural. No era raro por tanto que nada más acercarse el peluso el perro se alejase<br />

con el rabo entre las patas circunstancia que Alan aprovechó para meterse en su enorme bocota varios<br />

bollos de gran tamaño. Tras eso volvió a la superficie y se internó entre las callejuelas hasta dar con el<br />

lugar convenido. Allí alguien le esperaba. Se trataba de Raj, un joven hindú de diecisiete años, rasgos<br />

finos y hermosos, y mediana estatura. Fue uno de los vagabundos que le recibió cuando Alan escapó<br />

hacia la ciudad exterior, y el único con el que siguió manteniendo amistad una vez se transformó en<br />

peluso. Había una buena razón para ello. Raj contaba con una facultad que nadie más parecía tener. Si<br />

con el resto Alan tenía que dibujar letras para que le entendieran, con Raj sólo tenía que ladrar y el<br />

chico comprendía inmediatamente lo que quería decirle, como si se hubiera conformado una conexión<br />

telepática.<br />

- Gracias, agradezco mucho la ayuda que nos estás aportando.- Expresó el hindú cuando el<br />

peluso le ladró lo que había hecho.- Deprisa, adentrémonos en el Minotauro antes que alguien nos vea.<br />

Hacía tan solo dos semanas atrás, mientras el peluso vagaba por entre los puestos, que se<br />

reencontró con Raj. Aquello le causó mucha alegría puesto que hacía meses que no se veían. Sin<br />

embargo, la expresión seria <strong>del</strong> muchacho le dijo que algo malo pasaba. Le preguntó a qué había<br />

venido pero su amigo dijo que ya habría tiempo para explicaciones, que de momento le acompañara.<br />

Raj le llevó a una pequeña abertura en el suelo <strong>del</strong> callejón que comunicaba con el Minotauro. Alan al<br />

principio se mostró remiso a seguirle pues allí reinaba la oscuridad, y el hindú, intuyendo lo que le<br />

ocurría, le pasó la mano los ojos. Poco a poco Alan comenzó a discernir detalles en la penumbra.<br />

- ¿Nunca se te ha ocurrido emplear la nanomateria para ver en la oscuridad?- Expresó Raj.<br />

Alan se quedó avergonzado. No, nunca se le había ocurrido.<br />

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Pero más que a la oscuridad lo que le inquietaba era el perderse. Al fin y al cabo se internaban<br />

en un laberinto. Aunque Raj parecía muy seguro de sí y finalmente decidió acompañarle. Se<br />

adentraron en el Minotauro, siguieron el pasadizo hasta un desvío donde tomaron la ruta de la derecha.<br />

En el próximo fue a la izquierda. Y en el siguiente donde había tres alternativas el <strong>del</strong> centro. Alan no<br />

entendía cómo su amigo podía orientarse. Su manera de elegir el rumbo resultaba demasiado<br />

arbitraria, no se paraba a pensar, como surgida de un capricho. “Tranquilo, no se trata de un capricho,<br />

la nanomateria es quien me guía”. Dijo Raj adivinando el temor <strong>del</strong> peluso. Alan finalmente tuvo que<br />

admitir que había algo de verdad en aquello cuando llegaron a una cámara subterránea con varios<br />

sacos de dormir y arcones con víveres y agua. Allí el peluso contempló a dos chicos y tres chicas que<br />

le observaban curiosos. “Son mis amigos”, aclaró Raj. Presentó a una chica alta, <strong>del</strong>gada y de rasgos<br />

eslavos como su novia, y a los otros como sus compañeros de aventuras en el Mínimomundo.<br />

Llegados a ese punto, el hindú le explicó por qué estaban allí. Raj y sus amigos se habían peleado con<br />

el gremio que les acogía en su azotea. Alan pensó que pelearse no era muy propio de Raj, se trataba<br />

más bien de una persona amable y pacífica caracterizado por su paciencia y su comprensión, pero<br />

asintió como dando a entender que conocía la situación. El problema era que no tenían a dónde ir, que<br />

se hallaban en busca de un nuevo hogar, y aquella cámara era su refugio pasajero.<br />

Desde ese momento Alan había hecho lo posible por ayudarlos. Les llevaba cada día pan y<br />

otros alimentos que conseguía en los puestos de comida. A Raj no le gustaba que robara pero se<br />

encontraban en una situación desesperada. Aparte, el peluso había estado indagando con más ahínco,<br />

aguzando el oído en sus deambuleos, por si escuchaba de alguna congregación que admitiera<br />

vagabundos en su azotea o incluso que buscara nuevos miembros. Pero de momento no se había<br />

enterado de gran cosa.<br />

Alan depositó el pan sobre una mesa baja alrededor de la cual todos se sentaban. Cada cual abrazaba a<br />

su pareja. Pudieran parecer por este hecho felices, mas todo lo contrario, una profunda tristeza les<br />

embargaba, tanto que si se abrazaban era para darse apoyo mutuamente. Alan estaba sobrecogido.<br />

Nunca les había visto tan decaídos. Ladró para preguntarles si habían tenido suerte en su búsqueda y<br />

Raj negó con la cabeza.<br />

- ¿Y tú? ¿Le has hablado a tu amiga de nosotros?- Inquirió la novia de Raj y el peluso<br />

confirmó. Se referían a Midori, a si Alan le había comentado a la japonesa sobre si podría incluirlos en<br />

su congregación de artistas.<br />

No obstante Alan había mentido puesto que en verdad no le había dicho nada. Raj era su<br />

amigo y confiaba en él, pero <strong>del</strong> resto, no sabía por qué, había algo que no le gustaba y que le hacía<br />

recelar. Por ejemplo, la novia de Raj hablaba como si siempre hubiera una segunda intención detrás de<br />

lo que expresaba. U otro que solía jactarse que sería capaz de cualquier cosa con tal de regresar a la<br />

Tierra. Seguramente serían sospechas sin fundamento, los amigos de sus amigos debían ser también<br />

sus amigos, pero con tanto espía suelto el peluso decidió que tenía que conocerles mejor antes de dar<br />

un paso, y por el momento mantuvo a Midori al margen.<br />

Ahora bien, le descorazonaba la situación en que el hindú y sus amigos se encontraban, de<br />

completo desamparo, subsistiendo de lo que un peluso robaba, ocultos en el subsuelo como meras<br />

alimañas. Finalmente sintió conmiseración, no la suficiente para meter a Midori en el asunto, pero sí<br />

para confesar un secreto que hasta ese instante había mantenido oculto.<br />

- ¿Y por qué no contactáis con los Hombres Escorpión?- Al escuchar aquello Raj se<br />

sorprendió.<br />

- Pero, ¿no son los Hombres escorpión enemigos de las autoridades?- Alan sonrió. A<br />

continuación le narró lo que acaeció aquella víspera de navidad, y Raj tradujo al resto. En un momento<br />

dado observó de reojo a unos de los compañeros de Raj darle un codazo a otro. Al observar aquello<br />

debiera haber parado, dejado de contar su historia. Pero por otro lado notó por primera vez los rostros<br />

de aquel grupo iluminarse.<br />

- Tendríais que tratar de contactar con Sammo Lai,- aconsejó Alan- decirle que conocéis su<br />

secreto y estáis de su parte, que querríais que os permitiera ingresar en su tribu para luchar contra los<br />

oradores.<br />

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Los seis jóvenes se miraron y discutieron lo que debieran hacer. Alan se fue a un aparte para<br />

permitirles conversar con privacidad. Aunque para su sorpresa estos llegaron a una decisión apenas un<br />

minuto más tarde. Le llamaron y le pidieron un favor, que siguiera a Sammo Lai y que averiguara de<br />

qué manera podrían acceder a él.<br />

- Contactar con Sammo es fácil. Sólo tenéis que acercaros y decirle lo que queréis.<br />

- No. Necesitamos hacerlo a escondidas sin que nos vean los oradores.- Expresó la novia de<br />

Raj.- Por eso te requerimos. Si nos vieran podrían tomar represalias.- Eso era cierto. Las tribus aliadas<br />

de las autoridades, como los Wessex de David, tenían problemas de reclutamiento puesto que muy<br />

pocos se presentaban voluntarios a intentar formar parte de ellas. La mayoría tenía miedo de hacerlo.<br />

Sí eran aceptados la tribu los tomaba bajo su protección, pero era un riesgo demasiado alto porque en<br />

caso de ser rechazados los oradores irían a por ellos. En estas condiciones, lo que estas tribus hacían<br />

era directamente contactar con aquellos que cumplían los requisitos para ser admitidos.<br />

Alan, tras meditarlo unos segundos, transijo y a continuación se fue con Raj que le guió hacia<br />

la superficie.<br />

-¿Cómo consigues orientarte en el Minotauro?- Le preguntó el peluso a su amigo.<br />

- Es fácil, soy cazador.<br />

El peluso no sabía lo que era un cazador, ni que su amigo fuese tal. Raj se lo explicó.<br />

“Cazador” era una de las profesiones de la nanomateria que consistía en que ésta, bajo un objetivo que<br />

el sintonizador se proponía, como buscar a una persona, capturar a un enemigo, cazar a una criatura,<br />

etc., aumentaba la fuerza <strong>del</strong> sujeto, su velocidad, su olfato, su vista, su perspicacia, su agilidad<br />

mental, su sentido de la orientación,... todo lo necesario para la consecución de dicho objetivo.<br />

- La profesión de cazador aumenta mi percepción sobre lo que me rodea, me pone en contacto<br />

con mi objetivo, crea una red de nanomateria entre yo y mi objetivo, me indica dónde está, lo que<br />

hace, me muestra el camino a seguir, aumenta mi conocimiento de la zona, <strong>del</strong> lugar donde estoy, casi<br />

como si tuviera un mapa en la cabeza. El problema de esta profesión es que depende exclusivamente<br />

<strong>del</strong> objetivo, si no se tiene ninguno no sirve para nada. Pero siempre he contado con uno. Por ejemplo,<br />

comprenderte. Mi objetivo en su día fue saber lo que decías, y la nanomateria actuó.<br />

Una vez en la superficie el peluso se despidió de Raj y se puso a buscar a Sammo.<br />

Normalmente, a aquellas horas éste paseaba por los puestos de una calle cercana. Pero ese día no se<br />

encontraba allí. Registró por los alrededores y nada. Decidió volver a la entrada al subterráneo.<br />

Afortunadamente Raj todavía no se había ido y le preguntó ya que era cazador dónde podría<br />

localizarle.<br />

- Lo siento, pero no puedo. Sammo cuenta con un dispositivo de nanomateria que oculta su<br />

presencia, y no soy todavía tan buen cazador como para detectarle en estas condiciones.<br />

El peluso comprendió y se marchó enseguida. Recorrió las calles una y otra vez en busca de<br />

una pista. Consiguió hallarla en una rúa con numerosos tenderetes donde los comerciantes<br />

conversaban entre sí. Al parecer Sammo Lai había pasado hacía poco por ese lugar. Pero algo raro<br />

ocurría. En vez de su habitual nutrida comitiva, sólo llevaba consigo a sus cinco seguidores más<br />

fervientes. Mas precisamente sus mejores guerreros. Los tenderos tenían miedo, algunos opinaban que<br />

aquella actitud era el prolegómeno de una batalla. A partir de allí Alan sólo tuvo que seguir el rumbo<br />

de los rumores, y varias manzanas más allá por fin le encontró. Realmente la situación era inhabitual.<br />

Sammo Lai avanzaba con paso firme a la par que distante con lo que le rodeaba en vez de su usual<br />

actitud solícita con las necesidades de sus conciudadanos. Pronto salieron de los barrios bajos hacia<br />

otros lugares donde Sammo no era tan conocido, y en vez de extrañeza su paso lo que produjo fue<br />

indiferencia. Y poco más tarde llegaron a áreas que el peluso nunca había visitado. En un momento<br />

dado se introdujeron en un pasadizo y unos metros más a<strong>del</strong>ante salieron a un espacio cuanto menos<br />

singular. Seis metros de ancho, cuarenta de alto, doscientos de largo, las paredes rojizas perfectamente<br />

verticales sin imperfecciones de ningún tipo, sin ventanas ni salientes. Alan había oído hablar de aquel<br />

sitio, el Templo <strong>del</strong> Hombre de cobre, aunque tampoco estaba muy al corriente. El Hombre de cobre<br />

era una especie de divinidad bastante reverenciada en la ciudad exterior, sobre todo cuanto más lejos<br />

se hallaba uno de la Academia. Sin embargo, a Alan aquel sitio no le dio la sensación de ser un<br />

templo. Era temprano por la mañana, una multitud se congregaba en la calle. No obstante, no tenían<br />

apariencia de fieles. La mayoría paseaba como si estuviese en un centro comercial observando y<br />

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comprando en los numerosos puestos. Algunos se reunían en coloquios para discutir la existencia <strong>del</strong><br />

Hombre de cobre, a veces a voz en grito. Otros permanecían apoyados en la pared sin hacer nada.<br />

Alan no entendía por qué estos últimos actuaban de aquel modo, hasta que observó en un momento<br />

dado a un hombre que vino y llamó a varios de ellos para que le ayudasen a construir una casa. Se<br />

trataba de gente sin trabajo que aguardaba a un posible empleador. Los únicos que asemejaban<br />

entender que aquello era un templo y no un mercado eran algunos que tocaban la pared con la palma<br />

de la mano izquierda, cerraban los ojos y mascullaban en silencio. Era lo único que parecía<br />

mínimamente una oración.<br />

Ahora bien, para sorpresa de Alan, Sammo estaba entre estos últimos. Bajo la atenta vigilancia<br />

de sus subalternos puso la palma sobre la pared y cerró los ojos. Alan le contemplaba fascinado<br />

preguntándose en qué estaría pensando, qué tribulaciones le inundarían, si sería cierto que ayudaba a<br />

las autoridades. Por otro lado existía la leyenda que aquellos que rezaban al Hombre de cobre en<br />

ocasiones recibían revelaciones, mensajes dictándoles lo que debían hacer. ¿Habría recibido el<br />

guerrero alguna vez una de estas revelaciones?<br />

Mas Alan no pudo pensar demasiado en esto. Sammo enseguida abandonó su postura de<br />

oración y se dispuso a abandonar el lugar. Salieron <strong>del</strong> Templo y avanzaron por una zona<br />

completamente desconocida para el peluso. Las calles eran cada vez más solitarias, las pintas de los<br />

residentes con expresiones claramente maliciosas, como si su intención fuera hacerles daño. Eso llenó<br />

de desazón al peluso. Ni siquiera en los barrios bajos había contemplado esa actitud. Había prometido<br />

a Raj y a sus amigos seguir al jefe de los Hombres escorpión. Pero paulatinamente iba creciendo en él<br />

una sensación de temor y miedo a lo que pudiera pasar que le incitaba a huir. De repente alguien le<br />

agarró por detrás. Trató de revolverse, de escapar de la presa. Coceó, pateó a diestro y siniestro,<br />

intentó morder.<br />

- Calma, chico. Soy yo.- Era Raj quien le había atrapado. A su espalda el peluso pudo ver a<br />

sus cinco amigos.- No sigas avanzando.- Alan le miró a los ojos y Raj bajó la vista avergonzado. Tras<br />

eso se zafó de la presa de su amigo y observó <strong>del</strong>ante una pequeña plazoleta cercada de edificios.<br />

