YOUKALI, 1 página 14 Filosofía y políticaguimos discutiendo acerca de las vidas individuales d<strong>el</strong>os trabajadores y sus familias (o, más específicamente,sus hijos), ya que, como Smith mismo ha demostrado,la unidad de análisis confiable o útil ya no es la vidad<strong>el</strong> individuo, sino la vida de la población. La subsistenciade una población puede requerir, y en circunstanciasespecíficas requiere, la muerte de un númerosignificante de individuos: para ser preciso, requiereque se les deje morir con <strong>el</strong> fin de que otros puedanvivir.En particular, la distinción cualitativa entre escasez yhambruna, esto es, entre carencias que causan malnutrición,enfermedad y un pequeño incremento en lamortalidad y grandes, catastróficos incrementos en lamortalidad que producen un descenso de la poblacióndurante un r<strong>el</strong>ativamente corto periodo de tiempo, semuestra como algo cada vez más cuestionable. Los críticosse han centrado en lo que sólo parece ser un saltode fe, una creencia acrítica en la mano providencial d<strong>el</strong>mercado: donde «reina <strong>el</strong> comercio libre y no hay dificultadesque intercepten las comunicaciones, una escasezocasional, producida por las más desfavorablescircunstancias climáticas, nunca puede ser tan grandehasta <strong>el</strong> extremo de ocasionar hambruna. La cosechamás escasa, administrada con frugalidad y economía,puede alimentar en <strong>el</strong> transcurso d<strong>el</strong> año <strong>el</strong> mismo númerode persona que una de regular plenitud manejadacon extrema largueza» 42 . Esto ha parecido pocomás que un gesto de denegación teórico-histórica, unintento de justificar aqu<strong>el</strong>las hambrunas (bastantemás frecuentes después que antes de Smith) en las qu<strong>el</strong>os mercados perfectamente libres no hicieron nadapor impedirlas y que, más bien al contrario, parecenhaberlas exacerbado. Pero es posible extraer de La riquezade las naciones una posición más moderada ydefendible que no está, de cualquier manera, menosfundamentada en una teodicea económica.Sin atribuir a Smith <strong>el</strong> argumento de que los mercadosmantendrán <strong>el</strong> mismo número de personas en años deescasez que en años de abundancia (un argumentoque plantea de nuevo todos los problemas que provienende la definición d<strong>el</strong> <strong>ver</strong>bo «mantener», cuyo límite,como hemos visto, es empujado desde la subsistenciahasta la sub-subsistencia), podemos, de cualquiermanera, adjudicarle la posición de que <strong>el</strong> mercado esun mecanismo más racional para gestionar la escasezque cualquier otra alternativa posible, y que si, en efecto,la escasez se transforma en hambruna, la tasa demortalidad, por muy alta que sea, debe necesariamenteserlo menos de lo que lo hubiera sido en otras circunstancias.Y, de nuevo, esta racionalidad no es consecuenciade la voluntad o conocimiento de aqu<strong>el</strong>losindividuos que son sus portadores, ni la distribuciónde la comida en épocas de escasez (absoluta o r<strong>el</strong>ativa)ISSN: 1885-477Xwww.tierradenadieediciones.comdepende de la benevolencia de las personas implicadas.Por <strong>el</strong> contrario, es precisamente, la búsqueda,por parte d<strong>el</strong> comerciante de grano, d<strong>el</strong> mayor beneficioque pueda conseguir, sin la menor intención deaplacar <strong>el</strong> hambre de los demás lo que le conducirá allevar a cabo esa distribución y, lo que es más importante,a hacerlo de tal manera que habrá de proteger alos hambrientos de sus propios impulsos irracionales yfaltos de previsión. Abandonado a sus propios medios,aqu<strong>el</strong>los que están amenazados con la inanición y empujadospor los retorcijones d<strong>el</strong> hambre consumiránlas reservas de comida disponibles «con más rapidezque la regular, de modo que necesariamente se producirála hambruna antes d<strong>el</strong> fin de la temporada» 43 .Por supuesto, cualquier intento equivocado por partede un gobierno de regular los precios con <strong>el</strong> fin de ampliar<strong>el</strong> acceso a la comida producirá inevitablementeese mismo resultado. Los comerciantes