Heroes del Minimomundo_Manuel Jose Sierra Hernandez

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El peluso asintió con otro ladrido. Midori se levantó. Descubrió a su alrededor que la calle estaba repleta de huellas de perro. Supuso que no había sido aquel peluso tan solo sino toda una jauría la que había ahuyentado a sus captores. Pero en ese instante sólo quedaba él. - ¿Por qué me has ayudado?- El perro no contestó. La chica no alcanzaba a comprender por qué acaso era merecedora de semejante ángel guardián. ¿Por qué precisamente ella? ¿Por qué de entre todos los niños que se adentraban en el mundo exterior había sido ella la elegida? Hasta que reparó en sus ojos azulados, en su expresión sarcástica y traviesa, y su corazón dio un vuelco. No, no podía ser verdad. Tenía que ser su imaginación. Un sueño. Sí, eso era. No más. Pero… ¿quién sino? - ¿Alan? 50
08. Cambio de Residencia. Le costó creerlo, por mucho que el perro escribiera con sus patas en el suelo la palabra “Sillitoe” y que contestara correctamente a un montón de preguntas que le hizo, Midori no podía concebir que uno de sus mejores amigos se hubiera convertido en una criatura. De pronto sintió un repentino odio por el Mínimomundo, por la crueldad que a pesar de los neones de colores este universo llevaba inscrita. Una lágrima corrió por sus mejillas, no sólo por Alan, sino cuando cayó en la cuenta que las criaturas rata y armadillo enjauladas en los puestos de la calle habían sido una vez niños y niñas como ella. En un rapto de ansia justiciera trató de liberarlos, de abrir las puertas, incluso de volcar las jaulas. Pero las ratas, los armadillos, hámsteres y demás enseguida volvieron a meterse como si les asustara lo que había fuera. En ese momento incluso sintió compasión por la lolita que le atacó en el callejón. Mientras tanto, Alan la miraba con una mezcla de extrañeza y de paciencia. Alguien que contemplara la escena desde fuera no hubiera tenido dudas sobre lo que sucedía: ninguno de los dos esperaba que el reencuentro acaeciera de aquel modo. Midori estaba deshecha, pero no menos que Alan cuando contempló cómo su antigua amiga parecía ignorarle sumergida en sus propios pensamientos. Sobre todo cuando llegado un momento ésta pareció recordar algo y sin tenerle en cuenta se marchó sin decir nada. El peluso la siguió, y comenzó a ladrar consternado cuando reconoció que la chica regresaba al lugar de donde pretendía apartarla, donde tenía lugar en aquellos momentos la batalla. La persiguió, incluso intentó interponerse en su camino, pero sin éxito. Mas cuando llegó, para alivio <strong>del</strong> peluso y para desesperación de la japonesa, todo había acabado. En lugar de la casa de David y de Ebony quedaba un inmenso vacío de escombros que se extendía por cientos y cientos de metros, un paisaje de montículos por el que sólo transitaban pequeños grupos de personas que se dedicaban a rastrear tanto supervivientes como utensilios para aprovechar. Midori a punto estuvo de desmayarse de nuevo. Había pretendido avisar a su mentora sobre la presencia de aquellos tipos, pero demasiado tarde. Ahora caminaba por entre los escombros mientras el perro lanudo la seguía. Se sentó sobre una viga que sobresalía y Alan se tumbó a sus pies. Muchas preguntas pululaban en torno a su cabeza: ¿qué habría sucedido? ¿Dónde se encontrarían David y Ebony? ¿Y sus compañeros de la Academia? ¿Qué habría pasado con ellos? Las preocupaciones la embargaban y lo que contemplaba a su alrededor no la tranquilizaba precisamente. Pero a pesar de todo, en ese momento una sonrisa inundó su rostro. - ¡Estate quieto!- El perro acariciaba con su pelaje los tobillos de la japonesa produciéndole cosquillas.- No es momento para jugar. Midori se levantó y el peluso la persiguió intentando producirle cosquillas de nuevo. Algunos de los grupos que rastreaban entre los escombros se pararon extrañados al ver a un perro y a una chiquilla jugando, incluso hubo quien se sintió molesto por las risas de la joven puesto que aquel no era momento ni lugar para bromas. Pero fueron los menos. En general, a la mayoría esa situación les reconfortó. Después de la tormenta viene la calma, y a pesar de sus terribles efectos siempre queda espacio para la alegría. Hasta que alguien se atrevió a interrumpirles. - ¿Qué haces aquí?- Se trataba de un hombre alto, vestido con una gabardina de cuero y que cojeaba de la pierna derecha.- Tus compañeros ya han regresado a la Academia. Deberías darte prisa, pronto van a ser las doce.- Midori no tenía ni idea acerca de quién era.- Pero, ¿a qué esperas? ¡Venga! ¡Muévete! La japonesa se quedó paralizada. ¿Quién era aquel tipo y por qué la apremiaba de aquel modo? En cualquier caso, Alan parecía tranquilo así que finalmente transijo. Pero lo que ocurrió fue que cuando intentó encontrar el camino de vuelta por sí sola, el panorama había cambiado tanto, tantas casas habían sido asoladas, que fue incapaz de hacerlo. - ¿Todavía estás aquí?- Aquel desconocido parecía estar por todas partes. - No sé por donde ir. El hombre resopló con desesperación. - Está bien. Espera aquí un momento.- Midori obedeció, el hombre se fue y regresó apenas treinta segundos más tarde.- Venga, démonos prisa. 51
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criatura, no quedaba ni un solo fra
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con diferentes formas, no ya sólo
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Leocadia fue la siguiente en salir.
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anclajes sujetos. Tras el conducto
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Epílogo Dos meses más tarde Olive
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