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Volumen 02 - Telefonica.net

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Checoeslovaquia, muchos años después, puse una flor a los pies de su estatua<br />

barbuda."<br />

Ese viaje iniciático del poeta chileno me conmovió en su día, hace ya<br />

al menos 20 años. Entonces me hice la promesa de repetir el ritual algún<br />

día; de vivir en diferido la misma experiencia.<br />

Visité Praga por primera el año pasado por estas fechas, pero, irremediablemente,<br />

fue un viaje en touriste. La pasada semana volví, aunque<br />

ahora de forma diferente: decidí que mi segundo paso por la ciudad del<br />

Moldava sería en voyageur, con el único propósito (casi el único) de encontrar<br />

la estatua de Jan Neruda y depositar a sus pies una rosa roja.<br />

Curiosamente y para mi sorpresa, nadie a quien pregunté me dio noción<br />

de donde podía encontrar la efigie del que fue uno de los padres de las<br />

letras checas. Incluso una guía pelirroja que hablaba perfectamente castellano,<br />

un tanto despectiva, me dijo: "no existe una estatua de Neruda en<br />

Praga, solo su casa y una calle dedicada". De todas maneras la guía era<br />

bastante seca (nada que ver con las nuestras); seca, como lo son casi todos<br />

en esta, sin embargo, hermosa ciudad.<br />

¡Caspita! Me dije. Una de dos: o la pecosa mentía descaradamente o<br />

mentía el chileno. A lo mejor estaba simplemente haciendo literatura. Con<br />

todo no me rendí y traté de seguir sus pasos. Neruda contaba que la estatua<br />

estaba en Malá Strana y en Malá Strana está el inmenso parque de la<br />

colina de Petrin donde forzosamente tenía que haber estatuas, así que<br />

callejea que te callejea me dirigí al mismo. Justo en ese momento comenzó<br />

a nevar, suave, bellamente.<br />

¡Otra vez la aguja en el pajar para mis maltrechos pies de viajero<br />

impenitente! Así que decidí hacer un alto en Valentino, un extraño café<br />

acristalado en el que, sorprendentemente, ¡vendían mariposas tropicales!<br />

colocadas todas ellas con su precio en las paredes, iluminando la estancia<br />

con sus vivos colores.<br />

Aliviado pues, del intenso frío y con algo caliente en el cuerpo seguí mi<br />

periplo. Al poco doblé una esquina y allí estaba. El parque quiero decir.<br />

El parque y al fondo una estatua, la primera. La primera, sí, de una serie<br />

de ellas que salpicaban el inmenso espacio verde aquí y allá. ¡La primera<br />

y la de Neruda además! (cero patatero para la guía pecosa).<br />

Esa, la del descubrimiento de la estatua, fue, quizás, la impresión más<br />

intensa de toda la aventura. Lo que siguió más tarde devino ya en montaje:<br />

buscar la rosa, volver, depositarla e inmortalizar el momento gracias<br />

a una pareja de (inevitables) japoneses que pasaban. Evidentemente<br />

nunca perdí de vista que lo que comienza como comedia sigue, si repetido,<br />

como farsa: "rodé" la escena, evidentemente, para contarlo, pero no<br />

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