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Atilio-Boron-Filosofia-Politica-Contemporanea

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EDUARDO GRÜNER<br />

dominantes locales tenían de lo que ellas llamaban la modernidad: es<br />

decir, la sociedad burguesa europea. Este fenómeno tiene que ver,<br />

posiblemente, con lo que afirmaba Marx a propósito de que la burguesía<br />

alemana había intentado hacer en la cabeza de Hegel la revolución<br />

(burguesa) que no había podido hacer en la realidad. Y uno podría<br />

pensar, en esa misma clave, que la burguesía argentina constituyó en la<br />

cabeza de Sarmiento, de Alberdi o de Roca la sociedad que nunca<br />

concretó en la realidad. Si la Argentina entró rápidamente en la<br />

‘modernidad’ fue porque la ideología de lo que Halperín Donghi ha<br />

llamado una voluntad de construir ‘una nación para el desierto argentino’<br />

fue, desde el principio, una especie de imperativo categórico, influido<br />

seguramente por las ideas que un Tocqueville o un Montesquieu podían<br />

tener en ese entonces sobre lo que constituía una democracia moderna.<br />

Pero también, decíamos, entró tardíamente: no alcanzó a ser incluida –<br />

como sí ocurrió con el resto de América- en la construcción de esa<br />

iconografía de alteridad ejemplar de la que Europa se sirvió para<br />

construir su propia modernidad, a partir del Encubrimiento de un ‘nuevo’<br />

continente.<br />

No tenemos aquí tiempo para entrar en el complejo debate (que va<br />

desde el famoso capítulo XXIV del Capital hasta las tesis<br />

wallersteinianas sobre el ‘sistema-mundo’) acerca del rol que le cupo a la<br />

colonización de América –y, en general, de la ‘periferia’ extraeuropea- en<br />

el proceso de acumulación capitalista mundial. Pero sí –y esto es nada<br />

más que otra tímida hipótesis de trabajo- me parece que esa<br />

colonización fue decisiva en la conformación de una cierta ‘identidad’<br />

europea (pongo la palabra entre comillas, desde luego, porque se sabe<br />

que toda ‘identidad’ es imaginaria, en el sentido estricto de que se<br />

constituye ideológicamente en una relación especular con alguna<br />

‘alteridad’).<br />

Entonces, es interesante –o lo sería: hay demasiado trabajo que<br />

hacer al respecto- ver las maneras en que América ocupa ese lugar del<br />

Otro en la construcción, por ejemplo, de algunas de las más connotadas<br />

filosofías políticas modernas. Podemos pensar en el estado de<br />

naturaleza del contractualismo hobbesiano, lockeano o rousseauniano; o<br />

podemos pensar en cómo América, junto a África y parte de Asia, pierde<br />

el tren de la Historia en el despliegue del Geist hegeliano. Pero también<br />

podemos pensar en el pensamiento llamado utópico, al menos de Tomás<br />

Moro en adelante. Es decir, no sólo en las filosofías más o menos<br />

‘oficiales’ y dominantes, sino también en los discursos más críticos<br />

(incluido, debemos decirlo, el del propio Marx, que tuvo pocas palabras<br />

felices que decir sobre los americanos post-colombinos). O sea: en esta<br />

dialéctica muy particular con la que Europa se constituye su imagen de sí<br />

misma en su relación con América. Una dialéctica de lo Mismo y lo Otro<br />

muy expresiva, por otra parte, de esa canónica y siempre tan socorrida<br />

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