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Nabokov, Vladimir-Lolita

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<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong><br />

<strong>Lolita</strong><br />

motivo, una razón bastante artera, por la cual la compañía del viejo Gastón<br />

Godin me sería particularmente segura.<br />

Además, estaba de por medio la cuestión monetaria. Mis rentas<br />

menguaban, agotadas por nuestro viaje de placer. En verdad, yo me atenía a los<br />

acoplados más baratos, pero de cuando en cuando había un hotel de lujo, o un<br />

rancho presuntuoso y remilgado que mutilaba nuestro presupuesto. Sumas<br />

corrosivas se gastaban, asimismo, en excursiones y ropas de Lo, y el viejo<br />

automóvil de la Haze, aunque aún muy fuerte y leal, necesitaba muchas<br />

reparaciones pequeñas e importantes. En uno de nuestros mapas de excursiones<br />

que han logrado sobrevivir entre los papeles que las autoridades me han<br />

permitido utilizar para escribir mi declaración, encuentro algunas marcas que me<br />

ayudan a calcular lo siguiente: Durante ese extravagante año de 1947-1948, de<br />

agosto a agosto, alojamiento y comidas nos costaron unos 5.500 dólares; la<br />

gasolina, el aceite y las reparaciones, 1.234 y varios extras casi la misma suma.<br />

De modo que en unos 15 días de marcha real (cubrimos casi 27.000 millas) más<br />

unos 200 días de paradas intermedias, este modesto rentier, gastó alrededor de<br />

8.000 dólares, o más bien 10.000, porque sin duda he olvidado muchos<br />

expendios, poco práctico como soy.<br />

Así viajamos hacia el este: yo, más devastado que fortalecido por la<br />

satisfacción de mi pasión; ella resplandeciente de salud, con su cresta bi-ilíaca<br />

aún tan breve como la de un muchacho, aunque su estatura había aumentado<br />

dos centímetros y su peso tres kilos. Habíamos estado en todas partes. No<br />

habíamos visto nada en realidad. Y hoy me sorprendo pensando que nuestro<br />

largo viaje no había hecho otra cosa que ensuciar con un sinuoso reguero de<br />

fango el encantador, confiado, soñador, enorme país que entonces,<br />

retrospectivamente, no era para nosotros sino una colección de mapas de puntas<br />

dobladas, libros turísticos estropeados, neumáticos gastados y sus sollozos en la<br />

noche –cada noche, cada noche– no bien me fingía dormido.<br />

4<br />

Cuando a través de decoraciones de luz y sombra nos dirigimos hacia el<br />

número 14 de la calle Thayer, un serio muchachito nos recibió con las llaves y<br />

una nota de Gastón, que había alquilado la casa para nosotros. Mi Lo, sin dirigir<br />

al nuevo ambiente una sola mirada, prendió distraídamente la radio hacia la cual<br />

la llevó su instinto y se echó en un sofá de la sala con unas cuantas revistas<br />

viejas de que se proveyó, con el mismo aire preciso y ciego, metiendo la mano<br />

en la anatomía inferior de una mesilla.<br />

En verdad, poco me importaba el lugar donde debía residir, con tal de<br />

poder encerrar a mi <strong>Lolita</strong> en alguna parte; pero supongo que durante mi<br />

correspondencia con el vago Gastón, había llegado a representarme una casa de<br />

ladrillo y hiedra. La casa, en realidad, tenía un desalentador parecido con el<br />

hogar de Charlotte (apenas a 400 millas de allí): la misma fealdad en su madera<br />

gris, en su techo en declive, en sus toldillos. Los cuartos, aunque más pequeños<br />

y amueblados con más presunción, eran harto similares. Pero mi estudio resultó<br />

ser por cierto mucho más amplio, con unos dos mil libros sobre química<br />

dispuestos desde el cielo raso hasta el piso, que mi arrendatario (de vacaciones<br />

por entonces) utilizaba para sus clases en el Beardsley College.<br />

Yo había esperado que la escuela de Beardsley para niñas –una escuela<br />

diurna muy cara, con almuerzos incluidos y un espléndido gimnasio–, al cultivar<br />

esos cuerpos jóvenes suministraría cierta educación formal a sus mentes. Gastón<br />

Godin, que muy pocas veces estaba en lo cierto al juzgar el medio<br />

norteamericano, me había advertido que la institución podía ser de ésas que<br />

enseñan a las niñas –como observó con su predilección de extranjero por ese<br />

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