que <strong>el</strong>evan losprecios ante la expectativa de un aumento de la demandano es sólo que tengan derecho a <strong>el</strong>lo desde <strong>el</strong>punto de vista de su interés personal («en los años deescasez, cuando los precios están altos, es cuando lostratantes de grano piensan alcanzar las mayores ganancias»44 ), sino que <strong>el</strong> efecto no buscado de su gananciaes la disciplina de los hambrientos por mediod<strong>el</strong> mismo mercado, que distribuye entre <strong>el</strong>los únicament<strong>el</strong>a reducida porción que sus menguados salariospueden comprar. Smith apunta la objeción posible deque los comerciantes retendrán o acapararán las reservascon <strong>el</strong> fin de <strong>el</strong>evar los precios y aumentar las ganancias,y así impedirán activamente que la comidasea comprada por aqu<strong>el</strong>los que más la necesitan y contribuirán,de ese modo, a que se produzca la hambrunasi no es que la causan realmente. El comerciante,nos dice, debe calibrar exactamente <strong>el</strong> precio en r<strong>el</strong>acióna las reservas, de modo que, si <strong>el</strong>eva los precios singarantía o retiene su producto cuando no existe unaescasez real, será arruinado por aqu<strong>el</strong>los que vendanpor debajo de él o que se apresuran a llenar <strong>el</strong> vacío. Él«se perjudica a sí mismo mucho más de lo que puedaperjudicar a las personas particulares a quienes podríaimpedir aprovisionarse». Por <strong>el</strong> contrario, «si calculabien, en lugar de perjudicar a la gente, le presta un serviciomuy importante» 45. Ya que cualquiera que seanlas dificultades que los «inconvenientes de una escasez»cause a aqu<strong>el</strong>los a los que los altos precios impidenconsumir tanto como querrían o necesitaran, estosinconvenientes no son ni de lejos tan se<strong>ver</strong>os comolos que podrían sentir si se les permitiera consumir asu gusto. De nuevo, para concederle a Smith lo que semerece, los «inconvenientes de la escasez» podrían noreducirse a los retorcijones de hambre y a los efectos d<strong>el</strong>a malnutrición; nada excluye una tasa de mortalidadmayor de lo normal. Su idea es simplemente que <strong>el</strong>mercado es la mejor de todas las formas posibles dedistribución y que, la <strong>ver</strong>dad sea dicha, no raciona únicamentecomida, sino la vida misma, permitiendo latasa de supervivencia más alta posible en unas circunstanciasdeterminadas. Nada en <strong>el</strong> propio argumentode Smith nos impulsa a seguirle en su salto de fe y sostenerque <strong>el</strong> mercado mantendrá <strong>el</strong> mismo número depersonas en tiempos de carencia que en tiempos deabundancia. Pero, incluso si están los que perecen lentamentea causa de la malnutrición y la enfermedadque la acompaña o a causa de la inanición, pero a lolargo de un periodo de tiempo más largo que <strong>el</strong> que sepodía <strong>ver</strong> en una hambruna catastrófica en la que millonesde personas morían en unos pocos meses (comoen <strong>el</strong> caso de Bengala en 1770), estaremos seguros deque <strong>el</strong> racionamiento que <strong>el</strong> mercado realiza de la comida,precisamente porque no es <strong>el</strong> efecto de ningúnpropósito humano, se desarrollará de la manera másrazonable posible.Pero, como han mostrado sus numerosos críticos, laracionalidad d<strong>el</strong> mercado durante las épocas de escasezreside, para Smith, únicamente en la determinaciónd<strong>el</strong> precio. Si subidas <strong>el</strong>evadas de los precios vanacompañadas, como a menudo lo hacen, por la caídade los salarios y <strong>el</strong> aumento d<strong>el</strong> desempleo a gran escala,<strong>el</strong> mercado ya no raciona la comida entre los consumidores,de otra manera, avariciosos y miopes, sinoque precisamente la coloca fuera de su alcance o la desvíaa otro lugar donde <strong>el</strong> fondo de los salarios esté creciendoy se vayan a obtener grandes ganancias. AunqueSmith no considera esta objeción en su discusiónde la escasez y la hambruna, ofrece <strong>el</strong>ementos de respuestacuando discute los salarios en <strong>el</strong> capitulo 