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Atilio-Boron-Filosofia-Politica-Contemporanea

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MARILENA CHAUÍ<br />

los que nuestra imaginación crea una imagen de la divinidad con la cual<br />

pueda relacionarse por la fe. He ahí por qué no hay que buscar en las<br />

Sagradas Escrituras especulaciones filosóficas, misterios filosóficos,<br />

exposiciones racionales sobre la esencia y la potencia de Dios. No están<br />

allí: el Antiguo Testamento es el documento histórico de un pueblo<br />

determinado y de su Estado, hoy desaparecido, la teocracia hebraica; el<br />

Nuevo Testamento es el relato histórico de la venida de un salvador, de<br />

su vida, de sus actos, de su muerte y de sus promesas a quien lo siga.<br />

Dado que los escritos sagrados de las religiones no se dirigen al<br />

intelecto y al conocimiento conceptual de lo absoluto, no hay en ellos<br />

fundamentos teóricos para la aparición de la teología, entendida como<br />

interpretación racional o especulativa de revelaciones divinas. He ahí por<br />

qué, aparentando dar fundamentos racionales a las imágenes con las<br />

que los creyentes conciben a la divinidad y a las relaciones de la misma<br />

con ellos, el teólogo invoca la razón para ‘después de garantizar por<br />

razones ciertas’ su interpretación de lo que fue revelado. Encuentra<br />

‘razones para volver incierta’ a la razón, combatiéndola y condenándola.<br />

Los teólogos, explica Spinoza, se preocuparon por descubrir cómo quitar<br />

de los Libros Sagrados sus propias ficciones y arbitrariedades, y por eso<br />

‘nada hacen con menos escrúpulo y mayor temeridad que la<br />

interpretación de las Escrituras’. No sólo eso. Si en esa tarea algo nos<br />

aflige, “no es el temor de atribuir al Espíritu Santo algún error, ni a<br />

alejarse del camino de la salvación, sino que otros los convenzan de su<br />

error y a que su propia autoridad quede por los suelos, y sean<br />

despreciados por los demás. Porque, si los hombres dijeran con<br />

sinceridad lo que confiesan de palabra sobre la Escritura, tendrían una<br />

forma de vida completamente distinta: no estarían agitadas sus mentes<br />

por tantas discordias, ni se debatirían con tantos odios, ni serían<br />

arrastrados por un deseo tan ciego y temerario a interpretar la Escritura y<br />

a excogitar novedades en la religión” (Spinoza, 1925: 115; 1986: 192).<br />

Recurriendo a la razón o luz natural cuando ésta le hace falta para<br />

imponer lo que interpreta y expulsando a la razón cuando la misma le<br />

muestra la falsedad de su interpretación, o cuando ya obtuvo la<br />

aceptación de su punto de vista, la actitud teológica de cara a la razón<br />

delinea el lugar propio de la teología: ésta es un sistema de imágenes<br />

con pretensión de concepto cuyo objetivo es el de obtener por un lado el<br />

reconocimiento de la autoridad del teólogo (y no de la verdad intrínseca<br />

de su interpretación), y por otro la sumisión de aquellos que lo escuchan,<br />

tanto mayor si se logra por consentimiento interior. El teólogo apunta a la<br />

obtención del deseo de obedecer y de servir. De esa manera se hace<br />

clara la diferencia entre filosofía y teología. La filosofía es saber. La<br />

teología, no-saber, una práctica de origen religioso destinada a crear y<br />

conservar autoridades por medio del incentivo al deseo de obediencia.<br />

Toda teología es teología política.<br />

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