Sammo se había detenido, frente a él se incorporaban amenazantes la gigantesca figura de Brebbia y<br />

las translúcida de Luganis. Y poco más allá Fretum Davis aparecía entre las sombras. Podía entender<br />

lo que había sucedido. Como Sammo ocultaba su presencia a los sentidos de los cazadores, le habían<br />

pedido que le siguiera puesto que a él si le podían localizar.- Teníamos que hacerlo.- Se excusó Raj.-<br />

Los oradores hace tiempo que sospechan que hay un traidor entre sus aliados y ofrecieron el ingreso<br />

en una tribu a quien les diera información sobre su identidad. Cuando nos hablaste de Sammo esta<br />

mañana vimos la oportunidad de nuestras vida <strong>del</strong>ante. Lo siento pero no sabes lo dura que es la vida<br />

de vagabundo.<br />

Cuando Raj terminó de excusarse Fretum en la plaza se a<strong>del</strong>antó y comenzó a hablar.<br />

- Sammo Lai, viejo amigo. Veo que sigues en forma a pesar de los años.<br />

- Sí, trato de cuidarme. Por cierto, ¿a qué viene esta cálida bienvenida?<br />

- Tú lo sabes bien. Me ha apenado mucho saber que eras el traidor.<br />

- ¿De qué estás hablando? Me insultas con esas suposiciones.- Se defendió en cambio el<br />

guerrero.- ¿En qué te basas para acusarme?<br />

- Fuiste el único que aquella jornada se negó a atacar el túnel entre los dos universos.<br />

- Nimiedades. Dejé bien claro por qué lo hice, mis huestes estaban bastante mermadas.<br />

- Bueno, puede ser. Pero también, como recordarás, en esa jornada hubo un espía que acabó<br />

transformándose en criatura. Pero antes uno de nosotros le ayudó a escapar. Le guió por el laberinto<br />

subterráneo hasta la superficie. Sólo un cazador podría haberlo hecho, mostrarle el camino.<br />

- No soy el único cazador entre tus aliados.- Dijo Sammo encogiéndose de hombros. Alan se<br />

sorprendió, no conocía la circunstancia que Sammo tuviera dos profesiones: guerrero y cazador.<br />

- ¿Y qué me dices? ¿No es mucha casualidad que estés aquí con tus hombres de confianza<br />

justo en el día en que William Frampton ha salido a la ciudad exterior? Dime, ¿te ha prometido que te<br />

devolverá a tu hija? ¿Has accedido a su chantaje?<br />

- Yo no he accedido a nada. No he hecho ningún pacto con las autoridades. Si estoy con mis<br />

más próximos allegados es porque he visitado el Templo <strong>del</strong> Hombre de Cobre. No me gusta acudir<br />

con demasiada gente.<br />

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Fretum insistía e insistía en sus acusaciones, y Sammo no dejaba de negarlas. Las dudas<br />

comenzaron a emerger. Alan ya no tenía tan claro que hubiese sido el mongol quien le ayudó a<br />

escapar. Bajó la cabeza avergonzado. Se había equivocado por completo, había errado en sus<br />

suposiciones, había ayudado a acusar a un hombre inocente y ahora le habían acorralado.<br />

Raj por su parte se hallaba enormemente nervioso. Si Alan se había equivocado, él había<br />

cometido una tropelía aún mayor al acusar al general de los Hombres escorpión abiertamente de<br />

conspiración contra los oradores, y Fretum tomaría represalias contra ellos.<br />

- Maldito seas.- Le gritó la novia de Raj al peluso.- Por tu culpa nos hemos metido en este lío.<br />

¿Y tú eras el que pretendías ayudarnos? ¡Vete al infierno!<br />

Las increpaciones de la chica hicieron que Sammo les mirase. Durante unos instantes su<br />

expresión se tornó sarcástica como burlándose de aquellos que habían pretendido montarle una<br />

encerrona. Pero para sorpresa de todos esto cambió cuando el guerrero descubrió entre ellos al peluso.<br />

Su faz sufrió una metamorfosis, <strong>del</strong> sarcasmo pasó a un rictus de profunda preocupación. No hubo<br />

tiempo para analizar el porqué de este cambio. Los acontecimientos se precipitaron. De improviso el<br />

general de los Hombres escorpión golpeó con la maza “Siqin” un edificio cuya fachada cayó<br />

sepultando a Brebbia, Luganis y a Fretum. Esto no fue suficiente para derrotarlos. Tanto Brebbia como<br />

Luganis comenzaron a salir entre los escombros. Fretum se liberó aún más rápido. Como si de un<br />

espectro se tratase las piedras le habían atravesado sin hacerle daño.<br />

- Gracias, viejo amigo. Esto descarta todas mis dudas acerca de tu traición. Ahora sé que tengo<br />

que matarte.<br />

- Fretum, el Hombre de cobre me habló. Sé lo que hacen con los niños, es lo que suponíamos,<br />

teníamos razón.<br />

Durante unos instantes un breve atisbo de vacilación inundó el rostro <strong>del</strong> orador, lo suficiente<br />

como para que los cinco partidarios de Sammo aprovecharan para atacarle. Por su parte, el general no<br />

se movió. Se encontraba mirando a Alan fijamente.<br />

- Huye.- El peluso se quedó paralizado, era otra vez la voz en su cabeza. Ahora podía estar<br />

seguro, provenía de Sammo.- ¡Huye!<br />

Justo en ese instante Fretum comenzó a entonar su salmodia. Los cinco guerreros de Sammo<br />

cayeron al suelo retorciéndose. Y no sólo ellos, Alan contempló horrorizado que Raj y sus amigos<br />

también habían caído presas de tremendos dolores. Trató de llevarse a Raj pero Sammo le conminó<br />

contra ello: “No, no hagas eso. Para él ya es demasiado tarde. Huye. No podré contener su influencia<br />

mucho rato. ¡Huye!” Alan finalmente obedeció y salió corriendo lo más deprisa que pudo. Lo último<br />

que contempló al mirar atrás fue que los hombres de Sammo, así como Raj y sus amigos, se habían<br />

transformado en criaturas. Pudiera ser que el general de los Hombres escorpión fuese capaz de resistir<br />

la voz de Fretum pero ahora se hallaba solo frente a Brebbia y Luganis, y a once criaturas.<br />

Alan avanzaba todo lo rápido que le permitían sus cuatro patas. Pero llegado un momento en que dejó<br />

de escuchar la melodía de Fretum, se detuvo. Necesitaba pensar. Todo estaba ocurriendo demasiado<br />

rápido. ¿Por qué Sammo le había defendido? Y sobre todo de aquel modo. Había abandonado su<br />

coartada, se había descubierto como traidor al verle. Entonces recordó aquel sueño donde se le<br />

informó que había una razón por la cual no se había transformado en criatura <strong>del</strong> todo, que el universo<br />

habría un momento que dependería de él. Tenía que saber si era así, asegurarse. Tenía que hablar con<br />

Sammo, sacarlo <strong>del</strong> apuro donde se había metido. Con la cabeza inclinada hacia arriba lanzó un<br />

aullido. Pero no un simple ladrido, sino un aullido sónico, una marca característica de los pelusos en la<br />

que podían apoyarse en caso de peligro. El primer peluso, un perro de tonalidad marrón, llegó en<br />

apenas un minuto. Poco más tarde vinieron a su encuentro otros tres, y en breve otros cinco, y así<br />

sucesivamente hasta reunirse un grupo de algo más de treinta pelusos. Alan los guió hacia la plazoleta.<br />

Afortunadamente Fretum ya se había ido. Pero eso no quitaba que Sammo estuviera acorralado por<br />

una cantidad de enemigos desproporcionadamente superior. Las criaturas cuando les vieron huyeron.<br />

No tanto Brebbia y Luganis, pero sin embargo estos se vieron sobrepasados por la jauría que cayó<br />

sobre ellos. Los pelusos no tenían potencial para vencerles, mas no era ése su objetivo. Aquello eran<br />

tan solo una maniobra de distracción mientras entre Alan y otros tres se llevaron a Sammo. Estaba mal<br />

herido, tanto que su rostro se vislumbraba pálido. Alan no sabía donde llevarle, no conocía la zona.<br />

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- Transportadme al subterráneo.- Ordenó el guerrero. Alan desoyó aquello por el peligro a<br />

perderse pero después recordó que se trataba de un cazador. Discurrieron entre galerías subterráneas<br />

hasta que recalaron en una amplia gruta cuyas paredes expedían una tenue luz. Allí le colocaron en el<br />

suelo con la espalda apoyada en la pared.<br />

- Tengo que hablar contigo.- Expresó Sammo.<br />

- Ssss, no digas nada. Conserva tus fuerzas, hemos de llevarte con alguien que pueda curarte.-<br />

Ladró Alan, y como sucedió con Raj éste le entendió.<br />

- No. No queda tiempo. Tiene que ser en este instante cuando lo revele.- Caviló durante unos<br />

segundos y prosiguió hablando.- Nunca he pactado con las autoridades, eso es cierto. Hace doce años<br />

tuve a una hija y las alimañas la raptaron. Y aún así no me avine a pactar con ellos para recuperarla.<br />

Sin embargo, si traicioné a los míos fue porque el Hombre de cobre me lo pidió. Antes de la reunión<br />

de aquella noche en la que votaríamos si habríamos de atacar el túnel entre los dos universos, visité el<br />

Templo <strong>del</strong> Hombre de cobre y recibí la revelación que si quería que mi hija siguiese sana y salva<br />

tenía que detener el ataque. Por eso contacté contigo. Me fallaste, te transformarte en criatura.- Alan,<br />

ante aquello, bajó la mirada abochornado.- Sin embargo, como supe más tarde, esta circunstancia<br />

también entraba en los planes <strong>del</strong> Hombre de cobre. Hace dos meses éste volvió a confiar en mí y me<br />

ordenó que te protegiera, que en breve todos dependeríamos de tu intervención. No me narró cómo lo<br />

harías, sólo que sería hoy, que habrá un momento en el que tu participación marcará el destino <strong>del</strong><br />

Mínimomundo, y que eras imprescindible.<br />

Aquella confidencia trastocó al peluso. Ésa era la confirmación de sus sospechas, el mensaje<br />

de aquel sueño era cierto. En apenas unos segundos sintió como si un tremendo peso lo aplastara. Alan<br />

era un chico travieso y bromista, que caía bien a todos y gustaba de la compañía de todos. Pero no era<br />

el muchacho adecuado para recibir una responsabilidad sobre sus hombros, por pequeña que fuese, ya<br />

no digamos de tan enorme envergadura como tener el destino de la humanidad en sus manos. ¿Salvar<br />

al mundo? Que se ocuparan otros. El estadounidense lo único que quería era vivir tranquilo, ser feliz,<br />

dedicarse a sus bromas y a sus juegos, y nada más.<br />

- No, por favor, no te rindas ahora. No cuando he sacrificado todo lo que tenía por ti. No me<br />

falles de nuevo, ésta es tu oportunidad para redimirte.<br />

En el interior de Alan una batalla se desarrollaba. Redención, ¿qué significaba redención? Él<br />

no tenía interés en redimirse sino en sobrevivir. No obstante, esa faceta cobarde y complaciente pronto<br />

perdió posiciones. Hay ocasiones en la vida de un adolescente en la que se empieza a vislumbrar el<br />

adulto en el que se convertirá. Y ésa fue una de ellas. Alan meditó unos instantes lo que significaría<br />

rendirse, sería volver a lo de siempre, él siendo un trasto inútil y los demás encargándose de todo. No,<br />

las cosas no podían seguir así. Tenía que afrontar sus obligaciones, entendió que era injusto que otros<br />

padecieran porque él fuese incapaz de cumplir con su tarea; si se la habían encomendado a él, si le<br />

habían elegido para aquel cometido, él tenía que encarar el futuro costase lo que costase. Por unos<br />

instantes la voz que le instigaba a abandonar surgió con fuerza de nuevo, pero finalmente se resignó,<br />

hizo de tripas corazón, y se dispuso a afrontar su misión.<br />

- ¿Y qué habré de hacer?<br />

- Eso no lo sé. Mi periplo termina aquí. Mi consejo es que busques a William Frampton. Es<br />

cierto que iba a reunirme esta mañana con él, pero no para pactar, sino para avisarle de la amenaza que<br />

el Hombre de cobre profetizó. Regresa al Templo. Probablemente allí lo hallarás.<br />

- Pero, ¿y tú? No puedo dejarte aquí.<br />

- Estoy débil, mis poderes han disminuido considerablemente. En estas condiciones te soy un<br />

riesgo puesto que tratarán de capturarme, y cuando lo hagan me interrogarán, y averiguarán lo que sé<br />

sobre ti. Lo único que te pido es que el Hombre de cobre también me confió que dentro de dos meses,<br />

en la próxima tanda de alumnos que llegue a Blixen, mi hija estará entre ellos. Búscala, cuando nació<br />

le pusimos de nombre Siqin, aunque no sé si seguirá llamándose de ese modo.<br />

- ¿Por qué me lo pides? Tú mismo podrás buscarla cuando llegue.<br />

- Lo siento pero al igual que tú he de hacer lo que he de hacer. Como te he dicho tratarán de<br />

capturarme y de interrogarme, y no puedo permitir que eso suceda, soy prescindible.<br />

- Eso es un disparate, por supuesto que eres necesario.<br />

118


- Sólo hay una manera de saberlo. El Hombre de cobre no permitió que te transformaras en<br />

criatura <strong>del</strong> todo. Dime, ¿es buena la vida de un peluso?<br />

Antes de que Alan pudiera responder el rostro y las manos de Sammo se esfumaron, y su ropa<br />

se desplomo hacia el suelo. Tras eso escuchó varios ladridos y contempló cómo poco a poco el morro<br />

de un pequeño peluso asomaba entre las vestiduras. Era una criatura alegre y risueña, sin las<br />

preocupaciones que embargaron a su predecesor. Mas Alan apartó la mirada, y con lágrimas en los<br />

ojos se encaminó hacia el Templo.<br />

119


18. La décima profesión<br />

Alan regresó a la superficie. Allí vio cómo el pequeño perro lanudo en el que el guerrero se había<br />

convertido se iba con los otros pelusos. En cuanto a él las campanas a su alrededor repicaban. Eso<br />

significaba que una batalla se sucedía en la ciudad exterior. ¿Sería aquel el acontecimiento en el cual<br />

su presencia sería imprescindible? Se sentía terriblemente nervioso. Si tuviera estómago le hubiera<br />

dolido hasta casi estallar. Tenía miedo de proseguir, de enfrentarse a lo que le esperaba fuese lo que<br />

fuese. Tras meditarlo un largo rato reunió el coraje suficiente para continuar a<strong>del</strong>ante y dirigirse hacia<br />

el Templo.<br />

Aunque se encontraba en una parte de la ciudad exterior para él desconocida, en principio fue<br />

fácil guiarse. Sólo tenía que ir a contramano <strong>del</strong> tropel de gente que huía hacia sus hogares. Sin<br />

embargo, le costó adentrarse en la multitud. El pánico a sufrir los efectos de la conflagración<br />

dominaba a los presentes, todos trataban de abrirse paso a base de empujones. Algunos, creyéndole un<br />

vulgar chucho, no dudaron en patearle, hasta que Alan se vio obligado a apartarse a un lado. Cuando<br />

finalmente los últimos pasaron, se vio a medio trayecto <strong>del</strong> Templo y de nuevo perdido.<br />

