Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
El sentido espiritual de las Escrituras refleja, en cierto modo, a Dios mismo. Él es uno en tres<br />
Personas distintas. Analógicamente el sentido de los textos sagrados es uno, pero se adapta a las<br />
diferentes personas que lo leen según sus necesidades espirituales. En este sentido podemos hablar<br />
de «distintos sentidos» de las Escrituras. Los encuentran los que las leen. Pero hay que estar atento<br />
a no corromper el significado querido por el Espíritu. Para evitar los errores, Orígenes destaca<br />
principalmente tres falsas actitudes: la de los hebreos, la de los gnósticos y la de los cristianos<br />
demasiado simples.<br />
La primera falsa interpretación de los textos es la de los hebreos: son esclavos de la letra y no<br />
comprenden que Jesús ha traído la liberación de la esclavitud. Fijan su atención en lo que llaman<br />
significado histórico. Parece que, leyendo la historia de Israel, quieren resucitar a los muertos, pero<br />
no lo hacen. Conservan las momias. El objetivo de la resurrección de Cristo es el hombre nuevo y<br />
no prorrogar la vida del hombre viejo. El resultado de esa exégesis ha sido trágico: por medio de los<br />
textos de la Escritura han negado a Jesús, que es precisamente quien les da sentido. Y hoy lloran en<br />
el muro del templo de Jerusalén por no reconocer que el nuevo templo es la Iglesia.<br />
La segunda falsa exégesis es la de los gnósticos. Emplean los textos sagrados sólo para<br />
confirmar las teorías que ellos mismos fabrican. Continúan así la práctica de las alegorías paganas.<br />
La religión estatal confesaba las antiguas mitologías de los dioses del Olimpo. Los filósofos no las<br />
negaban, pero interpretaban su sentido según la propia convicción filosófica, que era también atea.<br />
Lo mismo hacen los gnósticos con los textos de la Escritura.<br />
La tercera falsa exégesis es la de los cristianos demasiado simplistas, que leen las Escrituras y<br />
no sacan conclusiones para la propia vida. La Escritura se convierte en un libro narrativo, y no en<br />
un encuentro vivo con Cristo.<br />
Surge entonces la pregunta: ¿cómo tenemos que leer nosotros las Escrituras? Se requiere un<br />
esfuerzo, la tensión para penetrar dentro de ellas. Son un palacio en el que vive Cristo. Hay que<br />
pasar el muro, o sea, simbólicamente, los preceptos. Cuando observamos las reglas de vida que se<br />
exponen en el evangelio, Cristo se deja ver en la ventana. Por fin, tras la oración, somos dignos de<br />
ser introducidos en la habitación, donde nos sirven el vino de los misterios.<br />
La parábola indica que el primer grado de la lectura es «moral». Tomar la Escritura como<br />
regla de vida.<br />
El segundo grado es ver a Cristo en la ventana. Con eso se indica la lectura alegórica. En la<br />
Biblia hay muchas cosas que, a primera vista, no parecen tener significado para nosotros, como, por<br />
ejemplo, las historias familiares de los patriarcas o los preceptos legales que están ya superados. Si<br />
tomásemos el sentido simple, tendríamos que borrar una gran parte de la Biblia.<br />
Así pues, hay que ver estas cosas externas a través de la parábola, la imagen, y comprender lo<br />
que significan para nosotros. Pero no se debe hacer como en la alegoría gnóstica, que es arbitraria.<br />
La alegoría o tipología cristiana sigue el ritmo de la historia de la salvación. Casiano, por ejemplo,<br />
la aplica a los salmos. Distingue en ellos cuatro sentidos: histórico, cristológico, eclesial y místico.<br />
Cuando recitamos el salmo, aplicamos las palabras a las situaciones concretas del Antiguo<br />
Testamento, después a la vida terrena de Jesús, después a la historia de la Iglesia; por fin, en la vida<br />
de cada cristiano se refleja toda la historia sagrada. El salmo se convierte en espejo de nuestra vida<br />
interior en el que nos reconocemos a nosotros mismos, como somos, como creemos y como<br />
debemos ser.<br />
I. Cristo meditado<br />
a) La meditación en el monaquismo antiguo<br />
CUARTO DÍA