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EL CAMINO DEL ESPÍRITU

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produce no es necesariamente espectacular. Es interesante ver el término con que la designa san<br />

Ignacio de Loyola, que repite a menudo la expresión «unificar la propia vida».<br />

En los estudios sobre el monaquismo antiguo, se suele intentar explicar los diferentes motivos<br />

que impulsaron a tantas personas, de todos los estados de vida, a «Poblar el desierto». Entre todos<br />

ellos, hay uno que ha recibido el nombre de «teólogo del desierto», Evagrio Póntico. Según él, la<br />

vida religiosa debe distinguirse, en primer lugar, por esta característica: debe ser monótropos, es<br />

decir, unificada.<br />

Los hombres educados en la cultura griega antigua tenían un sentido exquisito de la armonía.<br />

Por eso, les hacía sufrir la confusión (bórboros) que reina en la vida social y en el mismo hombre.<br />

¿Cómo poner remedio a este aspecto desagradable?<br />

Muchos sabios orientales veían una desproporción entre los movimientos regulares de las<br />

estrellas y los hechos imprevistos, a menudo catastróficos, que perturban la vida humana. Esto hizo<br />

acudir a la astrología, muy difundida al principio de nuestra era y entendida como el esfuerzo de<br />

coordinar las opciones humanas con la posición de los astros.<br />

Evidentemente, los cristianos consideraron impía la astrología. No son los astros los que crean<br />

la paz del cosmos sino la palabra creadora de Dios. Ése es el principio primero que unifica la vida<br />

humana. Los marineros, dice san Basilio, dirigen el curso de la nave mirando a las estrellas. El<br />

cristiano, para no confundirse de camino, mira las palabras divinas, los mandamientos de la<br />

Escritura. Pero ¿qué es la palabra?, se pregunta Basilio. No es la repercusión sonora del aire, puesto<br />

que Dios no tiene el órgano material de la lengua. Es simplemente la decisión de su voluntad.<br />

Cuando ésta se «concreta», nace el mundo y toda su belleza. Todas las criaturas son producto<br />

inmaculado de la voluntad de Dios. Si los animales se multiplican y crecen, es resultado de la<br />

palabra de Dios que permanece en ellos como fuerza operante.<br />

También el hombre es creado por Dios. Pero posee un privilegio especial: debe acoger la<br />

palabra de Dios libre y conscientemente; debe unir su voluntad a la voluntad de Dios y así crear,<br />

junto con Dios, la propia existencia.<br />

Ése es el deber común de todos los hombres, según san Basilio. Los cristianos gozan del<br />

privilegio de recibir iluminaciones especiales para escuchar mejor la palabra de Dios. Ésta,<br />

pronunciada por Dios al principio, permanece viva; Dios sigue dirigiendo a los hombres su palabra<br />

a través de la historia, muchas veces y de diferentes maneras (Heb 1,1). A menudo se ve sofocada<br />

en el tumulto del mundo; sin embargo, en el silencio resuena en voz alta y lleva a nuestra vida la<br />

armonía y la paz.<br />

Desde la antigüedad existe este principio moral: «vivir según la naturaleza». Los estoicos<br />

decían también: «vivir según el lógos» el elemento racional, innato en todo ser. Para san Basilio<br />

este lógos es la palabra de Dios, su voluntad. Ése es el principio que unifica nuestra vida disgregada<br />

por el pecado y el olvido de Dios.<br />

Un ideal así llevó a san Antonio abad al desierto, donde encontró su naturaleza primordial, la<br />

paz del paraíso. Esto se manifestaba en el hecho de que los animales salvajes le obedecían, pero<br />

sobre todo en su semblante. Al final, se le veía a menudo rodeado de los muchos discípulos que<br />

acudían a él. Pero cuando alguno iba a buscarlo por primera vez no tenía necesidad de preguntar<br />

dónde estaba. Su rostro, según dice la Vita, estaba tan radiante y pacífico que todos sabían que<br />

Antonio era él. Beata pacis visio.<br />

Ignacio expresa el mismo ideal de modo menos poético, pero concreto: «Se entiende por<br />

ejercicio, espirituales... todo modo de preparar y dispone: el ánima para quitar de sí todas las<br />

afecciones desordenadas» 1 . Y repite muchas veces la expresión «ordenar la propia vida».<br />

Se puede también destacar aquí lo que escribe e P. Florenskij: el objetivo de la ascesis cristiana no<br />

es sólo hacer buenas acciones sino conseguir la belleza o armonía de la persona. Este autor ha trata<br />

1 Las citas de los textos de san Ignacio de Loyola han sido tomados en su redacción original de Autobiografía y<br />

Ejercicios espirituales, Obras completas, BAC, Madrid, 1952.

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