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lo que les estaba diciendo no tenía que ver con la visita de la profesora<br />
de Didáctica, que por supuesto quería que la profesora pudiera ver cómo<br />
trabajamos siempre, pero que me interesaba saber el porqué. También<br />
les dije que si fuera por ellos, con estas actitudes me hubiera ido mal. Les<br />
pregunté: ¿en realidad ustedes querían que me fuera mal? ¿Qué deje el<br />
grupo?...les hablé sobe mi vocación de enseñar, que ellos son el sentido<br />
de cada clase que preparo. Que como pudieron ver, la propuesta que<br />
llevé el día de la visita es exactamente el mismo mecanismo de trabajo<br />
que hacemos siempre - mientras todo permanecía en silencio-.<br />
Cuando doy un vistazo a cada uno, muchos de ellos tenían los ojos<br />
llorosos…creo que con mis palabras sintieron que ellos me importaban y<br />
entendieron mi honestidad como docente. Les dije que tengo mucho por<br />
aprender, que no soy un profesor perfecto, pero que trabajo todos los<br />
días por mejorar, que “no les vengo a robar el tiempo”. Les aclaré que<br />
quiero que ese espacio y el tiempo que le dediquemos, se llenen de<br />
sentido para que aprendamos, por el motivo que sea. Porque queremos<br />
saber, porque queremos conseguir un trabajo, porque queremos salir de<br />
tercero, por lo que sea, pero que se llene de sentido.<br />
Mientras todo esto sucedía, brotaba lo más humano de nosotros:<br />
las emociones. Siempre me mantuve claro con mis palabras, no me<br />
quebré, pero confieso que por dentro estaba viviendo uno de los<br />
momentos más lindos que me ha dado esta profesión.<br />
Luego de este momento les digo a los alumnos que tienen 15 minutos<br />
para repasar para el escrito. En eso entra Matías Guedes y Arróspide. Dos<br />
alumnos que suelen tener problemas de conducta, pero que en mi clase,<br />
no son de tener actitudes muy desubicadas.<br />
Ingresan a la clase de manera bastante desprolija, no piden permiso, ni<br />
saludan, se van a sentar rápidamente.