You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong><br />
<strong>Lolita</strong><br />
—¿Quieres decir –insistió, ahora de rodillas sobre mí– que nunca lo hiciste<br />
cuando eras niño?<br />
—Nunca –respondí verazmente.<br />
—Bueno –dijo <strong>Lolita</strong>–, pues aquí empezamos.<br />
Pero no he de abrumar a mis lectores con el informe detallado de la<br />
presunción de <strong>Lolita</strong>. Básteme decir que no percibí huella de modestia en esa<br />
hermosa y recién formada, profundamente, definitivamente depravada por la<br />
coeducación moderna, las costumbres juveniles, los juegos en torno al fuego del<br />
campamento y todo el resto. Consideraba el acto en sí apenas como parte de un<br />
mundo furtivo de jovenzuelos, desconocido para los adultos. Lo que los adultos<br />
hacían con miras a la procreación no era cosa suya. Sólo el orgullo impidió a<br />
<strong>Lolita</strong> batirse en retirada; pues en mi extraña actitud fingí estupidez suprema y<br />
la dejé conducirse a su antojo... al menos mientras me fue posible. Pero en<br />
verdad éstas son cuestiones que no vienen al caso; no me interesa el llamado<br />
«sexo». Cualquiera puede imaginar esos elementos de animalidad. Una tarea<br />
más importante me reclama: fijar de una vez por todas la peligrosa magia de las<br />
nínfulas.<br />
30<br />
Debo andar con tiento. Debo hablar en un susurro. ¡Oh tú, veterano<br />
reportero de crímenes, oh tú, grave y anciano ujier, oh tú, en un tiempo popular<br />
gendarme, ahora en solitario confinamiento después de engalanar durante años<br />
esa esquina de la escuela, oh tú, mísero jubilado a quien lee un niño! Sería<br />
inconcebible, ¿no es cierto?, imaginaros locamente enamorado de mi <strong>Lolita</strong>. Si yo<br />
hubiera sido pintor y la administración de «El cazador encantado» hubiera<br />
perdido el juicio y me hubiera encargado la decoración de su comedor con<br />
frescos de mi propia cosecha, esto es lo que habría concebido. Permítaseme<br />
enumerar algunos fragmentos:<br />
Habría pintado un lago. Habría pintado un árbol flamígero de flores. Habría<br />
pintado estudios del natural: un tigre persiguiendo a un ave del paraíso, una<br />
serpiente atragantada envolviendo el tronco desollado de un animalejo. Habría<br />
pintado un sultán, con expresión de doliente agonía (desmentida, por así decirlo,<br />
por su moldeante caricia), ayudando a una joven esclava calipgia a trepar por<br />
una columna de ónix. Habría pintado esos glóbulos luminosos de resplandor<br />
ovárico que viajan por los costados opalescentes de las cambiadoras de discos,<br />
en los bares. Habría pintado toda clase de actividades del grupo intermedio en el<br />
campamento: remo, risas, rizos al sol, junto al lago. Habría pintado álamos,<br />
manzanos, un domingo suburbano. Habría pintado un ópalo de fuego<br />
disolviéndose en un estanque ondulado, un último latido, un último dejo de color,<br />
rojo penetrante, rosa punzante, un suspiro, una niña que se aleja.<br />
31<br />
Si procuro describir esas cosas no es para revivirlas en mi infinita desdicha<br />
actual, sino para discernir la parte infernal y la parte celestial en ese mundo<br />
extraño, terrible, enloquecedor... el amor de la nínfula. Lo bestial y lo hermoso<br />
se juntaban en un punto, y es esa frontera la que desearía precisar. Pero siento<br />
que no puedo hacerlo por completo. ¿Por qué?<br />
La estipulación del código romano según la cual una niña de doce años<br />
puede casarse, fue adoptada por la Iglesia y aún subsiste, más o menos tácita,<br />
en algunas partes de los Estados Unidos. A los quince, el matrimonio es legal en<br />
todas partes. No hay nada de malo, digamos, en ambos hemisferios, en que un<br />
bruto de cuarenta años atiborrado de bebida se quite sus prendas empapadas en<br />
77