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<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong><br />
<strong>Lolita</strong><br />
abandonaste Ramsdale por el campamento, y el campamento por un viaje de<br />
placer, y presiento otros cambios violentos en tu disposición. Debes ser más<br />
cuidadosa. Hay cosas que no pueden dejarse. Debes perseverar. Debes tratar de<br />
ser un poco más buena conmigo, <strong>Lolita</strong>. Además, deberías vigilar tu<br />
alimentación. La circunferencia de tus muslos no debería pasar los cuarenta<br />
centímetros. Más... sería fatal (bromeaba, desde luego). Ahora emprendemos un<br />
largo y dichoso viaje. Recuerdo...<br />
16<br />
Recuerdo que cuando era niño me deleitaba con un mapa de Norteamérica<br />
donde los «Montes Apalaches» corrían libremente de Alabama a New Brunswick,<br />
de modo que la región toda que atravesaban –Tennessee, las Virginias,<br />
Pensilvania, Nueva York, Vermont, New Hampshire y Maine– se mostraba a mi<br />
imaginación como una Suiza o hasta un Tibet gigantesco, toda montaña, pico<br />
tras pico gloriosamente diamantino, coniferas gigantes, le montagnard émigré<br />
con una magnífica piel de oro, y Felix tigris auratus y Pieles Rojas bajo catalpas.<br />
Que todo ello degenerara en míseras tierras suburbanas y un humeante<br />
incinerador de desperdicios era aterrador. ¡Adiós, Appalachia! Dejándola,<br />
cruzamos Ohio, los tres estados, que empiezan con «I» y Nebraska –ah, ese<br />
primer soplo del oeste–. Viajábamos holgadamente, con más de una semana<br />
para llegar a Wace, Continental Davile, donde Lo deseó apasionadamente ver las<br />
danzas ceremoniales que señalan la apertura de la estación de la Cueva Mágica,<br />
y por lo menos tres semanas para llegar a Elphinstone, perla de un estado del<br />
oeste, donde Lo anheló trepar la Roca Roja, desde la cual se había arrojado poco<br />
antes una madura estrella cinematográfica después de una riña de borrachos con<br />
su gigolo.<br />
De nuevo nos dieron la bienvenida en discretos alojamientos, inscripciones<br />
que decían:<br />
«Deseamos que se sienta usted como en su casa. Todos los enseres han<br />
sido cuidadosamente registrados antes de su llegada: El número de su automóvil<br />
quedará anotado aquí. Economice el agua caliente. Nos reservamos el derecho<br />
de rechazar sin explicaciones a cualquier persona objetable. No arroje ninguna<br />
clase de desperdicios en el inodoro. Gracias. Vuelva a visitarnos. La<br />
Administración. Consideramos a nuestros huéspedes como las personas mejores<br />
del mundo».<br />
En esos lugares espantosos pagamos diez dólares por camas gemelas, las<br />
moscas revoloteaban más allá de la puerta sin tela metálica y al fin lograban<br />
meterse en el cuarto, las cenizas de nuestros predecesores aún permanecían en<br />
los ceniceros, un pelo de mujer serpeaba en la almohada, oíamos a nuestro<br />
vecino que colgaba su chaqueta en el armario, las perchas estaban<br />
ingeniosamente atadas a la barra por medio de alambres para evitar robos y,<br />
supremo insulto, los cuadros sobre las camas gemelas eran gemelos idénticos.<br />
También advertí que la moda comercial cambiaba. Los acoplados tendían a<br />
reunirse, a ir formando una caravansay 10 (Lo no parecía interesada por mi<br />
explicación, pero el lector quizá la encuentre curiosa), se agregaba un segundo<br />
piso, después un vestíbulo, los automóviles se llevaban a un garage común y ese<br />
conjunto de cabinas se convertía en un buen hotel.<br />
He de advertir al lector que no ría de mi ofuscación mental. Ahora es fácil<br />
para él y para mí descifrar un destino pasado; pero un destino en formación no<br />
10 Especie de posada cuadrangular, con un gran patio en el centro.<br />
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