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define como un «tipo burgués». Se olvidan o ridiculizan los ideales: lo único que vale es la realidad<br />
material.<br />
Pero hay también más tipos. El tercero es el «revolucionario». Su actitud es dinámica: la<br />
realidad que no responde al ideal debe ser destruida. Existe la esperanza, desgraciadamente en la<br />
mayor parte de los casos fatua, de que el nuevo mundo, construido sobre bases nuevas, será ideal.<br />
Al cuarto tipo se le puede llamar «ecléctico», «de opción». El joven tenía en la mente muchos<br />
ideales. Es lo suficientemente sensato como para darse cuenta de que no son realizables todos a la<br />
vez. Hay que optar, especializarse, dedicarse a una sola cosa, dejando a un lado las demás. A este<br />
tipo pertenecen muchos genios: en la matemática, en el arte, en la vida política, etc. Pero ¿no<br />
pertenecen a este grupo muchos fanáticos y muchos locos? Han optado y se han equivocado.<br />
Se ve que las cuatro soluciones son problemáticas, y a todas ellas se puede aplicar el texto<br />
paulino que caracteriza a los que no están unidos con Cristo como «sin esperanza» (Ef 2,12). El<br />
pueblo de Israel vivía de promesas y también éstas podían ser mal comprendidas. Pero el culmen de<br />
todas las promesas es Cristo, en quien se compendian todo, los ideales y todos los sueños de la<br />
humanidad. Y él se encarna en esta tierra, adonde volverá un día en la plenitud de su gloria. Eso<br />
significa que todos los ideales, en Cristo y por medio de Cristo, aparecerán como realidad en esta<br />
tierra.<br />
Hoy se oyen voces sosteniendo que las otras religiones predican —y quizá mejor— los nobles<br />
ideales del cristianismo. A esas objeciones el filósofo ruso J. Čaadaev (1794-1856) responde que<br />
todos esos ideales hay que situarlos en el cielo, lejos de este mundo. Escribe a una señora: «Usted es<br />
de los que todavía creen que la vida no está hecha toda de una pieza, que está rota en dos partes y<br />
que entre una y otra hay un abismo. Usted olvida que pronto habrán transcurrido dieciocho siglos y<br />
medio desde que ese abismo se cubrió... Triste filosofía que no quiere comprender que la eternidad<br />
no es más que la vida del justo, la vida cuyo modelo nos ha dejado el Hijo del hombre».<br />
c) Las virtudes, atributos de Cristo<br />
Los primeros cristianos no tenían más doctrina moral que seguir a Cristo, imitarlo. Pero muy<br />
pronto apareció una lista de virtudes. Parece, pues, que el ejemplo concreto es sustituido por la<br />
enseñanza moral abstracta. No se puede negar la contribución del estoicismo. Se habla de una<br />
peligrosa impregnación griega del mensaje evangélico. Pero se olvida que la Biblia, junto a los<br />
ejemplos, contiene los mandamientos. Ya Filón el Hebreo se preguntaba cómo conciliar las virtudes<br />
paganas con la enseñanza de la Biblia. Encontró la respuesta: la Biblia contiene los mandamientos<br />
dados por Dios, mientras que las virtudes son exigencias de la naturaleza. Pero también la<br />
naturaleza ha sido creada por Dios. Por eso, se puede identificar la observancia de los<br />
mandamientos de Dios con la práctica de las virtudes.<br />
En su acepción original, la palabra virtud no tenía todavía un significado moral bien<br />
determinado. El griego areté significa lo que complace, lo que se admira. El latín virtus es la<br />
excelencia de lo masculino, el valor. Pero en una sociedad organizada, como lo era la de la ciudad<br />
griega, se empezaba admirando el servicio a la comunidad, y después la ciencia y la sabiduría.<br />
El clima de la Biblia es distinto. En ella no se admira la excelencia de un héroe humano; la<br />
fuerza, la potencia y la sabiduría proceden de Dios. Por eso, los autores cristianos, que tomaron de<br />
los filósofos el sistema de virtudes, trataron de establecer su relación con Cristo. Orígenes las llama<br />
epínoiai, atributos del Salvador. Él es la paciencia, la sabiduría, la justicia, la verdad, etc. Entonces,<br />
si tenemos la sabiduría, la justicia, la verdad, tenemos a Cristo. El alma, ejercitando las virtudes, es<br />
como si fuese la madre de Dios, llevando a Cristo al mundo.<br />
Es preciso tener muy en cuenta este aspecto cuando se leen los autores llamados moralistas,<br />
como, por ejemplo, los autores de las reglas monásticas. Cuando nos acercamos al Ascetikon de san<br />
Basilio, la primera impresión es que toda la perfección se agota en la observancia de los