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YOUKALI, 1 página 96 una no-polémicason bombas de fragmentación en un continuo estallido. Porque todo es válido, pero inútil. Porque todoes diferente, pero igual. Porque los tiempos cambian, pero <strong>el</strong> espíritu permanece. Porque todas las salidasde emergencia han sido previamente señaladas. Por todo <strong>el</strong>lo, aquí adentro cada vez más prójimosse hunden en la locura, <strong>el</strong> aislamiento, la tristeza y la neurosis hedonihilista. Nos existen divididos endemasiadas esquirlas que se expanden demasiado rápido como para poder ser reconstruidos.En <strong>el</strong> mundo de lo ya hecho, en <strong>el</strong> paraíso de las ofertas prefabricadas, no hay redención posible. Todasatisfacción es frustrada por efímera, toda meta es decepción: nuestras pulsiones, mercantilizadas,reconducidas por los caminos trillados, pavimentados y convenientemente señalizados, sólo se satisfacenmediante <strong>el</strong> consumo de lo ya dado y se hunden permanentemente en la insatisfacción, ya que sufuerza emergente sólo quisiera romper los moldes, desbrozar caminos, abandonar la autopista de peajepara explorar lo nuevo, para encontrarse con los otros fuera de las casillas d<strong>el</strong> tablero, para inventarnuevos juegos, para recrear un mundo <strong>ver</strong>daderamente habitable, dónde la satisfacción sea <strong>el</strong> caminoy no se confunda con la meta. Pero <strong>el</strong> afuera no es posible, se nos dice: afuera sólo existe la miseria y lamarginación. Por <strong>el</strong>lo <strong>el</strong> deseo permanentemente insatisfecho no se sale d<strong>el</strong> redil y recorre neuróticamente<strong>el</strong> laberinto de laboratorio que nos ha sido destinado.De nuevo, la tensión que causa nuestra enfermedad se nos ofrece como única medicina: seguir trabajando,seguir consumiendo.Puedes decir lo que quieras, porque da igual lo que digas.Todos hablan y nadie escucha. De las bocas de las gentes atomizadas de y por los medios de formación demasas salen discursos vacuos, redundantes, repetidos, reiterados, que cubren todo campo, que agotan todaextensión, que lanzan una férrea red de sentido sobre la realidad cuyo centro auto referencial es unomismo. El individuo posmoderno occidental posee una opinión sobre todas las cosas, y los valores de cambiode sus mercancías opinión, diseñan la marca corporativa “Yo Mismo”. En la sociedad de consumo lapropiedad privada es sagrada. Mi opinión debe ser respetada sobre todas las cosas, porque mi opinión seidentifica conmigo mismo; mi opinión es mía. El grado más bajo d<strong>el</strong> conocimiento encaramado al pedestalde un dogma individual inquebrantable. Todo es <strong>ver</strong>dad puesto que nada es mentira. Todo es una cuestiónde gusto. El individuo infantilizado <strong>el</strong>ige opiniones como sabores a los que su capricho se queda aferradoy a los que nada le hará renunciar. Los medios deciden sobre qué se ha de opinar; desde una sopade sobre a una guerra preventiva, desde cuál es <strong>el</strong> mejor dentífrico o qué detergente lava más blanco, hastala última cumbre mundial o <strong>el</strong> mal arbitraje dominical. El exceso de información ahoga así todas las posibilidadesde reflexión, creando patrones a la medida de cualquier consumidor posible. Cualquier opiniónha sido ya dada, lanzada a los medios de comunicación, prontas a ser <strong>el</strong>egidas según la talla, <strong>el</strong> color y <strong>el</strong>corte que más nos favorezca. Se ofrecen las valoraciones ya empaquetadas como consignas listas para corear.Así, una vez más, cada cual ve amputada su capacidad creativa por la imposibilidad de ejercerla frentea una oferta interminable de productos realizados en serie con un planchado impecable.La opinión se lleva, como la ropa, como <strong>el</strong> perfume, como <strong>el</strong> coche, para medirnos con los demás, paradecir aquí estoy yo, este soy yo. El conocimiento es cosmética; vaciado de su contenido, es la confección deun traje a medida que nos viste ante los otros. Nadie cambia su opinión porque nadie se desnuda en público.Nadie cambia su opinión hasta que sale al mercado la nueva temporada, nuevas opiniones sobre nuevostemas o nuevas opiniones sobre los temas clásicos de siempre, lo importante es renovarse, estar a lamoda, no perder <strong>el</strong> carro de lo que se lleva. Así, toda discusión es disputa, es