Se puso otra vez en camino. Mas pronto se halló ante una bifurcación. La sensación de estar<br />

extraviado acució su nerviosismo. Por segunda vez le habían otorgado la oportunidad de salvar el<br />

mundo, y por segunda vez fallaría. Pero en ese momento un pensamiento conciliador vino a su cabeza.<br />

Si habría un instante en el que el universo entero dependería de su intervención eso quería decir que<br />

éste llegaría de un modo u otro, que tomase el camino que tomase ese instante tendría lugar. Eligió la<br />

vía de la derecha, después siguió por una serie de derroteros por los cuales optó simplemente por<br />

capricho. Y no obstante, parecía que sus opciones eran acertadas. Poco a poco iba reconociendo<br />

lugares, también fue contemplando a algunos rezagados que escapaban de los rumores de batalla. Al<br />

final halló su objetivo, el pasadizo que comunicaba con el Templo <strong>del</strong> Hombre de cobre. Pero para su<br />

desgracia contempló en él a cientos de criaturas que bloqueaban la entrada.<br />

Sin embargo, algo extraño ocurría. Las criaturas no se percataban de su presencia, más bien<br />

estaban pendientes de lo que ocurría en el interior <strong>del</strong> Templo sin atender a nada más. Poco a poco<br />

Alan se deslizó entre aquellos seres hasta el final <strong>del</strong> pasadizo para observar qué era lo que vigilaban y<br />

se sorprendió al no hallar nada relevante, únicamente dos pequeñas siluetas humanas a más de ciento<br />

cincuenta metros de distancia en el otro extremo <strong>del</strong> Templo. Una de las figuras en ese instante se<br />

echó al suelo, durante unos segundos su tamaño pareció aumentar tras lo cual se arrastró lentamente<br />

hasta desaparecer en las sombras <strong>del</strong> lado opuesto. Ahora sólo quedaba una. Alan trató de cavilar cuál<br />

era la razón por la cual aquellas criaturas se esforzasen tanto en vigilarla, cuando de repente cayó en la<br />

cuenta de que esa persona al fondo llevaba un atuendo de color verde apagado, como los uniformes de<br />

la Residencia Bach. El americano tuvo un pálpito y sin más se adentró en el Templo. Ninguna criatura<br />

le siguió y lentamente se acercó para comprobar que tal como había supuesto se trataba nada más y<br />

nada menos que de Oliver Rousseau.<br />

- ¿Qué haces aquí? ¿Tú también estás bajo el control de los oradores?- Inquirió Oliver.<br />

El peluso negó con la cabeza. Aparte comprendía que había llegado el momento de descubrir<br />

su verdadera identidad. Con su pata escribió una y otra vez la frase: “I am Alan Sillitoe”. Oliver al<br />

principio no le entendió, o más bien no quiso entenderle. Siendo el francés un chico siempre tan<br />

racional, tan lógico, le era imposible concebir que una criatura pudiera revelarle algo. Eso era lo que al<br />

americano más le irritaba de su amigo, aquella presunción de saberlo siempre todo. El peluso tuvo que<br />

ladrar tres veces de manera estentórea para que se fijara en lo que redactaba. Cuando finalmente<br />

Oliver comprendió casi se cayó al de espaldas.<br />

- Pero no es posible. ¿Por qué no lo revelaste antes?<br />

- Vosotros teníais vuestros secretos... y nosotros los nuestros.<br />

Eso era cierto. Si Oliver requería una explicación acerca de por qué habían mantenido tanto<br />

tiempo oculto que Alan era una criatura, el peluso quería saber qué era lo que había llevado a los<br />

oradores a acorralar al francés en aquel sitio. Oliver explicó someramente lo que tanto Midori como<br />

Alan habían ignorado durante aquellos meses al haberse trasladado a la congregación de artistas: que<br />

había un agujero de gusano en el comedor central, que Sandra se había unido a una conspiración para<br />

120


atravesarlo, la existencia <strong>del</strong> falso niño hiperactivo, los tejemanejes y confabulaciones que tanto por un<br />

lado como por el otro se habían producido, que aquella mañana habían tratado de capturarles y habían<br />

escapado por los pelos, con una única baja, la de Sandra que había quedado atrás.<br />

Alan asimilaba aquellas noticias anodadado. Le costaba concebir que todo eso hubiera podido<br />

producirse sin estar ellos al tanto. Para corresponder intentó narrarle al francés lo que había ocurrido<br />

con Sammo Lai y la profecía de que él sería fundamental para la salvación <strong>del</strong> universo en algún<br />

momento de aquel día. Sin embargo, el francés, de nuevo tan racional, supuso de antemano que el<br />

peluso no tenía nada trascendental que contarle, y en vez de atenderle se puso a mirar hacia arriba<br />

donde Alan para su sorpresa descubrió a otros cientos de criaturas vigilándoles en lo alto <strong>del</strong> templo.<br />

- ¿Por qué no se van? ¿Qué es lo que aguardan?- Decía el francés.- ¿Cómo es posible que<br />

alguien pueda controlar a tantas criaturas al mismo tiempo?<br />

Oliver se desesperaba, caminaba en círculos tratando de encontrar una salida a aquel atollo.<br />

En cuánto a Alan, él conocía a medias la respuesta. Entre las profesiones estaba la de guerrero<br />

que empleaba las artes marciales para controlar la nanomateria, la de orador que se basaba en la<br />

palabra hablada, la de cabalista a su vez en la palabra escrita, la de artista que buscaba la simbiosis<br />

entre la nanomateria y el arte, la de músico que se fortalecía en la producción de sonidos armónicos, la<br />

de metamorfo que permitía a las personas convertirse en otras cosas sin nanotransformarse<br />

completamente, la de ecologista que trataba de mejorar y conservar la vida orgánica, la de minero que<br />

funcionaba en el contacto con la tierra, y la de cazador que se basaba en la consecución de un objetivo.<br />

Pero las profesiones eran diez, faltaba una. La décima profesión era bastante inusual, tanto que podían<br />

contarse con los dedos de las manos y de los pies las personas que contaban con el don necesario para<br />

ejercerla. Algunos denominaban a esta profesión como la de “maestro de criaturas”, pero en verdad,<br />

para los estudiosos de los asuntos de la nanomateria, recibía el nombre de “enlace”. Si el orador era<br />

capaz de transmitir mensajes telepáticos en otras personas, la profesión de enlace consistía en lo<br />

completamente opuesto. El enlace debía poner la mente en blanco, si lo hacía en su cabeza era capaz<br />

de recibir imágenes y ensoñaciones provenientes de las personas a su alrededor a menudo sin que éstas<br />

lo supieran. Después su poder se basaba en canalizar y en amplificar estas ensoñaciones de tal manera<br />

que controlaba y daba forma a la nanomateria que tuviera en derredor con ellas. Por ejemplo, el<br />

maestro de criaturas, al contrario de lo que solía pensarse, no manipulaba sus criaturas con su simple<br />

voluntad. En su lugar se servía de los pensamientos que otras personas tenían sobre estas criaturas para<br />

convocarlas donde estuvieran, atraerlas hacia sí y por último doblegarlas bajo su control. Eso hacía<br />

que los maestros de criaturas tuvieran bastante mala sonadía ya que seres pacíficos como los pelusos,<br />

en los que la población no pensaba, no pudieran controlarlos; sin embargo, otras criaturas como los<br />

bífidos, los puercoespines, las lolitas, etc., ya que la gente les tenía verdadero terror y los retrotraían a<br />

menudo en sus pesadillas, fueran objeto de dominio por el maestro.<br />

La situación no cambió en los diez minutos siguientes. Seguían rodeados, Oliver continuaba<br />

sin encontrar una solución a su dilema, y el peluso esperaba acontecimientos. En ese instante<br />

escucharon cierto revuelo entre las criaturas. Empezaban a moverse.<br />

- Ya está. Éste es el final. Vienen a por nosotros.- Sentenció Oliver.<br />

Pero de nuevo se equivocaba. Aquel revuelo había sido motivado por los vagabundos que,<br />

avisados por Saskia, arrinconaban y atacaban a las criaturas. La batalla había comenzado. El eco de un<br />

clamor de voces retumbó por las paredes <strong>del</strong> Templo, el estruendo era tal que asemejaba que los muros<br />

fueran a derrumbarse de un momento a otro. En el pasadizo de salida vieron que una brecha se acaba<br />

de abrir y rápidamente Oliver y Alan escaparon por ella. Afuera contemplaron un panorama<br />

completamente distinto. Los vagabundos, armados con bastones cargados eléctricamente, eliminaban a<br />

las criaturas una a una. En un momento dado vieron una sombra fugaz pasar a su lado. Si no fuera<br />

porque no se parecía a él Alan hubiera dicho que se trataba <strong>del</strong> niño hiperactivo. Al menos corría y<br />

temblaba vertiginoso como él. Mas súbitamente otra sombra que se movía <strong>del</strong> mismo modo surgió<br />

desde la penumbra, y armado con uno de aquellos bastones asestó un golpe a la primera que se<br />

desvaneció en la nada. Tras eso la aparición se detuvo, y para su sorpresa Alan y Oliver pudieron<br />

contemplar que ahora sí se trataba <strong>del</strong> niño hiperactivo. Oliver entonces se colocó en posición<br />

defensiva. Si Alan hubiera visto la confrontación que el francés y Saskia tuvieron con el falso niño<br />

momentos antes hubiera entendido.<br />

121


- ¿Quién eres?- Interrogó Oliver.<br />

El niño hiperactivo le miró y no respondió. Al hacer eso el francés supo que se trataba <strong>del</strong><br />

original y abandonó su actitud defensiva. En cuanto al argentino se limitó a farfullar algo como que<br />

tuviesen cuidado, les señaló por donde quedaba la Academia y se marchó.<br />

El peluso estuvo de acuerdo. Si su propósito ahora era buscar a Willyman, si no lo había<br />

encontrado en el Templo, lo mejor era hacerlo en la Academia. Buscó una tubería para subir a la<br />

azotea y le ladró a Oliver para que le siguiera. Pero una vez en la cubierta el francés se mostró reacio a<br />

irse así como así.<br />

- Sandra ha sido atrapada por los oradores. Tengo que ir a salvarla.<br />

Alan abrió los ojos incrédulo. La contienda se recrudecía. A los lejos se podían ver grupos de<br />

manchas azules y moradas acercarse. Eso quería decir que los Cartagineses de Luganis y los<br />

Armadillos de Brebbia acudían a la lucha. Mas Oliver no se amilanaba. Intuía que Sandra debía<br />

encontrarse en el mismo lugar de donde estos procedían y sin más preámbulos fue en aquella<br />

dirección, justo a su encuentro. Alan no podía creerlo, durante unos segundos estuvo tentado de dejar a<br />

Oliver y marcharse solo, pero, cosa curiosa, descubrió a su pesar que su sentimiento de camaradería<br />

era más fuerte que su miedo, por lo que finalmente le siguió. Conforme avanzaban los belicosos<br />

cánticos guerreros de los soldados de Brebbia y Luganis eran más retumbantes y ensordecedores. El<br />

plan de Oliver consistía en, cuando estuviesen cerca, esconderse hasta que pasaran. Pero Alan no lo<br />

tenía muy claro. Estaban yendo enfilados hacia el enemigo, y en aquellas cubiertas no había tantos<br />

escondites para ocultarse. Podía ver las antorchas de los guerreros cada vez más cerca, incluso<br />

acertaba a percibir el brillo de sus malévolas miradas. Y Oliver que proseguía en su temerario empeño.<br />

Mas durante unos instantes Alan sonrió y pensó que la fortuna les acompañaba cuando otro<br />

ejército, esta vez de su lado, apareció en escena a su izquierda. Se trataba de los Wessex de David y<br />

otras tribus a favor de defender la Tierra, que en cuando estuvieran cerca se abalanzaron sobre su<br />

enemigo. Parecía que este hecho les había salvado. Mas lo que sucedió en verdad fue que los guerreros<br />

de ambos bandos se dispersaron por la zona persiguiéndose mutuamente y en estas condiciones ya no<br />

quedaba sitio alguno para ocultarse.<br />

Aún así Oliver quería continuar. Asemejase que su anhelo por salvar a Sandra había nublado<br />

su razón, que le había desquiciado. Y esta vez el peluso se negó a participar. Se interpuso en el camino<br />

<strong>del</strong> francés. “Aparta”, le ordenó esté. Pero Alan se opuso. Era demasiado peligroso, aquello era<br />

insensato, y debía salvar a su amigo de sí mismo. Oliver se abalanzó sobre él. Forcejearon, el<br />

muchacho era más fuerte que el peluso, si éste hubiera sido un perro de verdad le hubiera roto una<br />

pata, hasta que por fin Oliver comprendió que debía cejar en su empeño, que aquello resultaba un<br />

impulso suicida.<br />

- Es imposible, la he perdido para siempre.- Se lamentó y, afligido, se dejó caer al suelo.<br />

Alan entonces, magullado y dolorido, se subió a lo alto de un castillete. Quería alejarse <strong>del</strong><br />

francés. Desde el reencuentro éste no había hecho más que importunarle y comenzaba a estar ya<br />

francamente harto. Aparte, desde allí podía ver el transcurso <strong>del</strong> combate. Los enemigos de los<br />

oradores parecían tener las de ganar. Brebbia huyó al poco de sucederse el envite. Luganis por su parte<br />

se defendía con gallardía, con su espada de hielo mantenía alejados a sus enemigos lanzando<br />

mandobles a diestro y siniestro. Mas llegó un momento en que prácticamente ya era el único entre los<br />

Cartagineses que no había huido o caído. Se encontraba acorralado, en el centro de un círculo de<br />

enemigos que sin embargo parecían querer mantener las distancias con él. En un momento dado<br />

algunos de los Wessex se apartaron y entre ellos entró en el círculo David. Los viejos adversarios se<br />

observaron mutuamente, y comprendieron que aquel era el instante, que su rivalidad no tendría más<br />

futuro que aquel momento. Luganis fue el primero que desató las hostilidades. Lanzó un mandoble<br />

que David esquivó por poco, después otro, y otro. Parecía que la estrategia <strong>del</strong> sobrino de Frank<br />

