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<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong><br />
<strong>Lolita</strong><br />
juntaban en el acto mecánico de aplaudir. Ya había visto actitudes semejantes en<br />
los niños, pero Dios mío, ésa era una niña especial, que observaba con expresión<br />
miope la escena ya remota mientras yo alcanzaba a ver algo de los autores<br />
comunes: el smoking de un hombre y los hombros desnudos de una mujer<br />
parecida a un gavilán, de pelo negro y altísima.<br />
—Has vuelto a lastimarme el puño, bruto –dijo Lo con una vocecilla al<br />
deslizarse en el automóvil.<br />
—Lo siento en el alma, querida, mi adorada ultravioleta –dije, procurando<br />
en vano tomarla por el codo–. Vivian es toda una mujer –agregué para cambiar<br />
de tema (para cambiar la dirección del destino, Dios, Dios mío)–. Estoy seguro<br />
de que ayer la vimos en aquel restaurante de Soda.<br />
—A veces –dijo Lo– eres un idiota rematado. Primero, Vivian es el hombre;<br />
la mujer es Clare. Segundo, tiene cuarenta años, está casada y tiene sangre<br />
negra...<br />
—Pensé que Quilty era un antiguo amor tuyo –dije bromeando–, de los<br />
días en que me querías, en la vieja Ramsdale.<br />
—¡Qué! –dijo Lo, frunciendo el ceño–. ¿Aquel dentista gordo? Has debido<br />
confundirme con otra chiquilla.<br />
Y yo dije para mis adentros con qué rapidez lo olvidan todo esas chiquillas,<br />
mientras nosotros, los viejos amantes, atesoramos cada partícula de su<br />
ninfulidad.<br />
19<br />
Juntamente con Lo, resolvimos que las dos direcciones postales indicadas<br />
al jefe de correos de Beardsley serían, después de nuestra partida, el correo de<br />
Wace y el de Elphinstone. A la mañana siguiente, visitamos la primera y debimos<br />
hacer una cola breve pero lenta. La impasible Lo estudió la galería de<br />
malhechores. El apuesto Bryan castaño, tez blanca, tenía recomendada la<br />
captura por rapto. El faux-pas de un viejo caballero de ojos tristes era violación<br />
de correspondencia, y como si eso no hubiera bastado, tenía la maldición de una<br />
joroba. Sullen Sullivan era objeto de una advertencia: se lo cree armado, y debe<br />
considerárselo muy peligroso. Quien desee hacer una película con mi libro,<br />
atribúyame una de esas cartas, mientras yo miro. Además, había una sucia<br />
instantánea de una niña perdida, catorce años, que llevaba zapatos pardos la<br />
última vez que fue vista. Por favor, informar al sheriff Buller.<br />
He olvidado cuáles eran mis cartas. Para Dolly había su informe escolar y<br />
un sobre muy especial. Lo abrí deliberadamente y examiné su contenido. Deduje<br />
que hacía lo previsto, que a ella no pareció importarle y se dirigió hacia el<br />
mostrador de los periódicos, que estaba cerca de la entrada.<br />
«Dolly-Lo: Bueno, la representación ha sido todo un éxito. Los tres<br />
cazadores se quedaron inmóviles, quizá un poco drogados por Cutler, sospecho,<br />
y Linda sabía todo su papel. Estuvo bien, actuó con vivacidad y dominio, pero le<br />
faltó un poco de sensibilidad, de vitalidad contenida, ese encanto de mi Diana –y<br />
del autor–. Pero a última hora el autor no pudo aplaudirnos, y la terrible<br />
tormenta eléctrica apagó nuestro modesto trueno de utilería. Ah, querida, cómo<br />
pasa la vida. Ahora todo ha terminado, la escuela, la representación, mis riñas<br />
con Roy, el parto de mamá (¡nuestro hijo, ay, no vive!)... todo parece ya muy<br />
remoto, aunque en realidad aún llevo las huellas de esos acontecimientos.<br />
«Pasado mañana nos marchamos a Nueva York, y creo que no podré<br />
zafarme de acompañar a mis padres a Europa. Y tengo noticias aún peores.<br />
Dolly-Lo... Quizá no me encuentres en Beardsley cuando regreses. Entre una<br />
cosa y la otra, papá quiere que estudie un año entero en una escuela de París,<br />
mientras él y Fulbrigth pasean.<br />
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