11.07.2015 Views

Denevi, Marco - Ceremonia secreta

Denevi, Marco - Ceremonia secreta

Denevi, Marco - Ceremonia secreta

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>Marco</strong> <strong>Denevi</strong>26<strong>Ceremonia</strong> <strong>secreta</strong>dora?”, pensaba. “¿No me habrá traído aquí quién sabe con qué intenciones?” Perono, ¿qué intenciones? Si excepto en esos raros momentos en que parecía extraviarsedentro de su propio extravío, ¡la muchachita era tan dócil, tan diligente y sumisa! Nohabía más que decir: “querida, querida” y la muñequita correteaba sobre sus piernecitascomo si le hubiesen dado toda la cuerda. Y había que ver cómo la atendía. Comoa una reina.Pero por las dudas la señorita Leonides tenía el ojo atento. Por las dudas, tratabacon extrema cortesía a la guardiana del paraíso, no le hacía preguntas, no averiguabanada. Por las dudas, se peinó con la raya al medio. No volvió a abandonar el dormitorio.Era su propiedad, su fortaleza y su refugio. Que en la planta baja sucediera loque sucediere, le daba lo mismo. ¿Dónde dormía la joven? No lo sabía. ¿De dóndesacaba el dinero? Tampoco lo sabía. No lo sabía ni le interesaba. No tenía por quéarriesgarse por esos dédalos que podían hacer trizas su identificación hipostática conla difunta. No abandonaba, casi, el lecho, sino para reemplazarlo por la bañera, quellenaba de agua tibia y chorros de perfume, y donde permanecía horas y horas, con elagua al cuello y gimoteando de placer. Pensaba en su casita como en un lejano mundosórdido al que, más adelante, debería regresar. Pero entretanto estaba viviendo unlargo día de fiesta. Y en cuanto al mal olor, ¿qué mal olor? Ella no percibía ningúnmal olor. La señorita Leonides estaba encantada, verdaderamente encantada.La chica había vuelto a servirle una copita de aquella diabólica bebida. Luegotrajo la botella, y las dos se sirvieron. Un repentino dinamismo acometió a la señoritaLeonides.—Queridita —dijo alzando los hombros y frunciendo la nariz, como quien va aproponer una picardía—, ¿qué te parece si me pruebo uno de esos vestidos?La joven lanzó una risa estridente (que a la señorita Leonides no le cayó nadabien), movió para todos lados la cabezota de títere y se precipitó a abrir el ropero. Laseñorita Leonides saltó fuera de la cama y, de pie frente al espejo de luna, fue colocándoseuno tras otro los vestidos que, con toda evidencia, habían pertenecido a lafalsa Leonides de la fotografía. No le quedaban mal. Un poco cortos, tal vez, y algoholgados. ¡Pero eran tan hermosos! La señorita Leonides se contemplaba en el espejo,giraba sobre sí mismo, quería verse de espaldas y de perfil, exclamaba a cada ratosiempre lo mismo: “¡Pero si es un modelo, un modelo!”.La muchacha se había sentado en el suelo y desde allí presenciaba con cara ambigualos sucesivos avalares de la señorita Leonides. De tanto en tanto (¿al azar? ¿Ocuando el vestido le quedaba particularmente bien? ¿O particularmente mal? ¿Cómosaberlo?) se reía chillonamente. Se reía estúpidamente. Como lo que era. Como unaloca. “¿Estará burlándose de mí?”, pensaba la señorita Leonides con alguna inquietudy una pizca de cólera.Se sirvieron otra copita.La señorita Leonides trataba ahora de embutirse dentro de un traje de noche, deseda negra. Después quiso agregarle una estola de piel. Después la chica, extrañamenteexcitada, extrajo de algún mueble una caja de afeites, y la señorita Leonides secoloreó los labios y las mejillas.Se sirvieron otra copa.—¡Alhajas! —vociferó de pronto la señorita Leonides. —¿Dónde están mis alhajas?Necesito un collar, una pulsera, aros.La joven buscó febrilmente por todas partes, la señorita Leonides la secundó,revolvieron toda la habitación, encontraron un cofre vacío, varios estuches también

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!