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Denevi, Marco - Ceremonia secreta

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<strong>Marco</strong> <strong>Denevi</strong>37<strong>Ceremonia</strong> <strong>secreta</strong>exagerado saludo con ambas manos. Está bien, adiós. La señorita Leonides prosiguiósu marcha y a poco se perdió entre la multitud.A medida que se alejaba, y libre del asedio de Cecilia, la antigua Leonides Arrufatrevivía en la falsa Guirlanda Santos, su espíritu cobraba fuerza. Se sentía crecientementeintrépida, lúcida y segura de sí misma. Se había vestido como la muerta, sehabía peinado como la muerta; estaba, pues, disfrazada. Y como a todos los disfrazados,el disfraz le aseguraba la audacia y al mismo tiempo la impunidad. Por lo demás,lo tenía todo muy bien pensado.Cochabamba 1522. Una casa de una sola planta, con un frente verde oliváceoasperjado por las lluvias y los perros. La puerta de calle, abierta, dejaba ver un corredora cuyo extremo había otra puerta, cerrada. La señorita Leonides tocó el timbre.Nadie salió a atender. Entró y tocó otro timbre que había junto a la segunda puerta.Oyó, dentro, lejos, un campanilleo, ladridos, una voz que la señorita Leonides reconocióen seguida y que canturreaba:—Ya va, ya va...La puerta se abrió, y esa alma cándida de Mercedes, que venía mascando beatamenteun trozo de galleta, se encontró de súbito y sin previa preparación frente almás allá. La mandíbula inferior se le desencajó; el trozo de galleta, a medio masticar,le rodó por la lengua y cayó al suelo, su garganta exhaló un estertor de estrangulamiento.Dio media vuelta y huyó, basculando como un oso y gritando:—¡Encarnación! ¡Encarnación!Ese primer triunfo envalentonó a la señorita Leonides, que sin esperar a que lainvitasen franqueó la puerta y se introdujo en la casa. Se vio en una galería cubiertaque bordeaba por dos lados a un patio rectangular y a la que daban sucesivas puertasiguales y ruinosas. Una de esas puertas se abrió y —Encarnación delante, Mercedesdetrás— las dos culpables comparecieron ante aquella figura de ultratumba que seguramentevenía a ajustarles cuentas.Pero tan pronto como se acercó, la cara de Encarnación se corrompió en unasonrisa que parecía un bostezo reprimido, se volvió hacia Mercedes y le habló en vozbaja. Luego se dirigió a la aparición.—¿Qué se le ofrece, señora?La señorita Leonides entrecerró los ojos y dijo:—Soy la prima de Guirlanda Santos.Encarnación se volvió nuevamente hacia Mercedes:—¿Viste?Y otra vez a la señorita Leonides, al tiempo que le tendía una lánguida mano invertebrada:—Tanto gusto. Como usted es tan parecida a la difunta, esta zonza se asustó.Mercedes se adelantaba, cohibida y sonriente, y tendía, ella también, el gordobatracio de la mano:—Tanto gusto. Sí, cuando la vi la tomé por la finada.—Sólo que Guirlanda era un poco más baja que usted —observó Encarnación,con un aire de persona que quiere poner las cosas en su sitio—. Y tenía otro color deojos.Ahora las dos se dedicaban a puntualizar las diferencias, no creyese la desconocidaque eran un par de tontas que se dejan engañar así como así.—Guirlanda era más flaca —dijo Mercedes.—Sobre todo en los últimos tiempos.

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