Rousseau fuese agotar a su oponente. Sin embargo, un ser de nanomateria nunca se cansa, en su lugar<br />

era David quien lo hacía. El hombre de cristal cada vez estaba más confiado, convencido de que para<br />

él habría otro día, y lanzó una estocada precisa. En principio aquel debiera haber sido el golpe<br />

definitivo, el que atravesase a su oponente. Mas a su pesar precisamente David había estado<br />

aguardando aquello. Éste saltó, se colocó encima de la espada <strong>del</strong> hombre traslúcido, y con los dos<br />

pies por <strong>del</strong>ante le asestó una patada voladora en el pecho que le hizo salir disparado hasta estrellarse<br />

122


contra un muro. A continuación el general de los Wessex corrió hacia su adversario, tomó impulso y<br />

se precipitó de rodillas hacia Luganis provocando un potente estampido sónico. El hombre de cristal<br />

no lo soportó, poco a poco su cuerpo se resquebrajó y sus restos se transformaron en cobre.<br />

Nada más desaparecer la última brizna de nanomateria de Luganis en el suelo <strong>del</strong><br />

Mínimomundo los presentes, que se habían mantenido en silencio en vilo, súbitamente prorrumpieron<br />

en una gran ovación. Se abrazaban efusivamente, se felicitaban los unos a los otros, saltaban, se<br />

alborozaban. Incluso Alan desde su posición aulló alegre. Parecía que habían vencido, los últimos<br />

enemigos se deslizaban hacia las sombras tratando de escapar.<br />

Pero a los aliados de los oradores todavía les quedaba una última bala.<br />

En ese instante un terrible rugido inundó la ciudad exterior. Por el horizonte contemplaron<br />

atónitos a la “Bestia”, el único dragón <strong>del</strong> que se tenía noticia en el Mínimomundo. Su tamaño era tal<br />

que dejaba pequeños a los edificios, una tormenta de fuego le rodeaba iluminando de un rojo intenso el<br />

mundo de tinieblas que era la ciudad exterior.<br />

- Estamos perdidos.- Expresó Oliver que había abandonado su aflicción y ahora se encontraba<br />

junto al peluso observando la escena.<br />

Alan le hubiera secundado. En general todo el mundo le hubiera secundado. Pero por motivo<br />

que unos se encontraban paralizados por el terror, y otros porque se preparaban para la confrontación,<br />

nadie lo hacía. Particularmente importante para el devenir de los futuros acontecimientos era la razón<br />

por la que Alan no observaba con pasmo a la infernal criatura pensando que aquellos eran los últimos<br />

instantes de su existencia. En su lugar estaba ensimismado con otros asuntos más relevantes.<br />

No podía creerlo, había vuelto a suceder. Como ocurrió en su día con su brazo, su cabello<br />

lanudo había desaparecido de repente y en su lugar su piel había adoptado esta vez una faz de escamas<br />

pardas y coriáceas. Tal como el pellejo <strong>del</strong> enorme dragón. ¿Por qué?, se preguntó. ¿Por qué en ese<br />

instante? ¿Por qué tras varios meses sin que ocurriese nada? ¿Qué motivaba aquellas transformaciones<br />

involuntarias? ¿Que tenían todas en común? Miró alrededor y de repente su mente se iluminó. Ahora<br />

lo entendía. La primera vez su brazo se convirtió en la pata podrida de un armario justo en un<br />

momento en el que todos observaban los muebles desvencijados <strong>del</strong> sótano. Semanas más tarde<br />

contempló un enorme hormiguero sobresaliendo de un muñón, cuando dentro de la cancha el<br />

entrenador de Poids, Contrabandista, les entrenaba haciendo aparecer miles de hormigas. Meses más<br />

tarde hasta en tres ocasiones recuperó su aspecto de niño humano rubio y pecoso, porque Midori eso<br />

era lo que más ansiaba, que recobrara su forma humana. Y en todas esas situaciones había estado<br />

presente Oliver, y era salir de la habitación donde estaba u Oliver concentrándose en otro asunto que<br />

recobraba su aspecto habitual. Ahora lo entendía. Era a causa de Oliver que todo aquello ocurría. Y la<br />

razón consistía en que el francés era un “enlace”, tenía el don y no lo sabía. Cuando dejaba su mente<br />

en blanco sin darse cuenta canalizaba las ensoñaciones de las personas a su alrededor, y con ellas<br />

transformaba la nanomateria en las inmediaciones, como la que Alan había tenido en su brazo, o tenía<br />

en su cuerpo de peluso. Como en ese instante. En los alrededores había centenares de personas<br />

aterrorizadas con la presencia <strong>del</strong> dragón y Oliver recibía y amplificaba esa señal haciendo que el<br />

peluso adoptara esa forma.<br />

Y quizás allí estuviera la solución al problema que ante ellos se avenía, la amenaza <strong>del</strong> dragón.<br />

Quizás eso era lo que el Hombre de cobre le tenía destinado. Ladró para que Oliver le echara cuenta,<br />

aulló, incluso le mordió en la pierna.<br />

- Pero, ¿qué haces?<br />

- Hazme caso por una vez, tengo algo que decirte.- Escribió Alan.<br />

- ¿Qué quieres?<br />

- Pon tu mente en blanco. No pienses en nada.- Oliver no entendía y dijo que se dejase de<br />

tonterías, que en lugar de jugar que pensase en cómo rescatar a la suiza.- Olvídate de Sandra. El<br />

mundo nos necesita aquí y ahora. Concéntrate, deja tu mente en blanco.<br />

Alan tuvo que gruñir y amenazarle con morderle para que lo hiciese. Tanto que finalmente el<br />

francés obedeció. Éste se sentó y trató de abstraer su mente a la vez que adoptaba una expresión de<br />

que aquello no serviría para nada. Pero en contra como Alan había supuesto su piel tornó de nuevo<br />

como las escamas <strong>del</strong> dragón, incluso su cabeza se metamorfoseó y su cuerpo empezó a aumentar de<br />

tamaño. Oliver en ese momento abrió los ojos y lo que vio le dejó patidifuso, un híbrido entre perro<br />

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lanudo y serpiente formándose <strong>del</strong>ante de él. Fue tal su susto que Alan empequeñeció y éste tuvo que<br />

rugir indicándole que no perdiera concentración. A continuación vio a Oliver, ya sí más convencido,<br />

tratando de esforzarse, de cerrar los ojos apretando los párpados con el fin de intentar sustraerse a lo<br />

que ocurría fuera. Funcionaba. A Alan le brotaron <strong>del</strong> lomo unas enormes alas de murciélago y pronto<br />

su peso fue tal que la cubierta <strong>del</strong> edificio a duras penas podía sostenerle.<br />

No obstante, su tamaño todavía no era ni una centésima parte <strong>del</strong> dragón enemigo. A fin de<br />

cuentas los poderes de Oliver no estaban demasiado desarrollados, acababa de descubrir su don y<br />

apenas podía comprenderlo. Alan batió sus alas originando una tremenda ventolera en la cubierta y<br />

poco a poco se elevó en el aire. No tenía mucha práctica en volar, pero tenía que intentarlo, el mundo<br />

dependía de él. Se dirigió lentamente hacia la bestia. El dragón lanzaba espesas bocanadas de fuego<br />

hacia la ciudad exterior provocando incendios aquí y allá. Igualmente desde tierra se disparaban<br />

cientos de proyectiles hacia la inmensa criatura llenando el cielo de rayos y centellas. El ruido era<br />

ensordecedor, como cientos de bombas que estallaban siguiendo un ritmo descompasado. Alrededor<br />

de la bestia había otras diez criaturas voladoras protegiéndola. Alan creyó percibir que se trataba de<br />

gárgolas. Cuando le vieron se lanzaron a por él. Una se aferró a su lomo clavándole las garras, otra a<br />

sus patas. Pesaban demasiado y el americano cuyo tamaño era apenas el de una cría de dragón cayó en<br />

picado atravesando el techo de un edificio.<br />

Afortunadamente toda la nanomateria que se había concentrado en torno a él para hacerle<br />

crecer amortiguó el golpe, y pronto se recompuso. Pero igualmente lo hicieron las dos gárgolas.<br />

Abrían la boca tratando de amilanarle y golpeaban el aire con sus garras para mantener la distancia.<br />

Finalmente se arrojaron sobre el americano, pero antes de alcanzar a su presa sendos rayos las<br />

alcanzaron desintegrándolas.<br />

- ¿Quién eres?- Dijo alguien desde un lateral. Alan miró en la dirección de la voz y se<br />

sorprendió al ver a Willyman con su bata de médico, su cabello rizado y sus gafas de culo de vaso.<br />

Alan fue a abrir la boca para contestarle pero lo único que hizo fue soltar un rugido.- No importa tu<br />

nombre, sólo que estás de nuestra parte. Llévame en tu lomo, tengo una idea de cómo derrotar a esa<br />

criatura.<br />

La voz <strong>del</strong> Subdirector era imperante, tanto que Alan no dudó en obedecerle y se inclinó para<br />

recibirle. Tras eso volvió a batir las alas. Pero su poder menguaba. Parecía que Oliver se estaba<br />

agotando, o al menos perdía concentración. El Subdirector, intuyendo lo que ocurría lanzó con su<br />

bolígrafo un rayo al cielo donde apareció en letras brillantes escritas: “Dad alas al pequeño dragón”. El<br />

americano supuso que Oliver captó el mensaje. Enseguida su nueva forma recobró prestancia y se<br />

elevó hacia el cielo. Tres gárgolas arremetieron contra ellos y Willyman las derribó con sus rayos. Por<br />

otra parte, comprendiendo la estratagema de William Frampton, desde tierra los proyectiles se<br />

dispararon destinados a proteger a Alan. Otras tres gárgolas cayeron fulminadas por centellas que las<br />

atravesaron de parte a parte, y las dos que quedaban fueron envueltas por una cortina de humo negro y<br />

denso. Ya sólo quedaba el dragón. Pero decirlo era más fácil que hacerlo. La enorme bestia les encaró<br />

y se dirigió hacia ellos. Alan estaba inquieto. La criatura prácticamente ocupaba todo su campo de<br />

visión. “Acércate hacia sus fauces”, expresó Willyman, “¡Obedece!”. Alan, a pesar <strong>del</strong> miedo,<br />

demostró un coraje que desconocía tener al proseguir hacia la boca <strong>del</strong> monstruo. Los ojos rojos de la<br />

bestia centelleaban, su tamaño era enorme, prácticamente la cabeza <strong>del</strong> monstruo ya era más grande<br />

que todo su ser. Se hallaba tan cerca que podía ver la diminuta figura de una mujer montada en el<br />

punto donde el cuello <strong>del</strong> animal se unía a su cuerpo. La mujer vestía de negro, tenía el cabello negro y<br />

la tez pálida, se carcajeaba como una posesa, y gritaba con voz estridente: “¡Abrásalos!”. La criatura<br />

obedeció. Abrió sus fauces, Alan podía ver cómo en el interior de su garganta se originaba una<br />

tormenta de fuego. Ya está, hasta allí había llegado, ése iba a ser su fin. Pero Willyman<br />

verdaderamente tenía un plan. Arrojó algo, una pequeña esfera, al gaznate de la criatura y dos<br />

segundos más tarde se produjo una explosión que partió al dragón en dos. Por un lado la cabeza, y por<br />

el otro el cuerpo junto con la mujer, cayeron a plomo. E igualmente ocurrió con Alan y Willyman. La<br />

onda expansiva <strong>del</strong> estallido les afectó hasta tal punto que se vieron arrojados por los aires. El suelo<br />

estaba cada vez más cerca, y en esta ocasión el impacto iba a ser tan demoledor que ni siquiera la<br />

nanomateria podría amortiguarlo.<br />

124


Pero súbitamente sintieron como si un mullido colchón de plumas recibiese su caída. Como<br />

transportados por manos invisibles se desplazaron por encima de los edificios. Alan estaba confuso,<br />

desorientado, teóricamente debería haberse estampado contra el suelo. Le costaba creer que aquello<br />

fuese real, incluso durante unos instantes pensó que había muerto y que era su espíritu el que volaba.<br />

Pero no. La razón de su salvación se debía a las cientos de personas que habían contemplado la lucha<br />

desde abajo y que habían aunado sus esfuerzos en conjurar la nanomateria para salvar a los valientes<br />

matadragones. Finalmente tanto él como Willyman fueron depositados con suavidad en una plaza. La<br />

multitud poco a poco fue llenando el lugar, una multitud enfervorizaba, entusiasmada, que les rodeó y<br />

les aclamó como a héroes. Y Alan, que ya había recobrado su forma de peluso, suspiró aliviado. Era<br />

cierto, estaban vivos, y habían salvado a la ciudad exterior.<br />

- ¿Dónde está el enlace?- Le preguntó en un momento dado Willyman.- Aquel que te ha<br />

transformado en dragón.<br />

Casualmente Oliver llegaba en ese instante avanzando como podía entre la muchedumbre, y el<br />

Subdirector al verle no se lo pensó dos veces: tan serio como parecía acudió a él para abrazarle. El<br />

muchacho por su parte estaba confuso, no entendía nada. ¿Cómo era posible que por medio de él Alan<br />

se hubiera transformado en cría de dragón?<br />

- Ya habrá tiempo para explicaciones.- Dijo Willyman.- Ahora hay una victoria que celebrar.<br />

Efectivamente. La batalla había concluido, habían vencido.<br />

Mas algo hizo que en apenas unos segundos el silencio se hiciera entre los presentes. Se<br />

trataba de Fretum Davis. Nadie sabía de dónde había aparecido, sólo que estaba allí, y aunque se<br />

encontraba rodeado de enemigos, tenía el aplomo suficiente como para avanzar lentamente hacia el<br />

centro de la celebración. Ellos eran cientos, Fretum sólo uno, y aún así se mostraban incapaces de<br />

afrentarle.<br />

- ¿Qué quieres, Fretum? Largo de aquí, habéis perdido.- Expresó Willyman. El orador llevaba<br />

el cuerpo de una mujer inconsciente en brazos. Alan la reconoció, era quien controlaba al dragón.<br />

- Sólo he venido para presentarte a alguien. Ésta es Elvira, mi hija. Por fortuna la he salvado a<br />

tiempo.- Y añadió dirigiéndose a los ojos de Oliver- Pero sé de alguien que no correrá esa misma<br />

suerte.<br />

Dicho esto una grieta se abrió en el terreno, y Fretum junto con Elvira desaparecieron por ella.<br />

