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Denevi, Marco - Ceremonia secreta

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<strong>Marco</strong> <strong>Denevi</strong>52<strong>Ceremonia</strong> <strong>secreta</strong>dido a sufrir y a callar, y a purificarse en el dolor como la plata en el fuego. Pero ahorahabía llegado el tiempo de manifestarse.—¿Quién se lo ha contado?—Encarnación y Mercedes, la última vez que estuvieron aquí.—No, ellas lo ignoran todo, Escúcheme. No quiero morirme sin que antes...—¡Señorita Cecilia!Morir, sí, morir. Trozos de mampostería que caen al suelo como una costra seca.Y la almendra viva, encendiéndose en la luz como un diamante.—Sé que voy a morirme. Dispongo de poco tiempo. Y usted es la única personaque está a mi lado. Escúcheme.La desconocida oyó este relato:Estaba sola. Belena había ido, acompañada por Encarnación, al consultorio deun médico. Imprevistamente tres hombres aparecieron en el comedor, donde ella seencontraba doblando unos manteles. Eran jóvenes. Dos de ellos aparentaban tener nomás de veinte años. El tercero, alto, moreno, frisaría en los veinticinco. Vestían camperasde cuero negro. Calzaban guantes. Uno la apuntaba con un revólver. Quisogritar, y la golpearon. La arrastraban a través de la casa. Saqueaban la despensa. Comían,bebían y fumaban. Luego la llevaron arriba. Parecían conocer perfectamente ladisposición de las habitaciones. En su dormitorio, los dos más jóvenes le dijeron alotro: “Che, te brindamos el espectáculo”. El otro se rió, y ellos se volvieron y la miraron.Luchaba, se defendía, clavaba los dientes en una mano enguantada. Despuéstodo se desplomó. El techo, las paredes, la cama, la repisa con las muñecas. Se habíanido. La habían encerrado bajo llave y se habían ido. Los oía hablar. No, ella no. Losoía su cabeza. Pero su cabeza se le había desprendido del cuerpo, había, rodado lejos,por el suelo, decapitada, suelta. Esa cabeza que ya no era suya había oído. Ahora quela tenía nuevamente sobre sus hombros, ahora sabía lo que entonces esa carroña guillotinadahabía escuchado. Los tres hombres hablaban en la habitación de su madre.Uno decía: “Miren, setenta libras esterlinas”. Otro: “¿Qué hora es?”. Otro: “Las seismenos cinco. Belena dijo que hasta pasadas las siete no iba a volver con la vieja”. Lamisma voz agregaba: “Cuando vuelva y vea que me planté en la primera parte de lafiesta y que no le despaché a la prima, la bronca que se va a agarrar”. El primero:“Che, ¿no te denunciará?”. El otro: “Si me denuncia, se denuncia. Porque yo me quedécon la foto. Y que le explique a la policía por qué les dijo a las dos viejas que lahabía encontrado en un vestido de la piba, y que creía que era la foto de algún noviode la piba, y que estaba preocupada, y hasta lloró y todo, y la foto es del marido deella, fallecido de muerte natural hace dos años. No, che, que me disculpe, pero yo conla sangre no. Siento privarla de la herencia de la prima, que proyectaba disfrutar enmi honrosa compañía, pero me conformo con estas sobras”. El segundo: “Nosotrostambién”. El tercero: “Se entiende, che, se entiende. En esto vamos todos per cápita.Como les decía. Yo con la sangre no. En cambio ella, ¡qué temple! Pero estoy harto deesa mina. Sin mencionar, por no ser guarango, que tiene cuarenta y dos años, y yo,salvo error u omisión, veinticinco”. El primero: “Che, ¿y la piba?”. El otro: “¿Qué pasacon la piba?”. El primero: “¿No hablará?”. El otro: “Que hable. ¿Y qué va a decir?¿Qué pista va a dar? No sé quién va a sospechar de nosotros. Y en todo caso, ya Belenase va a encargar de malograrle la estrategia. Porque sabe que si me pescan a mí, lapescan a ella también. Así que le va a convenir cuidarme la retaguardia. Y que seconsuele con algún otro punto. Porque lo que es a mí, no me ve más el pelo”.Todo eso lo había oído entonces su cabeza. Pero ella no. Ella yacía, mutilada en

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