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<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong><br />
<strong>Lolita</strong><br />
(«nosotros»: esto sonaba bien) habíamos jugado una vez? Bueno, ese lugar<br />
pertenecía en realidad al hermano de Red, pero se lo había prestado a Cue por el<br />
verano. Cuando aparecieron ella y Cue, los demás los hicieron pasar por una<br />
ceremonia de coronación y después, una zambullida terrible, como cuando se<br />
cruza el Ecuador. Tú conoces eso.<br />
Levantó los ojos con sintética resignación.<br />
—Sigue, por favor.<br />
Bueno. Lo proyectado era que Cue la llevaría en septiembre a Hollywood y<br />
conseguiría que la aprobaran, que le dieran una parte en una escena de tenis,<br />
durante una película basada en una obra suya: Tripas doradas. Y quizá hasta la<br />
convertiría en «doble» de una de sus sensacionales estrellitas, en la cancha de<br />
tenis. Pero, ay, nada de eso ocurrió.<br />
—¿Dónde está ese cerdo ahora?<br />
No era un cerdo. Era un gran tipo, en muchos sentidos, pero no hacía más<br />
que emborracharse y drogarse. Y desde luego, para las cosas sexuales estaba<br />
completamente acabado y sus amigos eran sus esclavos. Yo no podía<br />
imaginarme (¡yo, Humbert, no podía imaginarme!) las cosas que hacía en Duk<br />
Duk. Ella se negó a tomar parte en ellas porque lo quería, y él la echó.<br />
—¿Qué cosas?<br />
—Oh... inmundas, horribles. Tenía allí a dos chiquillas y a dos muchachos,<br />
y tres o cuatro hombres, y pretendía que todos nos enredáramos desnudos<br />
mientras una vieja filmaba películas.<br />
(La Justine de Sade tenía doce años cuando empezó).<br />
—¿Qué cosas, exactamente?<br />
—Oh... cosas. Oh... realmente, yo...<br />
Murmuró ese «yo» como un grito retenido, mientras atendía a la fuente del<br />
dolor. Falta de palabras, extendió los cinco dedos y movió arriba y abajo la mano<br />
angulosa. No, no podía decirlo, se negaba a dar detalles con esa criatura en el<br />
vientre.<br />
Eso era explicable.<br />
—Nada de eso importaba ahora –dijo esponjando un almohadón gris con el<br />
puño y después echándose sobre él, boca arriba, sobre el diván.<br />
—Locuras, inmundicias. Le dije que no. Yo no iba a (empleó con absoluta<br />
despreocupación un repulsivo término vulgar que en traducción literal francesa<br />
sería souffler)... a esos muchachitos del demonio sólo porque a él se le antojara.<br />
Y me echó.<br />
No había mucho más que contar. En ese invierno de 1949, Fay y ella<br />
encontraron trabajo. Durante casi dos años había andado a la deriva... haciendo<br />
trabajitos en algún restaurante de algún lugarejo. Después había conocido a<br />
Dick. No, no sabía dónde estaba el otro. En Nueva York, suponía. Desde luego,<br />
era tan famoso que ella lo habría encontrado en seguida si hubiera querido. Fay<br />
había tratado de volver al rancho... pero encontró que ya no existía... se había<br />
quemado por completo, no quedaba nada. Sólo un montón de basura quemada.<br />
Fue algo tan raro, tan raro...<br />
Cerró los ojos y abrió la boca, reclinada sobre el almohadón, con un pie<br />
apoyado en el suelo, dentro de su zapatilla. El piso de madera estaba inclinado:<br />
una bolita de acero había rodado hacia la cocina. Ya sabía cuanto quería saber.<br />
No tenía la intención de torturar a mi amada. En algún lugar, más allá de la<br />
casucha de Bill, una voz radiotelefónica festejaba el trabajo terminado cantando<br />
acerca del destino y la pasión; y allí estaba mi Lo, con su belleza estropeada, sus<br />
manos adultas y venosas, sus brazos de piel de gallina, sus orejas chatas, sus<br />
axilas desgreñadas. Allí estaba mi <strong>Lolita</strong>, definitivamente gastada a los diecisiete<br />
años, con esa criatura que ya soñaba en su vientre con llegar a ser un gran<br />
borracho y con retirarse hacia 2020, anno Domini. La miré y la miré, y supe con<br />
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