125


19. Redención<br />

Tras la marcha <strong>del</strong> orador la fiesta debería haber proseguido. Pero la sola presencia de Fretum bastó<br />

para enfriar los ánimos. El enemigo seguía vivo, se había ganado una batalla pero no la guerra, y quien<br />

más y quien menos regresó a sus cuarteles para incrementar las defensas y extremar las precauciones.<br />

Llegó un momento en que en la plaza tan solo quedaron Alan, Oliver, Willyman, y David acompañado<br />

de algunos de sus compañeros Wessex. Oliver conversaba con David. O más bien era David quien<br />

parloteaba sin parar sobre los sucesos de la jornada mientras el chico estaba absorto en alguna clase de<br />

pensamiento. En cuanto a Alan fue hacia el Subdirector y comenzó a escribir con la pata.<br />

- Puedes ladrar, te comprenderé.- Le señaló William Frampton. Entonces el peluso le habló de<br />

Sammo Lai, <strong>del</strong> propósito con el que éste había concertado la reunión con el Subdirector aquel día,<br />

para avisarle de que pronto sucederían acontecimientos extraordinarios donde Alan tendría un papel<br />

fundamental para evitar la debacle.<br />

- Y ya lo he cumplido. Al intervenir en la derrota <strong>del</strong> dragón he salvado a la Tierra.- Dijo el<br />

americano.<br />

- No, no lo creo.- En cambio expresó el Subdirector.- Tarde o temprano hubiéramos vencido al<br />

dragón. Tú sólo aceleraste el proceso.<br />

Alan se quedó perplejo. Le sorprendía la facilidad con que Willyman había restado méritos a<br />

sus actos, denegado la importancia de su hazaña. El Subdirector no hizo nada más, dicho esto se<br />

despidió y se fue dejando al americano con un montón de preguntas. Entonces, ¿qué era lo que<br />

pretendía de él el Hombre de cobre?<br />

Mientras el Subdirector desaparecía entre las sombras <strong>del</strong> Mínimomundo, Alan vio cómo<br />

desde otro callejón acudían Saskia y el niño hiperactivo acompañados de un hombre de tez oscura con<br />

una túnica desteñida. Oliver al verles dejó a David y se fue corriendo hacia Saskia con el fin de<br />

interrogarla sobre si había hallado a Sandra. La chica negó con la cabeza un tanto compungida.<br />

- Pero ha destruido el replicador.- Contrapesó el hombre de la túnica.<br />

- Y yo he acabado con mis copias.- Se apresuró a señalar el niño hiperactivo.<br />

Alan y Oliver no sabían de lo que hablaban.<br />

- Veo que hay muchas cosas de lo que tenéis que poneros al día- señaló David- Hagamos una<br />

cosa. Os invito a almorzar.<br />

Resultaba que a pesar de tanta acción y ajetreo, con batallas, persecuciones, emboscadas y<br />

engaños, tan solo eran las catorce horas, en la Tierra las dos de la tarde. Todos aceptaron la petición de<br />

David, a excepción <strong>del</strong> hombre de la túnica que se alejó alegando que tenía todavía asuntos que<br />

resolver. Se adentraron en el Minotauro, no sin antes acercarse a la congregación de artistas para<br />

recoger a Midori, y discurrieron por el entramado de galerías hasta dar con una gruta bastante amplia<br />

que servía de cuartel provisional para los Wessex de David. Saludaron a Ebony, ya más recuperada<br />

por la pérdida de su hija. Y se sentaron alrededor de una especie de mesa escavada en la roca para<br />

comer. Puesto que todos habían incumplido algún precepto, incluso Oliver que ejercía una profesión<br />

sin saberlo, no había problema en que tomaran comida de la ciudad exterior. Una vez se sirvieron cada<br />

cual narró su historia. El peluso descubrió a los que no lo sabían que en verdad era Alan Sillitoe, su<br />

antiguo compañero en Blixen. El niño hiperactivo que ya no era humano, sino una criatura. Saskia<br />

compartió que ya no la llamasen más por aquel nombre, o bien “Leo”, o bien “Cadia”. Disputas <strong>del</strong><br />

pasado fueron resueltas. Como Cadia que perdonó a Midori por haberla pretendido destruir al creer<br />

que se trataba de una lolita. O el niño hiperactivo que hizo las paces con Oliver por lo de su abandono<br />

<strong>del</strong> equipo de Poids. En cuanto al francés, le alegraba en parte haber recuperado a tantos amigos a la<br />

vez. No obstante, había algo por dentro que le trastornaba. Era más, que le impedía probar bocado.<br />

Una nube oscura ocupaba su mente, le reconcomía, le hacía sentirse mal por permanecer allí sin<br />

moverse, disfrutando de la compañía, conversando tranquilamente cuando todavía les quedaba una<br />

tarea por cumplir, hasta que finalmente estalló.<br />

- Esto está muy bien. Hemos vencido, hemos eliminado a los hiperactivos que amenazaban la<br />

seguridad <strong>del</strong> Mínimomundo, hemos derrotado al dragón. Pero Sandra sigue ahí fuera, en peligro.<br />

- Pero no hay modo de salvarla.- Argumentó Midori.<br />

126


- ¡Tiene que haberlo!- Insistía el francés. A todos les apenaba el que la suiza no estuviera con<br />

ellos, ese hecho enturbiaba enormemente la certeza de la victoria, pero no sabían qué modo existía de<br />

hacer algo por ella.<br />

- Además, no estamos seguros que esté realmente en peligro.- Expresó el niño hiperactivo.-<br />

Puede que sólo se encuentre presa, que sea su rehén.<br />

Oliver miró de hito en hito al argentino, que precisamente fuese él quien dijera aquello, a<br />

quien habían tratado de hacer desaparecer engullido por los devoradores de criaturas, que había visto<br />

con sus propios ojos cómo Pierre fue transformado en hiperactivo.<br />

- Cuando yo la vi por última vez aún no la habían convertido en criatura.- Señaló Cadia.- Le<br />

habían impuesto un condicionador mental y bajaba por una galería en dirección al Minotauro.- Y<br />

añadió.- Hay un punto que no me cuadra en los planes de los oradores. Cuando el niño..., cuando la<br />

réplica de hiperactivo nos atacó en el Templo objetó que sus amos querían a Sandra y a Oliver vivos,<br />

pero no a mí. ¿Por qué razón?- Preguntó la muchacha pero antes de que alguien fundamentara alguna<br />

conjetura David dio por concluida la conversación.<br />

- En todo caso no es una razón que os incumba. Sé que os entristece lo de vuestra amiga, que<br />

querríais que hubiera una posibilidad de dar con ella, pero casi con toda seguridad los oradores la han<br />

transformado en uno de sus monstruos. Tenemos que admitirlo. Es duro pero así son las cosas. Esto es<br />

lo que significa vivir en el Mínimomundo.<br />

Sin embargo, Oliver Rousseau no estaba dispuesto a admitirlo.<br />

Cuando terminaron de almorzar David los guió de regreso a la superficie y nada más dejarles<br />

solos el francés expuso al resto su plan. Mientras ellos comían él había discurrido detenidamente y<br />

había caído en la conclusión de que Leocadia tenía razón, había algo ilógico en que los oradores<br />

buscaran a alguien como Sandra u Oliver, alumnos de la Academia, para acometer sus propósitos,<br />

mientras había miles de vagabundos en la ciudad exterior que se hubieran presentado voluntarios si<br />

eso significase regresar a la Tierra o ingresar en una tribu.<br />

- La clave está en el túnel <strong>del</strong> comedor. Debe haber una razón por la cual busquen a alumnos<br />

de la Academia específicamente. Probablemente sólo nosotros podamos salvar las medidas de<br />

seguridad para llegar a ese lugar.<br />

- ¿Estás diciendo que los oradores todavía piensan atacar el túnel <strong>del</strong> comedor?- Dijo<br />

Leocadia.<br />

- Estoy diciendo que si hay algún lugar en este universo en el que quede una mínima<br />

probabilidad de que Sandra siga sana y salva éste es el agujero de gusano <strong>del</strong> comedor central.- Y<br />

añadió.- Sé que no hay seguridad en lo que estoy diciendo, que tan solo me estoy aventurando a sacar<br />

una conclusión. Pero mientras haya una posibilidad yo iré a comprobarla.<br />

- Es muy arriesgado. ¿Y si los oradores están allí junto a Sandra?- Repuso Midori.<br />

- O si nos descubren las autoridades. Podrían meternos en prisión.- Subrayó el niño<br />

hiperactivo.<br />

- No os estoy obligando a venir conmigo. Ni siquiera os lo estoy pidiendo. Únicamente os<br />

informo: “yo voy a ir”. Quien quiera acompañarme, bienvenido. Es vuestra decisión. Y vuestra<br />

conciencia.<br />

Todos se quedaron en silencio, sin saber qué contestar. Por supuesto tenían miedo. Pero por<br />

otro lado era su compañera, a quien conocían desde que entraron en el Mínimomundo. ¿Qué hacer?<br />

¿Qué decidir? Oliver, al ver que tras un buen rato nadie se hubo pronunciado, dio media vuelta y puso<br />

dirección hacia la Academia. Parecía que lo iba a hacer solo, que nadie le iba a acompañar. Pero en<br />

apenas unos segundos vio cómo a su lado se situaba, en primer lugar Leocadia, después el niño<br />

hiperactivo y Midori, y por último Alan. Los motivos <strong>del</strong> americano eran la amistad, la camaradería,<br />

por primera vez en aquel día no le movió el hecho que quizás eso fuese lo que el Hombre de cobre<br />

requería de él.<br />

Fueron hasta la Academia. Alan hacía dos meses que no pisaba Blixen. Ningún cambio se<br />

había producido en su ausencia, los mismos edificios de ladrillo rojo, el mismo arroyo de agua<br />

estancada, las farolas que iluminaban una superficie completamente llana. Era horario de clases y en<br />

torno a los aularios había una gran algarabía de estudiantes y profesores. Probablemente ninguno de<br />

127


ellos supiera <strong>del</strong> enfrentamiento que se había sucedido por la mañana en la ciudad exterior. Incluso era<br />

posible que la mayoría ignorase siquiera que existía un mundo exterior. Fueron hasta el comedor. En<br />

aquel momento, como no era horario de comidas, estaba cerrado. Lo rodearon. El edificio era enorme,<br />

uno de los mayores de la Academia. Pero aparte de la entrada principal no había ninguna otra manera<br />

de penetrar en él.<br />

- Quizás si esperamos a la hora de la cena.- Aventuró Midori.<br />

- Aunque esperemos a la hora de la cena. ¿Alguno tiene la más mínima idea de dónde se puede<br />

encontrar ese agujero de gusano?- Preguntó Cadia.<br />

Eso era una buena pregunta. En sus días de estudiante normalmente habían ido al comedor<br />

oeste, y en muy pocas ocasiones, principalmente en épocas de exámenes, al comedor central. Y que<br />

ellos recordasen no había nada que pareciese mínimamente esconder una entrada a un túnel entre dos<br />

universos. Estaba la zona de mesas que separaba con una mampara de cristal a los alumnos de aquellos<br />

que habían abandonado la Academia. Estaba después el área donde se servía la comida. Detrás de ésta,<br />

a la vista de todo el mundo, las descomunales cocinas. Más allá, igualmente a la vista, la enorme<br />

despensa compuesta por cientos de pasillos acordonados de estantes con vituallas de todo tipo. Y nada<br />

más. Dentro <strong>del</strong> comedor central todo quedaba a la vista y no se vislumbraba ningún lugar que pudiera<br />

parecer indicar: “Aquí hay un túnel entre dos universos”.<br />

- Tiene que estar ahí, en alguna parte.- Insistía Oliver.<br />

Rodearon el edificio de nuevo. Una vez más no hallaron nada. Las dudas comenzaron a surgir<br />

en el grupo. Midori comentó si quizás el agujero de gusano se hallaba en otra parte, quizás oculto en<br />

alguno de los aularios. Leocadia por contra señaló si acaso los oradores no estuvieran equivocados en<br />

suponer que había otro túnel. En cuanto a Alan no dijo a nada. Creyó discernir a lo lejos, confundido<br />

por entre la penumbra, al Subdirector William Frampton. Aquello le intrigó. Mientras los otros estaban<br />

enzarzados en una discusión él se dispuso a comprobar si sus ojos no le habían engañado. En su lugar<br />

descubrió algo nuevo en los muros <strong>del</strong> comedor. Una puerta, una pequeña entrada secundaria<br />

entreabierta. Pero era imposible. Antes al pasar no la habían visto. Y era cinco pares de ojos los que<br />

revisaban la pared. Como si hubiera aparecido de repente. Como si les estuviera esperando. Ladró para<br />

llamar al resto y todos se sorprendieron al contemplarla.<br />

Pero no había tiempo para asombrarse. Oliver, con absoluta determinación, se encaminó hacia<br />

la puerta, la abrió y comunicó al resto que había una escalera que bajaba. Descendieron hasta llegar a<br />

un pasadizo de paredes, suelos y techos de metal grisáceos que despedían una especie de luz pálida y<br />

mortecina. Aquel lugar les resultaba insólito. Frente a los edificios <strong>del</strong> Mínimomundo hechos de<br />

ladrillo o tierra parecía que de repente se hubiesen adentrado en una nave intergaláctica. “Este sitio no<br />

me gusta”, opinó el niño hiperactivo, la mayoría estuvo de acuerdo. Tras avanzar varios cientos de<br />

metros desembocaron en una amplia sala en cuyo centro vieron una cinta transportadora como las de<br />

los aeropuertos que porteaba pesados paquetes. “Esos son los alimentos que van a parar al comedor”,<br />

identificó Oliver. En un extremo de la cinta había una abertura en el suelo por la que ascendían los<br />

paquetes. En el otro extremo pudieron observar extraños y complicados robots que tomaban los<br />

paquetes y los descargaban por un conducto en la pared. Otra circunstancia curiosa era que en la zona<br />

donde se encontraba la cinta transportadora el aire parecía estar azul. El niño hiperactivo trató de<br />

acercarse, pero algo le detuvo. Justo en el límite donde la atmósfera se volvía azul chocó con una<br />

especie de campo de fuerza que le impedía el paso. Midori probó y tampoco pudo avanzar. Ni<br />

Leocadia, ni Alan. Y en cambio los robots entraban y salían de la zona azul como si nada.<br />

- ¡Acercaros! ¡He descubierto algo!<br />

Mientras el resto había permanecido perplejo observando la cinta transportadora Oliver había<br />

hallado en el otro extremo de la sala una compuerta que se abrió nada más él acercarse mostrando una<br />

pequeña sala circular. El francés entró para explorar. A continuación lo hizo el resto y justo cuando el<br />

último de ellos penetró las compuertas se cerraron. Horrorizados descubrieron que se trataba de un<br />

ascensor que descendía. También observaron que dentro no había ningún botón ni otro tipo de control,<br />

las paredes estaban completamente lisas, no había manera de pararlo, a donde fuera el ascensor irían<br />

ellos.<br />

- Oliver, ¿te has parado a pensar que esto pueda ser una trampa?- Cuestionó Cadia.<br />

