394AN. CXXVII – SEPTEMBRIS-DECEMBRIS 2008 – N. 3peranza, que ilumine su vida y les dé sentido.Y de aquí una primera exigencia: en lascircunstancias concretas que vivimos, nostoca a nosotros, guiados por el Espíritu Santo,de la mano de la Palabra, y atentos a lossignos de los tiempos y de los lugares, discernirlos rostros concretos de las personasnecesitadas de la luz del Evangelio. ElEvangelio, destinado a todos sin excepciónninguna, encuentra en los leprosos de todotiempo, también del nuestro, sus destinatariosprivilegiados. Ellos son los rostros crucificadosde Cristo crucificado, los verdaderoshambrientos de justicia, de liberación,de redención, de Evangelio.Esta misión supera nuestras fuerzas. Peroaquello que humanamente es imposible,no lo es si nos dejamos mover por la fuerzadel Espíritu. Es la apertura incondicional alEspíritu la que nos posibilita ir entre los pobresy los últimos y que, como en la vida deFrancisco, hará que aquello que nos parezcaamargo se transforme en dulzura del alma(cf. Test 2). Es el Espíritu del Señor elque nos dará la “parresia”, uno de los sietedones, la fuerza y el coraje, para ser sus testigoshasta los confines de la tierra, particularmenteentre los últimos. De esta forma, irentre ellos no será una simple opción sociológica,por importante que ésta sea, sino unaverdadera opción evangélica, que es la queda sentido pleno a nuestra vida y misión. Enotras palabras, no somos nosotros los quehemos escogido ir entre los pobres y los excluidos,sino que es el Espíritu del Señor elque nos empuja a ir entre ellos. Es el Espírituel que pone en armonía a nuestros corazonescon el corazón de Cristo y nos impulsaa amar a la humanidad como él la amó,cuando se puso a lavar los pies a sus discípulos,y sobre todo, cuando entregó su vidapor nuestra salvación. Es el Espíritu el quese hace el encontradizo con nosotros y noslleva a opciones que serían imposibles paranuestra humana fragilidad y por nuestrosmiedos. Es Él el que nos da la fuerza parahacer estas opciones.Pero, ¿dónde ir? Como Jesús, tambiénnosotros debemos ir donde se encuentra elhombre. El que se abre al Espíritu que sopladonde quiere y cuando quiere, el Espíritumismo lo conducirá fuera de sí mismo y alencuentro con el otro, sea cristiano o no. Unfranciscano es siempre uno que atraviesacualquier frontera para anunciar la BuenaNoticia como Jesús: en las iglesias, en lasplazas y por las calles, y en las casas. Loque cuenta es el hombre.Finalmente, en Jesús se cumplen las Escrituras,como se cumplen en todos aquellosque escuchan la Palabra con corazóndócil y libre. La escucha de la Palabra, laobediencia a la Palabra, no hace contemporáneosde la misma Palabra. La escucha dela Palabra, la obediencia a la Palabra, nosofrecen la posibilidad de ser “lugares” enlos que la Palabra encuentra su cumplimiento.La escucha de la Palabra, la obedienciaa la Palabra, no hace contemporáneosdel “hoy” de Dios, y, en este modo,nos convierte en personas con autoridad paraanunciar la Buena Noticia. Sólo el discípulopuede ser misionero. Cada uno de nosotrosestá llamado a dar un “hoy” al textoantiguo, recordando que nuestra capacidadpara ser profetas está estrechamente unida ala escucha de la Palabra, a la obediencia a laPalabra, a la “sumisión” a la Palabra. Si somosllamados a ser profetas (y esta es nuestravocación y misión en la iglesia y en elmundo), nos debemos recordar a nosotrosmismos que profeta no es, solamente, aquelque hace signos, sino, sobre todo, aquel quellega a ser él mismo signo. Obedientes a laPalabra, somos llamados a ser signos. Y enla escucha de la Palabra será ella misma laque nos indicará las prioridades bien precisasen nuestra vida y misión. Estamos llamadosa ser mendicantes de sentido de lamano de la Palabra. Y así, la sed saciada enlas fuentes de la Palabra, serán mensaje, comoen el caso de la Samaritana. Volvamos,estimados hermanos, al Evangelio y nuestravida tendrá la poesía, la belleza y el encantode los orígenes... Liberemos al Evangelioy el Evangelio nos liberará a nosotros.Hermanos:– Movidos por el Espíritu, como Jesús,vayamos hermanos entre los hombres ylas mujeres de hoy, anunciándoles, conla vida y la palabra, la Buena Noticiaque es liberación para cuantos sufren to-
