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EL CAMINO DEL ESPÍRITU

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Todos los pensamientos humanos, aunque sean devotos, son parciales y múltiples. Dios, en cambio,<br />

es uno e infinito. Para captarlo mejor es necesario, al menos en algunos momentos, renunciar a<br />

todos los pensamientos y a todas las imágenes creadas y contemplar la pura luz divina sin forma. Es<br />

la oración en «absoluto silencio».<br />

¿Es posible psicológicamente llegar a tanto? Los grandes autores espirituales, especialmente<br />

siríacos, creen que sí. Y en ese supuesto se describen los éxtasis de san Francisco. Si le venían<br />

distracciones durante la oración las consideraba pecado grave. Y, si alguna vez le sucedía, iba a<br />

confesarse, creyendo que había cometido un pecado. Una vez rompió un jarrón porque, al mirarlo,<br />

había perdido por un momento la plena concentración en el Señor. Muy a menudo sus éxtasis eran<br />

tan intensos que perdía conciencia de lo que sucedía a su lado. Y hay también un milagro extraño<br />

pero quizá característico de la «oración del silencio»: un obispo, que vio a san Francisco orar en<br />

secreto, perdió el habla.<br />

También Ignacio conoce este tipo de éxtasis y recomienda cautela: «Cuando la consolación es<br />

sin causa, dado que en ella no haya engaño, por ser de solo Dios nuestro señor, pero la persona<br />

espiritual, a quien Dios da tal consolación, debe con mucha vigilancia y atención mirar y discernir<br />

el propio tiempo de la tal actual consolación del siguiente, en que la ánima queda caliente y<br />

favorecida con el favor y reliquias de la consolación pasada; porque muchas veces en este segundo<br />

tiempo, por su propio discurso de habitúdines y consecuencias de los conceptos y juicios, o por el<br />

buen espíritu, o por el malo, forma diversos propósitos y pareceres que no son dados<br />

inmediatamente de Dios nuestro señor; y, por tanto, han menester ser mucho bien examinados,<br />

antes que se les dé entero crédito ni que se pongan en efecto».<br />

También los hesiquiastas advertían esos peligros y desconfiaban especialmente de la oración<br />

imaginativa y de los sentimientos que tienen su origen en el cuerpo. Su actitud tan radical se puede<br />

entender por el hecho de que muchos esperaban poder gozar de la oración pura del corazón de<br />

manera estable. También Ignacio es prudente. Sabe que se trata de momentos privilegiados; pero,<br />

en la vida ordinaria, el estado del corazón supone la colaboración armoniosa de todas las facultades<br />

humanas junto con el Espíritu. El hombre forma parte del mundo y, por eso, es imposible no<br />

experimentar sus impresiones. Sería ilusorio atribuir a Dios lo que proviene de fuentes secundarias.<br />

De la misma opinión es Teófanes el Recluso. Los momentos en que el Espíritu habla a solas al<br />

hombre, hasta el punto de reducir al silencio las impresiones de los sentidos corporales y del<br />

intelecto, son «estáticos». Son raros pero no son contra natura. Sí es contra natura lo opuesto,<br />

cuando la parte «inferior», el cuerpo o el alma, sofoca el espíritu. La perfección normal consiste en<br />

una armoniosa cooperación de todas las partes que componen el hombre: el cuerpo, el alma y el<br />

espíritu.<br />

En conclusión, podemos decir que la oración del corazón es un estado ideal tanto para los<br />

santos orientales como occidentales. La sociedad tecnológica moderna tiene dificultad para<br />

comprenderla. El hombre de hoy busca una causa externa para todo lo que sucede, no sólo en la<br />

naturaleza, sino también en la psique humana.<br />

La vida interior aparece así como un producto de influencias heterogéneas. En realidad<br />

muchos piensan que este método, si no equivocado, sí es al menos demasiado parcial y empobrece<br />

nuestro ser. Pero ¿quién enseñará de nuevo a escuchar las voces interiores que hablan dentro de<br />

nosotros? Los autores que practican la oración del corazón pueden hacerlo; están dispuestos a<br />

iniciarnos en este arte. Por eso son de tanta actualidad para nuestro tiempo.<br />

I. El origen del mal<br />

a) La propia responsabilidad<br />

SEGUNDO DÍA

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