Boletín de la Real Academia de Córdoba, de Ciencias, Bellas Letras ...

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MANUEL GARCÍA HURTADO
protagonista de este relato difiere de sus predecesoras en dos aspectos esenciales, apartándose
en gran medida de las pautas y de los cánones a los que debían ceñirse las
mujeres de la pasada centuria.
Una de las características más comunes y arraigadas en la personalidad de las mujeres
se refiere a su disposición y habilidad para contribuir al buen gobierno de la familia,
colaborando, asimismo, en el aumento del patrimonio familiar; sin embargo, el comportamiento
de Antoniana siempre estuvo muy alejado de dicha disposición. No sólo
no contribuía a la buena administración de las propiedades especificas de la familia,
sino que las despilfarraba a manos llenas, y sin que en ninguna ocasión sufriera desasosiego
por tan lamentable particularidad. Bien cierto es que su esposo, en ese aspecto,
era del mismo talante y de idéntico proceder, si bien dicha circunstancia no eximía a
nuestra protagonista de tan inusual y perniciosa conducta. Desde la víspera de su boda,
la buena mujer se mostró dispuesta a desprenderse de sus propiedades para poder sostener
un estilo de vida cómodo, alegre y despreocupado, y para poder mantener un
status por encima de sus posibilidades... y la pródiga señora, para mayor facilidad en
sus flaquezas, encontró el patrimonio adecuado y un marido desprendido, indolente y
derrochador; y de tal manera era así, que cuando vendía alguna de sus muchas propiedades,
los esposos manifestaban la satisfacción, la complacencia y el orgullo propio de
las personas que aumentan sus propios bienes.
Pero Antoniana es un personaje que agrada, enternece y se cuela hasta el fondo de
nuestro corazón. Es una mujer culta, sencilla, caritativa, elegante, alegre, afectiva y
colaboradora; totalmente ajena a toda clase de ínfulas, presunciones, orgullos, desdenes
y soberbias... una señora que sólo tenía el defecto de dilapidar su patrimonio, pero
dicha flaqueza únicamente afectaba a su familia y no perjudicaba a persona ajena en
modo alguno. La personalidad y el carácter de Antoniana además del anteriormente
expuesto, poseía también otro rasgo distintivo muy peculiar. En efecto, la protagonista
en cuestión era muy indulgente con las infidelidades conyugales de su esposo, actitud y
comportamiento más insólito y aún menos frecuente que el que se ha reseñado con
anterioridad. Agradarle, con toda seguridad que a Antoniana no le complacían las infidelidades
de su marido, pero ella, a fuerza de ser buena persona, no montaba en cólera,
ni organizaba grandes riñas, ni provocaba extraordinarias trifulcas, y por motivos que
otras féminas justifican la separación matrimonial, nuestra buena señora sólo le amonesta
y a lo sumo le condena varias noches, con intención profiláctica, a dormir en el
trastero.
Tenemos que significar que este matrimonio se compenetró a las mil maravillas,
que ambos se consideraban, se respetaban y se querían a pesar de las continuas enajenaciones
que sufrían sus propiedades, y a pesar de la indolencia, la gandulería y la
infidelidad del esposo. Considero que es de justicia destacar que estas personas que
vivieron envueltas en el ocio, la comodidad y el derroche, supieron adaptarse al mundo
laboral y a la penuria económica cuando las sucesivas ventas las dejaron sin recursos
económicos y sin que jamás protestaran por tan adversa circunstancia. Por último, y
refiriéndome también a tan entrañable matrimonio, considero oportuno precisar que los
comportamientos de esta pareja tienen más de realidad que de ficción, y aunque no es
lo usual y lo cotidiano, también hay personas de carne y hueso con características muy
similares a las de la protagonista del último tramo argumental de mi novela inédita Dos
siglos de inefable existencia.
Hasta este momento nos hemos venido refiriendo a personajes pertenecientes al
mundo literario del género novelístico, protagonistas que, aunque se hayan esforzado
en revestirse con ropajes de la más auténtica realidad, al fm y al cabo no dejan de ser