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<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong><br />
<strong>Lolita</strong><br />
estudiantes para que integren parejas mutuamente satisfactorias y críen con<br />
éxito a sus hijos. Opinamos que Dolly podría hacer excelentes progresos si<br />
pusiera atención en su trabajo. En este sentido, el informe de la señorita<br />
Cormorant es significativo. Dolly tiene una cierta tendencia a ser impúdica, para<br />
no hablar con mucho rigor. Pero todos opinamos: primo, que debe usted tener<br />
un doctor de familia que le explique los hechos de la vida; secundo, que debe<br />
usted autorizarla a gozar de la compañía de los hermanos de sus compañeras en<br />
el Club Juvenil, en la organización del doctor Rigger o en las encantadoras casas<br />
de nuestros padres...<br />
—Ella puede disfrutar de la compañía de los jóvenes en su propia casa<br />
encantadora –dije.<br />
—Espero que así sea –dijo la señorita Prat vivamente–. Cuando la<br />
interrogamos acerca de sus problemas, Dolly se negó a discutir la situación<br />
familiar, pero hemos hablado con algunas de sus amigas y realmente... bueno,<br />
por ejemplo, insistimos en que autorice usted su participación en el grupo<br />
dramático. Debe usted permitirle que tome parte en Los cazadores encantados.<br />
En los ensayos se reveló como una ninfa perfecta. Durante la primavera el autor<br />
permanecerá unos días en Beardsley y esperamos que asista a una o dos<br />
funciones en nuestro nuevo auditorio. Quiero explicar que ser joven, viviente y<br />
hermoso es algo supremo... Debe usted comprender...<br />
—Siempre me he considerado como un padre comprensivo –dije.<br />
—Oh, sin duda, sin duda, pero la señorita Cormorant piensa (y yo me<br />
inclino a aprobar su juicio) que Dolly está obsesionada por ideas sexuales para<br />
las que no encuentra salida, y molesta o martiriza a las demás niñas y hasta a<br />
nuestras profesoras más jóvenes porque pueden salir inocentemente con<br />
muchachos.<br />
Me encogí de hombros. Un mísero émigré.<br />
—Pongámonos de acuerdo, señor Haze. ¿Qué no anda bien con esa niña?<br />
—Yo la encuentro perfectamente normal y feliz –dije.<br />
¿Al fin se produciría el desastre? ¿Me descubrirían? ¿Habían recurrido a<br />
algún hipnotizador?<br />
—Lo que me preocupa –dijo la señorita Pratt mirando su reloj y<br />
reatacando– es que tanto las profesoras como sus compañeras dicen que Dolly<br />
es belicosa, insatisfecha... y todos se preguntan por qué se opone usted con<br />
tanta firmeza a todas las diversiones naturales de una niña normal.<br />
—Se refiere usted a los jugueteos sexuales –pregunté con presteza,<br />
desesperado, convertido en una vieja rata acorralada.<br />
—Bueno... apruebo esa terminología civilizada –dijo la señorita Pratt con<br />
una mueca–. Pero ése no es, exactamente, el problema. Bajo los auspicios de<br />
nuestra escuela, las representaciones teatrales, los bailes u otras actividades<br />
naturales no son, técnicamente, jugueteos sexuales, aunque las niñas tienen<br />
relación con muchachos, si eso es lo que usted objeta.<br />
—Está bien –dije, mientras mi banquillo gemía de cansancio–. Ha ganado<br />
usted. Dolly puede tomar parte en la representación. Siempre que los papeles<br />
masculinos estén encarnados por personajes femeninos...<br />
—Siempre me fascina –dijo la señorita Pratt– el modo admirable en que los<br />
extranjeros... o por lo menos los norteamericanos naturalizados, emplean<br />
nuestra rica lengua. Estoy segura de que la señorita Gold, que dirige el grupo<br />
dramático, se felicitará. Advierto que es una de las pocas profesoras que parecen<br />
gustar de... quiero decir que encuentran maleable a Dolly. Y ahora que hemos<br />
solucionado un problema general, quiero hablarle de algo especial. Tenemos<br />
dificultades más serias.<br />
Hizo una pausa truculenta y después se restregó el labio superior con tal<br />
vigor que su nariz pareció agitarse en una danza guerrera.<br />
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