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<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong><br />
<strong>Lolita</strong><br />
Pero debía ser comprensiva, dije, debía ser una muchacha sensible (como<br />
su tamborcillo desnudo bajo el vestido pardo), debía entender que si esperaba<br />
mi ayuda, al menos tendría que aclarar la situación.<br />
—¡Vamos, dime su nombre!<br />
Ella creía que yo lo había averiguado mucho tiempo antes. Era un nombre<br />
tan sensacional... (con una sonrisa melancólica y malévola). Nunca lo creería.<br />
Ella misma apenas podía creerlo.<br />
Su nombre, mi ninfa caída.<br />
¿Qué importaba? Sugirió que olvidara la cosa. ¿Un cigarrillo? No. Su<br />
nombre.<br />
Sacudió la cabeza con firme resolución. Dijo que era demasiado tarde para<br />
provocar un escándalo y que yo nunca creería lo increíblemente increíble...<br />
Dije que me marchaba, recuerdos, encantado de haberla visto.<br />
Ella dijo que era realmente inútil, que nunca lo diría, pero por otro lado,<br />
después de todo...<br />
—¿De veras quieres saber quién fue? Bueno, fue...<br />
Suavemente, confidencialmente, arqueando las finas cejas, y abultando los<br />
labios resecos, con cierto aire burlón, con un mohín, no sin ternura, en una<br />
especie de contenido susurro, pronunció el nombre que el astuto lector ha<br />
adivinado hace mucho tiempo.<br />
A prueba de agua. ¿Por qué cruzó por mi mente un relámpago desde el<br />
lago de Charlotte? También yo lo había sabido, sin saberlo, durante todo ese<br />
tiempo. Suavemente, se produjo la fusión y todo estuvo en orden, ocupó su<br />
lugar en el diseño de ramas que yo he entrelazado en este relato con el expreso<br />
deseo de que el fruto caiga en el momento justo. Sí, con el expreso y perverso<br />
deseo –Lo hablaba, pero yo me fundía en mi paz dorada– de alcanzar esa paz<br />
monstruosa y dorada mediante la satisfacción del reconocimiento lógico, que el<br />
más enemigo de mis lectores experimentara ahora.<br />
Lo seguía hablando, como he dicho. Yo pasaba por un momento de<br />
apaciguamiento. Él era el único hombre por el cual había estado enloquecida.<br />
¿Y Dick? Oh, Dick era desde luego un cordero, por eso eran muy felices<br />
juntos, pero ella se refería a algo muy diferente. ¿Y yo nunca había contado para<br />
ella, desde luego?<br />
Me observó como haciéndose cuenta del increíble, y de algún modo<br />
tedioso, confuso, innecesario, de que ese valetudinario distante, elegante,<br />
esbelto, cuarentón, de chaqueta de terciopelo que estaba sentado junto a ella,<br />
había conocido y adorado cada poro y folículo de su cuerpo pubescente. En sus<br />
ojos lavados y grises, tras los extraños anteojos, nuestros pobres amores se<br />
reflejaron un instante, y fueron valorados y descartados como cosa aburrida,<br />
como una reunión pesada o un picnic con lluvia al que sólo los tipos más<br />
aburridos hubieran acudido, como un pedazo de barro seco en que se aterronara<br />
su niñez.<br />
Apenas pude desviar mi rodilla para que no la alcanzara su palmada (uno<br />
de sus ademanes adquiridos).<br />
Me pidió que no fuera insistente. El pasado era el pasado. Había sido un<br />
buen padre, suponía, concediéndome eso. Adelante, Dolly Schiller.<br />
Bueno, ¿sabía yo que él había conocido a su madre? ¿Que era un viejo<br />
amigo? ¿Que las había visitado con su tío en Ramsdale –oh, años antes–, que<br />
había hablado en el club de Madres, y la había tomado del brazo desnudo, y la<br />
había subido a su regazo frente a todo el mundo, y la había besado en la cara, y<br />
ella tenía diez años y lo había odiado? ¿Sabía yo que él me había visto con ella<br />
en el hotel donde escribía aquella misma obra que después ensayaría en<br />
Beardsley, dos años después? ¿Sabía yo... ? Había sido horrible de su parte<br />
hacerme creer que Clare era una vieja, quizá una pariente de él o una especie de<br />
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