- Sí. Y no es que pueda serlo, es que nos dirigimos a una trampa.<br />

128


Alan observó al francés y asintió cabizbajo a la vez que temeroso. Él también lo había intuido.<br />

Que la pequeña puerta en el comedor hubiera aparecido de repente entreabierta cuando habían pasado<br />

por <strong>del</strong>ante sin percatarse de nada. Que los pasillos estuviesen despejados sin nadie que vigilase, que<br />

las puertas <strong>del</strong> ascensor se hubieran abierto y la cabina se hubiera puesto en marcha nada más ellos<br />

acercase y entrar, sin aviso previo, sin haber pulsado un botón o haber introducido una clave de<br />

seguridad. Y, sobre todo, que las últimas palabras de Fretum hubieran estado dirigidas a Oliver<br />

concretamente, como si le hubiera desafiado a salvar a su amiga, como si hubiera allanado el camino<br />

para que se encontraran en ese lugar distante. El ascensor siguió descendiendo, no tenían reloj pero<br />

calcularon que permanecieron más de una hora allí. Finalmente el artilugio comenzó a decelerar,<br />

estaban aproximándose a su destino. Cuando las puertas se abrieron durante unos segundos nadie se<br />

atrevió a pisar fuera. El panorama era completamente distinto a todo lo que se hubieran esperado.<br />

Estaban bajo tierra, eso estaba claro. Tenían ante sí una gigantesca oquedad en forma de esfera hueca<br />

de cientos y cientos de metros, incluso kilómetros, de diámetro. Sobre el suelo se levantaban<br />

construcciones de cristal y metal iridiscente en ruinas que se distribuían por toda la superficie de la<br />

esfera, incluso en el techo, como si pudieran caminar hasta allí, disponerse cabeza abajo, y no caerse al<br />

vacío, y en el centro quedaba otra esfera de enorme tamaño que recordaba la forma de un planeta, y<br />

que era sostenida por cables que se anclaban en las paredes de la oquedad, .<br />

Oliver fue el primero en salir. Alan se encaminó tras él. Lo primero que observaron fue un<br />

conducto que atravesaba toda la oquedad y en cuya base estaba el ascensor, y supusieron que era por<br />

ese conducto por donde habían descendido. A su alrededor contemplaron más ruinas. Y en un lateral<br />

hallaron lo que estaban buscando: la entrada <strong>del</strong> agujero de gusano. Se trataba de una compuerta<br />

circular de un diámetro no mucho mayor que la altura de un hombre adulto. En ese momento estaba<br />

abierta, y en su centro pudieron ver un remolino de partículas brillantes como si estuviera compuesto<br />

de cientos de estrellas. De vez en cuando desde el remolino tomaba forma un paquete que caía sobre<br />

una cinta transportadora, que a su vez llevaba los fardos hacia otro conducto que al igual que el<br />

ascensor atravesaba toda la oquedad. Y todo este conjunto, tanto la compuerta como la cinta como el<br />

conducto, se encontraban rodeados por la aureola azul impidiendo el paso.<br />

- ¿Y bien? Aquí estamos.- Manifestó Oliver esperando acontecimientos.<br />

Al ver que nada ocurría se pusieron a explorar por los alrededores. Midori, Cadia y el niño<br />

hiperactivo fueron hacia el edificio más cercano, Oliver se sentó en una roca para reflexionar. Alan por<br />

su parte se puso a rebuscar alrededor de la entrada al agujero de gusano. Y justo en el otro lado halló<br />

aquello que buscaban. Sandra se encontraba de pie, completamente rígida, absorta, callada, sin<br />

expresión, sin mover siquiera un músculo, con unas vestiduras <strong>del</strong> color <strong>del</strong> cobre y el cabello teñido<br />

de esa misma tonalidad. El peluso ladró para avisar al resto. El primero en comparecer fue Oliver.<br />

- Sandra, ¿estás bien?- La joven no contestó, su mirada azul se concentraba en un punto en el<br />

infinito atravesándoles. El chico se dispuso a acercarse, pero enseguida se detuvo y retrocedió<br />

sobresaltado cuando súbitamente la muchacha profirió un tremendo grito de dolor. Para su sorpresa y<br />

espanto contemplaron cómo Sandra y sus vestiduras comenzaron a transformarse de manera drástica.<br />

Tras unos segundos que les parecieron eternos observaron cómo su aspecto ya no era el de una<br />

humana, en su lugar había dado paso a una criatura <strong>del</strong> mismo tamaño y la misma silueta que tuvo la<br />

suiza, pero <strong>del</strong> color completamente <strong>del</strong> cobre, y cuya piel estaba compuesta por multitud de hilos de<br />

cobre sobresaliente acogiendo el aspecto de una alfombra deshilachada de ese material. Perplejos, se<br />

retiraron de la criatura. Al hacerlo una escabrosa carcajada resonó desde el interior de la tierra. Se<br />

trataba de Fretum que como un árbol que nace de una semilla brotó <strong>del</strong> terreno.<br />

- Así que finalmente habéis venido. Así que sois lo suficientemente estúpidos como para<br />

meteros en la trampa aún sabiendo que es una trampa.- Alan se quedó petrificado, al igual que Midori,<br />

el niño hiperactivo y Leocadia. Oliver era el único que no pareció amilanarse ante su presencia.<br />

- Déjate de pamplinas. ¿Qué es lo que quieres?<br />

- Un momento, no tengas tanta prisa. Ya habrá tiempo para morir.- Sonrió, un sonrisa nada<br />

halagüeña que se dibujó en su faz cadavérica.- Supongo que no sabéis que sitio es éste. Todos esos<br />

edificios en ruinas hace treinta años eran invernaderos. Aquí se producían antiguamente los alimentos<br />

para los comedores de Blixen hasta que hace treinta años yo los destruí. Y esa esfera <strong>del</strong> centro, ¿lo<br />

adivináis? ¿Podéis imaginar lo que intentó ser? Fue una tentativa de crear un sol para el<br />

129


Mínimomundo. Para aliviar toda esa tristeza que empaña a los corazones que se sumergen en la<br />

oscuridad de este universo. Hubiera funcionado... si yo no lo hubiera impedido.<br />

Aquella revelación les dejó desconcertados. ¿Cómo que un sol? El Mínimomundo no tiene<br />

soles, ni estrellas, no hay día, ni noche, ni estaciones. El sol era lo que más habían echado de menos, lo<br />

que más ansiaban volver a recobrar. Entonces, era a causa de Fretum y no de los autoridades que no<br />

tenían uno.<br />

- ¿Por qué lo impediste?- Inquirió el francés.<br />

- Porque se trata de un engaño. Crear un sol para que los alumnos que marginaban en este<br />

oscuro universo no tengan deseos de volver a la Tierra, para que piensen erróneamente que en este<br />

sitio tienen la posibilidad de construir un nuevo hogar, para que sus ansias de revolución, su sensación<br />

de ser unos exiliados, decrezca. No podía permitirlo. No puedo permitirlo. No cuando nos están<br />

ninguneando, tratando como si pudieran manejarnos a su antojo. Exiliarnos, expulsarnos como a<br />

leprosos, como a ciudadanos de segunda categoría.<br />

- Si los sintonizadores regresan a la Tierra la población sufrirá.- Objetó con firmeza Oliver.<br />

- ¿Y qué? Es la evolución. Somos mejores, más fuertes, más ágiles, más poderosos, podremos<br />

llegar a ser inmortales. Los humanos normales son débiles, despreciables, frente a ellos somos<br />

invencibles. Es lícito y justo que desaparezcan y nosotros nos convirtamos en los amos de ambos<br />

universos.- A continuación Fretum miró a cada uno <strong>del</strong> grupo fijamente. Cuando le tocó el turno a<br />

Alan éste tembló como un hiperactivo.- Hay una razón por la que te he atraído hasta aquí. Destruí este<br />

lugar hace treinta años. No volví a pisarlo hasta hace unos meses cuando, intrigado acerca de dónde<br />

obtenían las autoridades los alimentos para los comedores, regresé aquí. Descubrí para mi sorpresa el<br />

agujero de gusano y vi mi oportunidad. Pero hay algo que me impide acceder a él.<br />

- El campo de fuerza.<br />

- Exacto. Sus medidas de seguridad son cuanto menos singulares. En primer lugar, impide el<br />

paso a todos aquellos que se hayan nanotransformado parcial o completamente. En segundo lugar,<br />

aquellas personas <strong>del</strong> Mínimomundo que hayan ingerido alimentos que no sean los de la Academia, no<br />

pueden cruzarlo. Y en tercer lugar, como he descubierto a mi pesar con tu amiga, aquellos que lleven<br />

un condicionador mental tampoco son bien recibidos.- El orador escudriñó fijamente a Oliver.- Pero<br />

quedas tú. Un estudiante responsable, que ha cumplido todos los preceptos. No te has<br />

nanotransformado completamente, no has comido nada que no sea lo proveído por el comedor, y lo<br />

más importante, has cometido el error de venir hasta aquí. Atraviesa el campo de fuerza.- Ordenó el<br />

orador. El francés fue a preguntar la razón pero Fretum contestó antes.- Porque si me equivoco y no<br />

puedes cruzarlo entonces no me sirves, y en ese caso os mataré a todos.<br />

Alan escudriñó a Oliver y notó en su expresión el deseo de negarse a la petición <strong>del</strong> orador.<br />

No obstante, este deseo fue desapareciendo a medida que el muchacho notaba el temor en sus<br />

compañeros por lo que terminó resignándose a obedecer. Lentamente fue hacia la superficie azul. Alan<br />

observaba nervioso, si hubiera podido sudar lo hubiera hecho profusamente. El francés una vez estuvo<br />

cerca alargó su mano hacia la aureola, dio un paso, ¡y sí!, podía cruzar el campo de fuerza. Alan pensó<br />

lo afortunados que eran. Al mediodía Oliver había estado a punto de comer con ellos y con David<br />

comida <strong>del</strong> Mínimomundo, pero debido a la preocupación por Sandra no lo había hecho. Eso les había<br />

salvado, o al menos así lo creía. Fretum, al comprobar que sus suposiciones eran acertadas, le hizo una<br />

señal a Oliver para que regresase. El muchacho obedeció y a continuación el orador le mostró un<br />

pequeño tubo cobrizo.<br />

- Esto es un condicionador mental. En él están inscritas todas las órdenes necesarias para que<br />

vayas al agujero de gusano de Siberia y lo abras en un determinado momento cuando nosotros estemos<br />

aguardando en el otro lado. Tómalo, cruza el campo de fuerza de nuevo y acércatelo a la cabeza.<br />

Actuará solo.<br />

Fretum le tendió el tubo a Oliver. El francés sólo tenía que acercarse y tomarlo. Pero Alan<br />

notó que el chico dudaba. Podía comprender la enorme presión a la que estaba sometido su amigo. Si<br />

obedecía las órdenes de Fretum sería el fin de la Tierra, de la civilización, de la humanidad tal como la<br />

habían conocido. Pero en cambio si no lo hacía ellos morirían. Alan, que había visto muchas películas<br />

y leído muchas historias en los cómic, identificaba allí esa difícil elección a la que todo héroe había de<br />

enfrentarse alguna vez, entre salvar al mundo o a aquellos a quienes estimaba. Sabía cómo finalizaría<br />

130


aquello. Oliver se asemejaba demasiado a aquellos héroes de las historias y podía intuir que terminaría<br />

optando por la segunda opción, por ser lo suficientemente estúpido como para anteponer el bienestar<br />

de sus amigos al de la humanidad al completo. Y así era. Aunque las dudas le embargaran, Oliver tras<br />

unos segundos comenzó a caminar hacia el orador. En las historias y películas aquel se trataría <strong>del</strong><br />

preciso instante en el que suele suceder algo repentino e inesperado que solucionase la situación a<br />

favor de los buenos, como que ocurriese una explosión imprevista o que irrumpiera un nuevo<br />

personaje en la escena. Pero aquello era el mundo real, no sucedería nada por el estilo, estaban<br />

irremediablemente perdidos.<br />

Sin embargo, Alan a partir de aquel día se vio obligado a reconocer que en ocasiones los<br />

sucesos en el mundo real ocurrían tal como en las películas<br />

- ¡No des un paso más!- De repente de entre las ruinas irrumpió en la escena Willyman, con su<br />

bata de médico, sus gafas de culo de vaso y su bolígrafo bien enhiesto en la mano. Alan, al igual sus<br />

amigos, no podía creer que aquello pudiera ser cierto. Sólo Fretum parecía no verse sorprendido por<br />

aquella aparición.<br />

- No puedo decir que no te esperase. Como siempre en el momento más oportuno.<br />

- ¿Para qué están los subdirectores si no?- A continuación Willyman se dispuso entre Fretum y<br />

Alan y sus amigos, con el bolígrafo apuntando al orador.<br />

- ¿Es que piensas enfrentarte a mí?- Se carcajeó Fretum.<br />

- Algún día tenía que suceder.- Se limitó a responder el Subdirector.<br />

Los enemigos mortales se hallaban frente a frente, observándose, preparándose para un<br />

enfrentamiento final que hacía años que esperaban que se produjera. Willyman les hizo una señal a<br />

Alan y sus compañeros para que se alejasen y todos se parapetaron tras los escombros de un edificio<br />

cercano. Durante un tiempo que les pareció eterno no ocurrió nada. Hasta que de improviso el<br />

Subdirecor lanzó un rayo hacia su contrincante. “¡Tienes un cero!” Pero antes de que le alcanzara,<br />

Fretum Davis desapareció como un espectro en el terreno. “¡No huyas, Fretum!” Willyman fue hacia<br />

el punto donde el orador se había desvanecido y encañonó con el bolígrafo al suelo. Al instante, un<br />

tremendo agujero se originó en el subsuelo que profundizaba kilómetros en la profundidad. El<br />

Subdirector siguió perforando la superficie convirtiéndola en un queso gruyere, pero ni rastro <strong>del</strong><br />

orador. Sin embargo, no estaba demasiado lejos. Con la vista concentrada en el suelo, el Subdirector<br />

no se percató que a su espalda la criatura en la que Sandra se había transformado parecía cobrar vida.<br />

Con la mano ésta agarró uno de los hilos <strong>del</strong> pecho, lo alargó, lo tensó, y como si fuera la cuerda de un<br />

arpa, lo tañó. Súbitamente una onda armónica de terrible poder cruzó el aire cortándolo todo a su paso.<br />

Willyman quiso escapar, pero no fue lo suficientemente rápido. Un segundo tañido armónico sonó<br />

dirigido hacia él partiendo su cuerpo en dos. Midori entonces lanzó un grito, Cadia se derrumbó al<br />

suelo por la conmoción, el niño hiperactivo se llevó las manos a la cabeza, y Alan comenzó a aullar<br />

desesperado. El Subdirector yacía inerte entre los escombros de un antiguo invernadero. Aquel que<br />

había regido los destinos de la Academia, de quien se decía que había ayudado a crear el<br />