8 d<strong>el</strong>que antes hemos tratado. Allí, donde «los fondos destinadosal mantenimiento de los trabajadores pobrescaigan marcadamente», <strong>el</strong> equilibrio d<strong>el</strong> mercado nosólo puede darse sino que se dará por una necesidadmayor que <strong>el</strong> mercado mismo, por una «reducción»d<strong>el</strong> «número de habitantes d<strong>el</strong> país hasta <strong>el</strong> que pudieseser mantenido con <strong>el</strong> ingreso y <strong>el</strong> capital que quedara»46. Los instrumentos de esta reducción son «la miseriay la hambruna» y la forma que adopta, la mortalidad.Y así Smith puede decir con Séneca que «lo quees malo sólo aparece como tal». La muerte establec<strong>el</strong>as condiciones de la vida, la muerte, como por unamano invisible, hace que <strong>el</strong> mercado vu<strong>el</strong>va a ser lo quedebe ser para sostener la vida. Smith, quizás de maneracomprensible, retrocedió ante la conclusión de quecualquier forma de aliviar las hambrunas, no simplementeun intento de bajar los precios, sino, incluso demodo más importante, cualquier intento de distribuciónmasiva y gratuita de alimentos a los pobres por <strong>el</strong>estado, extrayéndolo de los graneros públicos (comofue <strong>el</strong> caso de la China d<strong>el</strong> siglo XVIII que evitó no sólohambrunas como las de Bengala sino incluso como lade la Francia de comienzos d<strong>el</strong> siglo XVIII) lo únicoque podía lograr es disuadir a los comerciantes paraque no se implicaran en un negocio tan precario. Talesesfuerzos conducirían a una reducción de la produccióny distribución de comida y no sólo pospondrían,sino que harían insoportable la espera d<strong>el</strong> inevitabledía d<strong>el</strong> juicio final.Así, parece que hemos llegado a una lectura de Smithmás heg<strong>el</strong>iana que la d<strong>el</strong> mismo Heg<strong>el</strong>, Smith postulaun equilibrio o armonía productiva de vida que es, paradójicamente,creada y mantenida por <strong>el</strong> poder de lonegativo, de la muerte: que <strong>el</strong> permiso de la muerte esnecesario para la producción de la vida d<strong>el</strong> uni<strong>ver</strong>sal.La economía de Smith es una necro-economía. El mercadoreduce y raciona la vida; no sólo permite la muerte,demanda que la muerte sea consentida tanto por <strong>el</strong>poder soberano como por aqu<strong>el</strong>los que la sufren. Enotras palabras, demanda y requiere que estos últimosse dejen morir. De aquí debemos concluir que, por de-ISSN:1885-477Xwww.tierradenadieediciones.comYOUKALI, 1 página 15 Filosofía y política
YOUKALI, 1 página 16 Filosofía y políticaISSN: 1885-477Xwww.tierradenadieediciones.combajo de la apariencia de un sistema cuya intrincada armoníapodría ser apreciada como una especie de b<strong>el</strong>lezaaustera y turbadora, un sistema de auto-regulación,quizás no <strong>el</strong> ideal, pero <strong>el</strong> mejor de todos los sistemasposibles, se halla la exigencia de que algunos se dejenmorir. Esto, por supuesto, hace surgir la posibilidad deque aqu<strong>el</strong>los así convocados rechacen esta exigencia,esto es, de que rechacen dejarse morir. Es en este puntoque <strong>el</strong> estado, que podría parecer no tener otra r<strong>el</strong>acióncon <strong>el</strong> mercado que la aquiescencia contemplativa,es llamado a la acción: aqu<strong>el</strong>los que rechacen dejarsemorir deben ser obligados por la fuerza a hacerlo.Esta fuerza, entonces, aunque externa al mercado, esnecesaria para su existencia y funcionamiento. Éste,por tomar prestada una expresión de Carl Schmitt, es<strong>el</strong> momento de la decisión que hace posible la sistematicidadmisma d<strong>el</strong> sistema de mercado.Comencemos no con los casos extremos de la escasezy la hambruna, sino simplemente con <strong>el</strong> caso de unareducción de los salarios de los trabajadores (y, portanto, una reducción en su subsistencia a la que lesfuerzan sus patrones). Como señala Smith, una reducciónen los salarios puede ser de tal magnitud que sea«se<strong>ver</strong>amente sentida» por los asalariados cuya capacidadpara comprar «provisiones» se