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edgar-cuentos

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vuelven a salir sin que nadie los vea ni los atienda. Si alguien desea comprar un artículo,<br />

hay una campanilla al alcance de la mano, la cual se considera harto suficiente.<br />

He aquí otro respetable timo: Un señor bien vestido entra en un negocio, compra por<br />

valor de un dólar y descubre con gran mortificación que se ha dejado la cartera en otra<br />

chaqueta. Dice entonces al tendero:<br />

—¡No se preocupe, señor mío! Le pido simplemente que tenga la gentileza de mandar<br />

el paquete a casa. ¡Un momento! Ahora que recuerdo, tampoco hay en casa billetes por<br />

debajo de cinco dólares. De todas maneras, junto con el paquete puede usted mandar cuatro<br />

dólares de vuelto.<br />

—Muy bien, señor —replica el tendero, que se ha formado de inmediato una alta idea<br />

de su cliente. «Conozco individuos —piensa— que se habrían echado el paquete al brazo,<br />

prometiendo volver a pagar cuando pasaran otra vez por aquí.»<br />

De inmediato despacha a un mandadero con el paquete y el vuelto. En el camino,<br />

casualmente, se encuentra éste con el cliente, quien exclama:<br />

—¡Ah, mi paquete! Creí que lo habrían mandado a casa hace rato. Bueno, vete. Mi<br />

esposa, Mrs. Trotter, te dará los cinco dólares, pues ya está enterada. Mejor es que me des<br />

el vuelto a mí, pues necesito algo de cambio para el correo. ¡Perfecto! Uno, dos... ¿es buena<br />

esta moneda? Tres, cuatro... ¡muy bien! Di a Mrs. Trotter que te encontraste conmigo, y no<br />

pierdas tiempo por la calle.<br />

El chico no pierde tiempo... pero tarda muchísimo en regresar a la tienda, pues le<br />

resulta imposible encontrar a ninguna señora que responda al nombre de Mrs. Trotter. Se<br />

consuela, empero, pensando que no ha sido tan tonto como para dejar la mercadería sin<br />

recibir dinero en cambio, y cuando aparece en el negocio con aire satisfecho se queda muy<br />

perplejo e indignado al preguntarle su amo qué ha hecho con el vuelto...<br />

He aquí un timo muy sencillo: Una persona con aire de funcionario presenta al capitán<br />

de un buque que se dispone a zarpar una factura sumamente módica de gastos portuarios.<br />

Contento de tener que pagar tan poco, y atareado con las mil obligaciones que lo asedian en<br />

ese momento, el capitán paga la nota sin tardar. Quince minutos después le llega otra<br />

factura, mucho más razonable, y la persona que se la entrega no tarda en convencerlo de<br />

que el primer funcionario era un timador.<br />

El siguiente timo es parecido: Un vapor suelta amarras y está a punto de separarse del<br />

muelle. Un viajero, con el abrigo al brazo, corre presuroso para no perder el barco. De<br />

pronto se detiene, se agacha y recoge algo del suelo con evidentes muestras de agitación.<br />

—¿Alguno de los presentes ha perdido una cartera? —grita.<br />

Nadie puede contestarle, pero al subir a bordo se produce un gran revuelo, pues no<br />

tarda en verse que la cartera contiene una gruesa suma. Empero, el barco no puede demorar<br />

su salida.<br />

—El tiempo y la marea no esperan a nadie —dice el capitán.<br />

—¡Por favor, esperemos un momento! —exclama el que ha encontrado la cartera—.<br />

¡Sin duda, no tardará en presentarse el dueño!<br />

—¡Imposible! —responde autoritariamente el capitán—. ¡Fuera la planchada!<br />

—¿Qué voy a hacer? —pregunta el viajero, lleno de tribulación—. Me alejo del país<br />

por muchos años y mi conciencia me impide partir llevándome esta suma que no me<br />

pertenece. ¡Perdone usted, señor —agrega, dirigiéndose a un caballero que ha quedado en<br />

el muelle—, pero su aspecto me parece el de una persona honesta! ¿Tendría usted la<br />

gentileza de hacerse cargo de esta cartera? Estoy seguro de que puedo confiar en usted y<br />

que no dejará de publicar un anuncio del hallazgo. La suma que hay en la cartera es muy

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