Mínimomundo, uno de los pocos capaces de resistir la voz de Fretum.<br />

- Jajaja. No os esperabais este desenlace, ¿verdad?- Aseveró la voz <strong>del</strong> orador desde un lugar<br />

que no pudieron precisar.- El Subdirector William Frampton muerto. El perro de presa de Alonso<br />

Quesada, la última línea de defensa de la Academia Blixen, fulminada. En menos de un minuto. Y<br />

todo gracias a vuestra amiga. Nadie puede prever en qué tipo de criatura se transformará una persona.<br />

Pero el resultado con vuestra amiga ha sido francamente loable. Incluso le he puesto nombre: “la<br />

arpista”.<br />

Alan estaba conmocionado. El Subdirector muerto, todavía no podía concebirlo. Ya no habría<br />

nada que detuviese a Fretum. Pero de nuevo se equivocaba. Alan observó a Oliver por el rabillo <strong>del</strong><br />

ojo y contempló que su expresión no reflejaba nada, ni sorpresa ni horror. Aunque en verdad si<br />

mostraba algo, un semblante que conocía de sobra, el chico estaba carburando un plan.<br />

- Jamás haré lo que me dices.- Gritó Oliver escondido tras el parapeto.- No volveré a cruzar el<br />

campo de fuerza ni me pondré un condicionador mental.<br />

Alan, de repente, nada más decir el muchacho aquello, sintió como si las partes de su cuerpo<br />

trataran de separarse. Comprendió cuando miró a Oliver y contempló que éste se hallaba concentrando<br />

la nanomateria alrededor en una esfera, tal como hizo en la final de Poids. Así que ése era su plan.<br />

131


- ¿Estás seguro? ¿Ni siquiera si prometo que tu amiga recobrará su forma humana?<br />

- Eso es imposible. No se puede volver a componer carne y hueso cuando uno se ha convertido<br />

en cobre.<br />

- Pero, Oliver.- Repuso Midori.- Yo lo he leído, ha habido casos.<br />

- Y aquella historia en el Templo <strong>del</strong> Hombre de cobre, ¿recuerdas?- Señaló Cadia.<br />

- Eso no son más que leyendas.<br />

- Veo que vuestro compañero es más inteligente que vosotros.- Prosiguió Fretum- Son tan solo<br />

leyendas, nunca he visto a ninguna criatura volver a ser una persona, y eso que fui uno de los primeros<br />

sintonizadores que arrojaron a este agujero inmundo nada más crear la Academia.<br />

>> Quizás esto te convenza. Es hora de que alguien te diga la verdad, verdad que por otro lado<br />

vuestro querido Subdirector te ha estado ocultando. Creciste en un orfanato, o eso fue lo que me<br />

dijiste, ¿verdad, muchacho? E ignoras quienes fueron tus padres. ¿Deseas saberlo?- El orador no<br />

esperó a que el chico contestara.- En realidad naciste aquí, en el Mínimomundo, tus padres eran dos<br />

sintonizadores. Y las alimañas, esas criaturas que raptan a los recién nacidos, lo que hacen es llevaros<br />

a orfanatos en la Tierra. ¿Por qué? Me preguntarás. Esto tendrás que preguntárselo al magnánimo y<br />

valiente Subdirector. Ah, no, que está muerto. Mejor a vuestro Director. Tenía sospechas de que era<br />

esto lo que ocurría. Pero hasta hoy no lo tenía seguro. También sospechaba que Elvira era mi hija. De<br />

hecho aún no se lo he dicho, y hasta que no despierte una vez recuperada de sus heridas no lo sabrá.<br />

Tiene el mismo semblante que su madre, la cual, cuando raptaron a Elvira hace más de treinta años,<br />

consumida por el dolor se transformó por propia voluntad en criatura. Dime, muchacho. Te separaron<br />

de tus padres, te arrancaron de tu hogar, hicieron sufrir indeciblemente a tus progenitores, incluso es<br />

posible que tu rapto les hiciera enloquecer. ¿No es esto motivo suficiente para odiar a las autoridades,<br />

para desear su destrucción? ¿No es esto una razón lo sobradamente consistente para hacer lo que te<br />

digo, para vengarte?<br />

Alan estaba conmocionado por aquella revelación, que Oliver no era francés, ni siquiera un<br />

terrícola, sino un sintonizador nacido en el Mínimomundo. Observó a su amigo, sintió conmiseración<br />

por él, enterarse de aquel modo. ¿Cómo se sentiría? ¿Se estaría desmoronando por dentro? ¿Le<br />

corroerían las dudas? Pero si había esperado que una lucha se desarrollase en el interior de Oliver, que<br />

algo se hubiera roto en él, hasta tal punto que le hiciera dudar de su propósito, que surgieran impulsos<br />

que le llevasen a odiar a las autoridades por separarle de sus padres, que le instigasen a obedecer las<br />

órdenes de Fretum, se equivocaba. Oliver era admirable. Seguía reuniendo nanomateria, y con<br />

voluntad firme continuaba estando <strong>del</strong> lado de salvar la Tierra.<br />

- Al menos gracias a eso pude contemplar el sol y gozar de la primavera y de las estaciones.-<br />

Fretum se quedó pensativo, silencioso, esta vez su respuesta tardó en ser escuchada.<br />

- En ese caso, la arpista asesinará a tus amigos uno a uno hasta que hagas lo que te digo.<br />

Aquellas palabras sonaron a sentencia. Todos miraron a Oliver, éste continuaba con su<br />

empeño en concentrar la nanomateria. ¿Cómo podía seguir con eso cuando sus vidas estaban en juego?<br />

- Acabará igualmente con vosotros si obedezco.- Explicó- Sois testigos molestos y si<br />

escapaseis podríais alertar de que un sintonizador anda suelto en la Tierra.- Alan al principio no quería<br />

escuchar, sólo deseaba sobrevivir. Mas poco a poco fue razonando y vio que su amigo tenía razón.-<br />

Nuestra única oportunidad la tenemos en esta bola que estoy creando. Cuando sea lo suficientemente<br />

grande podré vencer a la arpista, y quizás a Fretum.<br />

- Pero, ¿es que vas a destruir a Sandra después de todo el esfuerzo que has invertido en<br />

encontrarla?<br />

- Ya no es nuestra amiga. Es una criatura, y no nos reconoce.- Y cambiando de tema.- Tenéis<br />

que ayudarme. No sé la razón pero el proceso para engordar la esfera está siendo muy lento. Necesito<br />

más tiempo. Distraed a la arpista, dadme ese tiempo.<br />

Dicho esto el niño hiperactivo fue el primer voluntario. Salió como una exhalación desde el<br />

parapeto, se dirigió hacia la temible criatura y esquivó su disparo. La arpista se puso a perseguirle pero<br />

el niño hiperactivo era demasiado rápido para ella. Saltaba entre los tejados de los edificios mientras el<br />

monstruo a duras penas podía alcanzarle. Hasta que la arpista cambió de estrategia. En vez de tañer<br />

contra el argentino, disparó contra los edificios, cuyos escombros terminaron sepultándole.<br />

132


Leocadia fue la siguiente en salir. La muchacha no tenía la velocidad <strong>del</strong> hiperactivo, pero<br />

había observado que la arpista tardaba unos segundos en extender un hilo y golpearlo. Su estrategia<br />

consistía en ocultarse entre los muros cada vez que observaba este proceso. Pero ese plan no podía<br />

durar indefinidamente. En un momento dado, antes de que la madrileña pudiese ocultarse de nuevo, un<br />

tañido armónico golpeó contra el suelo un metro detrás de ella provocando una onda expansiva que la<br />

arrojó lejos y la dejó inconsciente.<br />

Alan miró a Midori para decidir quien era el próximo. Y lo que vio le partió el corazón. La<br />

japonesa estaba llorando acongojada, tenía demasiado miedo a morir, las lágrimas resbalaban por sus<br />

mejillas y le embadurnaban la cara de chorretones. Sin pensárselo dos veces Alan abandonó el<br />

parapeto y se expuso a los ataques de la feroz criatura. En ese instante Fretum habló dirigiéndose a<br />

Oliver.<br />

- Compruebo que me estás imitando. Que estás condensando la nanomateria. Pero te será<br />

inútil. Todo el cobre de este lugar fue empleado para construir la esfera que ves allá arriba. Y lo queda<br />

da para generar algo no mucho mayor que una pelota de tenis.<br />

Efectivamente. Cuando Alan abandonó el escondrijo la esfera de Oliver tenía el tamaño de una<br />

pelota de tenis. Mas de repente la mente se le iluminó: nanomateria, Oliver, condensación, esfera,...<br />

allí estaba la respuesta. La profecía <strong>del</strong> Hombre de cobre, ahora la comprendía, los acontecimientos<br />

que habían ocurrido, todos encaminados hacia ese punto, a que estuvieran en ese preciso instante en<br />

ese preciso lugar. Todo súbitamente acogió sentido, la razón por la que él era un peluso, por la que<br />

había recuperado su consciencia, y también por qué era imprescindible.<br />

Dio media vuelta. La arpista estaba a apenas unos metros de él y se disponía a tirar de uno de<br />

sus hilos. Pero antes de que pudiera hacerlo el peluso se abalanzó sobre ella y la hizo caer. La criatura<br />

se recompuso enseguida pero no antes que Alan llegara a donde estaba Oliver. Allí el muchacho<br />

seguía afanándose en su tarea imposible, y sin mediar palabra o ladrido, se tragó la esfera de cobre.<br />

- Alan, ¡no!<br />

Ya era demasiado tarde. La esfera comenzó a consumir el cuerpo <strong>del</strong> peluso. Eso era lo que el<br />

Hombre de cobre esperaba de él. Que su nanomateria se uniese a la reunida por Oliver, para que en<br />

vez de una pelota de tenis tuviese un globo <strong>del</strong> doble <strong>del</strong> tamaño de un balón de fútbol, lo suficiente<br />

para llevar a cabo su plan.<br />

Pero por otro lado, se trataba de un sacrificio. Su mente dependía de dicha nanomateria para<br />

mantenerse viva, y poco a poco sintió como iba perdiendo consciencia hasta que finalmente su luz se<br />

apagó.<br />

133


20. Nada es imposible<br />

Abrió los ojos y pensó que había muerto y que estaba en el cielo. Miró sus manos y en ellas no vio<br />

como hacía más de un año sus garras de peluso repletas de una masa de pelo espesa, sino piel humana,<br />

blanca y pecosa, con sus dedos, sus uñas, y sus líneas de la mano. Había recuperado su forma humana.<br />

Atisbaba a su alrededor y advertía que estaba desnudo, podía discernir sus brazos, sus piernas, su<br />

pecho, su cuerpo. Abría la boca, y no esgrimió un ladrido sino que su voz sonaba a humana: “pájaro,<br />

niño, deporte, escuela, papapartido,...” Otra vez aquel dichoso tartamudeo. Pero le encantaba, de<br />

nuevo era él, Alan Sillitoe, un ser humano y no una criatura, un joven de doce años y no más un perro<br />

sarnoso.<br />

Si no fuera por Oliver que le miraba boquiabierto, y por los temblores que sacudían su espalda<br />

todavía adherida al terreno, seguiría concibiendo que había arribado al paraíso.<br />

- Esto es inconcebible.- En cambio exclamaba el francés.<br />

- ¿Qué es incococoncebible?- El americano se levantó, al hacerlo se tambaleó por la falta de<br />

costumbre de andar como una persona. Oliver con nanomateria generó una especie de manta y se la<br />

pasó para que se cubriera.<br />

- ¡Alan! ¡Alan!- Como salida de la nada Midori se precipitó hacia él a toda carrera para<br />

abrazarle, con tal ímpetu que casi le hizo caer. En ese instante vio a unos metros sentada sobre una<br />

roca a Sandra, igualmente regresada a su forma humana, con su cabellera teñida de naranja, su tez<br />

pálida y como él envuelta en una manta. En el otro lado, cubierta de magulladuras, a Leocadia, y a su<br />

lado manchado de polvo de escombros al niño hiperactivo. Y, finalmente, vivito y coleando y<br />

recompuestas sus partes, a Willyman.<br />

- ¿Estamos todos mumuemuertos?- Preguntó Alan.- ¿Esto es el cielo?- Al ver que la japonesa<br />

sonreía rebosante de radiante felicidad, inquirió.- ¿Qué es lo que ocurre?<br />

- El Hombre de cobre, Alan.- Respondió la japonesa todavía abrazándole.- Un milagro, ha sido<br />

un milagro.<br />

Y es que nada es imposible. Como las leyendas que corrían por el Mínimomundo, como en el<br />

relato prendido en la pared de su Templo, el Hombre de cobre había curado las heridas de todos ellos<br />

y, lo más extraordinario, había hecho carne y hueso de la nanomateria, les había devuelto a él y a<br />

Sandra su forma humana.<br />

- Pero... ¿cómo?<br />

- Ya habrá tiempo para explicar lo sucedido. Ahora debemos irnos.- Expresó Willyman.<br />

Alan miró en derredor. Aquel sitio se estaba desmoronando por momentos. La superficie de la<br />

cueva temblaba tragándose los edificios. El portal hacia la Tierra había sido destruido, así como la<br />

cinta transportadora, no quedaba ni rastro <strong>del</strong> campo de fuerza azul. Y arriba algo ocurría en la<br />

gigantesca esfera. Parecía como si quisiera liberarse de su cautiverio, se movía, se agitaba, se<br />

desprendía poco a poco de los formidables cables de metal que la sujetaban, lo cuales caían al suelo<br />

destrozándolo todo a su paso. Y en su superficie un brillo tenue comenzaba a emerger.<br />

Súbitamente uno de los cables se desenganchó y arrasó con lo quedaba de un invernadero<br />

cercano. Unos metros más a la derecha y los habría aplastado. Apremiaba marcharse. Fueron<br />

corriendo hasta la entrada <strong>del</strong> ascensor, se adentraron en su interior y el mecanismo tras unos segundos<br />

se puso en marcha. Pero con esto no acabaron los problemas. Una enorme fisura se abrió en el lateral<br />

<strong>del</strong> ascensor, el conducto por el que subían se resquebrajaba por momentos, en cualquier instante<br />

podían caer al vacío. Willyman se acercó a la grieta, la cabina <strong>del</strong> ascensor comenzó a agitarse<br />

sometida a fuertes espasmos. “¡Sujetadme!”, ordenó el Subdirector. Todos se aprestaron a ir en su<br />

ayuda. Mientras le sujetaban el Subdirector se asomó por la grieta. Arriba los anclajes <strong>del</strong> conducto a<br />

la pared de la cueva estaban cediendo, Willyman apuntó con su bolígrafo con la intención de soldarlos.<br />

