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la defensa del concepto de libertad y de la posibilidad de conversión: el que ha escogido libremente<br />
un camino equivocado es también libre de volverse atrás.<br />
b) La serpiente en el paraíso<br />
Aunque se reconozca la responsabilidad humana en el pecado, su primer origen queda oscuro.<br />
Pero los Padres consideran que la propia experiencia confirma y prolonga a través de la historia lo<br />
que narra el Génesis en los primeros capítulos. Cada uno de nosotros posee un paraíso, que sería el<br />
corazón creado por Dios, y cada uno de nosotros vive la experiencia de la serpiente, que se cuela<br />
para seducirnos. Esa serpiente tiene la forma de un mal pensamiento. «La fuente y el principio del<br />
pecado es el pensamiento» (en griego logismós), escribe Orígenes junto con otros autores. Éstos<br />
comparan también el corazón humano a una «tierra prometida», en la que los filisteos lanzan las<br />
flechas, o sea, las sugestiones al mal. Estos pensamientos «carnales», «diabólicos», «impuros», no<br />
pueden tener su origen en nuestro corazón porque ha sido creado por Dios. Vienen «de fuera». Ni<br />
tan siquiera son verdaderos pensamientos sino más bien imágenes de la fantasía a las que en seguida<br />
se añade la sugestión de realizar alguna cosa mala.<br />
San Máximo el Confesor ilustra esta situación con ejemplos sacados de la vida cotidiana. No<br />
es un mal la facultad de pensar ni el pensar mismo. No es un mal la mujer. No es un mal pensar en<br />
una mujer. Pero la imagen de una mujer en la mente de un hombre raramente permanece pura. Se<br />
mezcla cierto impulso carnal. Igualmente no es un mal el dinero ni el vino, y sin embargo pueden<br />
convertirse en piedra de ofensa.<br />
Como los pensamientos malvados vienen «de fuera» y no pertenecen a nuestro modo natural<br />
de pensar, van penetrando en el corazón sólo lentamente. Los autores bizantinos indican, poco más<br />
o menos, cinco «grados».<br />
El primer grado se llama «sugestión», «contacto». Es la primera imagen de la fantasía, la<br />
primera idea, el primer impulso. Un avaro ve el dinero y le viene una idea: «Voy a esconderlo». Del<br />
mismo modo vienen imágenes carnales, la idea de ser superior, el deseo de dejar de trabajar, etc. No<br />
decidimos nada; simplemente constatamos que se nos ofrece la posibilidad de hacer el mal, y el mal<br />
se presenta de una forma agradable. Los neófitos en la vida espiritual se asustan, se confiesan de<br />
haber tenido «malos pensamientos», incluso en la iglesia y durante la oración. San Antonio abad<br />
llevó al tejado a un discípulo suyo, que se lamentaba amargamente de sus malos pensamientos, y le<br />
ordenó agarrar el viento con la mano: «Si no puedes agarrar el viento, menos podrás coger los<br />
malos pensamientos». Quería así demostrar que en estas primeras sugestiones no hay ninguna culpa<br />
y que no podremos librarnos de ellas mientras vivamos. Se parecen a las moscas que molestan<br />
todavía más cuando, impacientes, las espantamos.<br />
El segundo grado se llama «coloquio». Recordemos el relato del Génesis (capítulo 3) sobre<br />
Eva y su coloquio con la serpiente. Si no se hace caso a la primera sugestión, ésta se va como ha<br />
venido. Pero normalmente el hombre se deja provocar y empieza a pensar. El avaro antes citado<br />
dice: «Tomo este dinero y lo meto en el banco». Después le viene el pensamiento de que eso no es<br />
honesto porque también los otros deberían tener conocimiento de ese dinero. Después otra vez<br />
piensa que sería mejor mantener la cosa oculta. No es capaz de decidir nada, pero la cuestión del<br />
dinero sigue en su cabeza durante todo el día. Algo parecido le sucede al que ha montado en cólera.<br />
Durante mucho tiempo se preocupa del que le ha hecho enfadar. Se imagina que lo golpea, que lo<br />
ofende; después le perdona generosamente, y después de nuevo piensa sobre lo que podría hacer.<br />
Lo olvida sólo después de algún tiempo. ¿Qué culpa hay en estos «coloquios» interiores? El que no<br />
ha decidido nada no puede haber pecado. Pero ¡cuánto tiempo y cuántas energías se pierden con<br />
estos insensatos «diálogos» internos!<br />
El tercer estadio se define como «combate». Un pensamiento que, tras un largo coloquio, se<br />
ha instalado en el corazón no se deja expulsar fácilmente. El hombre sensual tiene una fantasía tan