vea significativamentecomprometida. Frente a la búsqueda por partede los patrones de un incremento de su ganancia de estamanera particular, los trabajadores «como a vecesocurre, se someten sin resistencia» 47 . En realidad, sufalta de voluntad para resistir incluso una reducciónse<strong>ver</strong>a en su niv<strong>el</strong> de subsistencia puede derivar de suaguda conciencia de la competencia por <strong>el</strong> trabajo característicade un mercado específico. La ausencia deresistencia por su parte puede estar, además, determinadapor un reconocimiento de la ventaja natural desus patrones discutida antes, esto es, su capacidad paraaguantar más que los trabajadores gracias a las reservasque poseen.Pero, las fuerzas d<strong>el</strong> mercado por sí solas, por razonesque Smith trata sólo <strong>el</strong>ípticamente, son «con frecuencia»insuficientes para impedir la resistencia de los trabajadores.Estos, a menudo, responden a la reducciónde salarios con «una unión defensiva de la que siemprese oye hablar abundantemente … Organizan grandesalborotos, a veces recurren a la violencia y los atrop<strong>el</strong>losmás reprobables» 48 . Smith explica tal comportamientocon una honestidad que desarma: «Se tratade personas desesperadas, que actúan con la locura yfrenesí propias de desesperados, que enfrentan la alternativade morir de hambre o de aterrorizar a sus patronospara que acepten de inmediato sus condiciones»49 . En una situación semejante, cuando las fuerzasd<strong>el</strong> mercado por sí solas no protegen a los patronesde la indignación de aqu<strong>el</strong>los que se enfrentan a la inanición(que, como teóricos actuales nos han recordado,no conduce automáticamente o inmediatamente ala muerte), la autoridad civil debe intervenir haciendoefectivas rigurosamente las leyes contra la asociaciónde los trabajadores. La amenaza de «castigo o ruina»romperá, en consecuencia, su resistencia y permitiráque <strong>el</strong> mercado les proteja como decida. Smith, tan deseosoen otros lugares de hacer juicios acerca de leyesque encuentra ineficientes o injustas, no dice nada, extrañamente,acerca de las leyes contra la asociación queforman un inalterable t<strong>el</strong>ón de fondo de las luchas quedescribe. Parecen injustas, ya que prohíben sólo la asociaciónde trabajadores, pero la injusticia, desde <strong>el</strong> puntode vista d<strong>el</strong> sistema de Smith, es sólo aparente: enrealidad, liberan <strong>el</strong> mercado para recompensar a lostrabajadores tanto como sea posible al tiempo que lesprotegen de los efectos de sus propias avaricia y miopía.El caso de los comerciantes de grano, «tratantes detrigo», cuyo producto, a diferencia d<strong>el</strong> de los fabricantesde alfileres, es necesario para la mera supervivenciade la población es tratado por Smith con gran atención.Las peculiaridades d<strong>el</strong> comercio implican que <strong>el</strong>comerciante de trigo no sólo «se merece la entera protecciónde la ley», sino que, en realidad, la necesita. Supap<strong>el</strong> como aprovisionadores de la nación los expone«al odio popular… En años de escasez, los estratos inferioresd<strong>el</strong> pueblo culpan a los comerciantes de trigode sus problemas, convirtiéndolos en objeto de su ira eindignación» 50 . El racionamiento d<strong>el</strong> grano producidopor la búsqueda de ganancias d<strong>el</strong> comerciante se lorepresenta la imaginación popular como «emb<strong>el</strong>esadory hechicero» (esto es, como acaparamiento y especulacióncon los precios), una representación que, argumentaSmith, «debe compararse con los terrores yrec<strong>el</strong>os populares hacia la brujería», las víctimas de loscuales «no fueron menos inocentes de los infortuniosque se les imputaban» 51. El «crimen imaginario» imputadoa los comerciantes de grano, aunque comparablea aqu<strong>el</strong> de los desafortunados acusados de brujería,es castigado mucho más se<strong>ver</strong>amente. Tal castigo puedetomar la forma de un gobierno llevado por «<strong>el</strong> odiopopular» y la amenaza de tumultos a ordenar a los comerciantesque vendan sus reservas a precios más bajosde lo que, de lo