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contemplación. En la muerte, se desprenderá de todo lo que no es su esencia pura y será<br />
restablecida en su estado original en Dios».<br />
Basándose en estas suposiciones especulativas, la muerte ya no se considera como un mal,<br />
sino, al contrario, como un hecho positivo, como un programa de vida. El lirismo de algunos textos<br />
seducía a los Padres griegos, que tomaron algunos de esos pensamientos filosóficos sin profundizar<br />
demasiado. «Morir al mundo» para poder «vivir con Cristo» es un pensamiento claramente paulino<br />
(cfr. Flp 1,21). Pero ¿equivale eso a «destruir la carne y liberar el alma del cuerpo», como pretendía<br />
san Gregorio Nacianceno?<br />
V. Soloviev critica severamente estos textos patrísticos, así como a los predicadores<br />
contemporáneos que hablan de esa manera. Según el filósofo ruso, hay que dejar de engañarse de<br />
una vez por todas con consideraciones bonitas que den a la muerte un valor positivo en sí misma.<br />
La muerte, por naturaleza, es una fuerza destructiva.<br />
Más inconsistente todavía que el idealismo de los antiguos le parece a Soloviev el «vitalismo»<br />
del mundo moderno basado en la «vida de la especie»: la muerte destruye la vida del hombre<br />
individual, pero es impotente frente a la fuerza vital de la humanidad entera, que no cesa de<br />
reproducirse y perfeccionarse. Más que ser un consuelo, a Soloviev le parece que ese vitalismo<br />
reduce al hombre al mismo nivel que los animales. Además, si pierde sentido la vida de una<br />
generación, no lo tendrá tampoco la «fatua eternidad» de muchas generaciones.<br />
Ante estos problemas insolubles, debemos reconocer que ninguna consideración humana<br />
puede justificar la muerte y darle sentido. El mensaje cristiano es único. La Biblia nos confirma que<br />
el hombre no podrá nunca evitar la muerte, pero podrá morir con Cristo, transformando así un<br />
hecho trágico en la resurrección del Salvador. No se trata de una creación desde la nada, dice<br />
Soloviev, sino de una «transubstanciación» de la vida de la carne en la vida divina.<br />
Entonces, para la vida cristiana la cuestión más importante es ésta.. ¿qué muerte es la que<br />
puede ser definida propiamente con Cristo y en Cristo? En los tiempos antiguos los fieles estaban<br />
convencidos de que era el martirio. Es conmovedor oír decir a san Ignacio de Antioquía que sólo el<br />
martirio puede hacer de él un verdadero discípulo de Cristo. Sólo los mártires son «imitadores de la<br />
verdadera caridad», imagen de Cristo sufriente.<br />
Pero al principio se planteaba también otra cuestión: ¿quién es mártir en sentido estricto y en<br />
sentido amplio? En su obra De servorum Dei beatificatione et de beatorum canonizatione,<br />
Benedicto XIV ha estudiado ampliamente el tema. Llega a estas conclusiones: 1) se exige la muerte<br />
verdadera; 2) que, examinando la causa de la muerte, se vea que es por la fe; 3) que se dé la fe<br />
común en que el martirio produce los mismos efectos que el Bautismo; 4) el perseguidor debe<br />
intervenir personalmente en la muerte; 5) el mártir ofrece la no resistencia; 6) además, es consciente<br />
de la santidad de la causa.<br />
Todas ellas son consideraciones canónicas para el título de mártir en el culto de la Iglesia.<br />
Pero es significativo que la fe popular haya tratado de ampliar el concepto de martirio a todo<br />
sufrimiento. La Iglesia eslava dio el título de strastoterperc, mártir, a todo el que hubiese sufrido<br />
una muerte injusta por cualquier motivo que fuera.<br />
San Juan Crisóstomo ve en toda muerte una clase de bautismo, la configuración con Cristo. Se<br />
sigue una clara consecuencia para la vida espiritual: el cristiano debe meditar a menudo sobre la<br />
propia muerte, no como algo que produce espanto, sino como signo que da sentido a la vida, como<br />
el Bautismo que se va realizando progresivamente durante toda la vida.<br />
b) El juicio<br />
Los autores del pasado no evitaban hablar del juicio y del infierno. Lo consideraban útil para<br />
despertar el temor de Dios. Nicón de la Montaña Negra (en Antioquía), que en el período bizantino<br />
hizo un florilegio de los textos patrísticos útiles para la vida espiritual, escribe: «Quitar a los