lucha, es contienda, es guerra:se toman y defienden posiciones, se arrincona al enemigo, se esgrimen y disparan opiniones. Lasideas no fluyen de uno a otro mientras se recorre un camino conjunto, mientras se construye una sendacomún que nos conduzca al conocimiento profundo d<strong>el</strong> problema tratado. No se discuten ideas, ni se tratanproblemas: se cuestionan identidades. Toda discusión se mueve en <strong>el</strong> ámbito ad hominem. Las ideasISSN: 1885-477Xwww.tierradenadieediciones.comcon<strong>ver</strong>tidas en eslóganes, en propiedad, en opinión, generan un torneo donde los machos cabríos arremetena la carga para imponer la solidez de su armadura; <strong>el</strong> que pega más fuerte, <strong>el</strong> que grita más altovence. Después los dos contendientes marchan cada uno por su lado enseñoreando sus colores. Nada hacambiado, <strong>el</strong>los quizá un poco magullados, pero las opiniones ni siquiera se han arrugado.¡Dejad de pensar! He aquí la máxima posmoderna. En <strong>el</strong> mejor de los mundos posibles, con<strong>ver</strong>tido todopensamiento en dato, en insignia, no hay aprendizaje posible, solo una gama dada de uniformes para lafalsa contienda de yoes.Alta cultura, cultura de masas:El museo, tributo a las musas, a la inspiración, al conocimiento, a la más alta expresión cultural de la qu<strong>el</strong>a especie humana es capaz, es hoy, en nuestra posmoderna utopiíta, un hipnótico y deslumbrante centrocomercial, un infantilizado parque temático. Su contenido, los frutos d<strong>el</strong> ingenio humano, de su capacidadde generar b<strong>el</strong>leza, están así mismo mercantilizados, vaciados de contenido; meras atraccionesespectaculares desprovistas d<strong>el</strong> más mínimo valor cognoscitivo.El mercado d<strong>el</strong> arte al igual que casi cualquierotro mercado de la sociedad de consumo estábasado en la rentabilidad. En los márgenesde beneficio que produce en las manos de losintermediarios. Comprar cristal a precio debarro y venderlo al precio que los diamantesalcancen en <strong>el</strong> mercado internacional. El Artese ha con<strong>ver</strong>tido en uno de los mercados másrentables para <strong>el</strong> negocio de los grandes capitales.Una fuente indispensable para <strong>el</strong> blanqueode dinero y de imagen: las grandes compañíasmultinacionales invierten cantidadesastronómicas en adquirir y promocionarobras y artistas como inequívoco signo de sumagnánima filantropía subvencionada porlos Estados. Así su interés privado es <strong>el</strong>evado a la categoría de interés público obteniendo por <strong>el</strong>lo grandesexenciones fiscales al mismo erario público que las sostiene. Así algunas de las grandes cotizacionesde obras de arte han sido <strong>el</strong> resultado de la acción de ciertas compañías de seguros: En <strong>el</strong> circo de lasgrandes exposiciones es ahora fundamental contratar pólizas de seguros para cubrir cualquier tipo deaccidente cobrando un tanto por ciento d<strong>el</strong> valor estimado d<strong>el</strong> objeto; por lo que si sube <strong>el</strong> valor de la obrasube así mismo <strong>el</strong> beneficio de las aseguradoras.Por este <strong>el</strong>evado valor económico que ciertas obras de arte llegan a alcanzar en <strong>el</strong> mercado junto con laimposibilidad d<strong>el</strong> gran público no iniciado en comprenderlo y disfrutarlo refuerzan <strong>el</strong> carácter mítico que<strong>el</strong> Arte siempre ha poseído. En la ignorancia sólo cabe tomar una postura r<strong>el</strong>igiosa: creer o no creer. Laobra no representativa implica la explícita aceptación de un uni<strong>ver</strong>so de “creencias” en <strong>el</strong> más puro y tradicionalsentido; contribuyendo eficazmente a sostener y reforzar <strong>el</strong> carácter <strong>el</strong>itista d<strong>el</strong> fenómeno estéticoy así conseguir su perfecto acoplamiento al sistema capitalista. El consumo cultural, es decir la mistificaciónd<strong>el</strong> arte como forma de sublimación. El consumo como canalización d<strong>el</strong> Eros.Los estados y fundaciones invierten nuestro dinero en nuevos y sorprendentes edificios neomanieristasposmodernos, que perdiendo su funcionalidad arquitectónica adquieren, ahora, la virtud publicitariaISSN: 1885-477Xwww.tierradenadieediciones.comYOUKALI, 1 página 97 una no-polémica

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