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La sirena varada: Año 1, Anual

El especial del primer año de La sirena varada: Revista literaria

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Quién no ha oído acerca de los<br />

relatos sobre espíritus y acontecimientos<br />

que parecen carentes<br />

de exploración de entre los terrenos<br />

esotéricos. Lo que voy a relatar ocurrió<br />

y en mi propia carne se ha anidado el<br />

temor de una inminente secuela. <strong>La</strong><br />

«tía», como todos la conocíamos, era<br />

una mujer gitana y excéntrica que estéticamente<br />

parecía normal, incluso<br />

uno podría atreverse a decir que era<br />

modestamente atractiva, mas no bella,<br />

pues su mayor encanto era ese halo de<br />

locura en el que su vida se iluminaba.<br />

Esta dama llegó a nuestras vidas de<br />

modo desconocido, casi por azar, y le<br />

tenía un especial afecto a mi madre y<br />

hermanas prefiriéndome por encima<br />

de ellas. «Ella es la más valiosa…» era<br />

lo que repetía hasta el hartazgo cuando<br />

venía de visita ocasionando con ello<br />

incomodidad a nuestro clan. Nunca<br />

entendí su peculiar expresión así que<br />

para mí se volvió un dogma del cual no<br />

podía dudar.<br />

En mi noveno cumpleaños, la «tía»<br />

me regaló una pequeña muñeca de<br />

tela, rellena de un material extraño que<br />

acompañó de un extraño monólogo:<br />

—A ella le gusta decir muchas cosas y<br />

verse bonita, pero se le cae un cabello<br />

cada vez que alguien cercano sufre. Le<br />

da mucha vergüenza eso y no quiere<br />

que nadie lo sepa, pero si guardas su<br />

secreto ella te compensará —anunció<br />

la mujer al entregarme el objeto.<br />

No era como los demás juguetes ya<br />

que su aspecto semejaba más al de un<br />

talismán pagano. Toda ella estaba confeccionada<br />

a mano, de ropajes hechos<br />

con colores brillantes, unos ojillos de<br />

cristal rojizo y honestamente lo único<br />

hermoso en ella era un precioso cabello<br />

negro de origen misterioso y aspecto<br />

más que real. <strong>La</strong> zíngara parecía<br />

complacida ante la mirada de extrañeza<br />

de mi familia, sin embargo, por el<br />

gesto cariñoso, fui incapaz de despreciar<br />

su obsequio. Tras ese suceso una<br />

serie de acontecimientos trágicos darían<br />

comienzo al fin...<br />

Semanas después fue hallada muerta<br />

de forma desconocida, así que no quedó<br />

más que darle sepultura y orar por<br />

su descanso, sin embargo, mientras los<br />

mayores rezaban yo tenía a la muñeca<br />

entre mis brazos y me percaté de que<br />

un pequeño mechón de cabello habíase<br />

tornado blanco como las nubes y caído<br />

de la nada; tal como las hojas se marchitan<br />

y mueren tranquilamente en la brisa<br />

otoñal. Mientras yo me fijaba en eso los<br />

ojos de la muñeca reflejaron la luz de los<br />

cirios dándole una mirada infernal y al<br />

mismo tiempo que una vocecilla juguetona<br />

se grababa en mi mente<br />

—Ella no pudo pagar su deuda y por<br />

eso me la llevé. Ahora te corresponde<br />

pagar por ella pues eras «su más valiosa...<br />

moneda».<br />

De momento adjudiqué la alucinación<br />

al aroma del incienso, pero tonta de mí<br />

que no sabía lo que me esperaba. A partir<br />

de entonces empezaron los decesos<br />

de maneras algunas horrendas y otras<br />

sin ningún sentido, primero en gente del<br />

pueblo y después en mi familia.<br />

<strong>Año</strong> tras año se presentaba la muerte<br />

junto al más escaso cabello y la horrorosa<br />

voz del talismán que cada vez se tornaba<br />

más burlona, como recordándome<br />

la maldición a la que había sido sometida<br />

por capricho de una vieja bruja.<br />

Ya adulta, mi salud mental decreció hasta<br />

el punto de la desesperación, tanto que<br />

un día tomé a la desdichada muñeca y con<br />

las tijeras de costura destrocé la ropa poco<br />

a poco, los brazos, las piernas, arranqué<br />

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