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Heroes del Minimomundo_Manuel Jose Sierra Hernandez

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parte de los que lo observaron desde los ventanales situados en la parte superior de las paredes de la<br />

sala, se negaron a seguir jugando al Poids.<br />

- A partir de ahora tan sólo haremos ruido con los palos detrás cuando vayáis a algún partido.<br />

Eso obligó a Oliver a tomar decisiones drásticas. Hasta ahora no había querido aceptar a nadie<br />

de fuera <strong>del</strong> sector oeste para que no hubiera demasiados y los turnos se multiplicaran, pero cuando<br />

aquello sucedió tuvo que transigir con dos muchachos de la Residencia Schubert en el sector central<br />

para completar el número de siete: un californiano rubio y de piel morena que se llamaba John Derek,<br />

y un japonés alto y con el pelo largo, Hajime Okada. Ambos eran amigos íntimos y como ellos tenían<br />

entre once y doce años. Por otra parte, parecían tener talento y muchas ganas de demostrarlo. Pero a<br />

pesar de las nuevas incorporaciones la confianza no regresó al grupo. Para colmo, el siguiente partido<br />

lo echarían por primera vez en su propia cancha nada más y nada menos que contra el equipo de la<br />

vikinga Krüss, “Los señores <strong>del</strong> acero”. Estaban desanimados. Por no saber no sabían ni cómo<br />

preparar su cancha, el mar de muebles rotos era algo de lo que no se podían desembarazar así como<br />

así. Era sábado por la mañana, apenas se habían puesto diez minutos manos a la obra, y ya estaban<br />

cansados. Se sentaron en algunos de los sofás y sillas que allí había, como si esperaran que por arte de<br />

magia los muebles desaparecieran.<br />

- ¿Cómo? ¿De esta manera es como os entrenáis?- La interpelación les sorprendió. Desde la<br />

puerta les reprendía un hombre de unos veinte años, alto, atlético, cabello moreno muy corto, bigote y<br />

perilla. Vestía con una gabardina de cuero negro y en la mano llevaba un bastón de madera sin<br />

adornos. Cojeaba de la pierna derecha.<br />

- ¿Quién es usted?- Se atrevió a decir Oliver.<br />

- Soy vuestro entrenador.<br />

- ¿Entrenador? ¿Y por qué no ha venido antes?- El enfado <strong>del</strong> francés crecía por momentos.<br />

- Tenía que veros actuar antes, ahora sé que tenéis coraje pero que nadie os ha enseñado nada.<br />

- ¿Y para eso tenía que vernos? Eso ya lo sabíamos nosotros antes de que llegara.<br />

- ¿Y cómo piensa enseñarnos?- Preguntó Sandra al ver que Oliver no estaba dispuesto a ser<br />

amable.<br />

- Pues para empezar, si queréis, podríamos jugar un partido de Poids. Yo contra vosotros siete.<br />

- Pero si no tenemos ni la cancha lista.<br />

- Eso se puede arreglar, las marcas rojas ya están trazadas sobre el suelo y las pesas colocadas<br />

en su sitio. Sólo tenéis que apartar los muebles de los círculos y listo.<br />

- Pero, ¿no sería mejor llevar los muebles a otra habitación?<br />

- No, no hace falta. Como veo que hasta ahora sólo habéis peleado con equipos malos os lo<br />

comento. En el juego <strong>del</strong> Poids hay una regla que dice que un equipo que juega en casa, como<br />

vosotros la próxima vez, puede disponer de todos los obstáculos que ellos crean convenientes, con una<br />

condición: que los círculos que contengan las pesas estén despejados. Así que, ¿a qué esperáis? Manos<br />

a la obra.<br />

Los chicos no sabían de qué estaba hablando aquel hombre. Habían revisado la sala varias<br />

veces y no había visto ni líneas rojas ni pesas. Pero para su sorpresa era como si de repente al entrar<br />

aquel sujeto éstas hubieran hecho acto de presencia. Tardaron una hora en retirar los muebles, pero<br />

cuando lo hicieron se sintieron más animados al ver que ya tenían un campo de Poids.<br />

- ¿Estáis listos?- Dijo el hombre, el cual ni siquiera les había dicho cómo se llamaba. Al<br />

instante los siete: Oliver, Sandra, el niño hiperactivo, un chico de la Residencia Verdi llamado <strong>Jose</strong>ph,<br />

Jasmine de la Bach, John Derek y Hajime gritaron “sí” al unísono.<br />

El hombre hizo una señal con la mano y entonces todos corrieron hacia él vociferando como<br />

posesos. Ellos eran siete y él solamente uno, entre cuatro lo agarrarían y los tres restantes sacarían la<br />

pesa <strong>del</strong> círculo. Pero no contaron con la habilidad de este personaje. Al momento miles de hormigas,<br />

millones de hormigas, salieron <strong>del</strong> suelo, de las paredes, de los muebles, de todas partes. No pudieron<br />

hacer nada, éstas les envolvieron sin que pudieran realizar ningún movimiento. Lo único que no les<br />

taparon fueron los ojos para que pudieran ver cómo en su círculo las hormigas se apelotonaban<br />

conformando una pirámide de creciente tamaño hasta que fue capaz de llevar la pesa fuera.<br />

- ¿Qué es lo que ha sucedido?- Preguntó su entrenador una vez las hormigas se retiraron.<br />

- Que has hecho trampa.- Recriminó <strong>Jose</strong>ph.<br />

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