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<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong><br />
<strong>Lolita</strong><br />
egipcios plegados bajo pliegues de felpa pardusca comida por polillas; colinas de<br />
avena, manchadas por rotundos robles verdes; una última montaña bermeja con<br />
una rica alfombra de alfalfa a su pie.<br />
Inspeccionamos también: el lago Little Iceberg, en algún lugar de<br />
Colorado, y los bancos de nieve, y las almohadillas de minúsculas flores alpinas,<br />
y más nieve, por la cual Lo, con gorra de pompón rojo, intentaba deslizarse<br />
chillando y bombardeada con bolas de nieve por algunos mozalbetes (se desquitó<br />
del mismo modo, comme on dit.) Esqueletos de álamos quemados, manchas de<br />
flores azules. Los diversos pormenores de una excursión pintoresca. Centenares<br />
de excursiones pintorescas, miles de Riachuelos del Oso, Manantiales de Soda,<br />
Cañones Pintados. Texas, una llanura agostada. La Cámara de Cristal en la cueva<br />
más larga del mundo (unos niños menores de doce años, libres; Lo, una joven<br />
cautiva). Una colección de esculturas caseras de una dama local al término de la<br />
mísera mañana de un lunes, entre el polvo, el viento, la aridez. El Concepción<br />
Park, en una ciudad de la frontera mexicana, que no me atreví a cruzar. Aquí y<br />
allá, centenares de picaflores grises entre el polvo, sorbiendo en la garganta de<br />
flores difusas. Shakespeare, una ciudad fantasma en Nuevo México, donde el<br />
perverso ruso Bill fue colgado hace setenta años. Criaderos de peces. Casas<br />
rupestres. La momia de un niño (contemporáneo indio de Florentine Bea).<br />
Nuestro vigésimo Cañón del Infierno. Nuestro quincuagésimo Portal hacia<br />
cualquier cosa, fide el libro de viajes, cuya cubierta había desaparecido por<br />
entonces. Siempre los mismos tres viejos, con sombreros y tirantes, disipando la<br />
tarde estival bajo los árboles, junto a la fuente pública. Un latido en mi ingle.<br />
Una visita a través del vaho azulino, más allá de la barandilla en un paso de<br />
montaña, y las espaldas de una familia que disfrutaba del espectáculo (y el<br />
cálido, feliz, vehemente, intenso, esperanzado, desesperado susurro de Lo:<br />
«¡Mira, los McCrystal, por favor, hablémosles, por favor!...» Hablémosles, por<br />
favor, lector). Danzas ceremoniales indias, estrictamente comerciales. ARTES:<br />
American Refrigerator Transit Company. Obvia Arizona, casas pueblerinas,<br />
pictografías aborígenes, huella de un dinosaurio en un cañón desierto, impresa<br />
hace treinta millones de años, cuando yo era un niño. Un muchacho flaco, pálido,<br />
de un metro con sesenta y con una nuez de Adán muy activa, que miraba de<br />
soslayo el diafragma dorado y desnudo de Lo (cinco minutos después fui yo<br />
quien la besó, Jack). Invierno en el desierto, primavera en la colina, almendro en<br />
flor. Reno, una melancólica ciudad de Nevada, de vida nocturna presuntamente<br />
«cosmopolita y refinada». Un viñedo en California, con una iglesia construida en<br />
forma de tonel. El Valle de la Muerte. El Castillo de Scotty. Obras de arte<br />
coleccionadas por un Rogers en un lapso de años. Villas horribles de hermosas<br />
actrices. La huella de R. L. Stevenson en un volcán extinguido. Misión Dolores:<br />
buen título para un libro. Festines de piedra arenisca trabajados por las mareas.<br />
Un hombre con un profuso ataque epiléptico en el Parque Nacional de Russian<br />
Gulch. El lago Crater, azul, azul. Un criadero de peces en Idaho y la Penitenciaría<br />
Nacional. El sombrío Yellowstone Park y sus coloridos manantiales calientes, sus<br />
géyseres niños, sus arco iris de fango burbujeantes. Una manada de antílopes en<br />
un refugio silvestre. Nuestra caverna número cien; adultos, un dólar; <strong>Lolita</strong>,<br />
cincuenta céntimos. Un castillo construido por una marquesa francesa en N. D. El<br />
Palacio del Maíz en S. D.; inmensas cabezas de presidentes labradas en<br />
montañas de granito. Un zoológico en Indiana, donde un montón de monos vivía<br />
en una réplica de cemento de la carabela de Cristóbal Colón. Billones de<br />
mariposas muertas, semimuertas, con olor a pescado, en cada vidriera de cada<br />
restaurante a lo largo de una melancólica playa de arena. Gordas gaviotas en<br />
grandes piedras, vistas desde el ferryboat Ciudad de Cheboygan, cuyo humo<br />
pardo y lanoso se arqueaba y se hundía en la verde sombra que arrojaba sobre<br />
las aguamarinas del lago. Un hotelucho cuyo tubo de ventilación pasaba bajo la<br />
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