- Si sois religiosos, éste es un buen momento para rezar.<br />

Durante unos instantes la acción <strong>del</strong> Subdirector tuvo efecto y la cabina dejó de agitarse, pero<br />

casi enseguida otro demoledor terremoto les engulló. Nuevas fisuras se abrieron en el ascensor,<br />

incluso en el suelo. El niño hiperactivo perdió pie y cayó por uno de los agujeros. Si no hubiera sido<br />

por su agilidad y que comenzó a correr hacia arriba por los restos <strong>del</strong> conducto, se hubiera perdido<br />

irremediablemente. El ascensor seguía ascendiendo mientras Willyman se esforzaba en mantener los<br />

134


anclajes sujetos. Tras el conducto se abría un túnel por el que el ascensor proseguiría su trayecto. Si<br />

llegaban a él estarían a salvo. A Willyman se le unió Oliver con el fin de soldar los anclajes. El suelo y<br />

las paredes de la cabina temblaban. Las grietas se ensanchaban, amenazaban con arrojarlos al exterior.<br />

Y justo en el instante en que no pudieron soportar más el bamboleo por fin la situación se normalizó.<br />

Tras las grietas no había luz, tan solo negrura, el ascensor había alcanzado el túnel.<br />

- Cuando vi que aquella esfera te consumió quise morir.- Comenzó a relatarle Midori a Alan<br />

minutos más tarde.- Primero fueron tus patas, después tu cuerpo, y por último tu cabeza. Cuando el<br />

proceso acabó allí estaba aquella bola de cobre incandescente, terrible y espantosa. Oliver no quería<br />

acercarse. De algún modo el que tú fueras eso, el que te hubieras sacrificado para hacer que su plan<br />

funcionara, le instaba a rechazarla.- Alan miró a Oliver, éste bajó la mirada.- Aún más, se derrumbó.<br />

Le gritó a Fretum que estaba dispuesto a obedecerle, que cruzaría el campo de fuerza con el<br />

condicionador en la mano.- Paró unos segundos y añadió.- No es nada de lo que abochornarse. Todos<br />

tenemos nuestros momentos de flaqueza. Yo mismamente acababa de salir de uno, y en ese instante<br />

me levanté, me acerqué y le abofeteé. “¿Qué haces?”, le dije, “No vayas a capitular ahora, no cuando<br />

tu amigo se ha sacrificado”.<br />

- Al hacer aquello reaccioné.- Le sucedió Oliver a Midori en el relato.- Vi la esfera, y la lancé<br />

contra la arpista. Al momento una explosión y una luz cegadora inundaron la cueva. Cuando el<br />

resplandor se extinguió, la compuerta <strong>del</strong> agujero de gusano estaba destruida, ni rastro de la arpista y<br />

de Fretum. Y cuando poco más tarde nos acercamos...<br />

- Allí estaba, Willyman... digo, William Frampton, de pié, vivo, intacto.<br />

- Y Cadia se levantó de donde su cuerpo había aterrizado.<br />

- Y Rafael salió de entre los escombros.<br />

- Y para nuestra sorpresa en el mismo lugar donde la arpista había sido aniquilada hallamos a<br />

Sandra en perfectas condiciones. Había recobrado su aspecto humano. Sí, las leyendas también pueden<br />

hacerse realidad.<br />

- Y por fin a unos pocos metros te encontramos a ti.- Culminó Midori. Y dicho esto apoyó su<br />

cabeza en el hombro de Alan y se acurrucó junto a él.<br />

- Os olvidáis de una cosa.- Señaló el niño hiperactivo.- Tras la explosión aquel globo gigante<br />

se puso en movimiento, como si el estallido lo hubiera activado.<br />

Mas nadie quería hablar de aquel asunto, al menos no en ese instante. Habían escapado por los<br />

pelos de una muerte casi segura y cada cual se mantenía silencioso, sumido en sus propios<br />

pensamientos. Midori estaba feliz, dichosa. Leocadia se encontraba cansada y daba cabezadas. El niño<br />

hiperactivo se agitaba nervioso, pero aquel era su estado habitual. Willyman se hallaba con la espalda<br />

apoyada en la pared, con faz inexpresiva. Oliver estaba como Midori, contento y ufano, observando a<br />

Sandra alborozado. Mas la suiza aparecía mustia. Tapada por la manta no dejaba de musitar que jamás<br />

vería la luz <strong>del</strong> sol ni regresaría con su familia. Era como si no se percatara <strong>del</strong> raro milagro <strong>del</strong> que<br />

había sido objeto. Como si volver <strong>del</strong> estado de criatura fuese pan de todos los días. Asemejaba que<br />

más le hubiera agradado quedarse como arpista y no recuperar la conciencia de sí misma que volver a<br />

ser ella.<br />

En cuanto a Alan un mar de preocupaciones le embargaban. Pero, al contrario que la suiza, no<br />

podía menos que agradecer que todo se hubiera solucionado y que hubiera recuperado su forma de<br />

niño. Aquellos desvelos tenían otro origen. Todo había sucedido tan rápido que le costaba creerlo. De<br />

fenecer y ser consumido por una esfera de nanomateria a estar allí de nuevo en el mundo de los vivos.<br />

De residir durante más de un año como peluso a ser una persona otra vez. Le costaba reconocer su<br />

cuerpo, notaba que había crecido, que estaba más fuerte y más grande de cuando lo perdió. Y él no<br />

había sido testigo de aquello, al igual que si hubiera sufrido un coma. Resultaba cruel. De veras que<br />

cavilaba que aquello se había tratado de un castigo.<br />

Aparte estaba Midori. Podía notar el calor de su cuerpo a su lado. Aparentemente nada había<br />

cambiado pero en en verdad todo había cambiado. Él ya no era su perro, su mascota. Ahora eran un<br />

dos personas de carne y hueso ¿En qué afectaría aquello a su amistad? ¿Se resentiría? ¿Desembocaría<br />

por otros fueros? Tenía miedo. Ella había crecido, había ido aprobando cursos, estaba aprendiendo una<br />

profesión. Él había perdido un año, no había hecho otra cosa que jugar. Y de eso tenía miedo, de que<br />

135


ella se avergonzara de él, que dejara de sentirle <strong>del</strong> modo como lo había hecho, que dejara de quererle,<br />

de respetarle. Quería corresponder a su afecto, quería que se sintiera orgullosa de él. Pero, ¿cómo?<br />

Tras hora y media las compuertas <strong>del</strong> ascensor se abrieron. Afuera estaba la misma sala de paredes de<br />

metal resplandeciente, únicamente con el cambio de que el campo de fuerza azul había remitido.<br />

Willyman se despidió no sin antes decirles que no comentaran nada de lo sucedido a nadie, aquello era<br />

un secreto de la Academia. Por último hizo ademán de marcharse, pero antes de hacerlo llamó a un<br />

aparte al americano.<br />

- Quería decirte que no fue Fretum quien os guió hacia el túnel en el agujero de gusano. Fui yo<br />

el que dejó las puertas abiertas, despejó de guardias la zona y programó el ascensor para abrirse ante<br />

vuestra llegada.- Confesó William Frampton.- Quería saber qué clase de destino te tenía preparado el<br />

Hombre de cobre, de qué modo salvarías el Mínimomundo. Y desde luego ha merecido la pena.<br />

Alan asintió. No se había esperado una declaración como aquella. Pero ya aprovechando tenía<br />

algo que decirle.<br />

- Señor Subdirector. Quisiera hacerle una petición. Querría volver a la Academia Blixen.<br />

No se lo había dicho a Midori. Pero lo hacía por ella, para ser una persona de provecho. Esta<br />

vez estudiaría, se tomaría en serio las clases y las asignaturas, trataría de no suspenderlas todas. Y los<br />

fines de semana iría a visitarla a su congregación.<br />

- De acuerdo,- contestó el Subdirector tras sopesarlo un rato- pero con una condición: que<br />

comenzarás de nuevo como si fueras un recién llegado.<br />

Alan ratificó el acuerdo con un apretón de manos y volvió con sus compañeros. Esa noche no<br />

pernoctó en el cuarto de Midori, sino en la azotea de la congregación de artistas como un vagabundo<br />

más. Entre otras cosas porque no estaba permitido que los ajenos a la comunidad durmieran dentro <strong>del</strong><br />

edificio. Midori permaneció con él conversando hasta cinco minutos antes de comenzado el horario<br />

nocturno. En dos meses, cuando la nueva remesa de alumnos llegara procedente de la Tierra, él<br />

ingresaría en Blixen. Mientras tanto, se verían cada día. De hecho habían quedado para desayunar.<br />

A Alan Sillitoe le costó conciliar el sueño esa noche, poco acostumbrando a su antiguo, y a la<br />

vez nuevo, cuerpo. Y cuando lo hizo pensó que se levantaría tarde, tanto que tendría Midori que<br />

despertarle.<br />

Pero no fue la japonesa quien lo hizo, sino una sensación extraña, que sin embargo guardaba<br />

en la memoria: calor invadiendo su cuerpo, un resplandor que brillaba rojizo a través de sus párpados<br />

cerrados. Abrió los ojos y durante unos segundos pensó que se trataba de un foco. Pero no había farola<br />

ni foco que pudieran reproducir esa luz. Se levantó, a su alrededor vio personas levantadas, erguidas,<br />

con los rostros estupefactos, con expresión de absoluta incredulidad, conmocionados. Alan siguió la<br />

dirección de sus miradas y de repente lo vio. Hacia el este un sol se levantaba por el horizonte<br />

alumbrando la Residencia Blixen y la ciudad exterior. El niño hiperactivo tenía razón. La explosión<br />

había activado aquel gigantesco globo oculto en la oquedad. Se trataba de otro milagro <strong>del</strong> Hombre de<br />

cobre. Nada era imposible, todo tenía remedio, incluso la oscuridad <strong>del</strong> Mínimomundo tenía remedio.<br />

No era un sol amarillo, más bien anaranjado, y el cielo no era azul, sino cobrizo. Pero más que<br />

suficiente. Como el de la Tierra mirarlo fijamente producía daños en la vista, pero en aquel momento a<br />

nadie le importaba. Lo único en lo que cada cual pensaba era que aquel se trataba sin duda de un punto<br />

de inflexión en sus vidas, que nada volvería a ser lo mismo, que nunca olvidarían aquel instante. Ante<br />

sí tenían lo que siempre habían ansiado, aquello que desde que llegaron al Mínimomundo habían<br />

echado en falta, lo que les había impedido asegurar que podrían ser felices <strong>del</strong> todo en aquel lugar y<br />

cuya ausencia les había descorazonado, deprimido, desalentado. Un sueño, una fantasía, una<br />

aspiración. De repente todos los pesares desaparecieron. Si eran vagabundos, si suspendían<br />

asignaturas, si sufrían de amor no correspondido, de abandono, de nostalgia. Durante unos instantes<br />

los padecimientos remitieron. Ahora se sentían afortunados. Porque ellos, entre todas las generaciones,<br />

habían sido testigos de aquel hecho, porque ellos habían contemplado el antes, y ahora atestiguaban el<br />

inicio <strong>del</strong> después, porque ellos tendrían la posibilidad de narrar a aquellos que de allí en a<strong>del</strong>ante<br />

llegaran, cómo la historia <strong>del</strong> Mínimomundo cambió para siempre a partir de aquel instante.<br />

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Epílogo<br />

Dos meses más tarde Oliver, Alan, Midori, el niño hiperactivo y Leocadia se hallaban en los vagones<br />

de la estación central. A Alan le habían otorgado la habitación 31-A en el edificio Bach, la misma en<br />

la que todos, a excepción de Cadia, entraron al principio, y aguardaba a ver cuáles serían sus<br />

compañeros. También cumplía una promesa, buscar a Siqin, la hija de Sammo Lai, que según el<br />

Hombre de cobre llegaría en esa ocasión.<br />

En aquellos dos meses algunas cosas habían cambiado. No para Oliver, que a pesar de saber<br />

que no podría regresar a la Tierra, y que sus padres eran sintonizadores seguía en Blixen aprobando<br />

cada curso. Ni para Midori que proseguía sus estudios en su congregación. Ni para el niño hiperactivo<br />

que continuaba con Carlinho, el rey de los vagabundos, formando parte de su séquito. Pero sí para<br />

Cadia, que había conseguido sus aspiraciones. Cuando se difundió la noticia de sus hazañas<br />

aventurándose en el cuartel de los aliados de los oradores, las distintas tribus pugnaron por conseguir<br />

su ingreso, y finalmente se decidió por entrar en los Wessex de David donde perfeccionaría sus<br />

habilidades de metamorfo.<br />

Sólo habían ocurrido dos hechos negativos en aquel tiempo. El primero era que Sandra había<br />

desaparecido. A pesar <strong>del</strong> esfuerzo, <strong>del</strong> empeño que Oliver mostró por salvarla, cuando el sol apareció<br />

por primera vez por el horizonte entre otras cosas alumbró que la cama de Sandra en su dormitorio<br />

estaba vacía, había huido de la Academia y desde entonces se encontraba en paradero desconocido. El<br />

segundo era que Fretum Davis sobrevivió a los hechos en la caverna, la explosión no le afectó, y<br />

continuaba al mando de la secta de los oradores.<br />

Sin embargo, su influencia era menor y el número de sus seguidores había menguado<br />

considerablemente gracias a la presencia reconfortante de aquel astro artificial. La población <strong>del</strong><br />

Mínimomundo se encontraba habituándose todavía a aquel nuevo compañero. Había día y noche. El<br />

sol salía por el este y se ponía por el oeste. Y según se había comprobado aquel artilugio estaba<br />

programado para reproducir las estaciones. Ahora entraban en el verano y suponían que en tres meses<br />

se adentrarían en el otoño. Las granjas de los subterráneos, puesto que había luz natural, se trasladaron<br />

a las azoteas o a terrazas escavadas en las montañas a ambos lados <strong>del</strong> valle. Así la ciudad exterior ya<br />

no era solamente gris sino que paulatinamente enverdecía.<br />

El tren hizo su aparición en la estación. Aquello lleno de recuerdos a Oliver y sus compañeros. Justo<br />

hacía dos años que se conocieron. Justo hacia dos años que todos a excepción de Cadia llegaron al<br />

Mínimomundo. Una llamarada de recuerdos les inundó. En aquel tiempo les habían sucedido infinidad<br />

de acontecimientos. Habían corrido aventuras, habían sido testigo de confabulaciones, de<br />

conspiraciones, habían ayudado a salvar el mundo, habían ganado y perdido amigos, se habían hecho<br />

muchos enemigos y estado a punto de morir en múltiples ocasiones,...<br />

Pero no era aquel instante para andarse con rememoranzas. Por megafonía una voz conminó:<br />

“Bach en el cuarto tramo <strong>del</strong> tercer andén”. Alan estaba nervioso por ver a sus nuevos compañeros, y<br />

en general todos andaban impacientes por conocer lo que les deparaba ese futuro que ahí comenzaba.<br />

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