Exactamente, eso era lo que sentía Oliver: aquello le venía demasiado grande, se le escapaban demasiadas cosas. Sus problemas eran otros, más triviales, como los dos tipos de la Residencia Chopin que fueron a hablar con él mientras regresaba. Le pidieron que les dejaran entrar de nuevo en el equipo de Poids. Oliver no podía creerlo. Cuando perdían todos los encuentros estos se negaron a continuar, ahora que habían ganado uno querían volver. ¿Acaso no sabían que en el último, aquel en el que precisamente se venció, el niño hiperactivo había quedado herido y lo habían tenido que sacar de la sala cuando le impactó la bola de fuego? Sin embargo, estos eran los problemas a los que se sentía capaz de atender. Si una voz sonaba en su cabeza, si el Hombre de cobre parecía no dejar de perseguirle, si el planeta donde nació hubo un instante en que dependió enteramente de él, eso sobrepasaba sus capacidades. Él lo único que pretendía era cumplir con todos los preceptos para poder regresar a la Tierra. El resto le daba lo mismo. 38
SEGUNDA PARTE: MIDORI. 06. La artista. Si había algo que Midori detestaba era que el niño hiperactivo tuviera esa manía de desordenarlo todo. Aunque ella no lo llamaba “niño” sino “Hiperactivo” a secas. A fin de cuentas, Rafael, a pesar de su aspecto enclenque e infantil, era mayor que ellos, había cumplido ya los trece. Nadie lo hubiera dicho: incapaz de quedarse quieto, incapaz de tomarse algo mínimamente en serio, como un continuo revoltijo, un torbellino al estilo diablo de Tasmania que lo revolucionaba todo a su paso. En cambio, Alan solía dejar sus cosas recogidas. Podría ser un poco cafre e inmaduro, siempre jugando, nunca estudiando. Siempre metiéndose con ella, siempre reprochándole que fuese tan maniática, que todo tuviera que estar siempre a su gusto o, mejor dicho, que cada cosa que veía tuviera que asemejarse necesariamente a un cuadro. Pero ella era así, se trataba de una necesidad esencial de su espíritu. Si contemplaba cualquier imperfección, cualquier detalle desagradable, aquello perturbaba su mente e incluso le impedía dormir. Y por lo que ella supo Alan siempre tuvo en cuenta esta necesidad. Jamás dejó nada por medio, ni siquiera cuando como sucedía a menudo, estaba irritado por su comportamiento. Tan solo hubo una excepción, aquella hoja de papel. En principio lo que ésta contenía no estaba dirigido a ella sino que se encontraba sobre la cama de Oliver. Pero no podía soportar aquella mota blanca sobre la colcha de color verde apagado, aquella imperfección que estropeaba la escena. Así que la agarró y ya iba a tirarla a la basura cuando reconoció la letra de Alan y las palabras “me marcho de la Academia”. Como todos Midori sufrió el susto de Nochebuena. Sus padres se quedaron muy preocupados y como la mayoría quisieron que regresara con ellos a la Tierra, y mientras discutían con las autoridades le instaron, más bien le obligaron, a que expresara lo mal que lo estaba pasando en el Mínimomundo. Sin embargo se quedó en silencio un poco avergonzada. Que ella supiera era la primera vez que desobedecía a sus padres. ¿Acaso su experiencia allí era tan horrible? Sí, no había sol, no había estaciones. Pero por alguna razón que no alcanzaba a comprender se sentía más integrada entre aquellos sintonizadores a los que apenas conocía que entre sus cinco hermanos que no hacían más que pintarrajearle los cuadernos de dibujo. En cualquier caso, todo el esfuerzo de sus vociferantes padres fue en vano, y media hora más tarde ya se encontraba de regreso a la Academia en tren. En el trayecto conoció a una chica senegalesa de nombre Aisa Keita, que como ella acababa de terminar el segundo trimestre, y como ella era una apasionada <strong>del</strong> arte. Aunque no tanto <strong>del</strong> dibujo como de la escultura. Enseguida hizo buenas migas, y menos mal porque la confianza con sus compañeros de cuarto decrecía por momentos. A Hiperactivo lo detestaba. Oliver era insoportablemente monotemático tan obsesionado con aquel dichoso juego, el Pud. Los pasacalles eran divertidos, pero eso era todo. Sandra, por su parte, demostraba para ser una chica una personalidad un tanto agresiva y masculina. Incluso cuando tocaba música, los acordes que salían de su flauta o de su guitarra eran tremendamente duros y nada melodiosos. Y Kareena era una sosainas. ¿Quién iba a decirlo? El motivo por el que hasta ese momento se había sentido a gusto en aquel cuarto fue a causa de Alan. Pero se había ido. Y Aisa estaba en una residencia <strong>del</strong> centro. Las horas en el comedor eran de un soberano aburrimiento. Quizás, <strong>del</strong> hecho de haber tenido cinco hermanos, le había quedado la costumbre y la necesidad de charlar con alguien mientras comía. Y por ello a su pesar intentó aprender en qué consistía aquello <strong>del</strong> Pud así como tuvo que tragar con la presencia de Saskia. No sabía cómo Oliver podía soportarla, tan presuntuosa, siempre haciéndoselas de mayor, y al mismo tiempo siempre poniendo dificultades a las cosas. Por ejemplo, el padre adoptivo de Oliver le había encargado que buscase a su sobrino, David Rousseau, y Saskia no hacía más que reconvenir contra ello argumentando que eso era imposible, que si había salido de la Academia no habría manera de encontrarle puesto que el mundo exterior era demasiado grande y complejo. - ¿Y cómo sabes eso <strong>del</strong> mundo exterior?- Dijo Sandra. A veces, Midori pensaba de Sandra que su creciente agresividad provenía de la rivalidad con la madrileña- ¿Has ido alguna vez allí? 39
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con diferentes formas, no ya sólo
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un casco ovalado también verde del
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Los seis jóvenes se miraron y disc
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atravesarlo, la existencia del fals
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contra un muro. A continuación el
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Pero súbitamente sintieron como si
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- ¡Tiene que haberlo!- Insistía e
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Alan observó al francés y asinti
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aquello. Oliver se asemejaba demasi
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Leocadia fue la siguiente en salir.
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anclajes sujetos. Tras el conducto
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Epílogo Dos meses más tarde Olive