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Atilio-Boron-Filosofia-Politica-Contemporanea

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EDUARDO GRÜNER<br />

nacionalistas, religiosos o étnicos no representa en absoluto (como se<br />

han apresurado a calificar los teóricos neoconservadores al estilo de<br />

Huntington, 1996) un retroceso a míticas pautas culturales arcaicas o<br />

‘premodernas’, sino al contrario, una ‘huída hacia delante’ como reacción<br />

a los efectos sobre ellas de la llamada postmodernidad, una reacción<br />

que por lo tanto es constitutiva de los propios lindes de esa<br />

postmodernidad; en condiciones, finalmente, en las que las dramáticas<br />

polarizaciones económicas y sociales internas a esas sociedades y el<br />

proceso de marginalización provocado por ellas han producido una<br />

gigantesca diáspora hacia el mundo desarrollado, con los consiguientes<br />

conflictos raciales, culturales y sociales que todos conocemos.<br />

En todas esas condiciones, no es de extrañarse que se ponga en<br />

juego –casi trágicamente, podríamos decir– la cuestión de los lindes, de<br />

las identidades, de las aporías y paradojas de ‘juegos de lenguaje’ que<br />

no tienen reglas preestablecidas ni tradiciones congeladas a las que<br />

remitirse. En todas estas condiciones, la literatura (y, en general, las<br />

prácticas culturales) se transforma en un enorme caldero en ebullición,<br />

en el que se cocinan procesos de resignificación de destino incierto y de<br />

origen en buena medida contingente. Según afirman los entendidos, el<br />

desorden lingüístico–literario creado por esta situación desborda todas<br />

las posibles grillas académicas que prolijamente nos hemos construido<br />

para contener las derivas del significante, incluidas todas las sensatas<br />

‘polifonías’ y ‘heteroglosias’ bajtinianas con las que nos consolamos de<br />

nuestras parálisis pedagógicas.<br />

Y subrayo la frase según afirman los entendidos, no solamente<br />

porque yo no lo soy, sino también porque –lo cual no deja de ser<br />

asimismo un consuelo– parece ser que es imposible serlo. Y ello por una<br />

razón muy sencilla: no sé si siempre se es conciente –yo no lo era, hasta<br />

hace poco– de cuántas lenguas se hablan en los países llamados<br />

‘postcoloniales’; son algo así como cinco mil. A las cuales, desde luego,<br />

hay que sumar toda la serie de dialectos, idiolectos y sociolectos<br />

emergidas en el marco de la diáspora y la mezcla cultural. Solamente en<br />

la India, por ejemplo, hay veinte lenguas reconocidas por el Estado, y<br />

más de trescientas que se practican extraoficialmente. En todas ellas, es<br />

de suponer, se hace literatura escrita u oral, se produce algún artefacto<br />

cultural. En este contexto, ¿qué puede querer decir una expresión tan<br />

alegre y despreocupada como la de literatura universal? ¿O literatura<br />

comparada? ¿Comparada con qué?<br />

Qué puede querer decir, me refiero, aparte del hecho de que esta<br />

situación revela, por si todavía hiciera falta, el escandaloso<br />

etnocentrismo de adjudicarle alguna clase de ‘universalidad’ a las cuatro<br />

o cinco lenguas en las que, con mucha suerte, algunos pocos eruditos<br />

son capaces de leer.<br />

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