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Entre los métodos más recientes se ha hecho clásica la llamada «meditación ignaciana». La<br />
han expuesto de modo sistemático el P. Roothan y muchos otros, que han recogido todos los<br />
elementos dispersos en los ejercicios y los han presentado uno tras otro: las anotaciones<br />
preparatorias, la posición del cuerpo, el sentido de la presencia divina, la función e la memoria, la<br />
imaginación del lugar, el uso del entendimiento, de la voluntad y del afecto, y el coloquio final.<br />
Esa exposición sistemática resulta de gran valor. Si la oración debe salir de veras del corazón,<br />
o sea, de la integridad de la persona, todos los elementos de nuestra vida psicológica deben verse<br />
implicados. Y aquí parece que no falta nada. Pero hay que reconocer que ha habido y hay siempre<br />
quienes se sienten incómodos cuando se les aconseja un método tan perfecto que parece truncar la<br />
espontaneidad de la oración.<br />
A esa objeción se puede responder de modo genérico lo siguiente. se exponen los elementos<br />
de la meditación en su orden lógico; pero las inspiraciones divinas tienen a menudo un ritmo<br />
diferente. En ese caso, el propio Ignacio advierte que es necesario liberarse de los esquemas de un<br />
método prefabricado. Además hay que saber dar a cada elemento su justo valor.<br />
Podrá parecer una curiosidad lo que voy a proponer ahora, pero puede ayudarnos a encontrar<br />
el valor de las particularidades. Invirtamos el orden propuesto por Roothan y expongamos sus<br />
elementos yendo al revés. La finalidad de la meditación es llegar al coloquio, al diálogo con Dios y<br />
con toda la «curia» celestial. Quien consigue llegar a él, deja fácilmente los elementos anteriores.<br />
Pero éstos están presentes de alguna manera. El diálogo con Dios debe desenvolverse con todo el<br />
corazón, con todo el afecto. Hay también decisiones generosas, el esfuerzo por comprender las<br />
palabras del Señor. Pero ¿para qué se necesita la imaginación?<br />
Cuando en el siglo pasado, en Rusia, se conocieron los ejercicios de san Ignacio, el aspecto<br />
que algunos atacaron, por considerarlo una aberración, fue la «imaginación del lugar». Se<br />
consideraba que era un elemento contrario a la enseñanza de los Padres, sobre todo los griegos, que<br />
no eran favorables al uso de la fantasía en la oración.<br />
De hecho, ya Orígenes reaccionaba contra el «antropomorfismo» de los coptos simples, que<br />
se imaginaban a Dios. El seudo-Simeón Nuevo Teólogo, en un famoso texto sobre la oración<br />
hesiquiasta, se manifiesta como auténtico iconoclasta de las imágenes interiores y acusa de locos a<br />
los que quieren imaginarse las bellezas celestiales, oír sus voces, ver las luces, etc.<br />
En ese contexto es bueno recordar lo que Florenskij escribe sobre el proceso interior que da<br />
origen a un icono. También las realidades espirituales tratan de expresarse con algún símbolo. Pero<br />
aquí puede estar el peligro. Demasiada imaginación hace olvidar el sentido de la imagen, fija la<br />
atención en sí misma y llega a ser una distracción. La «imaginación del lugar» no es una película<br />
vista con los ojos cerrados. Más bien debemos darnos cuenta de que «Dios esta aquí», entre<br />
nosotros.<br />
Pero lo que los orientales ven como defecto principal en las meditaciones de los occidentales<br />
es la excesiva abundancia de razonamientos y reflexiones especulativas. En este aspecto es<br />
característica una observación que hace Teófanes el Recluso. En una carta expresa su intención de<br />
traducir del francés a san Francisco de Sales «porque es muy práctico». Informa que ha empezado<br />
ya a traducir «un libro francés para las meditaciones», pero ha interrumpido la traducción porque<br />
«es un libro católico, y los católicos no saben lo que es la oración». Se empeñan en reflexiones<br />
racionales y creen que así rezan.<br />
No sabemos de qué libro francés se trata. Por desgracia, hay muchos textos que dan esa<br />
impresión. No eran, desde luego, del agrado de san Ignacio. Escribe éste a Teresa Rejadell: «Cada<br />
meditación en que trabajo con la inteligencia produce cansancio del cuerpo. Hay otras que hacen<br />
que la mente esté tranquila...»<br />
Las meditaciones demasiado intelectuales se basan en la segunda anotación introductoria de<br />
los ejercicios que dice que quien medita «discurriendo y raciocinando por sí misma, halla alguna<br />
cosa». Sería erróneo creer que este «hallar» se refiere exclusivamente a la reflexión especulativa. La