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Al «descenso» de Cristo a la historia del mundo, corresponde la ascensión de los hombres<br />
redimidos. En La divina comedia, Dante peregrina desde el infierno, pasando por el purgatorio,<br />
hasta el paraíso.<br />
También la doctrina sobre el purgatorio, si no se presenta bien, suscita dudas en los hombres<br />
de hoy. Los ortodoxos y los protestantes la niegan. Sin embargo, a menudo se consigue llegar a un<br />
acuerdo con ellos, cuando se pone la enseñanza de la Iglesia en su sitio.<br />
No parece oportuno empezar recurriendo a las diferentes visiones que han tenido los santos y<br />
las santas. Hay una diversidad entre ellos y, desde luego, no estaban destinadas a resolver las<br />
cuestiones dogmáticas. Esto vale también para las pinturas. Son en su mayoría tardías y no<br />
demasiado felices. Lo que sobre todo parece turbar a los fieles católicos es la idea de que el alma,<br />
después de la muerte, tras presentarse ante el rostro del Señor, sea condenada a un tiempo de<br />
purificación, diferente según las personas. Dante no se lo imagina así. Muestra el purgatorio como<br />
una montaña, al principio más escarpada y luego más suave, que conduce al Señor.<br />
En las discusiones con los que ponen en duda la idea del purgatorio, ha solido ser útil empezar<br />
con un término típico de la Biblia: «paso», en hebreo pesah, pascua; en latín transitus. Ha sido el<br />
santo y seña de los momentos culminantes de la historia de Israel. El pueblo de Dios «pasó», a<br />
través del mar Rojo, de Egipto hacia la montaña del Sinaí; este paso duró cuarenta años y terminó,<br />
con el paso del Jordán, en la Tierra Santa.<br />
Estos acontecimientos externos prefiguraban la verdadera Pascua, cuando llegó la hora en que<br />
Jesús debía «pasar de este mundo al Padre» Un 13,1). Al mismo tiempo, a la muerte de los santos se<br />
le llama transitus. ¿Cómo es este paso? La fe común confirma que para la Virgen este paso fue<br />
glorioso. También, en las grandes visiones, se ve a los mártires y a los grandes santos transportados<br />
al cielo por los ángeles. Al mismo tiempo, se admite que, para quienes están apegados a las cosas<br />
terrenas, el paso al Padre presenta su lado doloroso, penoso. Pero la misma fe común cree que ese<br />
paso es purificador y que, durante ese tiempo, las oraciones de la Iglesia pueden ayudar a las almas.<br />
Si queremos apoyarnos en las visiones de los santos, las más útiles para nosotros son los<br />
éxtasis de los santos. En algunos momentos, ellos vivían lo que simboliza la montaña de Dante. Por<br />
una parte, se sentían ya en la cima, próximos al rostro del Señor, pero, por otra, se sentían todavía<br />
ligados a la tierra con muchos vínculos que no lograban romper. Entonces, la mayor felicidad iba<br />
todavía unida a un dolor agudo. Ésa es la imagen del estado del purgatorio.<br />
El tiempo de que hablan algunas revelaciones privadas evidentemente no se mide con<br />
nuestros relojes y calendarios. La noción que mejor nos puede servir aquí es la idea de lo que<br />
llamamos «tiempo psicológico», cuya amplitud depende de la intensidad del sufrimiento.<br />
Un aspecto que ha estado casi totalmente olvidado es el de que los vínculos con la tierra no<br />
son sólo individuales. Estamos también unidos a los hermanos que sufren y a toda la Iglesia. La fe<br />
de la Iglesia ha puesto de relieve la comunión en la oración por los difuntos, que es la profesión de<br />
la gran esperanza cristiana.<br />
IV. La penitencia<br />
a) La fuerza de la metánoia<br />
En las diferentes religiones se ha sentido la necesidad de la purificación, de acuerdo con la<br />
conciencia de pecado. La experiencia de la debilidad humana ha dado origen a ritos y ceremonias<br />
de purificación, como, por ejemplo, en los «misterios» practicados a finales de la edad antigua.<br />
También el cristianismo pone la pureza del alma y del cuerpo como premisa para la unión con<br />
Dios. «El alma ve a Dios según la pureza de corazón», afirma Isaac el Sirio. Y Casiano dice que<br />
«todo lo que conduce a ese fin, 0 sea, a la pureza de corazón, lo tomamos con todas nuestras<br />
fuerzas; lo que nos aleja de él, lo desechamos como peligro y daño».