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Atilio-Boron-Filosofia-Politica-Contemporanea

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EDUARDO GRÜNER<br />

respectivas historias suele ser decisiva para la estrategia de<br />

interpretación y lectura: no es difícil encontrar ‘alegorías nacionales’ –aún<br />

descontando el monto de reduccionismo de la especificidad estética que<br />

supone leer bajo ese régimen de homogeneización– en autores<br />

provenientes de sociedades de descolonización reciente que todavía<br />

están luchando por la propia construcción de su ‘identidad’; la tarea es<br />

menos simple en los provenientes de sociedades de descolonización<br />

antigua, en todo caso sometidas a otros procesos de dependencia,<br />

neocolonialismo o ‘globalización subordinada’. Aún extremando mucho la<br />

metáfora y buscando más de cinco pies al gato, se requieren esfuerzos<br />

ímprobos para encontrar la ‘alegoría nacional’ (al menos, para<br />

encontrarla como estrategia central de la escritura) en Adolfo Bioy<br />

Casares, en Juan Carlos Onetti o en Macedonio Fernández. Pero aún<br />

cuando es posible encontrarla de manera más o menos transparente (lo<br />

cual es más fácil en las literaturas de las naciones no rioplatenses, con<br />

una identidad étnica y cultural más compleja y contradictoria) resulta<br />

patente que ella se construye de un modo radicalmente distinto al de las<br />

sociedades que, como decíamos, todavía pugnan por encontrar su<br />

‘identidad’, sólo muy recientemente enfrentadas al problema de la<br />

‘autonomía’ nacional.<br />

Y el problema se complica aún más cuando –como ocurre a menudo<br />

en los estudios culturales y los teóricos de la postcolonialidad– se amplía<br />

el concepto de ‘postcolonial’ para incluir a las minorías étnicas,<br />

culturales, sexuales, etcétera, internas a las propias sociedades<br />

metropolitanas, ya sea por vía de la diáspora inmigratoria de las ex<br />

colonias o por la opresión multisecular de las propias minorías raciales<br />

(indígenas y negros en casi toda América, por ejemplo). La extraordinaria<br />

complejidad que puede alcanzar la ‘alegoría nacional’ de un autor negro<br />

o chicano de Nueva York, de un autor pakistaní o jamaiquino en Londres,<br />

de un autor marroquí o etíope en Paris, un autor turco en Berlín, a lo cual<br />

podría agregarse que fuera mujer, judía y homosexual, esa<br />

extraordinaria complejidad de cruces entre distintas y a veces<br />

contradictorias situaciones ‘postcoloniales’ no deja, para el crítico –si es<br />

que quiere ser verdaderamente ‘crítico’ y no simplificar en exceso su<br />

lectura– otro remedio que retornar al análisis cuidadoso de las<br />

estrategias específicas de la producción literaria en ese autor, de las<br />

singularidades irreductibles del estilo, vale decir: para ponernos<br />

nuevamente adornianos, de las particularidades que determinan su<br />

autonomía específica respecto de la totalidad ‘postcolonial’.<br />

Recientemente un autor norteamericano no muy conocido, Patrick<br />

McGee, inspirándose asimismo en Adorno pero también en Lacan, ha<br />

utilizado un argumento semejante a éste para discutir algunas de las<br />

posiciones del ‘padre’ de la teoría postcolonial, Edward Said. En efecto,<br />

en un libro por lo demás notable en muchos sentidos (Said, 1997), Said<br />

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