contrario, permitiría <strong>el</strong> mercado. Elefecto de semejante acto de imprudencia es permitirque los estratos inferiores de la sociedad satisfagan inmediatamentesu demanda, mientras que, en realidad,se les expone a la hambruna que su consumo inmoderadode todo <strong>el</strong> grano disponible acarreará en brevetiempo. Es como si los cuerpos de los pobres sufrierantales transformaciones en tiempos de penuria que sehicieran aptos para consumir mucha más comida de laque pueden ingerir en tiempos de abundancia.Pero, mucho más amenazante es <strong>el</strong> p<strong>el</strong>igro de que <strong>el</strong>comerciante «se arruine completamente y … sus almacenessean saqueados y destruidos» por las masas conducidaspor «la ira y la indignación» 52 . Los estratosinferiores de la sociedad no comprenden ni, en efecto,se puede esperar que comprendan que sus problemas,incluso su miseria y su lenta inanición, son necesariosy que al racionamiento de comida que realiza <strong>el</strong> mercadodebe inevitablemente seguirle un racionamientode la vida misma, <strong>el</strong> consentimiento de que algunosmueran, con <strong>el</strong> fin de que otros, una mayoría quizás,pueda vivir. La muchedumbre, enfrentada no con laescasez absoluta, esto es, con la ausencia demostradade comida a cualquier precio, sino con una escasez r<strong>el</strong>ativaen la que existe suficiente comida para alimentaruna población entera pero que, en virtud de los preciosse encuentra más allá de sus medios, puede rechazar lamortalidad o incluso la lenta inanición y simplementeapoderarse de las reservas. Es aquí donde debe intervenir<strong>el</strong> poder soberano, no necesariamente para matara aqu<strong>el</strong>los que rehuyen morir, sino para asegurar,por medio d<strong>el</strong> uso de la fuerza, que estarán expuestosa morir y obligados a aceptar <strong>el</strong> racionamiento de la vidaque realiza <strong>el</strong> mercado.Así, al lado de la figura d<strong>el</strong> Homo Sacer, aqu<strong>el</strong> que puedeser asesinado impunemente, se encuentra otra figura,una cuya muerte es, sin duda, menos espectacularque la primera y que no es objeto de ningún recuerdoo conmemoración: aqu<strong>el</strong> al que, impunemente, puededejárs<strong>el</strong>e morir, lenta o rápidamente, en nombre de laracionalidad y <strong>el</strong> equilibrio d<strong>el</strong> mercado.1 Louis Althusser And Etienne Balibar, Reading Capital (London: New Left Books, 1970), p. 13. [Para leer El capital, MéxicoD.F., Siglo XXI, 1990, p. 18]2 Althusser, Reading Capital, p. 13. [18]3 G.W.F. Heg<strong>el</strong>, The Phenomenology of Spirit, trans. A.V. Miller. Oxford: Oxford UP, 1977. P. 213. [Fenomenología d<strong>el</strong> espíritu,Madrid, FCE, 1966, p. 210]4 Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. 2 vols. Indianapolis: Liberty Fund, 1981. Vol.I, p. 26.[La riqueza de las naciones, Madrid, Alianza Editorial (AE), 1994, p. 45 AE]5 Smith, Wealth of Nations, Vol. I, p. 25 [45 AE]6 Heg<strong>el</strong>, Phenomenology, p. 213 [210]7 Heg<strong>el</strong>, Phenomenology, p. 213 [210]8 Adam Smith, The Theory of Moral Sentiments. Indianapolis: Liberty Fund, 1986, p. 301 [La teoría de los sentimientos morales,Madrid, Alianza Editorial, 1997, p. 526]9 Smith, Theory of Moral Sentiments, p. 313. [544]10 Ver <strong>el</strong> comentario de Mich<strong>el</strong> Foucault, Naissance de la Biopolitique: Cours aux Collège de France. 1978-1979. Paris:Gallimard, 2005, pp. 282-290.11 Seneca, The Stoic Philosophy of Seneca: Essays and Letters. New York: Norton, 1958, p. 32. (Diálogos sobre la providencia…,Barc<strong>el</strong>ona, RBA, 2003)12 Smith, Theory of Moral Sentiments, pp. 184-185 [333]13 Giorgio Agamben, Homo Sacer: So<strong>ver</strong>eign Power and Bare Life. Stanford: Stanford UP, 1998, p. 4. [Homo Sacer. El podersoberano y la nuda vida, I, Valencia, Pre-textos, 1999, p. 11]14 Agamben, Homo Sacer, pp. 3-4. [10]15 Achille Mbembe, «Necropolitics,» Public Culture 15 (1), 2003, p. 19.16 Mbembe, «Necropolitics,» p. 20.ISSN:1885-477Xwww.tierradenadieediciones.comYOUKALI, 1 página 17 Filosofía y política
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