EX ACTIS MINISTRI GENERALIS 395do tipo de esclavitud, luz que permaneceen la oscuridad, vida para quien estámuerto.– De la mano de la Palabra vayamos alespacioso claustro del mundo, como menoresentre los menores de la tierra, yalargando el espacio de nuestra tienda(cf. Is 54,2), hagamos nuestras las alegríasy tristezas de los más pobres y decuantos sufren.– Acogiendo al Espíritu, que nos empuja a“nacer de nuevo” (Jn 3,3), con la voluntadde no domesticar las palabras proféticasdel Evangelio para adaptarla a unestilo cómodo de vida, hagamos brotaruna nueva época cimentada sobre la justicia,el amor y la paz.– Volviendo a lo esencial de nuestra espiritualidadfranciscana nutramos desdedentro, con la oferta liberadora del Evangelio,a este mundo fragmentado, desigualy hambriento de sentido, como hicieronen su tiempo Francisco y Clara.– Mantengámonos siempre en camino,porque es en el camino como mejor podremoscomprender nuestra vocación ylas exigencias de nuestra misión, recordandoque nada nos pertenece, todo esun bien recibido, llamado a ser compartidoy restituido. Esto nos llevará a donarla Buena Noticia y entregarnos a losotros gratuitamente.– Conscientes de encontrarnos inmersosen un cambio de época, volvamos alcentro de nuestra misión –viviendo laprioridad del espíritu de oración y devoción,la comunión de vida en fraternidad,y la minoridad, pobreza y solidaridad-,en discernimiento constante sobre nuestravida y misión, tengamos el coraje deiniciar caminos inéditos de presencia ytestimonio.Pongámonos en camino, hermanos, yque el Señor esté siempre con nosotros; queMaría, madre y maestra de todo discípulo ymisionero nos acompañe por los caminosdel mundo.FR. JOSÉ RODRÍGUEZ CARBALLO, <strong>OFM</strong>Ministro general2. Omelia nella veglia di preghiera con igiovaniSantuario della Verna, 16.09.2008L’AMORE SIA LA VOSTRAPIÙ GRANDE RICCHEZZACari giovani,è per me una gioia ritrovarci anche quest’annoa vegliare e pregare insieme, mentrecelebriamo il grande dono dell’impressionedelle stigmate, che il nostro fratello Francesco,ricevette su questo santo monte dellaVerna ottocento anni fa. Mi chiedevo, duranteil viaggio verso la Verna, come mai la polveredei secoli non ha sepolto il ricordo diquesto avvenimento, così come, invece, neha cancellati tanti altri. Perché a otto secoli didistanza veniamo ancora in questo luogo?Cosa, o meglio, chi veniamo a cercare?La risposta a questa domanda, ancorauna volta, ci aiuta a trovarla proprio sanFrancesco. Come ci raccontano i suoi primibiografi, il Santo alternava periodi in cuicon i suoi fratelli annunciava il Vangelo eserviva i più poveri, a periodi di assolutoisolamento durante i quali si ritirava in luoghisolitari per dedicarsi solo a Dio. Fin daiprimi tempi della sua conversione si inoltravanelle selve, andava sulle isole deserte,amava le chiese abbandonate, scalava imonti, per cercare nella solitudine la compagniadi Dio. È in questi luoghi lontani dalchiasso della vita di tutti i giorni – come ciracconta san Bonaventura – che Francescorientrava in se stesso come in un santuario,e lì si incontrava con Dio, mettendosi a nudodi fronte a Lui, supplicandolo come unPadre, dialogando con Lui, come conl’Amico più caro. In questo santuario interioreFrancesco gemeva per i peccatori,piangeva per la passione di Cristo ed era talmentericolmo di beatitudine da alzarsi conil corpo da terra. Ma era soprattutto in questimomenti che Dio si faceva conoscere alcuore di Francesco, svelandogli i suoi misteri(cf. LegM 10,4).Se siamo qui questa notte, cari fratelli esorelle, è per questo stesso desiderio di Dioche ciascuno di noi porta nel profondo delsuo cuore. Come Francesco, anche noi, vo-